La historia se desarrolla de manera lineal, de acuerdo a la racionalidad occidental. Es la flecha del tiempo que refuta la concepción circular del pensamiento pagano. Los cambios políticos que se avecinan encuentran a las Fuerzas Armadas en una situación delicada. El presupuesto actual es el más bajo de los últimos cien años, las actividades de educación, adiestramiento y capacidades logísticas no llegan a cubrir las necesidades para conformar una organización militar que pueda cumplir con su misión. La tragedia del ARA San Juan ha puesto en evidencia esta realidad.
A pesar de que casi todo el porcentaje de Defensa está destinado a pagar sueldos, el estrangulamiento económico afecta a cuadros y soldados, con sueldos que colocan a muchos de ellos por debajo del nivel de la pobreza.
Es cierto que gran parte de la sociedad sufre el mismo deterioro y que el país atraviesa una grave crisis macroeconómica. Sin embargo, la degradación de las FF. AA. comenzó hace casi cuatro décadas. Hay consenso entre los pocos especialistas que estudian la Defensa en que el desfinanciamiento de las FF. AA. es una política de Estado aplicada en forma gradual desde el advenimiento de la democracia en 1983 hasta el presente.
La Argentina se diferencia del resto del hemisferio por un constante proceso de reducción presupuestaria militar. Esta política no fue acompañada por medidas tendientes a reorganizar y adaptar las instituciones castrenses a las condiciones y necesidades fiscales del país. Se trató de un profundo corte presupuestario a instituciones que mantuvieron el mismo esquema organizativo y de funcionamiento, hasta que la falta de recursos las colocó en una situación de virtual obsolescencia.
La reducción del tamaño de las FF. AA. en cuanto a efectivos, unidades y armamentos fue acompañada de un descenso de la capacidad operativa. Además, la empresa Fabricaciones Militares fue desmantelada dentro del proceso de la reforma del Estado y del ajuste fiscal, dando lugar a su virtual desarticulación como sector productivo.
El presupuesto actual es el más bajo de los últimos cien años. Las actividades de educación, adiestramiento y capacidades logísticas no llegan a cubrir las necesidades para conformar una organización militar que pueda cumplir con su misión.
Este proceso, más que el resultado de una política de defensa orientada hacia la reconversión y modernización castrense, configuró lo que Ernesto López denominó apropiadamente “desmovilización y desarme de hecho”. Esta política expresaba el poco valor que los gobiernos otorgaban a la función Defensa, sin que mediara ningún tipo de evaluación de carácter estratégico.
Como sostuvo Marcelo Saín, consecuentemente, las definiciones del rol y de las misiones de las instituciones castrenses, su estructura y sus basamentos económicos, también resultan anacrónicos en el nuevo escenario de seguridad.
La clase política debe hacerse cargo de su responsabilidad en la destrucción de las FF. AA. argentinas. Es imprescindible que se establezcan políticas que inicien la recuperación de nuestra Defensa. Es tiempo de que los gobernantes se conviertan en estadistas. Si la ausencia de política de Defensa se extiende en el tiempo, los riesgos que se asumen son altísimos.
En vísperas de un proceso eleccionario que decidirá quiénes conducirán los destinos del país, solo hay frustraciones e interrogantes entre los soldados, marinos y aviadores que dedican su vida al servicio de la sociedad. El futuro se presenta incierto, con heridas abiertas por administraciones que las asfixiaron económicamente, destruyeron su salario, su obra social y trataron de apropiarse de su caja previsional.
Es tiempo de que los gobernantes se conviertan en estadistas. Si la ausencia de política de Defensa se extiende en el tiempo, los riesgos que se asumen son altísimos.
Sin embargo, lo peor fue el intento de humillarlas afectando sus íntimas fibras morales. Baste recordar la persecución de los hijos de los oficiales que cumplieron funciones durante el gobierno militar. “Nada bueno habrá salido de esos hogares”, recitaban los responsables de la Defensa, muchos de los cuales no tienen autoridad moral para hablar de lo que ocurrió en los 70.
Repasar la historia de estas instituciones en los últimos cuarenta años nos hace pensar que se ha llegado a un punto límite. Las FF. AA. fueron vaciadas material y moralmente, encapsuladas dentro de una sociedad confundida por relatos que falsearon la historia. Los militares fueron condenados a vivir en libertad condicional por un pequeño grupo ideológico con grandes recursos financieros obtenidos del Estado o de corporaciones internacionales que no persiguen el interés nacional, precisamente.
¿Qué política justifica la destrucción del poder militar de una nación y al mismo tiempo, atiborrar a la población con retóricas nacionalistas, con la palabra “soberanía” como muletilla?
Los intelectuales
El filósofo más renombrado del siglo XX, Martin Heidegger, nunca condenó al nazismo, al que adscribió durante la guerra. Muchos intelectuales franceses como Sartre, Deleuze, Derrida y otros pertenecían al comunismo soviético o al maoísta. Luego, vino el eurocomunismo. Estos intelectuales nunca condenaron al comunismo. Cuando aparecieron las pruebas de la existencia de los Gulag solo atinaron a decir: “nos equivocamos”.
El resultado del stalinismo fueron veinte millones de muertos. En China, cincuenta millones de muertos. La aplicación de la reforma agraria, que jóvenes irresponsables recomiendan hoy, ocasionó un millón de muertos en la Camboya de Pol Pot. Las guerrillas entrenadas en Cuba que encendieron la guerra revolucionaria en Sudamérica iniciaron un baño de sangre que, últimamente, un renombrado intelectual llama a reconocer como un valioso aporte a la historia argentina.
