Cuando caen heladas, sobre Campo de Mayo, se sienten en los huesos. Sin embargo, pese al frío y al cansancio, los oficiales, y las oficiales, de las diferentes Fuerzas Armadas que se encuentran como cursantes en la Escuela de Aviación del Ejército se despiertan todos los días con un sueño: convertirse en pilotos de helicóptero.
Su alojamiento se encuentra a unos pocos metros de la Escuela y todas las mañanas se alistan para concurrir a ella. Ahí, deben mirar la planificación de vuelo diaria para saber en qué horario, con qué aeronave y con quién subirán a su helicóptero, ya sea un Bell 206 B3 o un AB 206 B1. Una vez allí, toman sus cascos, preparan sus equipos y se reúnen con su instructor para preparar el briefing: una reunión de coordinación en la que se revisan las maniobras que se van a practicar.
Los helicópteros AB 206 B1 con los que vuelan fueron entregados por FADEA a comienzos de este año y tienen pocas horas de vuelo. A pesar de eso, y antes de que el cursante llegue a subir, un mecánico de la Escuela realiza una inspección diaria para comprobar que todos los sistemas estén funcionando correctamente. En el horario estipulado, y con la lista de chequeo de procedimientos, los oficiales se suben a las aeronaves.
Entre todos los oficiales varones, se destacan tres mujeres, dos del Ejército y una de la Fuerza Aérea. Las del Ejército llevan consigo una carga desconocida para sus colegas masculinos: en diciembre, quizá, se conviertan en las primeras pilotos de helicóptero de esa Fuerza.
“Desde chica, quise ser piloto. Quería volar lo que fuera”, confiesa la subteniente Natalia Cabistáñ. Hoy tiene 24 años, una carrera y el deseo de concretar una nueva meta. Nacida en Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires, cuenta que esa fue la razón por la cual no viajó a Córdoba para ser parte de la Fuerza Aérea: “Decidí irme a El Palomar por una cuestión de cercanía. Soy muy familiera, así que intentaba viajar todos los fines de semana”.
Natalia se presentó a rendir en el Colegio Militar de la Nación con la idea firme de convertirse en piloto, pero se encontró con que primero tenía que ser una oficial de las armas y especializarse dentro de la Fuerza. “Eso no fue impedimento. Ya estaba en el baile. Elegí Ingenieros (una de las armas) y egresé”.
Los siguientes años se caracterizaron por su ansiedad: ella quería hacer el curso de piloto, pero se lo tenía que comunicar a su jefe. “Mi coronel, quiero ir a Aviación”, le dijo y se sintió más aliviada. “Ellos entendieron que ese era mi sueño. Empecé a gestionar los papeles, vine, rendí y aprobé el ingreso. Cuando llegué acá, me dijeron que en el Ejército todavía no había mujeres aviadoras. Ese fue un plus más que se sumó a estas ganas”, expresa sonriente. No es para menos: ya pudo hacer su “vuelo solo” y faltan pocos meses para finalizar el curso.
“En el ‘vuelo solo’ conocí el significado de lo increíble. Hace mucho que no veo a mi familia por el tema de la pandemia. Están muy contentos y expectantes. Gracias a Dios, me acompañaron en mi decisión. Incluso, les pedí que, el día en que me sientan quebrada, me recuerden para qué estoy acá: remé en dulce de leche para poder llegar”, cuenta.
La subteniente Roxana Andrea Humano también tiene una historia para contar, una de perseverancia. Al terminar el secundario en la localidad de Cafayate, Salta, decidió cursar arquitectura en Tucumán. El costo de estudiar en otra ciudad, sumado al de la carrera, comenzó a ser difícil de sobrellevar para su mamá. Así que, sin decirle nada a nadie, se anotó en la Escuela de Suboficiales del Ejército. “Rendí, aprobé y me recibí como cabo del arma de Ingenieros”, explica y agrega que, durante ese tiempo, decidió superarse. Dejó todo y, en el 2014, rindió para entrar al Colegio Militar de la Nación. Años después, pudo convertirse en oficial.
“Mi mamá siempre estuvo conmigo. No tengo papá, pero sí hermanos y abuelos maternos. A ellos, no les dije nada y cuando ingresé al Ejército fue una sorpresa. Mi mamá estaba muy emocionada y contenta. Por la pandemia, no pueden venir a verme, pero siempre me apoyaron y están conmigo todos los días”, relata.
¿Cómo fue que decidió, una vez más, desafiarse a sí misma? Ella lo pone en palabras: “Veía pasar a los helicópteros y, como cadete, pude participar de una maniobra en la que me subieron a uno. Ahí sentí la sensación única de poder mirar todo desde el cielo. Vi al piloto estar al mando. En ese momento, me decidí”.
