Médicos de Malvinas: recuerdos, valor, vocación de servicio y amor a la Patria

Sus cuidados trajeron de regreso a nuestros veteranos y los testimonios de los que cayeron heridos resignifican su trabajo, ¿qué tienen para contar estos profesionales sobre el trabajo de la sanidad militar en la guerra?

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El doctor Cucchiara y una imagen que refleja la habilidad de los médicos para atender a los heridos en tiempos de guerra. Foto: Gentileza Juan Cucchiara.
El doctor Cucchiara y una imagen que refleja la habilidad de los médicos para atender a los heridos en tiempos de guerra. Foto: Gentileza Juan Cucchiara.

Hacia el final de la guerra, los británicos buscaron el control de las alturas. Las unidades militares desplegadas en los montes cercanos a Puerto Argentino fueron las más afectadas. En ese contexto, los heridos eran evacuados –a oscuras, a pie y desde las alturas– a Puerto Argentino. Finalmente, también serían atendidos en el Busque Hospital ARA “Bahía Paraíso” o en el rompehielos “Almirante Irízar”. Los veteranos Daniel Orfanotti y Manuel Villegas describen el ambiente en el que debieron atender los médicos cuando ya la guerra estaba por llegar a su fin. Ellos, al igual que muchos otros, cayeron heridos en los combates decisivos.

Orfanotti, soldado clase 63 del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, cruzó a las islas con un rol definido: apuntador de ametralladora. Su compañero, el abastecedor, no era otro que el soldado Claudio Alfredo Bastida, héroe de esta histórica unidad del Ejército. Ambos se encontraban juntos en el monte Longdon, en apoyo a los infantes del Regimiento 7. “Escuché una explosión, había empezado el combate. Te puedo asegurar que fue una locura: griterío, bengalas, tiros, balas, bombas… me puse el casco, salí y agarré la ametralladora”, describe.

“Alrededor de las tres de la mañana, se sintió una explosión que nos cayó a dos o tres metros. No sé si yo estaba vivo, me fui de este mundo... al rato, reaccioné, todo cubierto de tierra y piedras, sentía un zumbido en el oído y del cuello me caía sangre”, cuenta. Inmediatamente, fue a la carpa en busca del equipo de primeros auxilios. Claudio Bastida, tan solo a unos pocos centímetros de él durante el ataque, había fallecido. Herido, comenzó a caminar hacia Puerto Argentino. Al llegar, lo llevaron al hospital militar: “Vino un subteniente médico, me sacó el apósito que yo me había colocado y me dijo que tenía la esquirla adentro. En eso, unos soldados venían trayendo a uno en una manta. Ese herido gritaba ‘No me quiero morir’. Lo ubicaron detrás del médico, que se dirigió a mí y me dijo: ‘No mires. Quedate acá, ya vuelvo’. Yo vi: el de la manta tenía una herida a la altura del abdomen, se le veían las vísceras”.

Mientras ese médico operaba al recién llegado, otro curó a Orfanotti, quien, finalmente, fue trasladado al hospital civil de Puerto Argentino. Esa noche se libraban los combates finales y se esperaba la llegada de más heridos. Tras la rendición, el soldado patricio fue llevado al Irízar. De ahí, a Campo de Mayo, donde, tras ser dado de alta, pudo regresar a su hogar.

Los soldados de Patricios Daniel Orfanotti y Claudio Bastida en Malvinas. Foto: Daniel Orfanotti.
Los soldados de Patricios Daniel Orfanotti y Claudio Bastida en Malvinas. Foto: Daniel Orfanotti.

