Servir con honor. Mientras la pandemia castiga a buena parte del mundo, en Argentina, los hombres y mujeres de la Armada dedican su tiempo a ayudar a aquellos que más lo necesitan. ¿Cómo? En el marco de la Operación General Belgrano, la institución y, más precisamente, su Escuadrilla de Ríos, brindan apoyo a los isleños de los partidos bonaerenses de Baradero, San Pedro, Zárate, Luján y Exaltación de la Cruz, entre otros.
DEF tuvo la oportunidad de viajar a bordo de uno de los barcos que se encuentran afectados a estas tareas y recogió algunas historias de hombres y mujeres que, en medio de la tragedia sanitaria, solo piensan en estar al lado de los argentinos que más sufren el presente.
“Siempre le digo a mi gente: la primera familia está en la casa y, la segunda, somos nosotros”
“Abajo, tengo una dotación de 64 hombres y mujeres, y básicamente soy la cabeza de ese equipo que trabaja para poner el buque a punto y poder cumplir la tarea que nos asignan, que en esta ocasión es llevar alimentos e insumos sanitarios a las familias isleñas”, dice el capitán de corbeta y comandante del patrullero ARA King, Francisco Javier Oleiro, mientras la embarcación navega a la altura del kilómetro 274 del río Paraná. Hace 22 años que el capitán vive entre barcos, y comenta que eso que más disfruta es, quizás, la parte más difícil de su trabajo: “Acá ningún día es igual a otro. Todos imponen un desafío nuevo, la meteorología, el mar, el río o la misión pueden parecer similares, pero no lo son”.
-¿Cuántos días llevan estas operaciones y cada cuánto vuelven al puerto?
-Las operaciones están previstas para que duren diez días, desde que el buque zarpa hasta que vuelve. En lo que es la distribución de alimentos, es un trabajo diario, la duración es de tres o cuatro días. Y el regreso al puerto para reabastecerse de los bolsones de alimento se hace en coordinación con los municipios.
-¿Se hace difícil complementar el trabajo con la familia?
-En general, uno se acostumbra, pero al principio sí. No es un trabajo normal, con el que uno vuelve todos los días a casa. Hay distanciamiento, uno trabaja en un lugar y la familia vive en otro. De a poco, uno se va acostumbrando y le saca el máximo provecho al tiempo que tiene con la familia.
-¿Qué debe que tener alguien que se quiera dedicar a esto?
-Creo que todos pueden hacer el intento. Esto no es un trabajo rutinario, siempre hay cosas que cambian. Se deben tener esas ganas de hacer algo distinto todos los días, de estar en movimiento, de ir a diferentes lugares y saber que uno no va a dormir siempre en su casa. Siempre le digo a mi gente que la primera familia está en la casa, y que la segunda familia está a bordo: somos nosotros.
Ayudar, un precepto de vida
La segunda familia de la que habla Oleiro es esa tripulación de hombres y mujeres que se embarcan con el objetivo de prestar servicio a la institución. Una de ellas es la cabo segundo y asistente de cocina Paula Ríos. De raíces tucumanas, Paula ingresó a la Armada cuando su hija cumplió dos años y ella tuvo la oportunidad de hacer el curso; hoy, su hija tiene siete, y Paula recuerda con cariño el apoyo que le brindó su familia para poder cumplir su sueño.
-Desde que entraste, ¿la cocina siempre fue tu lugar?
-Siempre. De hecho, yo fui quien pidió estar en este lugar.
-¿Cómo es preparar un menú para una embarcación de 61 personas?
-Cuando hay poca gente, llevamos el día a día. Qué quieren comer, qué hacemos. A veces, por la cantidad de víveres, tratamos de racionar de los alimentos.
-¿Cuál es el menú preferido?
-Milanesas. Les das milanesas y son felices. Y mientras más grandes, mejor.
La cabo Ríos sostiene que nunca había vivido una experiencia como esta, en la que puede ayudar en forma directa a la gente. “Me ha tocado bajar en lanchas con ollas y cubiertos para cocinar en la isla donde se hacía la ayuda. Anteriormente, en una de las campañas sanitarias que se hacen, fui a río Bermejo y fue una experiencia bastante buena. Una señora nos prestó la casa y cocinamos para todos los que estaban presentes, entre enfermeros, médicos y la gente que vivía ahí.
-Siendo madre, ¿qué te pasa que cuando ves a los niños?
-Recuerdo a mi hija y a mis hermanos. Tengo una hermana de cuatro años. Es muy difícil. Por mí, les daría todo.
-¿Traés cosas para donar?
-Si, siempre siento que tengo que traer regalos para todos.
“Ver feliz a la gente compensa con creces el sacrificio que hacemos”
La ayuda y la dinámica diaria como atractivos para lanzarse al desafío de pasar los días arriba de un buque, con el objetivo de servir y proteger los intereses de la Nación. Algo de eso debió haber pensado el suboficial Osmar David Durán, un santafesino de 35 años que vio un barco de la Armada, por primera vez en su vida, a los 23 años y que, en ese momento, supo que su destino estaba ahí.
-¿Cuál fue el primer barco al que te pudiste subir?
-En la Escuela Naval, nos llevaron a visitar parte de la flota. El primer barco al que subí fue el destructor ARA La Argentina, en el cual después tuve la oportunidad de navegar como aspirante de la Escuela de Suboficiales.
-¿Qué fue lo que sentiste? ¿Era lo que esperabas?
-Los sentimientos fueron de asombro y admiración de ver algo tan grande, tan gigantesco.
Las primeras armas del suboficial Durán fueron en Mar del Plata, a bordo de la corbeta ARA Drummond. Ahí, era uno de los encargados de la flota y tenía como objetivo custodiar el patrimonio marítimo y controlar la pesca ilegal; tiempo más tarde, integró las tripulaciones de la Fragata Libertad y del multipropósito Hércules, hasta llegar finalmente al ARA King.
-Tenés hijos, ¿les gusta tu trabajo?
-Mi hijo es chico, pero sueña con ser marinero. Su abuelo lo fue y su papá lo es. Siempre está dibujando barcos y marineros. Le encanta y se divierte mucho al venir al barco. Me tocó traerlo a pasar una Navidad y le gustó mucho, la recuerda siempre con mucho cariño y me lo dice.
-A pesar del contexto, ¿qué es lo que más disfrutás de las actuales operaciones durante la pandemia?
-Estando en la Flota de Mar, no tenemos mucho contacto cercano con las personas, lo cual hace que este sea un trabajo más aislado. En este caso, he tenido la oportunidad de acercarme a las personas a llevarles alimento, y el hecho de verlas felices y agradecidas es impagable. Nos satisface y compensa con creces el sacrificio que hacemos.
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