La operación militar que acabó con la muerte del comandante de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, Qassem Soleimani, desató el momento más crítico en medio de la creciente tensión entre Estados Unidos e Irán. La capacidad que ambos países tuvieron hasta ahora para evitar un conflicto armado abierto nos permite reflexionar sobre la dimensión militar de esta confrontación y sus efectos políticos.
El uso de vehículos autónomos armados (UAV)
Tanto Estados Unidos como Irán han utilizado diferentes variantes de la tecnología teledirigida, que ha adquirido un rol central en los conflictos presentes y tendrá un intenso porvenir. El ataque a una refinería saudí por parte de los rebeldes houtíes del Yemen, utilizando misiles dirigidos, provistos y producidos por Irán, es una clara muestra de la capacidad de Teherán para desarrollar este tipo de artefactos mediante retroingeniería de bajo costo y sobre la base de sistemas guiados rusos de los años 90. Si sumamos los drones “suicidas” de manufactura autóctona, eso nos muestra que la acción de precisión es un componente central para todos los contendientes en el campo de batalla moderno. Con ello, la elaboración y el refinamiento de la técnica conocida como “enjambre” comienza a sustanciarse en el campo de batalla moderno.
Además, la aplicación de una técnica que data de la Guerra Fría, consistente en descabezar el comando o en infligir daños a puntos neurálgicos para generar parálisis en los sistemas enemigos, exige diversas consideraciones en el plano político. Por un lado, permite al contendiente que la utiliza ganar tiempo, un bien escaso en la era digital. Antes del ataque que acabó con la vida de Suleimani, el programa de intrusión estadounidense, basado en el uso intensivo de Predators, Global Hawks y RQ sobre suelo iraní, no había quedado exento de bajas. En junio de 2019, un UAV de Estados Unidos fue derribado por fuego antiaéreo iraní, lo que generó rispideces y declaraciones políticas de todo tipo. Sin embargo, Washington optó por no responder por la vía militar, ya que no había muerto ningún piloto ni había caído ningún prisionero en manos iraníes. Al menos por ahora, la baja de un robot no provoca una consideración del tipo emocional. Sí es cierto que provee una excusa, pero endeble como para desencadenar una represalia. La contrapartida es que la ausencia de respuesta puede generar acciones osadas por parte de Irán, como se verificó meses más tarde y que terminó, finalmente, con la respuesta norteamericana: matar a uno de sus lideres políticos. Nadie esta exento del error del cálculo.
La precisión como elemento de disuasión
La proliferación de tecnología de guiado a bajo costo, en un mundo basado en sensores y potencia de procesamiento de datos, ha puesto en el centro de la discusión militar la precisión. La pregunta es qué hacer cuando se presenta la oportunidad de una acción a partir de esta capacidad. El ajusticiamiento unilateral de líderes políticos y militares es una realidad histórica en las relaciones internacionales, pero el avance del derecho internacional y las consideraciones políticas relacionadas a las consecuencias que tiene un magnicidio hacen que una decisión semejante genere mayores problemas que aquellos que resuelve. Eso no quita que no se actúe, pero en un mundo “no lineal”, las alteraciones del statu quo no siempre terminan con un resultado claro para quien inició la acción. El llamado “asesinato selectivo” será una práctica a la que recurrirán aquellos que poseen drones armados –hasta el momento, 42 países–, ya que las consideraciones sobre la soberanía son cada vez más irrelevantes para ese selecto club. El costo dependerá de la asimetría de poder con la que cuente cada uno, pero si consideramos que todos los usuarios tienen a su alrededor actores menores, es dable esperar que la respuesta afirmativa al interrogante sobre su uso en determinadas circunstancias aparezca con mayor frecuencia.
La justificación de una acción de este tipo tendrá una relevancia contingente y dependerá de cada caso. Es factible que quienes sean responsables directos de ciertas acciones de baja intensidad, como ataques terroristas, o aquellos actores políticamente responsables sean considerados blancos legítimos, independientemente de la posición que ocupen –y esto se aplica también a los oficiales de alto rango de potencias occidentales–. En este sentido, los UAV se han transformado, por sus condiciones operativas, en “espadas de Damocles” modernas y nadie quiere tener una de ellas “literalmente” sobre su cabeza. Tal vez haya margen para pensar ciertas acciones vinculadas a la asimetría “del débil”, lo que brindaría un espacio mayor a la disuasión en escenarios de conflicto asimétrico. El largo brazo robótico de la ley puede actuar disuadiendo de forma efectiva en un futuro cercano.
El llamado ‘asesinato selectivo’ se convertirá en una práctica habitual dentro del selecto grupo de países que poseen drones armados.
El uso del ciberespacio.
Tal como muestran las capacidades que ambos países tienen a la hora de desplegar sus ingenios militares, tanto Estados Unidos como Irán dominan el ciberespacio y lo hacen en función de sus necesidades. No obstante, la ventaja militar norteamericana muestra que es muy difícil rivalizar con su poderío en el mismo plano, ya que la integración existente en las distintas dimensiones del ciberespacio se encuentra reservada solo a los grandes poderes. La inteligencia de señales, la interferencia de los sistemas de defensa y la voluntad por desarticular o paralizar de manera efectiva los sistemas de quien se presenta como oponente hacen que el ciberespacio cobre una relevancia particular. Irán fue el primer caso público del uso de virus informáticos (o amenazas persistentes avanzadas) para retrasar o terminar con su programa nuclear, lo que ha demostrado la realidad fáctica del concepto del arma virtual y ha inaugurado la era de las armas cibernéticas con carácter ofensivo. A medida que dependemos de las pantallas, somos susceptibles a las sutiles pero importantes operaciones de engaño que pueden suceder en ellas. Confundir los sistemas de defensa es parte de la guerra electrónica actual. Por lo tanto, hacer que los sistemas interpreten una señal de manera errónea es algo que puede suceder por impericia en el uso o por acción deliberada. Irán domina el estado del arte en materia de defensa aérea de punto, que es provista por Rusia. Ahora bien, si sus sistemas fueron engañados, su confiabilidad puede ponerse en entredicho, y el valor de mercado de esos productos puede derrumbarse entre potenciales adquirientes.
