Diana Cohen Agrest: "La pena tiene que ser perpetua cuando hubo una muerte"

La filósofa y referente en temas de inseguridad dio su visión sobre el estado actual de la justicia y de las consecuencias del "abolicionismo penal". Por Juan Ignacio Cánepa

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Cohen Agrest en diálogo con
Cohen Agrest en diálogo con DEF. Fernando Calzada/DEF.

Un hecho traumático en la vida de Diana Cohen Agrest la llevó a abrazar saberes que, tal vez, eran totalmente impensados cuando inició su carrera como filósofa: teoría del derecho, códigos penal y procesal penal, y sistema carcelario, entre otros. Aquel 8 de julio de 2011, día en que un asesino terminó con la vida de su hijo, Ezequiel Agrest, en una entradera en la casa de una compañera de estudios en el barrio porteño de Caballito, comenzó una nueva etapa para esta mujer que hoy es referente en materia de justicia y derecho.

Desde la asociación civil "Usina de Justicia", Diana Cohen Agrest trabaja, junto a otras personas afectadas por la delincuencia y la inseguridad, y apoyada por un grupo de abogados, jueces y psicoanalistas, para cambiar el funcionamiento de la justicia y terminar con el discurso imperante de lo que ella llama "la doctrina Zaffaroni y el abolicionismo penal".

-¿Cómo califica la situación social actual en torno a temas como la justicia y la delincuencia?
-Veo desesperación en aquellos que han sufrido actos de violencia y también desesperanza en aquellos que todavía no la padecieron. Creo que, desde la reinstauración de la democracia en 1983, se produjo una confusión falaz al asimilar toda forma de autoridad con el autoritarismo. Eso fue nefasto para la cultura argentina. Eso sucede no solamente en lo relativo a la inseguridad.

-¿En qué otros ámbitos lo encuentra?
-Por ejemplo, en las escuelas con los maestros amenazados por los padres de los alumnos, o en los hospitales donde los cirujanos tienen que operar a los delincuentes a punta de pistola. Hubo un caso de un chico de 21 años al que, en su primer día de trabajo, le entraron en la casa a robar. Cuando ya tenían sus pertenencias y estaban a punto de irse, vieron su birrete de policía y lo mataron. Lamentablemente, esa falacia por la cual se asimila cualquier forma de autoridad con el autoritarismo tuvo en todo este tiempo de democracia un significado letal en Argentina. Pienso en los chicos de Cromañón, en el boliche Kheyvis, en la tragedia de Once, etc., toda una sucesión de muertes absolutamente evitables.

En el principio, la palabra

-¿Cómo fue ese nuevo comienzo que trajo aparejado un hecho tan doloroso como el asesinato de su hijo?
-Cuando nos vinieron a informar que a Ezequiel lo había matado un asesino que tenía un prontuario de nueve causas gravísimas, no entendíamos nada. Los jueces de un tribunal de Morón lo habían liberado unas semanas antes, y esa libertad le permitió matar a mi hijo. Gracias a Daniel Borojovich, padre de una compañera de mi hija mayor que se acercó de inmediato para asesorarnos, tuvimos la fortuna de que al mes lo agarraran. En ese momento, me pregunté qué podía hacer. Entonces pensé que lo único que sabía hacer era escribir. A través de textos, había podido elaborar el dolor que me había causado la ausencia de mi madre tras un Alzheimer. Lacan dice: "La palabra o la muerte". Entonces empecé a escribir y armé toda una campaña en los medios sobre el asesino de Ezequiel. Empecé a usar palabras que estaban afuera del lenguaje.

-¿Por ejemplo?
-"Delincuente", "prontuario" o "reincidencia" no circulaban e incluso desde la justicia se trabajaba con eufemismos. En vez de decir "cárceles", se decía "jaulas". Esa fue la gran operación de la corriente abolicionista en la Argentina: transformar el lenguaje. Lo que tratamos de hacer fue precisamente devolverle a la palabra su significado, sobre todo en un entorno que lo exige como tal. A veces se me ocurre buscar en internet artículos de policiales o justicia del año 2010, por ejemplo, y me doy cuenta de que el lenguaje era muy distinto al actual. Desde Usina de Justicia logramos incorporar toda una serie de términos que en ese momento estaban invisibilizados.

