Adentrarse en el futuro es una tarea compleja y cuando es confrontada con la realidad resulta, como ejercicio teórico, frustrante. Ahora bien, escenificar el porvenir permite orientar los recursos necesarios en política pública y anticiparse a las peores consecuencias de ese futuro imaginado. Si bien sabemos que la pandemia será un punto de quiebre, el mundo post-COVID-19 estará relacionado con las capacidades que supimos construir antes de esta crisis.
Observemos el aporte efectivo que realizan las FF. AA. de nuestro país y del mundo para mitigar las consecuencias del virus. Ese trabajo de los militares es producto de años de entrenamiento en materia de respuesta a emergencias naturales y crisis humanitarias y de participación en operaciones complejas multifuerzas. Se entrenaron y operaron para un futuro, que aunque no lo sabían, se aplicaría a los entornos urbanos complejos de nuestros países.
Si tomamos el conjunto de los análisis que se realizan con relación al mundo post-coronavirus, podemos clasificarlos a partir de la conjunción entre plazos (corto –en el transcurso de un año– y largo –entre dos y cinco años–) y de la mirada sobre la evolución de esta (optimistas o pesimistas). Esta clasificación puede ayudarnos a pensar algunas preguntas que no encuentran respuesta inmediata, reconociendo que, en esencia, ya comenzamos a mirar las tendencias existentes, como, por ejemplo, la rivalidad entre grandes poderes; y aquellas consideradas “nuevas” y que presentan impactos aún inciertos, como la creciente militarización de la interdependencia.
En materia de comunicaciones, datos, privacidad y aplicaciones móviles, las transformaciones que permitieron a gran parte de la población adaptarse al teletrabajo ya existían antes de la pandemia. El aislamiento obligatorio sirvió en Occidente de catalizador para el uso compulsivo de esas herramientas digitales y aplicarlas incluso al combate del Covid-19. Los trabajos no automatizables se perderán inexorablemente y darán paso a la automatización del mundo del trabajo.
En el corto plazo, la mirada optimista nos dice que contendremos la pandemia y responderemos de manera efectiva a nuevos indicios de amenazas similares. En el largo plazo, los algoritmos predictivos y los volúmenes de información creados en estas circunstancias permitirán evitar que un nuevo brote paralice a casi la mitad de la población mundial y arruine el crecimiento de los siguientes tres años, como sucede hoy. Los trabajos volverán y aquellos que se hayan perdido producto de la automatización se reconvertirán, y la recuperación mundial vendrá de este nuevo ciclo de expansión de la tecnología. La contracara es la imposición por parte de los gobiernos a sus ciudadanos de medidas que implican el uso de sus datos en enormes bases gubernamentales, procesamiento y reprocesamiento según su necesidad.
Esta situación de “encierro digital”, como remarca Glen Greenwald en su libro Sin un lugar donde esconderse, provocará resistencias activas. En el largo plazo, la manipulación, la pérdida de libertad y la imposibilidad de una elección informada en base a hechos y no a sentimientos provocarán un mundo menos democrático tanto en sustancia como en forma. El incremento en el volumen de conexiones hará avanzar la militarización de la interdependencia mediante los efectos de panóptico y de puntos de estrangulamiento. Un mundo con menor trabajo humano y capacidad de reconversión afectará la estabilidad política, y los órdenes políticos demagógicos, conocidos hoy como “conservadores populares”, estarán a la orden del día. Repensar el rol que tienen los sistemas de inteligencia sobre nuestra vida presente y futura, a la luz de las capacidades existentes, es fundamental en el proceso democrático actual.
La agenda del cambio climático será otro eje de discusión. Los optimistas ven que la recuperación económica se hará con un cuidado mayor del planeta, gracias a la conciencia que generó este súbito reverdecer de la ecología. Los pesimistas, en cambio, señalan que, en el corto plazo, la tragedia económica va a llevar a que el proceso de recuperación en muchos países se haga a expensas del ambiente. Las pretensiones ambientalistas de los países desarrollados serán posiblemente rechazadas por países que deberán establecer un orden de prioridades completamente diferente.
