“Llevo 20 años de trabajo junto con el Hércules C-130. Es un avión que genera pasiones y amores. Mi hobby es viajar en moto por el país, y, charlando con una persona de Río Grande, él recordaba que, cuando esa ciudad quedó aislada por una nevada, debían ir a pedir comida al aeropuerto, y era el Hércules el que les llevaba las provisiones. A este avión le decimos, cariñosamente, la “chancha”, porque siempre está sucio y vuela cerca del suelo. Es una aeronave versátil, podríamos decir que es un camión con alas. Lo que tenga 20 toneladas y entre en el compartimiento de carga, el C-130 lo lleva”, cuenta con pasión el suboficial principal Estaban Luna, desde los talleres ubicados en la 1ª Brigada Aérea, en el Palomar.
El Hércules, al inicio de la pandemia, protagonizó los vuelos de repatriados y llevó insumos y personal médico a distintos puntos, a lo largo y a lo ancho del país. Con relación a estas tareas, Luna agrega: “Son cosas que a uno le transmiten amor por el avión porque, en definitiva, la aeronave es de aluminio, pero las personas le ponemos alma. Nosotros dejamos una parte de nuestra vida para que pueda volar”.
SU MANTENIMIENTO
Los hangares que integran los talleres del C-130 están divididos en dos áreas: mantenimiento menor y mayor. Mientras que el primero está enfocado en solucionar y realizar las verificaciones del día a día, el segundo realiza una inspección profunda en la que se desarma prácticamente todo el avión. “Se estudia pieza por pieza. A su vez, se le aplican los boletines del fabricante si es que hay algún tipo de problema o falla en el material. Motores, hélices, tanques de combustible, la estructura primaria, tren de aterrizaje…todo es estudiado al detalle y, si amerita algún tipo de reparación estructural, también se realiza en ese punto”, detalla Luna, quien, como integrante del grupo técnico, está a cargo de esta instancia. Además, comenta que, luego del trabajo, se realiza un vuelo de habilitación del avión y se entrega el avión a primera línea para que se lleven adelante las tareas operativas que emanen de la superioridad de la Fuerza.
“Aquellos con mayor experiencia, con mayor cantidad de horas de vuelo, cumplen funciones en el equipo de control de calidad y son quienes realizan los vuelos de aceptación, que, si bien son rutinarios, no están exentos de riesgo”, explica Luna y agrega que, todos los años, los Hércules son sometidos a una inspección mayor. Pero, a su vez, cada 15 días, se evalúan las novedades en controles menores.
Con Luna, trabajan alrededor de 20 personas: “Están expuestas a una carga de trabajo bastante grande. A su vez, buscamos que sumen habilitaciones y experiencias a lo largo de su carrera. Además, algunos de ellos también son mecánicos de vuelo, así que no siempre tenemos la misma cantidad de gente trabajando con nosotros”. Él, por ejemplo, integra el grupo técnico como encargado de mantenimiento mayor, pero, a su vez, es inspector general de aeronave, de vuelo y mecánico de abordo.
¿De qué se trata ser mecánico de vuelo? “Es parte de nuestro trabajo dual. A veces, uno se ve expuesto a realizar ciertas tareas de mantenimiento, siempre y cuando cuente con una serie de habilitaciones por parte del órgano técnico de la unidad. Notificamos la novedad, se evalúan las soluciones y se asesora. Las tareas que se realizan están amparadas por la documentación técnica”, detalla el suboficial principal. Nada, en estos hangares, está librado al azar.
MÁS DE DOS DÉCADAS DE TRABAJO JUNTO AL HÉRCULES
“Tengo 46 años. Mi pasión por los aviones comenzó a los seis años, cuando me regalaron una revista especializada. Mi padre era albañil y mi mamá, empleada doméstica. En aquel momento, el presupuesto no alcanzaba para que pudiera estudiar en la escuela técnica o para ser piloto. Así que, a los 15 años, sin avisarles a mis padres, tomé la decisión de anotarme para ingresar a la Fuerza Aérea. Fui aceptado. Entonces, fueron tres años de estudio en Córdoba, con una beca parcial. Luego, fui destinado a Río Gallegos, donde trabajé con los Mirage 5. Más tarde, ya en Buenos Aires, trabajé con los F-27 y, desde el 2000, lo hago con el Hércules”, recuerda Luna al repasar su vida en la Fuerza.
El hombre se describe como un apasionado por el Hércules: “Este avión tiene la gracia de haber dado la vuelta al mundo, cuando llevaron un reactor de isotopos radioactivos del INVAP a Australia. También, nos encontramos con esta aeronave trabajando en catástrofes. Está presente en varios países del mundo. De hecho, hasta se realizan ejercicios con otras fuerzas aéreas para evaluar cómo podemos cooperar en caso desastres naturales”. El suboficial también recuerda que colaboraron con Perú cuando este país se vio amenazado por las fuertes lluvias en la zona de montaña. “Nos encargamos de repartir la ayuda humanitaria”, comenta, y agrega que, con “la chancha”, conoció la Antártida.