Las enseñanzas cubanas y las teorías de la hegemonía de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe llevaron a Venezuela al límite de la guerra civil y han expulsado a tres millones de sus habitantes. Michelle Bachelet, una mujer de la izquierda, dos veces presidenta de Chile, cuyo padre fue asesinado, ha dicho que hay más de 9000 muertos por el Estado en ese país. ¿Qué dirán los intelectuales de izquierda cuando estos procesos se resuelvan? ¿Nos equivocamos? ¿Seguirán estudiando los efectos del Consenso de Washington, cuando deberían concentrarse en evaluar los resultados del socialismo latinoamericano?
El resultado del stalinismo fueron veinte millones de muertos. En China, cincuenta millones de muertos. La aplicación de la reforma agraria, que jóvenes irresponsables recomiendan hoy, ocasionó un millón de muertos en la Camboya de Pol Pot.
Hombres cultos e informados siguen defendiendo a Fidel Castro, que gobernó su isla con mano de hierro y fusilamientos durante cincuenta años. Lo siguió su hermano por doce años, con el solo poder de las bayonetas y la policía secreta. Hombres del Derecho sostienen que “todos han robado con la obra pública.” ¿No deberían analizar los efectos de la corrupción, la falta de estado de derecho, la perversión que la ideología ocasiona al Poder Judicial?
Un grupo de uniformados, la hez de la Institución que llegó al poder ofreciendo tareas ilegales y protección a cambio de recursos sin control, trabaja para intervenir en el proceso político, cubriéndose con el poncho folklórico del “Proyecto Nacional y Popular.” Los intelectuales antimilitares, ¿no deberían estar preocupados de que ese grupo que ya demostró sus intenciones vuelva a tener poder en la Argentina?
La serie Mindhunter presenta el trabajo de unos detectives del FBI para entrevistar asesinos seriales para conocer su psicología, su modus operandi, con el fin de prevenir delitos. Abstrayéndonos de las anécdotas, los intelectuales progresistas conocen perfectamente qué piensan y cómo han actuado muchos de los que ellos apoyan fervorosamente. ¿Por qué los apoyan?
Las Fuerzas Armadas
La gran utopía argentina está escrita en el Preámbulo, parte dogmática de la Constitución Nacional, que los soldados juramos defender hasta perder la vida: “…constituir la unión nacional, afianzar la justicia y consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino; invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia...”
Las FF. AA. defienden esta utopía y, a pesar de las dificultades, aún respiran por la inspiración de muchos de sus hombres. En los rincones más recónditos del territorio nacional encontramos vocaciones intactas, que sobrellevan los problemas con estoicismo. Ellos son los sedimentos sobre los que se debe reconstruir la capacidad de defensa nacional, a partir de los principios sanmartinianos.
Como hemos dicho, la historia es lineal y no circular, por lo cual las esperanzas militares se depositan en una gran política de estado que los incluya. Retornar a políticas de trato humillante, desvalorización y estrangulamiento económico mientras continúa la persecución judicial, abriría un horizonte de conflicto que pondría en peligro la utopía de unión y paz.
La historia es lineal y no circular, por lo cual las esperanzas militares se depositan en una gran política de estado que los incluya.
No existen democracias con protagonismo internacional que tengan sistemas de Defensa débiles. Esa utopía exige el fortalecimiento de la integridad territorial, la soberanía y un sistema productivo sólido integrado al mundo. La estabilidad económica, el trabajo y la prosperidad de los argentinos deben apoyarse en un sistema de Defensa que le garantice solidez estratégica.
Las FF. AA. tienen mucho para dar en este sentido. Solo necesitan una conducción política que las escuche, que se involucre en sus problemas y necesidades. El potencial humano de que disponen es muy importante, baste con recordar que entre las tres fuerzas pueden reunirse casi cuatrocientos ingenieros, y muchos de sus oficiales han alcanzado estudios de posgrado en diferentes disciplinas. Sin embargo, lo más importante es esa vocación de servicio que se mantiene viva y fuerte pese al proceso de deterioro que han sufrido las instituciones armadas.
La estabilidad económica, el trabajo y la prosperidad de los argentinos deben apoyarse en un sistema de Defensa que le garantice solidez estratégica.
Los intereses vitales de la República, la soberanía, la autodeterminación, el mantenimiento de la integridad territorial, no pueden ser mensurados económicamente. Deben ser garantizados mediante una capacidad de defensa disuasiva que garantice la libertad de acción estratégica de la Nación. Hoy no disponemos de esa capacidad y extender esta situación en el tiempo nos vuelve extremadamente vulnerables. Como hemos expresado en otro artículo, los responsables militares y políticos corremos el riesgo de haber traicionado los intereses más valiosos de una República que se construyó y fue grande con la sangre de miles de argentinos.
Los soldados mantenemos la fe en el futuro de la Nación, como rezaba el antiguo Reglamento de Servicio Interno, heredero de antiguas tradiciones castrenses que se remontan a la Madre Patria. Somos conscientes de que será un proceso de largo plazo y se han colocado los cimientos para pasar a acciones concretas. Eso depende de decisiones políticas que den vuelta las páginas oscuras del pasado. Nuestra gran Nación argentina necesita recuperar a sus Fuerzas Armadas porque sin poder militar se cumplirá la máxima del Gran Capitán: “No seremos nada”.
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