Fake news, inteligencia artificial y posverdad en nuestras vidas

Las aceleradas transformaciones tecnológicas que estamos viviendo plantean numerosos interrogantes sobre nuestro futuro. Hoy estamos sometidos a una enorme masa de información y a un fenómeno preocupante, el de la posverdad, que borra la frontera entre la verdad y la mentira. Por Gustavo Gorriz

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No decimos nada nuevo al asegurar que la gran cantidad de hechos decisivos ocurridos durante lo que va del siglo XXI han modificado para siempre nuestras vidas y auguran un futuro impredecible y difícilmente imaginable. Ya no hablamos únicamente de tecnología, de inteligencia artificial o de cuándo las computadoras tendrán emociones o conciencia y, hasta quizás, derechos; de lo que estamos hablando es del fenómeno global que afecta la ética, las conductas, los dilemas y los desafíos que el crecimiento exponencial de la tecnología presenta a la humanidad de una manera, a veces, alienante. Basta solo pensar en las generaciones que nos precedieron hace cien, doscientos o trescientos años, y parcelar sus vidas para analizar los pocos cambios y sorpresas que tuvieron a lo largo de toda su existencia. Este ejercicio nos permite medir el esfuerzo intelectual y psíquico al que se nos somete al tener que aceptar cambios que no llegan siquiera a internalizarse en nuestra psiquis cuando ya, antiguos y en desuso, se reemplazan por otros que seguirán igual camino en tiempos más acotados que los anteriores.

Hoy no hablamos solo de la tecnología, sino del crecimiento exponencial a la misma. / Fotos: Fernando Calzada.
Hoy no hablamos solo de la tecnología, sino del crecimiento exponencial a la misma. / Fotos: Fernando Calzada.

Santiago Bilinkis, destacado intelectual y quizás el más importante divulgador tecnológico argentino, viene advirtiendo desde hace años, tanto en sus artículos y libros como en los foros y charlas TED en las que participa, sobre las consecuencias positivas y los cambios estructurales que vivimos como resultado de ese crecimiento exponencial, donde muchas veces la realidad supera a la ficción. Él también detalla las contradicciones y dificultades que nos impondrá el progreso y que deberemos superar, a riesgo de extinguirnos.

Seguimos educando con escuelas del siglo XIX a nativos digitales del siglo XXI.

De todas las afirmaciones y especulaciones leídas por quien escribe estas líneas, la mayor sorpresa que se ha llevado es registrar y compartir la afirmación de Bilinkis, quien ante los hechos vividos, asegura que seguimos educando con escuelas del siglo XIX a nativos digitales del siglo XXI. También me sorprendió que, en su libro Pasaje al futuro (2014), nos recordara que Albin Tofler en una de sus obras fundamentales –El shock del futuro, escrita en 1970–, definió ese shock como "el estrés despedazador y la desorientación que se genera en las personas cuando se ven enfrentadas a cambios demasiado rápidos". El temor era a una enfermedad real, sufrida por un gran número de gente, pero lo curioso es que, al momento de su publicación, solo una mínima fracción de la población tenía televisión y teléfono fijo y obviamente no existían internet ni los celulares ni los miles de elementos conectados que hoy nos rodean y que ni vale la pena enumerar porque gobiernan nuestras vidas sin retorno.

Según Santiago Bilinkis seguimos educando con escuelas del siglo XIX a nativos digitales del siglo XXI / Fotos: Fernando Calzada.
Según Santiago Bilinkis seguimos educando con escuelas del siglo XIX a nativos digitales del siglo XXI / Fotos: Fernando Calzada.