Foto: Fernando Calzada/DEF.
Foto: Fernando Calzada/DEF.

-¿Cómo pasó de su caso particular a luchar por algo general?
-Cuando fue la última de las audiencias previa al juicio del asesino de mi hijo, vino una conocida y me dijo: "Sabés, Diana, que en González Catán unas madres están haciendo una cadena de oración por Ezequiel". Es un recuerdo que aparece en mi mente una y otra vez, y me emociona. Ahí me di cuenta de que mi tarea de reconstruir un lenguaje y visibilizar a las víctimas no terminaba conmigo. Esta tarea tenía que reproducirse, y que esa mano que había escrito Ausencia perpetua, el libro que publiqué a partir de toda esta experiencia, tenía que reproducirse en otras manos que trabajaran por el mismo fin. De alguna manera lo fuimos logrando, porque junto con padres y madres independientes se logró en 2017 la promulgación de la Ley de víctimas.

El abolicionismo

-¿Cuál es la lógica que explica la actitud de estos jueces del abolicionismo? ¿Hay negocios, ideologías?
-Las dos cosas. Por ejemplo, está el caso de Alejandro Slokar, un juez al que se le descubrió un listado de causas de narcotráfico que estuvieron en la mesa de su escritorio y en las que los imputados quedaron todos sobreseídos. Eso demuestra que hay una enorme complicidad del Poder Judicial con el delito. En otro ejemplo, Slokar levantó la causa de un preso que tenía droga dentro de la prisión con el argumento de que la libertad no termina en las paredes de la cárcel y que el preso tenía derecho a consumir drogas. Fijate las contradicciones en las que entra el abolicionismo. Slokar lo liberó con el argumento de que tenía derecho a ser libre, pero entonces la pregunta es cómo entra la droga a una prisión. Llega a través de los guardias. Entonces, si tanto se habla de represión penitenciaria, de esa forma se estaría reforzando la dependencia del preso respecto del penitenciario. Ese es el sistema perverso. En la provincia de Buenos Aires, hasta hace poco, se les había prohibido a los jueces dar a publicidad y tomar en cuenta cualquier informe negativo de los presos. Es decir, si un perito tenía que dar su dictamen sobre un violador y el dictamen era negativo, el juez no podía poner en el expediente del preso que el informe pericial había sido negativo.

-¿Con qué objetivo?
-En realidad de lo que se trata es de hacer implosionar el sistema desde adentro. No son solamente los jueces, sino también los fiscales. Es un sistema bien aceitado, donde los fiscales actúan como defensores. A mí me pasó con el fiscal Aldo de la Fuente al que tuve que escuchar decir en el juicio al asesino de mi hijo: "Lo noto arrepentido". En ese momento pensé: "¿Pero este no es el fiscal? ¿No es el que tiene que acusar? ¿No es el que representa a la sociedad?".

Hay una enorme complicidad del Poder Judicial con el delito

-¿Cómo explica esa actitud?
-Lo que pasa es que el fiscal también se pone del lado del imputado. Vos fijate la situación de extrema soledad en la que se encuentra la víctima. Tenés a los jueces abolicionistas; al abogado defensor, que por default tiene la responsabilidad de defender al imputado; al fiscal, que también defiende al imputado; y la verdadera víctima desaparece de la escena. Desde el hecho mismo desapareció, porque está muerto. Ningún muerto puede decir "me mataron" o "me hicieron este daño". Incluso en los casos de violación, hay una persona que tiene voz. En el caso de la muerte, en cambio, ya no hay nadie que pueda ser la voz.

-Esta actitud de algunos jueces ¿tiene correlato con el sentir de la sociedad?
-El correlato se da con el falso progresismo, abogados que hace tres o cuatro generaciones se están formando con la doctrina abolicionista de Eugenio Zaffaroni. De todas formas, hoy no es lo mismo que hace siete años. Hubo grandes cambios. Cuando yo empecé esta cruzada en 2012, estaba muy sola y, además, cuando me hacían un reportaje solo les interesaba el hecho sangriento.

