Si algo saben las mujeres que integran las filas de las Fuerzas Armadas Argentinas es que, en la actualidad, no hay obstáculos para alcanzar sus sueños y proyecciones profesionales. Sin ir más lejos, recientemente, la teniente Sofía Vier se convirtió en la primera piloto de Caza de la Fuerza Aérea Argentina. Y, en 2015, vimos a la primera mujer en alcanzar el grado de general en el Ejército.
Desde los hangares de la Ira Brigada Aérea, en el Palomar, DEF dialogó con dos de las mecánicas que trabajan para que los Hércules C-130 puedan volar y cumplir con las diferentes misiones, desde las vinculadas a la campaña antártica hasta el apoyo realizado en el marco de la pandemia.
“Desde chica, siempre sentí la vocación de ser mecánica”, confiesa la cabo principal Sofía Gómez Roldán. Con 30 años, se desempeña en la parte de mantenimiento menor del Hércules. Oriunda de Villa Mercedes, provincia de San Luis, cuenta que, por tener familiares militares, supo que podía cumplir con su sueño en las Fuerzas Armadas: “Me preparé para entrar a la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea, donde se forman los mecánicos, rendí los exámenes y pude ingresar. Yo quería ser mecánica de avión y, cuando se lo dije a mis padres, se sintieron muy orgullosos por mi decisión. Siempre me ayudaron y apoyaron en todo”.
Una vez adentro, y gracias a su promedio, Sofía pudo ir destinada a la Ira Brigada Aérea del Palomar, donde se realiza el mantenimiento de este sistema de armas: “Ya llevo ocho años acá. El primer día, cuando vi llegar al avión, gigantesco, tuve la impresión de que no iba a poder llegar a conocerlo en profundidad. Pero, con el paso del tiempo, adquirí experiencia. Además, la Fuerza nos dio cursos para poder trabajar en lo que es primera línea y, con el tiempo, llegué a familiarizarme con el Hércules”.
¿Qué tareas lleva adelante? “Aquí recibimos los vuelos y resolvemos las novedades que puedan impedir que un avión salga o aquellas con las que regresa la aeronave después de haber volado”, explica Sofía. Junto a ella, trabajan, aproximadamente, siete mujeres más. “No somos muchas. Quizá cuesta un poco ingresar a un ambiente que solía estar ocupado exclusivamente por hombres. Pero, la verdad es que nuestros compañeros nos ayudan un montón. Sin obstáculos, hacemos el trabajo. Quizá hemos sido dos o tres mujeres bajando una hélice, pero concretamos la misión”.
“Tengo amigas civiles y militares. Cuando les cuento sobre mi trabajo a las primeras, se sorprenden. Para ellos es un montón, pero, para nosotras, es algo de todos los días. En definitiva, es nuestra vida. Pasamos muchas horas trabajando junto a los Hércules”, confiesa Gómez Roldán y, además, comenta que es muy difícil planificar actividades fuera del horario de trabajo debido a que las distintas misiones imponen desafíos que deben ser resueltos para que el C-130 pueda despegar. “Con la pandemia, debimos hacer vuelos al exterior y al interior del país. Trabajamos mucho para que el avión pudiera despegar con el objetivo de llevar insumos a distintos destinos. Entrábamos a las ocho de la mañana y salíamos a las 12 de la noche. También nos pasó que debíamos estar preparados para recibir un avión a las dos o tres de la mañana. La verdad es que fue muy duro, pero nos llenó de orgullo poder pertenecer a este sistema de armas, tan emblemático de la Fuerza. Sabíamos que, detrás de nuestro trabajo, quizá, ayudábamos a una familia. Fue una gran satisfacción haber podido colaborar”, confiesa.
Sofía, quien también es instrumentadora quirúrgica, hace hincapié en la importancia de contar con un grupo de trabajo a la hora de hacer frente a las diferentes tareas: “Acá uno pasa muchas horas, fines de semana, feriados y fechas importantes, como Navidad. Somos una gran familia”, dice y resume: “Me saco el sombrero frente a mis compañeros. Hay cariño y compañerismo. Nos ponemos la camiseta siempre, más aún en este año tan difícil, de pandemia, en el que debimos trabajar el doble para sacar todo adelante. Para mí, es un orgullo pertenecer al equipo del Hércules, una aeronave que trajo compatriotas para que pudieran reunirse con sus familias”.
