“Tengo IFF encendido. Estamos en emergencia”, dijo, por última vez, el entonces capitán Rubén Héctor Martel, hoy mayor post mortem (PM). El 1.º de junio de 1982, los ingleses los habían localizado mientras estaban haciendo uno de los denominados “vuelos locos”. Un Sea Harrier, piloteado por el comandante británico Nigel Ward, abatió el Hércules C-130 TC-63 de la Fuerza Aérea Argentina que cayó en el mar Argentino, junto con toda su tripulación.
La maniobra que realizaban Martel y los suyos al momento del ataque, los “vuelos locos”, consistía en realizar vuelos a baja cota para no ser detectados, y luego adquirir altura rápidamente y encender el rastreador para detectar los ecos enemigos en pantalla.
Durante una entrevista con DEF, Ezequiel Martel, el menor de los tres hijos del oficial de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), habla de su padre, de la entrega y el patriotismo de la tripulación que integró y de la importancia de mantener viva la memoria. Tal es así que, en 2012, comenzó una investigación que lo llevaría al lugar exacto en el que cayó el Hércules de su papá: “Ubiqué los lugares donde habían caído los papás de mis amigos. Seguí y, finalmente, me di cuenta de que había marcado las posiciones de los 55 héroes de la Fuerza Aérea”.
Pero ese no fue el único proyecto en el que Ezequiel participó. También encaró con éxito el desafío de hacer algo similar con los caídos de las otras Fuerzas. y, actualmente, es parte de dos proyectos de monumentos: uno en Pinamar y otro en la localidad bonaerense de Dolores, que homenajeará al mayor (PM) Gustavo Argentino “Paco” García Cuerva, caído el 1.º de mayo de 1982.
UNA TRIPULACIÓN DE HÉROES
-¿Cómo se vivió la guerra en tu casa?
-De la promoción de mi papá, los únicos dos que cayeron en Malvinas fueron él y Gustavo Argentino “Paco” García Cuerva (mayor post mortem). Ellos eran muy amigos. García Cuerva murió el 1.º de mayo. Mamá me contó que un día acompañó a papá a la Brigada, se quedó esperándolo en el auto y, cuando lo vio regresar, observó que venía secándose los ojos. “Rubén, ¿qué pasa?”, le preguntó. “Lo bajaron a Paco”, respondió, y al mes, lamentablemente, le tocó esa misma suerte a él.
Mi mamá me cuenta que él era superoptimista. Iba a hacer lo que tenía que hacer y quería volver para contarlo. Una vez, mi madre me dijo: “Cuando me casé, yo sabía a lo que me atenía. Era su pasión, él amaba volar”.
-¿Tomás conciencia de los tipos de vuelos que hicieron en la guerra?
-Para mí, tuvieron demasiado coraje. Papá tiene dos medallas: la de “la Nación Argentina al Valor en Combate” y la cruz de “la Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”. Cuando se enteran, me suelen decir: “Imagino el orgullo que debes tener”. Pero a mí me hubiese gustado tener a mi papá. No te digo que es un premio consuelo, pero hay diferentes formas de morir y él se dio el gusto de morir haciendo lo que le gustaba: volando el avión que tanto quería, con la escarapela argentina.
-¿Sentís que lo que pasó fue en vano?
-Mirá, yo perdí feo a los 10 meses. Entonces, busco ganar de otra manera. ¿Qué es lo que gano? Que el apellido esté limpio y que forme parte de la historia junto a todos los demás apellidos que fueron parte de eso. Con Nico –Nicolás Bono, hijo del 1er teniente (PM) Jorge Alberto “Jote” Bono, héroe y piloto de A-4C Skyhawk–, solemos decir que lo que duele es no tener el acompañamiento físico, pero ellos no fueron a buscar bronce, sino que fueron a hacer lo que un 20 de junio habían jurado: defender a la bandera hasta perder la vida. Los 55 caídos de Fuerza Aérea lo hicieron.
EL DERRIBO EN MALVINAS
-¿Cuándo comenzó ese deseo de ir más allá de lo que te habían contado?
-Yo estudié el derribo, fue todo un proceso. Para el 21 de mayo ellos tenían dos portaaviones: el Invencible y, el más grande, el Hermes. Cada uno con un Escuadrón, el que lo derribó a papá era el jefe del Escuadrón 801.
-¿Cómo fue la caída del avión de tu padre?
-El 21 de mayo del 82, salieron a volar. Ward fue acompañado. Encontraron una patrulla de Pucarás. Los dos que iban con él se quedaron arriba, y él bajó, y le pegó al Pucará. Por la tarde, salió a volar con el más joven del Escuadrón, un teniente. Hicieron las maniobras y engancharon a una patrulla de tres aviones Mirage. El más joven derribó a dos y a Ward le quedó uno, al que apenas llegó a tirarle. El 24 de mayo, el jefe del Escuadrón 800 junto a su numeral derribaron a tres Mirage M-5 Dagger.
-Entonces, llegó el 1.º de junio…
-Sí. Ellos no habían podido encontrar el punto de abastecimiento de los Hércules y buscaban cortar la cadena logística. Lamentablemente, el 1.º de junio, papá y la tripulación hicieron el “vuelo loco”, que, en definitiva, era ofrecerse como blancos. Los enganchó el radar del buque Minerva. ¿Quién estaba de patrulla ese día? Ward, con el más joven del Escuadrón. Así que fueron los dos.
