Surcar el cielo y atravesarlo a gran velocidad, combinando adrenalina con decisión y convicción. Desafiar los límites del aire, bajo el juramento defender la patria con la vida. En Las Heras, Mendoza, está la IV Brigada Aérea y es ahí donde se forman a los pilotos de combate argentinos. Entre los sueños y ambiciones de los futuros aviadores y helicopteristas especializados de la Fuerza Aérea Argentina, pasan las horas los instructores capacitando a los hombres que siguen el legado y norte trazado por los héroes de Malvinas.
El mayor Guido Flecha es el jefe de Escuadrón I IA 63 Pampa II y cuando lo dice se le nota el orgullo en la voz y la mirada. Este hombre, que ingresó a la Escuela de Aviación Militar en 1996, supo desde pequeño que su destino estaba atado a esta profesión. “A diferencia de muchos de los que están acá, yo vengo de una familia que no tiene nada que ver con la carrera militar. Vengo de un pueblo muy pequeño (Chillar, provincia de Buenos Aires) en donde no había ningún militar que hubiera salido de ahí”, recuerda y dice que todo nació el día en que de niño vio volar a los Mirages.
Ser un cazador en el aire no es para cualquiera y Flecha, internamente, lo sabe bien. Comenta que cuando se metió en la escuela ni siquiera tenía la certeza de saber si le iban a gustar o no los aviones, pero que cuando se subió a uno supo que estaba en el lugar correcto: “Primero me movió el deseo de hacer esto y, de ahí en más, fue la carrera la que me fue llevando por diferentes lugares. Hice un camino maravilloso y apasionante, del que no me arrepiento”.
-¿Qué sensaciones te atraviesan cada vez que te subís al avión?
-Varias. Estoy en una etapa en la que puedo decir que estoy en el límite superior de mi carrera, entonces me encuentro en un momento en el que quiero disfrutar cada vuelo que hago. Es una mezcla de sensaciones muy linda. Siempre digo que estoy muy agradecido de poder ser piloto de combate porque no todos pueden hacer esto que hacemos y, la verdad, siento un enorme placer y privilegio por el hecho de poder volar.
‘Estoy muy agradecido de poder ser piloto de combate porque no todos pueden hacer esto que hacemos y, la verdad, siento un enorme placer y privilegio por el hecho de poder volar’, dice el mayor Guido Flecha.
El jefe de Escuadrón I IA 63 Pampa II es uno de los instructores del Curso de Estandarización de Procesos para Aviadores de Combate (CEPAC), tradicionalmente conocido como CB2. En él, se busca que los egresados de la Escuela de Aviación Militar que posean las mayores y mejores aptitudes, y que hayan obtenido los mejores promedios de su promoción, adquieran capacidades que los formen y los perfeccionen como pilotos caza.
Volar pareciera ser la misión en la vida de estos hombres, en la que los requisitos para poder sumarse a esta escuadra de élite son capacidad, destreza mental, instinto y voluntad. Flecha insiste todo el tiempo en que no es un objetivo imposible de alcanzar, pero sí algo que tiene niveles de dificultad que requieren de un alto nivel y un gran compromiso para poder ser llevado adelante.
Escuadrón de rescate
Aviones no es lo único que se enseña a tripular en esta fábrica de hombres del aire: aquí, también se forman helicopteristas. El jefe del Escuadrón III Búsqueda, Rescate y Tareas Especiales, también conocido como LAMA, es el mayor Diego Fernando Almirón. Nació en la ciudad de Buenos Aires, ingresó a la Escuela de Aviación Militar en 1999 y transmite su pasión cuando le toca el turno de explicar su labor en la brigada. No es para menos: desde 1977, aquí se forman a los pilotos de alta montaña, esos que –entre otras cosas– son los responsables de llevar adelante los rescates más riesgosos. “Para mucha gente, es un orgullo venir a este Escuadrón, porque las tareas que realizamos acá están muy ligadas a todo lo que es apoyo a la comunidad”, cuenta Almirón, al tiempo que también deja en claro que su deber principal es el de cuidar y proteger el espacio aéreo de la República Argentina.