“VENDÍ TODAS LAS COSAS QUE TENÍA PARA PODER VIAJAR”
En el mismo hangar se encuentra la cabo primero Marina Castro, una jujeña que relata con orgullo los obstáculos que superó. “Soy de la localidad de Palpalá. Un día, fue gente de la Armada a dar charlas sobre la carrera y le pregunté a mi papá si podía ir una vez que terminara el secundario. Me dijo que no, porque eso significaba instalarme en Buenos Aires”, cuenta. Más tarde, se recibió en una escuela industrial como técnica electromecánica.
El tiempo no había borrado sus deseos; sin embargo, debió inscribirse en la universidad en otra carrera. “Entré a la facultad con una beca y me anoté en la carrera de ingeniería industrial, pero me di cuenta de que no me gustaba. Además, lo económico representaba un verdadero desafío, porque yo tenía que estudiar y trabajar. Así que, un día, le dije a mi mamá que no me iba a anotar en las materias del segundo cuatrimestre porque quería entrar a la Fuerza Aérea”, cuenta Marina, quien, con 22 años, estaba cada vez más cerca de cumplir su sueño. De hecho, su elección fue estratégica: la Escuela de Suboficiales estaba en Córdoba y, de esa manera, cumplía con el deseo de su papá de no viajar a Buenos Aires.
“Vendí todas las cosas que tenía para poder viajar. Me compré los pasajes, comencé a salir a correr y agarré las carpetas del secundario para repasar las materias. Finalmente, me fui a Córdoba. Era la primera vez que salía de Jujuy, creo que lloré hasta Santiago del Estero”, bromea Marina, quien también relata que ese domingo se subió al micro con su traje de candidata, preparada para asistir a la Escuela. “Llegué pidiendo indicaciones. Yo, con mi trajecito y pequeño bolso. Es más, recuerdo que el colectivero me dijo que me iba a dejar cerca y se pasó. Para colmo, llovía. Fue dramático”, cuenta Marina y sonríe al recordar la anécdota. “Hoy, mis padres están muy contentos y orgullosos”, agrega.
Ella no fue la única que siguió a la Fuerza. Mientras estaba en Buenos Aires, le compró un regalo a su hermana y le pidió a un compañero, que viajaba a Jujuy, que se lo llevara: “Mi hermana se terminó casando con él y hoy tienen una hija. Ella lo siguió a Comodoro Rivadavia, porque él está destinado en el sistema Twin Otter. Como él vuela mucho a la Antártida y mi hermana estudia Abogacía, mis padres se mudaron con ellos para ayudarla”.
Desde un principio, Marina pudo elegir trabajar con el Hércules. “Gracias a Dios, pude hacerlo. A mí se me abrieron las puertas, tuve mucha suerte, aunque debí acostumbrarme un poco, porque se trabaja con elementos muy pesados”, comenta.
¿Es más difícil esta labor para las mujeres? Marina afirma que no y cuenta que, por el contrario, hasta pueden agilizar varios de los trabajos. En algunas ocasiones, para acceder a un lugar de la aeronave, los varones deben utilizar más herramientas; sin embargo, ellas, con sus manos, pueden hacerlo sin necesidad de otros artefactos. “Es un cincuenta y cincuenta. Todo es cuestión de agarrarle las ‘mañas’ al avión, porque, si bien uno adquiere la fuerza necesaria para diferentes labores, hay una parte muy importante referida a la técnica”, confiesa.
“Para mí, la Fuerza Aérea es mi vida, no me importa el sacrificio. Si salgo de una guardia, pese al cansancio, me acerco a ayudar para que el avión pueda estar en servicio”, expresa y comenta que una de las cosas que más satisfacción le genera es ser testigo de los reencuentros que suceden gracias al Hércules. “Ocurrió en los vuelos de pandemia y también sucede cada vez que vuelven de Marambio. Es algo muy lindo ver las sonrisas de esas personas que están esperando que el avión las lleve al continente y, más tarde, presenciar ese encuentro con sus familias”, se emociona.
* Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF
LEA MÁS