Supuestamente, el momento en el que pasó todo es cuando papá dijo: “Tengo IFF encendido. Estamos en emergencia”. Ahí se le van los dos aviones detrás. Ward iba con dos misiles sidewinder. En su desesperación, le tiró sin tenerlo enganchado y el misil se le fue al agua. Así que aceleró, lo enganchó y tiró el segundo. El avión se mantenía en vuelo y lo único que podía hacer era un amerizaje de emergencia. Pero no sucedió, porque le tiró con cañones.
“NO LO PERDONÉ, PERO ENTENDÍ”
-Vos pudiste hablar, en el programa radial de Andy Kusnetzoff, con Ward…
-Le pregunté por qué los cañones. Pero estaban dentro de la zona y el avión estaba camuflado, era una aeronave de guerra. Ward me explicó que el Hércules se le escapaba. Entonces, yo entendí, que en la cabina de papá venían con potencia plena. Estaban terminando la misión.
La nota fue un miércoles 27 de abril de 2011. Había pedido unos días porque detrás había otras seis familias. Necesitaba saber si estaban todos de acuerdo. En la conversación, Ward me dijo que era su trabajo: “Yo me había preparado para eso, como tu papá. Éramos militares de carrera. Fue un honor haberme enfrentado en el aire con tu papá”. No lo perdoné, pero entendí.
-¿Te gusta la profesión de tu papá o guardás algún recelo?
-Soy oficial de reserva egresado del Liceo Aeronáutico Militar, perteneciente a la Fuerza Aérea Argentina. Estoy muy agradecido. Es la institución a la que mi viejo eligió pertenecer. Y, siendo parte de ella, dio lo máximo que tenía. Por eso, trato de mantener viva su memoria y estoy muy agradecido del trato que tengo..
VIAJAR A MALVINAS
-¿Tuviste la posibilidad de ir a las islas?
-Viajé por primera vez el 10 de octubre de 2009. Nos tocó llevar a la Virgen de Luján. Fui al cementerio, vi su nombre. Pero no me iba a poner a llorar en un lugar donde sé que no estaba. Fui con el hijo del capitán (mayor post mortem) Carlos Eduardo Krause, Germán, con el que me llevo muy bien. Había llevado el escudo del Escuadrón, así que hicimos algo simbólico. Lo dejamos allá.
En septiembre de 2015, tuve la posibilidad de ir por una semana. Yo me levantaba en un hotel, me duchaba con agua caliente, me ponía ropa térmica y me tomaba un tazón de café. El frío entraba igual y te calaba los huesos. Entonces, ahí te imaginás todo lo que aguantaron. Sentís admiración. Igual, me quedó por conocer la isla Borbón…
-¿Por qué?
-Quería volver. En 2016, me acerqué a averiguar por viajes a Malvinas. El cruce, recuerdo, salía 2800 pesos. No llegué a pagar. Se cayó la reserva. La volvieron a hacer, pero se iba a 3000 pesos. Yo tenía una parte del dinero, me faltaba otra. Entonces, un veterano me pidió que fuera a visitarlo a su casa en Ramos Mejía: “Tomá. Es tu regalo de cumpleaños. Andá a sacar el pasaje”. Yo iba, por la calle, saltando de alegría.
Me contacté con el dueño de la isla Borbón, Ricki. Así que escribí un e-mail: “Soy Ezequiel. Perdí a mi papá en 1982, en un avión Hércules que cayó muy cerca de la isla. Mi sueño es poder ir y quisiera saber si lo aceptás”.
-¿Y qué pasó después?
-Me respondió: “Ezequiel vas a ser bienvenido. No vengas por una noche, vení por dos. De paso, te cuento, que hay restos del avión de tu papá”. Así que le pedí fotos. Y me mandó. A mi mamá, en 1983, le habían dicho que habían aparecido restos del avión en esta isla. Así que fui a El Palomar, vi a los mecánicos y les mostré las fotos. “Es un tren de aterrizaje del Hércules. ¿Está?”, me preguntaron. No lo podían creer. Les pedí que me dijeran qué es lo que yo iba a ver: “Cuando tengas la pieza, fíjate que, en el borde de la llanta, tiene que estar el código”.
-¿Encontraste el número?
-Ricki me ayudó a levantar la pieza porque llevaba varios años en ese lugar. Ahí estaba el código. Agarré lápiz y papel para calcarlo. Pude tocar a una parte del avión. Fue perfecto. Por la noche, al conectarme, le mandé un audio a mi mamá contándole que lo había encontrado. “Bien merecido, tenés lo que tanto lo buscaste. El hallazgo fue tuyo”, me respondió. Para mí, fue un premio.
-Emocionalmente, ese hecho debió haber sido fuerte…
-Eso fue el 14. El 15 salí a caminar solo para ver los restos. Aquel día lloré mucho, lo que no lloré en 35 años. Después, con un lápiz, escribí el apellido de los siete tripulantes, porque para mí son todos héroes, no es solo papá.
-¿Cuál pensás que es el mejor homenaje para tu papá y su tripulación?
-Está bueno poder rescatar, o que se pueda valorar, lo que un puñado de hombres fueron a hacer. Dejaron todo sin pedir nada a cambio. Vamos a perder mucho más si olvidamos. O, como reza la cabina del Hércules que está en El Palomar: “Los héroes solo mueren cuando se los olvida”.
Nunca debemos olvidar que, a pesar de todas las situaciones, le hicimos frente a una potencia. Nuestras Fuerzas Armadas no se quedaron atrás. Ese es mi orgullo. No tendré a mi papá conmigo, pero soy parte de esto.
* Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF
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