Otro testimonio que describe el trabajo de los médicos en la guerra es el del sargento ayudante (retirado) Manuel Villegas, quien, con el grado de sargento, fue a Malvinas con el Regimiento de Infantería 3. Orgulloso de sus soldados, relata que el 13 de junio de 1982 debieron trasladarse para realizar un contrataque sobre Wireless Ridge a fin de reforzar las posiciones del Regimiento 7. Lo que nunca imaginaron es que no había comunicaciones y se había dado la orden de abandonar el lugar: “Cuando llegamos, los ingleses se llevaron la sorpresa de ver aparecer gente de nuevo y nosotros nos llevamos la sorpresa de encontrarnos con los ingleses directamente”. Al ver esta situación, Villegas decidió salir, pero al querer cambiar su posición individual, llegó a ver unas trazantes luminosas antes de caer herido. “Le pedí al soldado Esteban Tries que tirase en dirección a las piedras, él me contestó que no podía hacerlo porque yo estaba en el medio. Quiero estirar la mano para agarrar mi fusil y, en ese momento, recibo otro disparo en la muñeca. Eso fue fuerte, porque me doy cuenta de que el inglés no me mató porque no quiso”, narra. Finalmente, los soldados Tries y José Luis Cerezuela se arriesgaron y fueron en busca del sargento.

Ya al cuidado de su tropa, recuerda que le pidió a Tries que le avisase a su familia que él iba a quedarse en Malvinas: “Que les diga a mi vieja y hermanas que las quise mucho y que le pida perdón a mi mujer por no haberme casado. En ese momento, pensé en mi hija y recordé las ganas que tenía de abrazarla, me largué a llorar como una criatura. El verme así creo que lo hizo reaccionar, me cargaron y me empezaron a llevar hacia Puerto Argentino”. Caminaron varios kilómetros para salvar a su jefe, una verdadera hazaña que habla del espíritu de cuerpo, la solidaridad y la camaradería que había entre este suboficial y sus soldados.

Al llegar al hospital, Villegas recuerda que el suelo estaba lleno de catres; había muchos pacientes. “Le conté a un médico lo que me había pasado: un tiro en la mano y una herida en el abdomen. De repente, apareció el capitán médico Lázaro, muy serio. Le preguntó al médico que estaba conmigo qué me pasaba y este último respondió que me quedaba poco”. Villegas lo relata con humor, pues no tomó conciencia de la gravedad de su herida hasta mucho tiempo después. Lázaro ordenó que lo operaran, y así fue. Horas después, cuando despertó de la anestesia, fue testigo de la entrada de los ingleses al hospital. Su cara de asombro fue tal que un enfermero se le acercó para decirle que ya había terminado la guerra con la rendición. “Esa fue la segunda vez que me largué a llorar; sentía dolor por la derrota”, concluye.

El entonces Sargento Villegas, junto a parte de sus compañeros en las Islas. Foto: Gentileza Manuel Villegas.
El entonces Sargento Villegas, junto a parte de sus compañeros en las Islas. Foto: Gentileza Manuel Villegas.

Villegas fue enviado al Irízar, donde estuvo en una sala de terapia. Luego, fue al hospital de Comodoro Rivadavia, donde pudo reencontrarse con su esposa. Y, finalmente, lo trasladaron al hospital militar de Campo de Mayo. Allí, volvieron a aparecer los médicos para revisarlo: “¿Quién venía a la cabeza? El doctor Lázaro. Siempre serio. Me empecé a dar cuenta de que, mientras el resto hablaba de cosas banales, a él no se le movía una pestaña. Finalmente, por el trato casi permanente, empezamos a entablar una especie de amistad. Yo le conté que me lo había cruzado en Malvinas y que no lo podía ni ver. Fue él quien me cerró la operación. Los médicos trabajaron con lo indispensable. Su tarea fue admirable. A ellos, les debemos muchas de las vidas”, finaliza.

“La sanidad es esperanza”

El coronel médico Rubén Juan Cucchiara describe que, tras egresar, fue destinado al Regimiento de Infantería 4, en la localidad correntina de Monte Caseros. Recién casado, llegó con su esposa en enero de 1982. “Yo tenía 27 años. Nadie pensaba que íbamos a movilizarnos. Un día, en una vía de ferrocarril muerta que solía utilizarse para llevar alfalfa para los caballos cuando el regimiento era hipomóvil, vimos que entró una locomotora que tiraba chorros de fuego para quemar la maleza. Recuerdo que pensé que eso no era una buena señal”, relata. Efectivamente, las vías se usaron para trasladar los elementos que irían con ellos a la Patagonia.