Ese cambio es imparable, su proceso es creciente y tiene, sin dudarlo, un sinfín de efectos positivos, algunos de los cuales no alcanzamos siquiera a mensurar hoy. Es más, ni las mentes más brillantes pueden predecir dónde estaremos dentro de una década ni qué ocurrirá en ese lapso con las propias especialidades a las que se dedican. Sin embargo, esta incertidumbre también trae consigo desconfianza y temor crecientes en una porción cada vez mayor de la población mundial, incluyendo, entre esta masa de desesperanzados, a más y más jóvenes, a más nativos digitales. Las preguntas que se plantean son, entre otras: ¿hasta dónde gobernaremos nuestras vidas?, ¿cómo manejaremos nuestra privacidad?, ¿cuán dueños seremos de las decisiones que adoptemos?, y ¿cuánto trabajan hoy los algoritmos para forzar nuestra voluntad? Estos son algunos de los mil interrogantes que nos acechan respecto del futuro. Todo ello hace que aumente nuestra inquietud respecto del futuro del género humano, del gobierno de las máquinas y de quién guiará nuestros destinos y nuestra libertad.

¿Hasta dónde gobernaremos nuestras vidas? ¿Cómo manejaremos nuestra privacidad? ¿Cuán dueños seremos de las decisiones que adoptemos?

Y, justamente, el destino se presenta complejo, contradictorio y confuso. Hemos dejado el camino analógico, no de la tecnología, sino de nuestras propias vidas; y ese aceleramiento digital que todo lo puede nos lleva a un ahora de variable duración, discontinuo y fragmentado, y muchas veces generado por acontecimientos ajenos, indirectos y sin relación con nuestro yo. Ya no vivimos la vida como una trayectoria, sino que la revolución tecnológica y sus consecuencias presentan el camino y lo vuelven un accidente, incluso, a veces, desconectado del presente, cuando no de nuestro propio pasado.

Desde aquel lejano 30 de octubre de 1938, cuando Orson Welles convulsionó a los EE. UU. con su transmisión radiofónica de La guerra de los mundos, la utilización de los medios de comunicación para alterar la realidad y generar un impacto en la audiencia ha sido un recurso frecuente. Hace poco más de 75 años, en lo que se dio por llamar "los 59 minutos más famosos de la historia de la radio", Wells teatralizó una supuesta invasión alienígena desde Marte que culminaba con su propia muerte, ocurrida bajo los efectos de los gases de los invasores. Pánico, emergencia, 12 millones de oyentes colapsados en carreteras y la repetición constante de haber visto ellos mismos a los marcianos rodearon a la que quizás haya sido, si no la primera, la más famosa de las fake news.

La primera y más famosa fake news se dio el 30 de octubre de 1938 de la mano de Orson Wells con su transmisión radiofónica de la Guerra de dos mundos. / Fotos: Archivo DEF.
La primera y más famosa fake news se dio el 30 de octubre de 1938 de la mano de Orson Wells con su transmisión radiofónica de la Guerra de dos mundos. / Fotos: Archivo DEF.

La novedad de los últimos años es la viralización de las fake news a través de las redes sociales, que a su vez multiplican los contenidos más populares y permiten su circulación a una velocidad inusitada. El uso de este tipo de información no verificada en los procesos electorales también ha marcado la realidad política de los últimos años. Esta herramienta fue clave, por ejemplo, para inclinar la balanza en el Reino Unido a favor del Brexit en el referéndum de junio de 2016, y fue determinante en EE. UU. durante la campaña presidencial que llevó a Donald Trump al poder en noviembre de ese mismo año. Ya en la Casa Blanca, un equipo de The Washington Post determinó que, desde enero de 2017 hasta abril de 2019, el presidente estadounidense había hecho 10.111 afirmaciones falsas en público, recurriendo frecuentemente a la red social Twitter. Por su parte, el flamante primer ministro británico Boris Johnson fue convocado en mayo pasado a responder ante la justicia por su afirmación inexacta de que su país destinaba todos los días 350 millones de libras esterlinas a la Unión Europea, con la que machacó, con gran efectividad, durante su campaña a favor del Brexit.

