Cálida, simpática y serena, rompe con cualquier prejuicio y estereotipo. Norma Puccia es oriunda de Olavarría, está divorciada, tiene dos hijos, Serena (19) y Xavier (16), y lleva 28 de sus 47 años desempeñándose en el Servicio Penitenciario Bonaerense. Como máxima autoridad del Penal, integrado por cuatro cárceles –entre las que se cuenta la más grande del país–, tiene bajo su cargo 3562 internos y 961 empleados. Se desempeña con eficiencia y naturalidad en una posición que, hasta la actualidad, estaba reservado a los hombres: dirigir los destinos de una cárcel de varones.
Si bien ya hubo figuras femeninas realizando tareas similares, es la primera vez que una mujer asume el cargo adentro de un Complejo, estructura creada en 2009 a fin de agrupar las cárceles por regiones para su mejor control. “Me gusta hacer referencia a aquellas mujeres que fueron abriendo camino hacia la paridad de género que estamos empezando a gozar en la actualidad. Como funcionaria, siento una gran satisfacción al poder demostrar, a las compañeras que vienen detrás, que es factible acceder a cargos directivos dentro del sistema penal”, declara. Y cuenta que, en lo personal, siente una gran alegría al haberle podido demostrar, con el ejemplo, a sus hijos que, con responsabilidad y con objetivos claros, no hay meta imposible de alcanzar. “Para ellos, fue ver en acción los valores que siempre les inculqué”.
¿En qué momento decidió dedicarse a esta profesión?
Mi padre era suboficial penitenciario, aunque como él nunca hablaba de su trabajo en casa, la realidad es que no tenía demasiada idea. Sin embargo, algo habrá influido en mí porque, al terminar el secundario y analizar mis opciones futuras, decidí entrar a la Escuela de Oficiales en La Plata. Aprobé el ingreso y, en febrero de 1991, entré junto a otras 18 mujeres y un número muy superior de varones.
Siento una gran satisfacción al poder demostrar, a las compañeras que vienen detrás, que es factible acceder a cargos directivos dentro del sistema penal.
¿Cómo era la vida en la Escuela Penitenciaria?
Era un régimen semimilitarizado: estábamos internados desde el domingo a las 22 hasta el viernes a las 17. El lugar donde se alojaban los hombres era grande y confortable, porque la construcción de la escuela estaba hecha para ellos; las mujeres vivíamos en una compañía bastante pequeña y poco acondicionada. Esto no resulta extraño si pensamos que las promociones femeninas no tenían mucha continuidad. La primera egresó en 1979, y la quinta –a la que pertenezco–, en 1991. En cuanto a las normas de convivencia, eran sumamente estrictas: no podíamos hablar ni compartir actividades o espacios comunes con nuestros compañeros. Teníamos aulas separadas y ocupábamos distintos espacios en el comedor. La excepción era cuando hacíamos instrucción en el campo. Por suerte, con los años, eso se modificó y, en la actualidad, se comparte todo, como en la vida.
¿Cuáles fueron sus primeros destinos?
Al recibirme, tuve la suerte de poder elegir por orden de mérito y fui a la Unidad 15 de Mar del Plata, donde permanecí algunos años. A partir de entonces, estuve en diversos destinos: Dolores, Mercedes, Azul (alcancé el cargo de directora de la cárcel de mujeres) y Sierra Chica (donde fui designada subdirectora de la cárcel de varones, un nombramiento increíble, ya que nunca había habido una mujer en ese cargo). Y de este modo así fui haciendo un camino que me abrió las puertas de mi actual designación.
Vivir en prisión
¿Cómo está compuesto el Complejo Penitenciario de Olmos?
Los complejos como estructura dentro del Servicio se crean en el año 2009, cuando se decide agrupar las unidades por regiones para alcanzar un mejor control. En el caso de Olmos, hay cuatro: Unidad 1, cárcel de varones con 2.900 internos, Unidad 22, el hospital que tiene el servicio penitenciario y las Unidades 25 y 26, también de varones, con la particularidad de que se trata de gente mayor, con problemas de salud.
¿Cuáles son los primeros pasos de una persona que ingresa a la cárcel?
Apenas ingresa, el interno es entrevistado por un grupo interdisciplinario que, además de darle las pautas que rigen en la unidad, le explica las opciones de trabajo o estudio con las que cuenta. Según cada caso, puede ser desde la alfabetización hasta llevar adelante una carrera universitaria o participar de los talleres. El objetivo es conocer sus intereses para armar la estrategia más conveniente para esa persona y, también, para determinar el pabellón donde va a ser alojado.
¿Qué trabajos pueden realizar las personas que están privadas de su libertad?
