Hace unos años, Thomas Friedman sostuvo que había solo tres países capaces de hacer la guerra, entendida como la capacidad de negar el acceso a un territorio: EE. UU., el Reino Unido y Australia. Esta calificación, que sorprendió en su momento, ha cobrado inusitada vigencia luego de que los tres países firmaran una alianza de seguridad denominada AUKUS (por las siglas, en inglés, de esos tres países). ¿Por qué ocurrió esto? En la edición anterior de DEF, comentamos las decisiones tomadas por EE. UU. y sus aliados luego del ataque del 11 de septiembre de 2001, la evolución de la situación estratégica y sus consecuencias hasta la retirada de Afganistán. Frente al compromiso asumido, es posible analizar las decisiones que se están perfilando en este cambio de la estructura internacional.
AUKUS es un acuerdo entre esas tres potencias para proteger sus intereses en el Indopacífico y desarrollar una nueva estrategia de contención del adversario emergente, China. Como las estrategias de contención, que bien describió John Gaddis, las medidas adoptadas reflejan el núcleo de la actitud frente a un competidor que ha cambiado su comportamiento en los últimos años. Como aquellas estrategias que nacieron de la percepción de una Unión Soviética que había virado de aliado en la Segunda Guerra Mundial a un enemigo geoestratégico, la decisión refleja una convicción de los líderes involucrados respecto del carácter agresivo de China y la posibilidad cierta de un enfrentamiento armado.
Desde la presidencia de Obama, EE. UU. cambió el eje de sus preocupaciones estratégicas hacia el Pacífico. Trump, directamente, decidió enfrentar a China, modificando la actitud comprensiva de las últimas décadas, apoyada en la visión de que ese país se moderaría a medida de que se fuera integrando al mundo capitalista y sus instituciones.
La llegada al poder de Xi Jinping desnudó el carácter revisionista del poder en el Imperio del Medio (tal como se llama a sí mismo China) y varios autores reconocieron que Occidente cometió un error al permitir el crecimiento de una potencia totalitaria. Donald Trump decidió que era tiempo de asumir ese error y enfrentar directamente a China. Joe Biden mantuvo esta actitud y, con la alianza de seguridad que acaba de firmar, profundizó la polarización y el ingreso en la dimensión militar de la competencia.
En Argentina, se hablaba de la necesidad de mantener equidistancia entre los dos gigantes y, en varias oportunidades, se ponía de ejemplo a Australia, aliado militar de EE. UU., pero socio comercial de China. La decisión del primer ministro Scott Morrison demostró que era imposible mantener la equidistancia. Cuando solicitó una comisión internacional para investigar el origen del virus del COVID-19, Australia recibió sanciones comerciales y catorce demandas de cambio político, además de constantes ciberataques que el gobierno de Canberra atribuyó a un solo actor estatal.
En efecto, además de su “diplomacia de lobo guerrero”, China incrementó la beligerancia en la región de manera alarmante: inició una estrategia de “zona gris” en el mar del sur de China, creando islas artificiales, luego de que un tribunal internacional refutara sus pretensiones; enfrentó militarmente a India en la frontera del Himalaya y Japón fue acosado en la disputa que mantiene en el mar de China Oriental. La alarma de los países ribereños llegó hasta Australia, que percibió que era posible un enfrentamiento militar.
SOCIEDAD MILITAR Y TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA
El AUKUS no se parece a la Alianza Atlántica, con sus organizaciones burocráticas y sus estados mayores establecidos desde la paz. Sin embargo, alguna similitud existe en esta sociedad trilateral de seguridad destinada a defender los intereses compartidos en el Indopacífico. La implementación difiere mucho: su núcleo es la transferencia y el desarrollo de tecnología avanzada militar a Australia. En aproximadamente una década, EE. UU. y el Reino Unido proveerán a ese país de submarinos de propulsión nuclear, en reemplazo de los convencionales que había pactado con Francia. También habrá cooperación en tecnología de computación cuántica, inteligencia artificial, capacidades de ciberguerra, con instalaciones permanentes y cadenas de suministro garantizado.
El acuerdo se concentra en las tecnologías más avanzadas, entre las que se destaca la propulsión nuclear, un tema tan sensible que apenas seis países tienen acceso: Rusia, China, EE. UU., Francia, el Reino Unido e India.
El Reino Unido pone en evidencia una gran estrategia iniciada con los recambios de tecnología militar, de hace casi una década, para contar con dos portaaviones y una flota de aviones de última generación. Desde la política internacional, el Brexit ya firmemente establecido y la nueva visión expuesta en el concepto de Global Britain recientemente anunciado así lo refleja. Esta estrategia se apoya en una profundización de la alianza con los EE. UU. y ahora también con otra potencia marítima, Australia.