“Para mí, era el día a día. Me acuerdo de que mi mujer, pensando que íbamos al sur, cruzó a Brasil y me compró barras de chocolate, que terminaron en Malvinas; las compartíamos todas las noches con los soldados de la sección sanidad”, agrega. Al referirse a su esposa, Rubén detalla que durante la noche previa a cruzar a las islas le escribió para decirle que se quedara tranquila, no le dijo adónde iba porque “no quería que se asustara”. De todos modos, confiesa, ella lo sospechó. “Le escribí la noche antes de partir, así que no tenía modo de enviar esa carta. Antes de embarcar, vi a un oficial. Me le acerqué: ‘Permiso, mi mayor, vea, yo estoy por cruzar a Malvinas y querría que esta carta llegue a mi familia. Yo no lo conozco, pero le pido a usted si la puede enviar’. La carta llegó”, cuenta, al tiempo que se lamenta por no saber el nombre de aquel oficial.

Villegas posa junto a sus dos auxiliares, los soldados Esteban Tries y Fernando Santurio. Foto: Gentileza Manuel Villegas.
Villegas posa junto a sus dos auxiliares, los soldados Esteban Tries y Fernando Santurio. Foto: Gentileza Manuel Villegas.

Recién arribado, lo enviaron al pie del monte Wall para recibir a los que iban llegando: “Típico día malvinero: llovizna fuerte, niebla, viento… armamos una pared con unas latas de dulce de batata, nos tiramos los ponchos plásticos y nos quedamos a cobijo del viento hasta que llegó la gente. Venían agotados. Había que darles de comer, así que ordené que les abrieran las latas y les cortasen pedazos de dulce para salir del paso. Tengo la imagen de los soldados agrupándose alrededor de las latas. Yo venía del continente, me quebré un poco al vivir esa situación”.

Tras la caída de Darwin, el regimiento de Monte Caseros fue dividido en dos: una mitad se fue al monte Harriet y la otra, al Dos Hermanas. Cucchiara permaneció en el primero, mientras que al otro enviaron al teniente primero médico Alejandro Steverlynck. “Por ahí, llegaban heridos y había que evacuarlos. Yo estaba preocupado porque, cuando uno enviaba al camillero, también podían herirlo. ¡Hay que darle la orden a una persona de que vaya a un lugar adonde lo pueden matar! Nosotros los curábamos y, si era más complejo, los mandábamos a Puerto Argentino. De ser así, los bajábamos al camino y de ahí –con vehículo propio– lo llevábamos”, indica. El oftalmólogo militar señala que son momentos en los que hay que tener la mente fría, porque tienen que llevar tranquilidad: “La sanidad es esperanza. Para ellos, el médico ahí era suficiente, sabían que si los herían se los podía curar o darles un calmante”.

“En la guerra, se ve de todo”, agrega y recuerda que, durante una noche, les empezaron a tirar. Se escuchaban voces en inglés alrededor de la enfermería, señalizada con la cruz roja. Eran los ingleses que habían entrado por retaguardia. Mientras continuaba el combate, los llevaron como prisioneros. Sin embargo, le permitieron seguir atendiendo. Él y los heridos fueron trasladados al hospital británico de Fitz Roy: “Me recibió el director del hospital, el teniente coronel médico británico John Robert, que me pidió que colaborara con los heridos argentinos. Se comportaron muy bien porque entraba la gente a quirófano de acuerdo con cada caso, yo vi entrar primero a argentinos que a ingleses porque estaban más graves”.

El doctor Rubén Cucchiara, días antes de embarcar a Malvinas. Foto: Gentileza Juan Cucchiara.
El doctor Rubén Cucchiara, días antes de embarcar a Malvinas. Foto: Gentileza Juan Cucchiara.

Como prisioneros, los médicos Cucchiara y Steverlynck estuvieron juntos en Fitz Roy. Finalmente, los subieron a un ferry, donde permanecieron algunos días hasta poder regresar al continente. “El hecho de haber ido a Malvinas me unió a la Fuerza, como los metales cuando hacen una aleación”, afirma Rubén, al tiempo que insiste en que la guerra le dejó el “amor” por la sanidad militar.