Doble propósito

-¿El delincuente se puede recuperar o reformar?
-Yo tengo una teoría. El estado moderno se fundó a través de tres ideas, tres bienes jurídicos, que están ordenados lexicográficamente: la vida, la libertad y la propiedad. Entonces, yo sostengo que cuando se quita una vida en un estado de derecho, aquel que la quitó tiene que compensar esa pérdida simbólicamente con el bien que sigue jurídicamente: la libertad. Quien mató tiene que ceder su libertad para poder compensar esa muerte. De esta forma, los familiares de la víctima se sienten aliviados y sienten que la balanza de la justicia, aunque imperfecta, se compensa. La pena tiene que ser perpetua cuando hubo de por media una muerte. El día que los jueces puedan resucitar a los muertos, entonces, se justificaría que liberen a los asesinos.

-Eso en el caso de que el delincuente mate.
-Sí, una cosa es cuando hay un delito de sangre y otra, cuando no hay sangre. Cuando el delito no es de sangre, creo se tiene que intentar la rehabilitación del preso y, después de cumplida la pena, tiene que salir en libertad. Las penas tienen un doble propósito, tanto para el victimario como para la víctima. Por el lado del victimario, tienen tiempo de recuperarse psíquica y anímicamente. Y por el de la víctima, la elaboración de un perdón. Una vez, en una charla sobre homicidios organizada por RENACER, una organización sin fines de lucro que reúne a padres de chicos que murieron en distintas circunstancias, le pregunté a la oradora si pudo perdonar. Me dijo que sí, pero después de muchos años, a los 23 años del suceso. Esto muestra lo sabia que era la ley antes de que apareciera el abolicionismo penal, porque preveía 25 años de prisión para una muerte. Además, en el año en que se sancionó el código, 1921, la expectativa de vida era de unos 60 años. Hoy en día la gente vive por lo menos hasta los 80 años. Ese tiempo de estar en la cárcel permite a la familia de la víctima recuperarse, pero también debe permitir que se recupere el victimario.

Foto: Fernando Calzada/DEF.
Foto: Fernando Calzada/DEF.

-¿Cree que la ley perdió su espíritu profundo?
-El abolicionismo penal separa la ética y la moral de la ley. Por ejemplo, cuando alguien mata o viola o roba, la ley no lo castiga porque haya una persona muerta, una persona violada o una persona a la que se le sustrajo algo. Lo que hace la ley es castigarlo porque transgredió la norma; entonces, desaparece el sujeto. El problema de esa postura teórica es que después meten por la ventana lo que sacaron por la puerta. O sea, si se separa a la moral y a la religión de la norma legal, después no se puede apelar a nociones como arrepentimiento y perdón, porque son nociones religiosas o morales. Ahí quedan claras las incongruencias en las que cae el derecho penal. Ese es el gran problema. El fiscal dijo: "Lo noto arrepentido" –en referencia Al asesino de mi hijo–, pero se supone que la ética no tiene que ver con la ley positiva. Yo estoy tratando precisamente de ir desarticulando ese collar de falacias.

-¿Qué pasa con la justicia por mano propia?
-Yo tuve la suerte de contar con un abogado que me atendió, que encontró al asesino de mi hijo y lo llevó a juicio. Está preso; no le falta mucho tiempo para cumplir la pena, pero está preso. ¿Vos te pensás que si en una villa matan a un pibe, el hermano del muerto va a esperar a que venga la justicia a tomar el caso? De cada cien casos, solamente tres llegan a juicio, y de esos tres, en menos de uno hay condena. Esto, según datos del propio ministro de Justicia. La lucha de Usina de Justicia es para terminar con la justicia por mano propia y para que renazca el imperio de la ley penal que, a mí juicio, tiene que estar fundada en la ley moral. Es necesario que funcione la vindicta pública para que no se alce la venganza privada.