Además, los costos de los errores se pagan caro en materia de opinión pública internacional, pues la inducción a los errores puede ser muy eficaz en momentos en los cuales se pelea por el “corazón y la mente” de una audiencia que cada vez tiene más fuentes donde informarse y también más posibilidades de confundirse. La llegada de los engaños complejos (deepfakes) tiene una incidencia concreta en política, ya que las imágenes ayudan a formar “las causas de la guerra” y aumentar o bajar su popularidad. Con operaciones de desinformación a la orden del día, las decisiones que se tomen a partir de imágenes o informaciones erróneas pueden ser contraproducentes, aun cuando a priori se tenga la razón.
Finalmente, cada vez será mas difícil ocultar errores o acciones deliberadas. Vivimos en un mundo de cámaras integradas. El fatídico derribo del vuelo comercial 752 de la compañía aérea de Ucrania fue visto por millones de personas cuando varios observadores postearon en una red social el impacto de un misil tierra aire sobre un objeto hasta ese momento desconocido. A partir de ese instante, el gobierno iraní perdió el control del relato y la posibilidad de crear su versión de los hechos a partir de la retención de las cajas negras del avión. Además, perdió cierta “imagen” positiva que había logrado a partir del ataque contra Suleimani, lo que cerró la brecha que tenía para plantear su salida de los acuerdos nucleares y acelerar su programa militar. Hoy abundan videos, difíciles de certificar, de la población iraní aborreciendo las acciones gubernamentales y campañas recordando a las victimas del avión, con una evidente intencionalidad política de desestabilizar al gobierno.
Es muy difícil para Irán rivalizar con Estados Unidos, ya que la integración existente en las distintas dimensiones del ciberespacio se encuentra reservada solo a los grandes poderes.
¿Guerra abierta en el horizonte?
Hasta el momento, no hay evidencia de que ambos actores hayan cambiado su posición estratégica general. Estados Unidos se está replegando de Medio Oriente y tiene por delante una elección presidencial. Donald Trump está más interesado en sus próximos cuatro años en el poder que en iniciar una guerra que aumente el grado de repudio que tiene cualquier enfrentamiento bélico en el público en general y que no cumpliría con las expectativas de sus bases electorales, lo que afectaría las chances electorales del presidente y candidato republicano.
Trump ha sido más prudente en el uso de aviones no tripulados y fuerzas especiales que sus predecesores y, aún en la inestabilidad reinante, su administración se concentra en reestructurar las Fuerzas Armadas de su país de cara a los próximos 50 años y no se plantea volver al pantano que implica el Medio Oriente. Se propone mantener un statu quo que se le presenta cada vez más elusivo, en lugar de volver a posicionarse en esa región. Por su parte, si bien Irán es un actor revisionista limitado –lo que explica el conjunto de operaciones que lleva a cabo a través de sus proxies en Siria, Líbano y Yemen–, ha sabido explotar las oportunidades que se le presentaron para expandir su influencia. No obstante, no ha quedado indemne de las crisis de legitimidad que enfrentan todos los regímenes en esa región. La muerte del máximo responsable de su principal fuerza militar ha disparado algún tipo de dinámica palaciega por su sucesión, lo que ha desatado una lucha entre el ala dura y los moderados dentro del sistema político iraní. Esta situación hace al régimen de Teherán menos propenso a un conflicto armado abierto, ya que la cohesión resulta central al momento de enzarzarse en un enfrentamiento militar. La respuesta convencional inocua contra objetivos militares norteamericanos en Irak es una buena muestra de ello.
¿Un Irán nuclear?
El régimen iraní tiene todos los incentivos para devenir en un actor nuclear, ya que el lapso creado por el acuerdo firmado en Viena en 2015 –conocido por su sigla en inglés, JCPOA– ha concluido. Sin embargo, Teherán no tiene el tiempo, los recursos y tampoco el consenso para acelerar un programa nuclear que lo haga disponer del ingenio militar en poco tiempo. Ninguno de los firmantes está dispuesto a aceptar cambios en esta situación y las potencias han persuadido a Irán de que encontrará una situación peor si decidiera terminar unilateralmente con los acuerdos que siguen en pie. Israel tampoco se arriesgaría a perder su hegemonía nuclear no declarada en el Medio Oriente. Si bien Irán puede eventualmente alcanzar una capacidad nuclear, en el corto plazo enfrenta peligros mayores que hacen que esa transición sea lo suficientemente arriesgada como para acelerar la búsqueda de una capacidad nuclear militar.
Seguiremos viendo tensiones de diversa índole en la región, pero difícilmente nos enfrentemos en el corto plazo a un conflicto similar al de Irak en 2003, ya que una confrontación militar generalizada atentaría, en lo inmediato, contra los intereses de todos los actores involucrados.
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