La medicina en tiempos de guerra

El hoy general médico (retirado) Juan Carlos Adjigogovic se encontraba destinado en el Regimiento de Infantería 12, con asiento en Mercedes, Corrientes, cuando comenzó la guerra. Fue trasladado con la unidad para asistir a sus camaradas en las posiciones que ocuparon en Pradera del Ganso y Darwin. Cuenta que, en las “instalaciones de sanidad que compartía con la Fuerza Aérea, se atendía al personal militar por sus heridas y enfermedades. Además, se controlaba la pérdida de peso y se instruía sobre la prevención del pie de trinchera. También se atendían los problemas de salud de la población del lugar”. “En el combate final, pudimos atender a nuestros heridos y muchos fueron asistidos por la sanidad británica”, describe, al tiempo que reconoce que no se equivocó al elegir al Ejército para desarrollar su actividad profesional.

El doctor Alejandro Steverlynck junto el médico militar británico James Ryan durante un curso en Argentina. "Nosotros atendimos a sus heridos en las Invasiones Inglesas", agrega el Veterano. Foto: Gentileza Alejandro Steverlynck.
El doctor Alejandro Steverlynck junto el médico militar británico James Ryan durante un curso en Argentina. "Nosotros atendimos a sus heridos en las Invasiones Inglesas", agrega el Veterano. Foto: Gentileza Alejandro Steverlynck.

En esa línea, también se expresa el coronel médico Alejandro Steverlynck, quien tras asistir a los heridos del ataque del 1º de mayo, atender en el hospital civil de Malvinas y hacer evacuaciones en helicóptero, fue voluntariamente a la primera línea, acompañando a una parte del Regimiento de Infantería 4 en el monte Dos Hermanas. “Mi trabajo es curar y ayudar al buen morir”, explica mientras recuerda que le tocó trabajar bajo bombardeo permanente. “Todos nuestros movimientos de noche eran complicados. La montaña era húmeda y estaba llena de piedras, con lo cual, cuando bajabas, te pegabas más de un golpe”, refiere.

“Cuando llega el combate, como médico, toca recoger a los heridos y llevarlos a un puesto de socorro. Ahí te convertís en alguien que, cuando lamentablemente el paciente está más allá, lo ayuda al buen morir”, explica y agrega que hubo un instante que jamás podrá dejar de lado. “A un soldado, le había entrado una esquirla en el hígado. Cubierto de sangre, su cara era de dolor y horror. Me acuerdo de que me acerqué, le puse una compresa, le di morfina y le dije que iba a poder ver el Mundial, bien calentito. Estuve unos minutos, se le había ido la cara de dolor. Se me murió con una sonrisa, nunca la voy a olvidar”, reflexiona.

Tras esos episodios, cayeron prisioneros. Alejandro describe el dolor por la derrota: “Yo tenía un herido y me acuerdo de que, cuando nos rendimos, él me decía que quería seguir”. Para Steverlynck, los combatientes “eran hombres hechos y derechos”. Él fue testigo de sus llantos mientras tiraban el fusil tras la rendición. “Vi a nuestros soldados, suboficiales y oficiales morir en primera línea. Con el tiempo, entendí que fue una derrota digna. Hicimos más de lo que los ingleses esperaban”.

El doctor Adjigogovic en el consultorio que ocupaba antes de partir a Malvinas. Foto: Gentileza Juan Carlos Adjigogovic.
El doctor Adjigogovic en el consultorio que ocupaba antes de partir a Malvinas. Foto: Gentileza Juan Carlos Adjigogovic.

Steverlynck también menciona una lección que le dio un oficial inglés. Cuando cayeron prisioneros, un royal marine le preguntó si podían hacer un responso por los caídos de todos: “Yo estaba llorando y él me abrazó. Me dio una palmada y me dijo: ‘Buen trabajo. Nos costó mucho’. Yo le contesté que los muertos que estaban allí los habían hecho ellos. Y él respondió, en español: ‘Cuando la pelea se acaba, el profesional no odia. Si nos vemos en otra guerra, respétanos como yo los respeto a ustedes’”.

“No me gusta hablar de mí, porque volví. Mucha gente quedó allá, otros volvieron y sufrieron. A mí, la experiencia me ayudó muchísimo a nivel humano. Llevo 40 años en el Ejército y la paciencia de mis camaradas fue inconmensurable. Me llena de orgullo ser médico militar”, cierra.

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