Los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron un punto de inflexión en la agenda de la seguridad internacional, que en las últimas dos décadas se ha caracterizado por la irrupción de actores no estatales cada vez más violentos y de nuevos fenómenos que rompen con el viejo paradigma de la guerra interestatal.
El auge del terrorismo fundamentalista de matriz islámica, los atentados perpetrados en grandes centros urbanos por los denominados "lobos solitarios", los ciberataques y la manipulación de las redes sociales marcan el pulso de una nueva era, en la que las amenazas contra la seguridad y la soberanía del Estado ya no provienen necesariamente de otros estados o ejércitos convencionales, sino que pueden ser provocadas por grupos irregulares o actores individuales difícilmente detectables por los responsables de la seguridad pública.
En el libro Orden mundial: reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia, el exsecretario de Estado de EE. UU., Henry Kissinger, hace un llamado de atención sobre las "amenazas nebulosas e indefinidas" que emergen del ciberespacio. "La complejidad se ve agravada por el hecho de que es más fácil emprender ciberataques que defenderse de ellos", añade Kissinger, quien afirma que "el terreno crucial de muchas rivalidades estratégicas está pasando del ámbito físico al reino de la información: la recogida y el procesamiento de datos, la penetración de redes y la manipulación psicológica".
Los conflictos bélicos del siglo XXI
"Las guerras del siglo XXI se describen mejor como una mezcla asimétrica transnacional de globalización y tribalismo radicalizado, habilitada por las comunicaciones de alta velocidad y las armas modernas, y por el empleo de tácticas antiguas y bárbaras, sostenidas por la criminalidad y la ayuda extranjera, y ubicadas en áreas geográficas inestables caracterizadas por estados débiles o fracasados, donde la pobreza es endémica y la mayoría de la población tiene poco o ningún acceso al sistema político", afirma Omar Locatelli, director del Observatorio de Conflictos Bélicos Actuales de la Escuela Superior de Guerra del Ejército Argentino y experto en geopolítica de Medio Oriente.
"En esta nueva forma de guerra, el primer indicio claro es la desinformación provocada por el propio ente interesado en ella", manifiesta este experto, quien menciona, entre sus características, los ciberataques, chantajes económicos e infiltración de personas que actúan como "protestadores oficiales dentro de diferentes agrupaciones u ONG".
"Los conflictos se caracterizan, cada vez más, por ser una híbrida conjunción de tácticas irregulares y tradicionales con planeamiento y ejecución descentralizados, donde estados y actores no estatales combinan tecnologías simples y sofisticadas en forma sumamente innovadora", asegura el general James T. Conway, excomandante de la 1° Fuerza Expedicionaria de los Marines estadounidenses. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), define a la "guerra híbrida" como "una amplia gama de acciones hostiles en las que la fuerza militar es solo una pequeña parte y que se ejecutan en forma conjunta como parte de una estrategia flexible con objetivos a largo plazo".
"A diferencia de la guerra convencional, el centro de gravedad en la guerra híbrida se traslada a la población civil", afirma el académico eslovaco Peter Pindják en un artículo publicado en la revista de la OTAN en 2014, donde analiza el caso de Ucrania. Según señala el autor, "Los conflictos híbridos suponen múltiples intentos por desestabilizar el funcionamiento del Estado y polarizar su sociedad". El concepto de "guerra híbrida" ya había sido esbozado por primera vez en 2002 por William J. Nemeth, en su tesis de maestría de la Escuela de Posgrado de la Armada de EE. UU., en la que abordaba el caso de Chechenia como paradigma de este tipo de conflicto bélico.
Allí menciona, como una de las principales características, el uso de tácticas guerrilleras por parte de actores no estatales, difíciles de contrarrestar por las fuerzas miliares tecnológicamente más avanzadas y altamente profesionalizadas. El autor cita, a modo de ejemplo, los secuestros, las masacres indiscriminadas y el fin de la distinción entre combatientes y no combatientes, lo que convierte de hecho a la sociedad civil blanco en predilecto de sus ataques. "La asimetría en la capacidad de combate gira en torno a la creciente dependencia de la tecnología que tienen las fuerzas militares modernas, lo que hace que para las fuerzas híbridas sea más fácil asestar golpes inesperados, utilizando técnicas y métodos desechados por las fuerzas modernas", advierte Nemeth.
"El auge de la guerra híbrida no implica el final de las guerras convencionales o tradicionales", matiza, por su parte, Frank G. Hoffman, en un trabajo publicado en 2007 por el Instituto de Estudios Políticos de Potomac. En su caracterización, señala que este nuevo tipo de conflicto puede ser conducido tanto por ejércitos estatales como por una variedad de actores no estatales. Lo que incorpora esta nueva modalidad bélica, de acuerdo con este académico, es "una gama de diferentes estilos de combate, que incluyen tanto aptitudes convencionales como tácticas irregulares y actos terroristas, que incluyen la violencia indiscriminada, la coerción y el caos delictivo".
A su juicio, "el componente disruptivo de las guerras híbridas no deriva del uso de tecnologías de alta calidad o revolucionarias, sino de la criminalidad", ya que este recurso le permite diseminar el desorden y la disrupción dentro del país que es blanco de su ataque.
