Desde 1982, todos los 2 de abril comienza un período especial para los veteranos y familiares de los caídos en la guerra de Malvinas; un período que se extenderá hasta el 14 de junio y que recorrerán con orgullo y con dolor. “Es la temporada malvinera”, resume el coronel Esteban Vilgré Lamadrid, veterano de Malvinas del Regimiento de Infantería 6. “Los recuerdos de los veteranos se encuentran a flor de piel. Se recuerda que muchos hicieron un gran sacrificio por su patria, encerrados en su trinchera, por un país mejor”.
Este año, en plena cuarentena obligatoria por la pandemia del COVID-19, el 2 de abril se vive de una manera particular. “No puedo dejar de comparar estos difíciles momentos con la guerra del año 82”, dice Alberto Puglelli, que preside el Centro de Combatientes de la ciudad de San Andrés de Giles. Exsoldado conscripto, Puglelli también participó en la guerra con el Regimiento de Infantería 6. Junto a otros veteranos, organiza todos los años una vigilia en las horas previas al 2 de abril en aquella localidad de la provincia de Buenos Aires para recordar y rendir homenaje a nuestros héroes. “El objetivo del encuentro es que todos los veteranos de guerra y sus familias estén juntos y, a la medianoche, encender 649 antorchas (el número de caídos argentinos en la guerra) y entonar las estrofas del himno nacional a capela, como se hizo el 25 de mayo en las islas o como lo hicieron los sobrevivientes del General Belgrano cuando se hundía su crucero”, describe Puglelli.
Aunque la vigilia de este año se suspendió en atención a los riesgos para la salud pública que podía conllevar, la tradicional actividad convirtió a San Andrés de Giles en la “capital de la malvinización”, como les gusta decir a sus organizadores. Posiblemente, el evento se lleve a cabo más adelante, una vez concluida la cuarentena, y contará con la exposición de la muestra itinerante “Malvinas, retratos de un sentimiento”, de la Editorial TAEDA, que exhibe imágenes tomadas por los fotorreporteros argentinos que cubrieron la guerra (algunas de ellas acompañan esta nota).
Malvinas en el espejo
En el marco de la pandemia que atraviesa el país y el mundo en estos días, es imposible no preguntarles a diferentes veteranos sobre su experiencia en momentos difíciles y de aislamiento. “Hoy, como en Malvinas, está presente la incertidumbre”, reconoce Vilgré Lamadrid, quien además fue, durante varios años, director del Centro de Salud de las Fuerzas Armadas “Veteranos de Malvinas”. “Normalmente, en la vida diaria, uno se mueve en un mundo grande, en el trabajo, el transporte y otras cosas. Y, de repente, nos vemos circunscriptos a un mundo pequeño en el que descubrimos cosas que antes no mirábamos: la familia, el contacto directo, el hecho de compartir un plato. De la misma manera, en Malvinas, nuestro pequeño mundo era la trinchera, el camarada, la comida o el peligro que podíamos compartir. Eso es algo positivo de este ambiente en el que estamos sumergidos. Entonces, debemos frenar la locura y pasar a un mundo donde nosotros, nuestra vida y nuestra salud sean lo importante”, dice. Para Vilgré Lamadrid, los lazos que nos unen en este contexto son los que harán que, al final, uno pueda ser capaz de dar mucho más por el grupo.Por su parte, el coronel mayor VGM (R) Lautaro Jiménez Corbalán señala que la guerra no es otra cosa que una crisis llevada a su máxima expresión. “Esta pandemia que nos asola obligó también a los diferentes organismos del Estado a desarrollar estrategias, adoptar previsiones y actuar en forma acelerada. Por otro lado, la población, sin disponer de toda la información necesaria, debe acatar las órdenes emanadas que, en muchos casos, resultan incómodas y molestas, exactamente igual que en una guerra”, compara el veterano del Regimiento de Infantería 4.
Jiménez Corbalán también se refiere al accionar de la sociedad en general: “En 1982, eran las muestras de aliento, la algarabía en todo el país, las cartas a los soldados e, incluso, las donaciones que se hacían en forma masiva. Hoy ese apoyo tiene varias caras, uno es el esfuerzo económico que realizan muchos sectores que acatan las medidas con seriedad y conciencia solidaria. Por otro lado, están quienes siguen produciendo todo aquello necesario para que la vida continúe y se sostengan las acciones adoptadas. También podemos incluir los aplausos que, espontáneamente, la sociedad les ofrece a los que están en la primera línea. Esto, que parece algo menor, es fundamental para mantener alta la moral de quienes más se exponen”, manifiesta.