Ambiciosa como siempre ha sido la conducta de este antiguo imperio, la creación de un nuevo enemigo coloca al Reino Unido en el centro comercial del mundo, el Pacífico, alejándose de Europa, con quien no desea compartir problemas como, por ejemplo, la inmigración. EE. UU., la isla mundial; el Reino Unido, la isla imperial; y Australia, la isla portaaviones de Occidente, se unen para enfrentar a un competidor formidable.
Estas potencias ya compartían una comunidad de inteligencia sólida desde el 11 de septiembre de 2001. Esa comunidad, conocida como Five Eyes e integrada por EE. UU., Canadá, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, es hoy muy eficaz. Desde la guerra contra el terrorismo hasta este enfrentamiento con China, se ha ido sedimentando. Nueva Zelanda no acepta la proliferación nuclear, pero su ubicación geográfica y su vulnerabilidad permiten pensar que su evolución progresista no impedirá unirse a esta alianza anglosajona en caso de ser necesario.
AUKUS es una alianza flexible de las potencias tecnológicas, que puede ser firmada con otros países de la región. Si los movimientos chinos siguen agitando ese sector del mundo, los aliados de EE. UU. pueden profundizar los acuerdos de seguridad.
REACCIONES EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE
China observó con ira que a ese bloque pudieran unirse, en el futuro, India, Japón, Taiwán, Vietnam y Filipinas, entre los más cercanos, por lo cual estalló de rabia con la firma del AUKUS. Declaró que se trataba de una provocación, pero es obvio que fue un modo de frenar los esfuerzos chinos de dominar el Indopacífico. Inmediatamente, Xi Jinping solicitó unirse a la Asociación Transpacífica (TPP), de la que Trump sacó a los EE. UU. Esa asociación comercial de once países, que firmaron un acuerdo para impulsar el libre comercio en el Pacífico, es hoy un blanco de la diplomacia china, lo que pone en evidencia el error de Donald Trump al abandonarla. Australia resiste el ingreso de China, un país que elevó los aranceles a las exportaciones australianas, entre otras sanciones.
Son muchos los países que sintieron alivio con la creación de AUKUS, empezando por Vietnam y Filipinas, frente a cuyas playas el gigante asiático inició la construcción de bases militares. También permitió cierto relajamiento en Corea del Sur, un país que recibe fuertes presiones económicas desde que aceptó la instalación de un escudo antimisiles de EE. UU. El miedo no es tonto: con un vecino como Corea del Norte, es mejor tomar medidas. Antoine Bondaz escribió, en el Financial Times que, para China, el pacto “es la realización de un miedo de larga data: la multilateralización de las alianzas estadounidenses en la región.
Hoy son Australia y el Reino Unido, mañana quizá se les una Japón”. El canciller japonés Motegi dio la bienvenida al acuerdo, mientras que en India los diarios aplaudieron la noticia. Estos países se han unido a los EE. UU. y el Reino Unido en ejercitaciones navales, que incluyeron a Corea del Sur y Canadá.
La creación del AUKUS partió de una rescisión de contratos multimillonarios de Australia con Francia para la construcción de submarinos con motores diésel. La pérdida de un contrato de 57.000 millones de dólares enoja a cualquiera, y más si a esto se suma que las negociaciones entre los firmantes se hicieron en el máximo secreto, sin informar debidamente a su aliado francés. Macron retiró los embajadores y vociferó contra los nuevos socios.
EE. UU. hizo un esfuerzo para reparar el daño y busca el modo de recuperar el vínculo. Macron minimizó la pérdida económica, que ya cubrió parcialmente con nuevos contratos de construcción naval con Grecia. Apenas se perdieron unos cientos de puestos de trabajo, aseguró el presidente francés, porque el trabajo se iba a realizar en Australia y los franceses aportarían cuadros de ingeniería. Lo que realmente enojó a los franceses fue el silencio y la duplicidad para con un sólido aliado que ha estado en todas las guerras junto a ellos. Jean-Yves Le Drian, canciller francés, dijo que había sido una puñalada por la espalda.
Es seguro que estas potencias volverán a las buenas relaciones, ya que comparten responsabilidades estratégicas en la OTAN, en el Sahel, en la lucha contra el terrorismo y en la propia región del Indopacífico. AUKUS dejó en evidencia la pérdida de influencia de Europa, pero la disyuntiva se presentó cuando Biden se reunió en la Unión Europea solicitando que China fuera incluido en la lista de las amenazas. La Unión Europea no lo aceptó (aunque sí fue denominado “adversario” por la OTAN). Biden comprendió la reticencia a enemistarse con un inversor tan importante. A pesar de esa discordancia, EE. UU. y los países de la OTAN están alertas frente a los despliegues rusos frente a Ucrania. El mundo se va ordenando, no en el sentido de la construcción de la paz, sino en la perspectiva realista de los intereses y capacidades.
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