La lucha de Usina de Justicia es para terminar con la justicia por mano propia y para que renazca el imperio de la ley penal que, a mí juicio, tiene que estar fundada en la ley moral

-¿Cómo queda enmarcada la policía en este panorama?
-Creo que aquello de la "maldita policía" es también una cuestión cultural. Es cierto que fue corrupta durante muchos años. Es cierto que lo sigue siendo en gran medida. Pero también es cierto que eso es una cosa que pasa fundamentalmente en nuestro país, porque nunca se le dio a la policía la jerarquía que se le tenía que dar. Este es el momento de amigarnos con el personal policial. En primer lugar, porque la gente que está hoy en la policía, salvo los altos mandos, son chicos muy jóvenes que no estuvieron en la dictadura y que toman el trabajo policial como un trabajo profesional más. Creo que nos conviene a los ciudadanos y tenemos la obligación de restaurar la figura de la policía, ya que es aquella que nos protege. El gran problema hoy en día en la Argentina no son los policías, porque ellos agarran al delincuente, pero al otro día ya está suelto, el gran problema es la justicia. El cáncer de la Argentina es la justicia, no la policía. Es fácil echarle la culpa a la policía. Es un chivo expiatorio.

-Decisiones como la de implementar la doctrina Chocobar ¿sirven en el camino de esa restitución?
-Yo creo que sí. Pero no es solo la doctrina Chocobar. También pasa en casos de autodefensa. ¿Acaso es posible que una persona pueda hacer todas las distinciones que hacen los jueces que están sentados atrás de un escritorio en diez segundos cuando te están amenazando con un revolver? Yo estoy esperando que le maten un hijo a un juez para ver hasta dónde sostiene su teoría. El problema es que los jueces van muy protegidos, tienen custodia, viven muy bien, no tienen que salir a las cinco de la mañana junto con otras personas para poder llegar hasta la estación de tren y después tener que hacer cuatro combinaciones. Es fácil hablar cuando se está sentado atrás de un escritorio.

Los desafíos de la bioética

-Para finalizar, la llevo a su campo de estudio específico, la filosofía y la bioética. ¿Cuál es el rol del filósofo en un contexto como el actual, donde la clonación, el aborto y tantos otros temas sacuden grandes paradigmas sociales?
-Hegel decía que la filosofía tiene que ser como el búho de Minerva, porque levanta su vuelo al atardecer. Es decir, tienen que haber transcurrido los hechos para poder analizarlos conceptualmente. Yo creo que la filosofía se encuentra en este momento en una posición invertida. Como la biotecnología permite invenciones y descubrimientos impensados hasta hace unos años atrás, entonces la filosofía lo que tiene que hacer es construir discursos y valores para poder aplicar esas nuevas innovaciones. Por ejemplo, ver qué hacemos con la clonación. Hace poco clonaron a un chico en China, a pesar de que había una medida de prohibición internacional para la clonación reproductiva. Ese es el gran dilema en el que se encuentra la ética aplicada. En materia de derecho, también estoy tratando de elaborar conceptos para poder interpretar y resolver los dilemas que nos presenta el mundo de hoy.

Yo estoy esperando que le maten un hijo a un juez para ver hasta dónde sostiene su teoría

-O sea que la realidad actual impone una nueva forma de trabajar.
-Lo que hay que hacer ahora es construir redes conceptuales para saber cómo emplear esas nuevas técnicas, saber qué es lo correcto y lo que se debe hacer. Porque no todo lo que se puede hacer, se debe hacer. Reconozco también que, aunque se establezcan regulaciones, eso no significa que alguien no lo vaya a hacer. Lo apasionante de la bioética es que nos presenta desafíos todo el tiempo, porque primero es una técnica, después es otra y va cambiando. Cada nueva técnica te obliga a pensar sobre lo ya elaborado. Lo que pasa es que lo que se está elaborando son cosas que hace cien años no existían. La bioética nace prácticamente con la creación de unidades de terapia intensiva, en 1950. Cuando una persona que hasta ese momento estaba supuestamente muerta, pudo ser conservada indefinidamente en una sala de terapia intensiva con un respirador y una serie de aparatos.

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*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N. 125

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