Luego del escándalo de Cambridge Analytica, Facebook estableció acuerdos con 34 empresas dedicadas a la verificación de información para sus contenidos. / Fotos: Fernando Calzada.
Luego del escándalo de Cambridge Analytica, Facebook estableció acuerdos con 34 empresas dedicadas a la verificación de información para sus contenidos. / Fotos: Fernando Calzada.

Esta proliferación de fake news ha llevado a colosos del Silicon Valley a lanzar sus propias herramientas de verificación de datos o fact-checking para evitar la reiteración de ese tipo de episodios. Luego del escándalo de Cambridge Analytica, Facebook estableció acuerdos con 34 empresas dedicadas a la verificación de información para sus contenidos en 16 idiomas. Por su parte, Google selló una alianza con 115 organizaciones independientes de manera de permitir a sus usuarios discernir el grado de veracidad de los resultados obtenidos de su motor de búsquedas. En Argentina, contamos con el portal chequeado.com, que coteja los dichos de los políticos y personalidades públicas, y determina su veracidad o falsedad; y este año, en pleno proceso electoral, se creó la red colaborativa Reverso, conformada por 107 medios de todo el país, para intensificar la lucha contra la desinformación y el uso malintencionado de las redes sociales para difundir noticias falsas. Está claro que todas esas previsiones tampoco evitaron su proliferación y difusiones erróneas o malintencionadas en las recientes PASO que tuvieron lugar en nuestro país, lo que generó todo tipo de especulaciones e incluso muchas sonrisas por lo delirante de algunas de ellas.

Todas esas previsiones tampoco evitaron su proliferación y difusiones erróneas o malintencionadas en las recientes PASO que tuvieron lugar en nuestro país.

Lo cierto es que, en pocas décadas, pasamos de aquel individuo relacionado en cualquier pueblo con veinte o treinta personas y conectado al mundo exterior con un breve noticiero previo a su cena en familia, a su nieto, inseparable de su teléfono móvil, de las redes sociales, de internet, WhatsApp, Telegram, Instagram, Facebook y siguen las siglas. Con influencers, fake news, memes y mentiras que se vuelven verdades por doquier. Con algoritmos, hilos a seguir en Twitter, trolls, bots y trending topics que obligan hasta a actualizar vocabularios, se genera, justamente y cada vez más seguido, lo contrario de su propia intención: dar paso a la globalización en soledad, la desorientación y la desesperanza, la actitud de cerrarse al diálogo y la tendencia a escuchar solo la propia campana. Una campana muchas veces artificial, que nos acerca solo lo que queremos oír, nos empatiza con personas que piensan como nosotros y nos aleja del disenso y de la aceptación del distinto. Es esa posverdad, que borra la frontera entre verdad y mentira, para encajar en un esquema útil a nuestros intereses.

La novedad de los últimos años es la viralización de las fake news a través de las redes sociales, que a su vez multiplican los contenidos más populares y permiten su circulación a una velocidad inusitada. / Fotos: Fernando Calzada.
La novedad de los últimos años es la viralización de las fake news a través de las redes sociales, que a su vez multiplican los contenidos más populares y permiten su circulación a una velocidad inusitada. / Fotos: Fernando Calzada.

No podemos pretender volver atrás, porque eso es absolutamente imposible, pues pensar en un pasado mejor sería como aceptar que era mejor un mundo sin penicilina ni anestesia. Este es el mundo en el que vivimos, lleno de sorpresas extraordinarias por venir y en el que vivirán nuestros hijos. También con graves problemas y desafíos por resolver. Esta es la problemática clave del ahora. Si los dirigentes de las grandes empresas tecnológicas miran a un costado y los dirigentes políticos no generan leyes de control serias y responsables, estaremos en un gravísimo problema. El ciudadano común no debe ver esto como un problema ajeno, en manos de "los que deciden". Es un problema social, universal y nos involucra a todos por igual.

Aún estamos a tiempo, antes de que el asunto se salga de control, ya que, si esto ocurre, la inquietud de hoy se transformará en pánico al porvenir.

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