Para la gente de mar, el dominio de la extensa superficie marina siempre estuvo envuelto en una larga historia de leyendas, guerras, descubrimientos, comercio y explotación de recursos naturales. Alfred T. Mahan (1840-1914) fue quizás el marino que más influyó en asociar el dominio del mar con la prosperidad de las naciones. En su época, el dominio del mar estaba atado a la destrucción del adversario, en sintonía con el pensamiento de Max Weber, quien afirmaba que solo el Estado podía dominar a los hombres y ese era un privilegio que no se podía compartir con nadie. Pero las acciones que implicaban la dominación del mar requerían de la libertad para actuar, para abrirse paso y para eliminar o destruir aquello que no podía deshacerse o revertirse una vez tomada la decisión.
Durante los siglos XVII y XVIII, mientras las potencias europeas luchaban para lograr una victoria decisiva sobre su oponente, el mar fue dominado por rudos aventureros, osados balleneros, piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros atraídos por el comercio marítimo. La imprevisibilidad de las contingencias, sin que se pudieran controlar ni conjurar, determinó que nadie retuviera la soberanía y, sin embargo, todos mantuvieran su responsabilidad sobre las acciones que emprendían. El dominio del mar dejó de ser un fin en sí mismo para pasar a ser una actividad de riesgo, bajo la condición de ser un hombre libre.
Cuando C. Schmitt escribió, en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, su libro Tierra y mar, concibió la historia universal como una lucha entre potencias marítimas y terrestres, y entre las terrestres y las marítimas. En forma sutil y mediante imágenes de la mitología y la historia universal, nos hizo imaginar una lucha desigual entre tierra y mar, donde de un lado se intentaba destrozar al enemigo y, del otro, impedir que el adversario comiera y respirara. Al igual que las bestias bíblicas Behemot y Leviatán, lucharían por el espacio que sus súbditos ocupaban y usaban para crecer y vivir, solo que lo harían de distinta forma. Mientras Behemot trataba de destrozar al Leviatán con sus cuernos y colmillos, Leviatán cerraba con sus aletas las fauces y el hocico de su enemigo para impedir que comiera y respirara. ¿Quién era más efectivo: quien atacaba directo o quien quitaba la libertad de acción a su oponente?
Me pareció interesante plantear esta imagen de lucha de la tierra contra el mar y viceversa, ya que adelanta dos estrategias muy presentes a lo largo de la historia universal: dominar el espacio que ocupa el otro o negarle su libertad de acción.
Más allá de pensar en los seres, entes y artefactos que existen en el mar, el punto es que, si el mar sirve para algo, o sea, si tiene alguna utilidad, alguien debe ordenarlo. En cambio, si el mar no fuera útil como la tierra, ¿qué sentido tiene impedir el libre acceso y uso de quienes procuran el sustento de millones de seres humanos?
El dominio del mar fue una ficción, porque solo una existencia marítima podía ser capaz de dominarlo. Hoy no podemos entender este espacio como una simple dimensión vacía de contenido y, tal como predijo Schmitt, el mar dejó de ser un elemento para ser un campo de fuerzas donde el hombre desplegaría su energía, su actividad y esfuerzo. Entonces, ¿de qué hablamos en nuestro país cuando hablamos del dominio (soberanía) del mar?
La Argentina es un país que ha vivido de espaldas al mar. Un país que retrocede y que necesita revisar su estrategia basada en ventajas comparativas y competitivas para superar una coyuntura que va a perdurar los próximos años. El Estado no tiene las capacidades para impulsar iniciativas sin el aporte privado, pero sí tiene posibilidad de quitar las altas cargas impositivas, infinitas normas y regulaciones que solo han hecho desaparecer y restringir la actividad marítima, la construcción y reparación en astilleros, la formación de la gente de mar, industrias, transporte e investigación que podrían generar fuentes de trabajo sustentables en el tiempo.
Sin un poder naval creíble y presente para acompañar la creación de esos espacios alrededor de una existencia marítima colectiva en el mar, la Argentina quedará reducida a un papel inferior en su porvenir.
* Esta nota fue producida y escrita especialmente para DEF. Su autor es contralmirante (R) de la Armada Argentina, exdirector nacional de CyT.
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