En diálogo con DEF, el general (R) del Ejército Argentino José Navarro, veterano de Malvinas de Grupo de Artillería Aerotransportada 4, describe que el ambiente de abril de 1982 se asemeja al actual en ciertos aspectos: “Muchos de los actores y las instituciones que estaban en primera línea en 1982 lo vuelven a hacer ahora, en 2020. Me refiero a las Fuerzas Armadas y de seguridad, y al personal de sanidad. Con desinterés, se han puesto en manos del Estado para poder ayudar a sus conciudadanos, poniendo en riesgo su vida y su salud”. Según Navarro, ambos contextos nos demuestran que el argentino, cuando se enfrenta a graves problemas y la nobleza de la causa lo amerita, permanece unido. “Son muestras de un profundo amor hacia la Patria y hacia el prójimo. Patriota es el conductor de un colectivo que hoy sabe que se arriesga y, sin embargo, por amor a sus conciudadanos, sigue haciendo su trabajo sin buscar excusas. Como lo es también el operario que está en un centro de distribución logística para que, gracias a su esfuerzo, nosotros podamos disponer de los recursos necesarios para enfrentar la cuarentena. Cuando escucho los aplausos, se me cruzan por la cabeza no solo los médicos, sino también quienes atienden un supermercado, aquellos que transportan mercadería, los que la distribuyen, todos, al igual que en 1982, están poniendo su granito de arena para hacer más grande la patria y más llevadero el esfuerzo y sacrificio que conllevan estas situaciones tan extremas como la guerra y la pandemia”, remarca.
La fe, los sentimientos y los recuerdos
“Si bien es cierto que quienes están en la primera y segunda línea entregan mayor cuota de sacrificio y abnegación, la sociedad toda contribuye en la lucha contra este flagelo invisible pero letal. Si el sacrificio, el esfuerzo patriótico y la solidaridad son compartidos, las posibilidades de salir mejor parados como sociedad, después de esta pandemia, darán sus frutos”, destaca Jiménez Corbalán.
Puglelli también trae al presente lo vivido con su compañero de carpa, Carlos Dupuy, en una ocasión en la que este último presentaba un cuadro febril: “Decidí ir al puesto sanitario por alguna medicina. El medicamento fue la típica pastilla blanca tan efectiva para todo. Cansado de tanto caminar, llegué a la posición, le suministré el remedio como me lo indicaron y, a las dos horas, le di la segunda dosis. El tardío amanecer nos encontró sin carpa, el viento nos la había volado; estábamos empapados por el agua de la lluvia, pero contentos, porque había nacido una amistad que perdura hasta estos días”. El veterano recuerda esa historia para señalar que es en estos momentos cuando hay que dejar las mezquindades de lado, compartir y cuidar.
Jiménez Corbalán recuerda lo vivido el 3 de mayo de 1982, cuando se encontraba en el monte Harriet. Como subteniente, estaba a cargo de una sección de Infantería: “Esa tarde, a las 15 aproximadamente, llega un estafeta anunciando que debía apersonarme al puesto de comando del jefe de la compañía, el entonces teniente primero Carlos Alberto Arroyo. Cumplí la orden y asistí. Al ingresar a la carpa, saludé y de inmediato noté un ambiente apesadumbrado y tedioso. Arroyo, con frases bien pensadas pero dramáticas, nos contó que el día anterior, en horas de la tarde, habían hundido el crucero ARA General Belgrano; habían muerto 323 valerosos marinos. Nuestros rostros se transformaron y nuestras cabezas se sacudían sin entender. Lo cierto era que la guerra ya no tenía vuelta atrás y, desde ese instante, todos sentimos que ayer habían sido ellos y que, mañana, seguirían otros o quizás nosotros mismos”. Esa anécdota, sostiene, le recuerda que es en esos instantes cuando la convicción de lucha, la preparación espiritual interior, el adiestramiento y el equipamiento disponible nos dan las herramientas necesarias para no sucumbir y sentir que podemos enfrentar lo que sea necesario.
El coronel Vilgré Lamadrid recuerda que, en la guerra, se hablaba mucho de Dios y del patriotismo, “pero, en la medida en que se acercaban los combates finales, todos esos valores, expresables en una charla, se iban perdiendo. Al final, en el combate, uno pelea por el que está al lado”. En ese contexto, rescata la anécdota de los soldados Adorno y Balvidares. Era uno de los combates finales, en la madrugada del 14 de junio: “Adorno fue herido en dos partes e intentaba replegarse en medio de los tiros. Balvidares regresó, buscó a Adorno y se replegó con él, apoyado en su hombro, mientras los tiros le caían cerca. Lo llevó hasta el puesto de socorro y volvió al lugar donde estaba la sección. Recuerdo que me pidió munición y, a los pocos segundos, nos alcanzaron unas ráfagas; él murió con un tiro en el cuello. Hablando de estos pequeños mundos, seguramente Balvidares no pensó en el momento en que dejaba a Adorno que debía estar haciendo algo heroico. Él obró como sentía, sus camaradas estaban en peligro y él no concebía estar separado”. Tal como decía en una entrevista con DEF en 2019 otro veterano de Malvinas, Mauricio Fernández Funes, general retirado del Ejército y director ejecutivo de la Fundación Criteria, “el miedo a la muerte, tan natural, es nada al lado del horror de fallarle al amigo o a la patria”.