Si miramos la globalización, existe un consenso respecto de una menor movilidad en el corto plazo. Los optimistas señalan que, aun cuando el comercio y otros sectores se verán afectados, la recuperación de la movilidad es inevitable. En el largo plazo, estaremos en una situación similar pero ajustada a una realidad de pandemia persistente en la memoria de los viajantes. Los pesimistas se dividen en dos grupos. Hay quienes vislumbran una “desglobalización” y una mayor fragmentación, así como restricciones en aumento e, incluso, bloqueos en plataformas de conectividad, como consecuencia de las murallas virtuales. Más nacionalismo y menos transnacionalismo, al menos en teoría.
Por otra parte, están quienes observan que la reconstrucción de la movilidad se hará a través de bloques regionales, asociados a nodos que, a priori, serán liderados por EE. UU. y China. Lejos de morir, el proyecto estadounidense seguirá compitiendo y globalizando, aunque ahora lo hará en contraposición al nuevo “Camino de la Seda” chino (Belt and Road Initiative), que también es un proyecto de globalización y movilidad. Desde el punto de vista de los países periféricos, esto puede suponer la necesidad de un nuevo realismo, aunque para maniobrar en ese mundo se necesitará alguna base material y un grado de pragmatismo mayor. Quedar en una encerrona puede ser ruinoso en el largo plazo.
Existe un consenso acerca de la falta de liderazgo ante la actual crisis. Ninguno de los tres tipos de liderazgos –por capacidad, institucional y situacional– ha estado a la altura de las circunstancias y, como consecuencia de la falta de acuerdo, coordinación y acción conjunta, la población mundial sufre la cuarentena, la competencia por insumos médicos y un debate sobre la condición de “bien público mundial” de la vacuna.
Los optimistas señalan que, en el corto plazo, la necesidad de reconstrucción llevará a coordinar acciones multilaterales, en especial si EE. UU. lograra tener una transición democrática a un presidente dispuesto a volver con las políticas de acomodamiento con China. En el largo plazo, el reemplazo de un orden multilateral por uno multinivel y de multipartes interesadas permitirá una “gobernabilidad ágil”, acorde a un mundo apolar.
No todos están seguros de ello. La situación de los muertos llevará a buscar culpables tanto internos como externos. En el corto plazo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sufrirá tanto por la rivalidad de China y EE. UU, como por su incompetencia. Argumentos para acusaciones cruzadas entre países y para la institución internacional sobran. El contexto electoral norteamericano y las disidencias que surgen en el entorno de Xi Jinping crean incentivos para aumentar la apuesta a la confrontación. En el largo plazo, la situación puede ir degenerando en un conflicto abierto entre ambas potencias. La pandemia ha permitido a los rusos y a los chinos probar la voluntad y las defensas de los países bálticos en la OTAN, de Canadá en el Ártico y de EE. UU. en el Pacífico.
Finalmente, una reflexión sobre dos componentes geopolíticos centrales: población y urbanización. Giovanni Sartori anticipó en su libro La tierra explota los problemas que genera una población mundial cercana a los 7.500 millones de personas. Las imágenes urbanas de Asia son muy elocuentes si consideramos una situación de distanciamiento social; en tanto que las periferias urbanas de los países del sur son fuente de tensión, como se ha visto en la actual crisis. Quienes ven la posibilidad de mejorar las condiciones de urbanización en base a la experiencia y a los datos que se obtengan de la presente crisis, avizoran mejoras en la movilidad, el uso del espacio público y cierta reorientación de las ciudades, lo que permitirá que en un futuro esos grandes conglomerados no sean una amenaza para la salud.
El escenario urbano se volverá, en el corto plazo, fuente de nuevas tensiones violentas. En el largo plazo, las grandes concentraciones urbanas irán perdiendo su atractivo. Surgirán distribuciones poblacionales acordes a las capacidades adquisitivas, lo que relegará a las ciudades para núcleos menos aventajados. Una nueva división marcará las relaciones sociales y las tensiones en el espacio urbano.
*El autor de este texto es secretario académico del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y profesor en las universidades UADE y UCEMA, y en las escuelas de Guerra Naval y Aérea.
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