De la charla, también participa la teniente de la Fuerza Aérea, Amparo Fernández. Ella ya pudo volar otras aeronaves, pero se confiesa una apasionada de los helicópteros y es por eso que ser piloto de esta aeronave es el objetivo que persiguió desde que egresó de la Escuela de Aviación.
Hoy disfruta de ser parte de las Fuerzas Armadas: “Es un desafío y una carrera con vocación de servicio. Hay mucho aprendizaje. Estamos en todo el país y también realizamos tareas de ayuda humanitaria. Se trabaja con la ONU y con FF. AA. del extranjero”.
Formadores de helicopteristas
“Aviación de Ejército es la responsable de formar a los pilotos de helicóptero de las Fuerzas Armadas”, dice el director de la Escuela de Aviación, el coronel Roberto Manuel Ceretti. Además, explica que los oficiales que provienen de la Fuerza Aérea y de la Armada ya son aviadores militares, mientras que, por el contrario, los cursantes del Ejército comienzan desde cero. “Esta escuela lleva formados aproximadamente 800 pilotos. Hace 11 años que tenemos la responsabilidad de dictar este curso", detalla.
En las instalaciones de este Instituto, también se forman aquellos pilotos que, del medio civil, deciden ingresar a la Fuerza: “Hacen seis meses en el Colegio Militar y, luego, realizan el curso de piloto de Ejército”. Además de esos cursos, en la Escuela se busca mantener al personal adiestrado y entrenado a partir del uso de simuladores. Poseen software con fines técnicos, en los que, por ejemplo, se practican técnicas de emergencia, vuelo instrumental y otros ejercicios tácticos para practicar operaciones militares.
¿Cómo se organizan en tiempos de pandemia? “Este momento particular puso a prueba toda la experiencia de los años anteriores e implicó un esfuerzo por parte de toda la organización. Dimos clases teóricas virtuales y, en mayo, se reactivaron las clases presenciales. Hemos logrado ponernos a tono gracias a que los integrantes de la Escuela han venido a dar clases los fines de semana y feriados. A veces, extendemos las horas. Porque, además, nuestras clases también dependen de la meteorología”, cuenta el coronel y agrega que todas las clases se dan bajo los más estrictos protocolos sanitarios. “Esta escuela es desinfectada periódicamente para minimizar y mitigar las posibilidades de contagio de COVID-19. Apenas baja una tripulación, también se desinfecta la aeronave con productos especiales que no dañan los instrumentos de vuelo”, indica.
Ceretti se refiere al “Vuelo solo”, una instancia que ya fue superada por los cursantes y que marca un antes y un después en la vida de los pilotos: “Algunos se sueltan y, en una parte del circuito de vuelo inicial, llegan a pegar un grito de alegría cuando ven hacia fuera, observan que está vacío el lugar del instructor y se dan cuenta de que lo están haciendo solos. Ese es un éxito que se vive en toda la organización”.
El coronel detalla que el sistema busca que quien egrese cumpla con todos los estándares de seguridad porque, en el futuro, serán quienes transporten al personal en distintos tipos de misiones. Por eso, también cuentan con el asesoramiento de una psicóloga, la licenciada Mónica Caro, quien hace 20 años presta atención al personal en el Centro de Orientación Educativa. “Cuando se incorporan, yo hago la selección y vemos los perfiles del cursante. Tengo en cuenta, entre varios factores, la parte de toma de decisiones, el trabajo en equipo, el liderazgo y todo lo que tenga que ver con lo emocional y cómo eso puede interferir en su psicomotricidad”, menciona y relata que realiza perfiles de los instructores con el objetivo de encontrar el indicado para cada cursante: “Algunos son ideales para el primer tiempo de vuelo y otros son mejores en la etapa operativa”.
La licenciada Caro explica que también trabaja con el entorno familiar de los pilotos. En ese contexto, recuerda un episodio que, con el tiempo, le generó gran satisfacción: “Como en toda actividad de riesgo, ha habido accidentes y enseguida se trabaja con el grupo familiar. En la actualidad, uno de los hijos de un piloto fallecido se convirtió en psicólogo aeronáutico. Fue una grata noticia porque, años atrás, cuando ocurrió el accidente, hablé con su mamá para que buscásemos que, en vez de generar aversión a la actividad de su papá, lo internalizásemos en lo que él amaba hacer”.
Mónica aún se emociona cuando los alumnos salen a volar solos. “Te abrazan porque, para ellos, sos parte del engranaje de sus estudios. Me encanta trabajar acá y ellos saben que cuentan conmigo para resolver cualquier situación de sus vidas”, finaliza.
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