“Lo que más me acerca Malvinas a estos tiempos son mis 44 días como prisionero de guerra”, recuerda José Navarro, y continúa: “A mí me tocó estar encerrado entre camarotes y habitaciones estrechas sin ver la luz del día, sin poder mirar la hora, ni saber en qué fecha estaba. Estuve sin poder comunicarme con mi familia para transmitirles que estaba vivo. Éramos 12 prisioneros que convivimos y llevamos adelante una profunda amistad a través de los años, producto del esfuerzo y de la entereza que tuvimos en aquellos días de encierro. No son malos recuerdos, al contrario, veo lo positivo de esas circunstancias. La camaradería y el amor de uno hacia el otro, rezando juntos, compartiendo las comidas o golosinas, fortaleció enormemente a ese grupo humano”.
La patria somos todos
“Lo cierto es que en Malvinas hubo héroes que dieron la vida por todos y actos heroicos que la gente aún desconoce a causa de la ‘desmalvinización’. Héroes, como lo son hoy el personal de sanidad, el de las fuerzas de seguridad y todos aquellos trabajadores y profesionales que luchan contra la pandemia”, concluye Puglelli.
“Al haber servido muchos años en nuestro querido Ejército, conozco de la entrega y la abnegación del personal militar, del policía, del gendarme, del prefecto, del bombero y de muchos otros. Ellos, siendo muchas veces ignorados, e incluso despreciados, siguen y seguirán dando entrega por nosotros, porque ese es su deber y es el sentimiento solidario por el que juramentaron a la patria”, asegura Jiménez Corbalán, quien, desde hace algunos años, comenzó una cruzada personal a la que denominó “el gracias”. “Todo surgió ante el incremento alevoso de asesinatos a policías. Pensaba si alguien alguna vez les había dicho: ‘¡Gracias!’”, relata Jiménez Corbalán. La idea es acercarse al personal de seguridad, a los médicos de emergencias y a los bomberos y darles las gracias. Confiesa que algunos se sorprenden y, otros, le preguntan por qué lo hace. La respuesta siempre es la misma: “Porque estás dispuesto a dar la vida por mí y te lo digo ahora, porque mañana, quizás, sea demasiado tarde”, dice el general retirado.
Un deseo
“Mi deseo es que, después de esta calamidad, quedemos fortalecidos como sociedad para enfrentar la vida, como lo hizo la guerra”, expresa el veterano de San Andrés de Giles. “Hoy hay una primera línea que son los médicos y las fuerzas de seguridad y Armadas apoyándolos. No hay actos heroicos. Hay acciones propias de la profesión que elegimos para vivir en sociedad. Me gustaría que esto nos sirva para recuperar valores. Que los dirigentes políticos entiendan que están al servicio de su pueblo. Ni el dinero ni el confort detienen a este virus, por eso, cuidar de nosotros y de nuestras familias es lo más importante”, añade Vilgré Lamadrid, quien también comparte el deseo de que, cuando el virus pase y nos toque jugar “el segundo tiempo”, seamos mejores personas y mejor país.
Para Vilgré Lamadrid, es el momento de recordar acciones heroicas de ciudadanos comunes que, en algún momento de su vida, hicieron algo extraordinario por el país.
“Me gustaría que este 2 de abril pongamos una bandera en las ventanas para poder sacarla el 14 de junio, cuando ya seguramente el coronavirus habrá superado su pico y estaremos volviendo a nuestra vida cotidiana”, desea Esteban Vilgré Lamadrid.
En estos días, para Navarro, es importante permanecer unidos. Él entiende que la entrega individual produce una fuerza colectiva. En ese sentido, y teniendo en cuenta los aniversarios vinculados a Malvinas que se vivirán hasta el 14 de junio, manifiesta que el mejor símbolo de respeto es el silencio, el aplauso o simplemente el recuerdo de nuestros caídos: “Tener presente a los padres que quedaron sin un hijo, a los hijos que quedaron sin un padre. A los argentinos –oficiales, suboficiales y soldados– que murieron en combate con la esperanza de recuperar nuestras islas con total entrega, convicción y profundo sentido de amor y respeto. No comparto cuando se dice que fue una guerra inútil, no lo fue en la medida en que hemos demostrado al mundo –y a nosotros mismos– que somos capaces de luchar por una causa justa y noble. Este 2 de abril me gustaría un fuerte aplauso y un ‘Viva la Patria’ desde lo más profundo del ser. Para que nuestros verdaderos héroes entiendan que no los olvidamos y que nos sentimos orgullosos de su entrega”, concluye.
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