Son comunes a todas las unidades del Servicio Penitenciario: educación primaria, secundaria, posibilidad de acceder a la universidad, talleres donde realizan actividades de mantenimiento de la unidad y se capacitan en diversos oficios. En Olmos, tenemos un taller de 5000 m2 cubiertos, con aulas que suman otros 2500, donde se realizan trabajos de herrería, carpintería, fabricación colchones, carpintería metálica, taller de chapa y pintura, que representan una fuente de ingresos para los internos. Cada taller tiene su maestro o capacitador, ya que la meta es preparar a la gente para el día que salga de la cárcel. Eso es el área laboral. También se llevan a cabo actividades solidarias, como por ejemplo, la reparación de sillas de ruedas, la fabricación de colchones ignífugos para todas las cárceles de la provincia o la restauración de los muebles de la Ciudad de los Niños de La Plata. Estas tareas se realizan en forma frecuente, y me gustaría que se visibilizaran un poco más. En otro orden de cosas, se realizan actividades deportivas, culturales y religiosas, propuestas por el mismo servicio o por gente a la que le interesa colaborar.
Existe una idea generalizada acerca de que la cárcel es una escuela de delincuencia. No estoy para nada de acuerdo, porque trabajamos para que los internos puedan modificar su conducta. En tantos años dentro de la institución, tuve la posibilidad de ver la evolución de muchas personas que cambiaron desde sus hábitos de higiene hasta su forma de hablar. La imagen distorsionada que brindan las obras de ficción no se condicen en lo más mínimo con la realidad. Si recorremos la cárcel, veremos que todos los internos realizan alguna actividad, que no hay nadie viviendo en un patio, por ejemplo, o que los hechos de violencia son algo fuera de lo común.
Existe una idea generalizada acerca de que la cárcel es una escuela de delincuencia. No estoy para nada de acuerdo, porque trabajamos para que los internos puedan modificar su conducta.
Un mundo de hombres
¿Cómo reaccionaron sus compañeros ante esa designación tan importante?
Muchos me miraron con sorpresa y otros muchos me apoyaron. Lo mismo ocurrió cuando, posteriormente, me propusieron el cargo actual de Directora. De hecho, a veces detecto alguna mirada rara, como preguntándose qué estoy haciendo en ese lugar. Sin dudas, todavía existen esos prejuicios, pero yo estoy muy contenta de que se priorice la responsabilidad y el compromiso a la hora de designar a alguien en un cargo, más allá de su género.
¿A partir de qué momento se empieza a notar un cambio en ese sentido?
Mi primer nombramiento de relevancia fue en 2012, y era algo raro. Después, esporádicamente, se fueron sumando otras mujeres y, aunque seguimos siendo un número mucho menor, en la actualidad, somos 59 desempeñándonos en cargos relevantes, como directoras, subdirectoras de unidad o jefas de Complejos.
¿Qué destacaría dentro de esta evolución?
Cuando ingresé, no existía la posibilidad de alcanzar cargos importantes ni siquiera de llegar a la última jerarquía del escalafón. Por otra parte, muchas veces las mujeres vivíamos situaciones incómodas o de acoso, que manejábamos como podíamos, solas, porque no teníamos a quién recurrir. Hoy es diferente. Se habla más de género y de violencia, se hacen talleres y se acompaña a quienes padecen esta clase de problemática.
¿Qué cree que le aporta la mirada femenina a su actividad?
Creo que las mujeres sabemos escuchar, no tenemos la mirada verticalista del hombre y somos más inclusivas. También considero que nos sentimos muy cómodas trabajando en equipo, algo que a los varones les cuesta más, y nos acomodamos con facilidad en el rol porque tenemos un mayor poder de adaptación.
Al pensar en la directora de una cárcel, uno realiza una construcción mental que no coincide con su imagen ni con la serenidad que usted transmite. ¿Qué aptitudes se necesitan para desempeñarse en un cargo como el suyo?
En las distintas funciones que desempeñé, pude comprobar que no es necesario gritar o hablar de una forma prepotente o masculina para que me respeten. Siempre me manejé en forma transparente, cumpliendo, antes que nadie, las normas, que es la manera de poder exigir a los demás que lo hagan. Creo que la autoridad se gana con el ejemplo y el respeto. Hasta ahora, esa fue mi forma de liderar y me ha funcionado muy bien.
Pude comprobar que no es necesario gritar o hablar de una forma prepotente o masculina para que me respeten.
¿Cómo describiría su tarea?
Lejos de la creencia de que la cárcel sirve para mantener encerrado a quien haya delinquido, el objetivo del servicio es social y, si bien somos parte de la seguridad de la provincia, la meta es tratar de que las personas que ingresan salgan mejor de cómo llegaron y tengan posibilidades de reinsertarse en la sociedad. De eso, se trata mi trabajo.
¿Este es el techo de su carrera o piensa que podría ocupar otro cargo?
Nosotros nos retiramos con 30 años de servicio, antigüedad que voy a alcanzar en 2020. Como estructura, por encima de un cargo como el mío está la Plana Mayor, o sea que lo siguiente sería conducir los destinos de la Fuerza. Si me propusieran otro destino por supuesto que aceptaría, porque cuando uno entiende cuál es el objetivo de su tarea es inevitable enamorarse de ella.
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