‘Para mucha gente, es un orgullo venir acá porque las tareas que realizamos acá están muy ligadas en todo lo que es apoyo a la comunidad’, cuenta el jefe del Escuadrón LAMA.
Uno de los desafíos que tienen los encargados de manejar estos helicópteros es poder controlar las aeronaves por encima de los 3500 m de altura. El instructor de esta división explica que, por encima de los 10.000 pies de altura, el comando de la nave puede tornarse un poco más difícil que no normal y que, debido a esto, buscan que todos los alumnos del curso puedan realizar rescates y maniobras sin poner en riesgo su integridad ni la del resto.
-¿Qué es lo que los diferencia a ustedes del resto de los pilotos de helicóptero?
-No siento que haya diferencia con el resto, creo que las capacidades que poseen las Fuerzas Armadas –y la Fuerza Aérea, en particular– son mayores por la simple razón de tener mayor capacitación y que los pilotos tienen más material y herramientas, que las que puede llegar a tener alguien del área civil. Nosotros tenemos las capacidades de operar ante determinadas situaciones y siempre nos va a ser más favorable el escenario respecto a otros que no cuenten con lo que tenemos nosotros. La división que comanda Almirón cuenta con una particularidad: cuenta con perros que realizan tareas de búsqueda y rescate. La idea fue incorporada luego de verla adoptada por otros países y ha mostrado resultados muy positivos. “El entrenamiento de los perros requiere un poco más de tiempo, porque cuesta un poco que se adapten a los ruidos y el movimiento de la aeronave pero, ya tenemos listos a varios caninos y sentimos que hemos incorporado una capacidad más para poder llevar adelante nuestras tareas”.
Malvinas, mucho más que héroes
“La experiencia en el CEPAC es uno de los hechos que cambian la vida de los pilotos”, dice el mayor Flecha. Se trata de la transformación total de los alumnos del curso, en donde se ven los cambios entre la “materia” que ingresa y el “producto” final. Aquí, todos los alumnos son conscientes de que no son los primeros en formar parte de esta institución, pero que tampoco serán los últimos por lo que se refuerza siempre el concepto de tomarlo como a una meta.
“El mayor orgullo de esta escuela es seguir brindando a la Fuerza Aérea la razón de su existir, que son los pilotos de combate. El día que de aquí no salgan más aviadores de combate, ese día la Fuerza Aérea dejará de ser lo que es. Por eso, nuestro mayor orgullo es seguir formando a los aviadores”, suelta el instructor de los caza nacionales y se emociona cuando señala una foto en una de las paredes del lugar: “Esa foto fue tomada acá, esos que están ahí son héroes de Malvinas y, también, formaron parte de esto. Nosotros seguimos alimentando ese espíritu”.
El mayor Flecha comenta que Malvinas puso la vara muy alta en materia de capacitación y que son muchos los que elogian la preparación con la que cuentan los argentinos. “En aquella ocasión, el mundo pudo ver de qué madera estaban hechos los aviadores argentinos. Eso nos brindó un gran prestigio a nivel internacional y nos obligó a elevar las exigencias a todos los alumnos que pasan por acá”, afirma.
‘En Malvinas, el mundo pudo ver de qué madera estaban hechos los aviadores argentinos. Eso nos brindó un gran prestigio a nivel internacional y nos obligó a elevar las exigencias a todos los alumnos que pasan por acá’, sostiene Flecha.
La preparación, el aire, el orgullo y la patria. Todos son elementos clave que pueden sonar vacuos para muchos, pero que representan el espíritu y la nobleza de estos hombres que, desde los inicios de su carrera, hicieron un juramento a la bandera en el que expresaron el compromiso de defenderla hasta perder la vida. “Tenemos convicción, decisión. Sabemos para lo que fuimos preparados y sabemos cómo hacerlo”, sostiene con firmeza Flecha, mientras por dentro pareciera solo desear subir a su avión para hacer lo que él mejor sabe.
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