“Recuerdo que, durante las inundaciones en Santa Fe, nos tocó trabajar intensamente, sin horario y pese al clima, para poder mantener a los aviones volando y que pudieran llevar frazadas, colchones y bolsas de comida a personas que habían perdido todo. Esa entrega fue gratificante, es lo bueno que tiene este trabajo”, confiesa Luna. A su vez, manifiesta: “Uno trabaja para llevar alivio y ayuda. A veces, eso nos lleva a dejar un poco de lado a nuestra familia. Yo he pasado 27 días de vuelo constante. En aquel momento, literalmente, el mes se me pasó volando. Es fuerte cuando, por ejemplo, mi pareja, me mira con cara de resignación cuando le digo que no podemos concretar el plan que tiene pensado para el fin de semana porque yo tengo previsto trabajar”.
“En la Fuerza Aérea, cumplí ‘el sueño del pibe’. Durante un viaje en moto, viendo mi vida en retrospectiva, la carrera y la elección de mi pareja son cosas que volvería a elegir. Ver despegar al Hércules es una caricia al corazón. Es la satisfacción del trabajo bien hecho”, confiesa.
“EL MEJOR VUELO DE MI VIDA”
El suboficial principal Jorge Jiménez, encargado del mantenimiento menor, también brindó algunos detalles sobre las misiones que tienen: “Aquí atendemos a todas las aeronaves que tenemos en servicio. Nosotros somos los primeros que recibimos la orden para preparar el C-130. Acá no tenemos ‘Día de la Madre’ ni ‘del Padre’, ni fines de semana o feriados. Debemos preparar el avión o esperarlo para recibirlo y levantar las novedades que puedan haber surgido. Después, hay un protocolo de mantenimiento menor. Además, el Escuadrón de Control nos baja toda la planificación mensual, ellos son nuestros ojos en las tareas que nos ordenan”.
Jiménez también vivió el proceso de modernización realizado por FAdeA. “Debimos actualizarnos, pero, al sistema de armas lo benefició en un 100 por ciento. Por suerte, la generación más joven de mecánicos se maneja con facilidad con las computadoras, necesarias para analizar las fallas o novedades de la aeronave”, indica.
Como detalla, no están exentos de trabajar en fechas especiales. De hecho, comenta que un 24 o 31 de diciembre se los puede encontrar bajando motores. “Nuestras tareas más intensas se concentran entre noviembre y marzo, por la campaña antártica”, agrega. Este año, además, debieron trabajar intensamente con la llegada de la pandemia: “Gracias a Dios, pudimos cumplir con las tareas que nos encomendó el Ministerio de Defensa. Fue una satisfacción personal”.
Al repasar los inicios de su carrera y ese primer contacto con el avión, el suboficial dice que, con el pasar de los años, la responsabilidad es mayor. “Ya llevo 26 años con el Hércules. Cuando llegué a este sistema, miraba el avión y no lo podía creer. Era un sueño cumplido. Si no llevás el C-130 en el alma o en el cuerpo, no te conviene estar acá. Uno pasa mucho tiempo acá adentro y no es nada fácil. Yo le tomé mucho cariño. Estoy satisfecho y orgulloso de haber hecho una carrera acá. La Fuerza me dio alegrías y satisfacciones, por ejemplo, el haber integrado la primera tripulación de Hércules en dar la vuelta al mundo”, resume.
¿Por qué hicieron ese vuelo? Para llevar un reactor a Australia. “En ese momento, estaba por nacer mi hijo más chico. A su vez, se había armado un puente aéreo a Haití. Un día, salí con el uniforme para ir al banco. En el camino, una persona me preguntó cómo llegar a la Brigada. Le dije que, si me esperaba, lo acompañaba. En el camino, me comentó que debían hacer un vuelo a Australia”, relata el suboficial, quien al llegar al Escuadrón bromeó con que viajaría a ese país.
Una vez que nació su hijo, Jiménez estaba a punto de participar de los vuelos hacia Haití cuando un compañero le pidió ir en su lugar. “A los dos días, mi encargado me ordenó que debía ir a Australia con el C-130 para llevar un reactor. Si mi compañero no me hubiera pedido el vuelo, seguramente iba a ir él. Fue el mejor vuelo de mi vida, lo fue para toda la tripulación. Fueron 15 días, y lo mejor es que el avión se portó excelente y no tuvo novedades”, describe. Es contundente a la hora de finalizar: “Este sistema de armas es la razón de ser de mi vida”.
*Esta nota fue producida y escrita por una miembro del equipo de redacción de DEF
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