El fenómeno de los "lobos solitarios"
Otro fenómeno que se encuentra en auge es el de los llamados "lobos solitarios", que altera completamente la vieja concepción del terrorismo como un accionar colectivo organizado. En los últimos años, grandes centros urbanos de Francia, EE. UU., el Reino Unido, España y Alemania, entre otros países, han sido blanco del accionar de jóvenes armados con revólveres, cuchillos o machetes, o que han utilizado camiones o automóviles para embestir peatones en zonas de masiva afluencia de público.
Un informe publicado en 2015 por el Programa de Estudios de Seguridad de la Universidad de Georgetown define al "terrorismo de los lobos solitarios" como "la deliberada creación y explotación del miedo, a través de la violencia cometida por un único actor que busca el cambio político asociado a una ideología, ya sea propia o de una organización más amplia, que no recibe órdenes, directivas ni material de apoyo por parte de fuentes externas". Es, en definitiva, una especie de solista del terror, lo cual no significa que no se haya visto influenciado por grupos terroristas u organizaciones políticas extremistas.
"Hasta el auge de Internet y de las redes sociales, la radicalización (de los lobos solitarios) se producía a partir de la interacción de persona a persona, lo que permitía a los organismos de seguridad rastrearlos con herramientas de vigilancia e investigación convencionales. A medida que el uso de Internet se incrementó, aumentó también la cantidad de material extremista disponible, lo que ha facilitado la radicalización y los procesos de movilización de estos actores", advierte el grupo de expertos de Georgetown, coordinado por los profesores Jeffrey Connor y Crol Rollie Flynn.
Algunos países han demostrado mayor eficacia que otros en la lucha contra este tipo de amenaza. En Israel, por ejemplo, el servicio de seguridad interna (Shin Bet) logró frustrar en 2017 más de 1100 ataques de "lobos solitarios", una cifra que prácticamente triplicó la cifra de 400 ataques desbaratados 2016. Por su parte, en mayo pasado, el director del FBI, Christopher Wray, informó al Senado de EE. UU. que su organismo estaba conduciendo más de 1000 investigaciones en los 50 estados del país sobre potenciales "lobos solitarios", quienes se habrían radicalizado a través de Internet. El funcionario estadounidense aseguró que esa era actualmente la "mayor prioridad" de su agencia en materia antiterrorista.
Los militares y la seguridad anterior
En este complejo escenario, en el que las amenazas al orden público asumen nuevas dimensiones, y los límites entre la seguridad interior y exterior se vuelven cada vez más difusos, los países comienzan a repensar la función de sus FF. AA. Un caso paradigmático es el de Francia que, sin dejar de atender las múltiples misiones que sus militares cumplen en el exterior, les ha asignado un rol en la protección del orden público hacia dentro de sus fronteras.
Luego del sangriento atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo de enero de 2015, se puso en marcha la operación "Centinela" (Sentinelle), que se encuentra bajo la órbita del Ministerio de Defensa e implica el despliegue de un total de 10.000 soldados, que cooperan con las Fuerzas de Seguridad en misiones de protección y disuasión en París y otros grandes centros urbanos.
En noviembre de 2017, luego de dos años de vigencia del "estado de excepción" –decretado originalmente en 2015 y que fue extendido en cinco ocasiones durante los gobiernos de François Hollande y Emmanuel Macron–, entró en vigor la nueva ley antiterrorista, que, entre otras medidas, facilita los allanamientos de vivienda y la detención sospechosos sin orden judicial previa.
En simultáneo con lo ocurrido en Francia, el gobierno de Bélgica lanzó en enero de 2015 la operación "Guardián Vigilante" (Vigilant Guardian), por la cual se autorizó el despliegue de hasta 1828 militares en las calles de Bruselas y otras ciudades del país, en apoyo a las fuerzas de seguridad. Se presume que esta seguirá vigente, por lo menos, hasta 2020.
Por su parte, en el Reino Unido, luego del atentado de mayo del año pasado en la antesala de un concierto de la cantante Ariana Grande en Manchester, el gobierno de Theresa May elevó a "crítico" el nivel de amenaza terrorista en el país y puso en marcha la operación Temperer, con el despliegue de hasta 5100 soldados en puntos clave del territorio y su participación en tareas de vigilancia de eventos multitudinarios. Esta movilización de efectivos de las FF. AA. se dio en el marco de las medidas de apoyo militar a las autoridades civiles, conocidas por la sigla en inglés "MACA" (Military Aid to Civil Authorities), que son conducidas por el Ministerio de Defensa y coordinadas con las demás agencias estatales.
Más cerca de nuestras fronteras, en Brasil, la Constitución autoriza el despliegue de las Fuerzas Armadas en lo que se denominan operaciones de "garantía de la ley y el orden". De acuerdo con datos del Ministerio de Defensa de ese país, desde 2010 el gobierno recurrió en 29 ocasiones al despliegue de las FF. AA. En respuesta a situaciones de alteración del orden público en distintos estados o para reforzar la seguridad frente a eventos como la Cumbre Río + 20 de Naciones Unidas en 2012 y la Jornada Mundial de la Juventud en 2013 o la Copa del Mundo de 2014. Por otra parte, en febrero de este año, por primera vez desde el retorno de la democracia, el Ejecutivo de Michel Temer decretó la intervención federal de la seguridad pública en el estado de Río de Janeiro y puso al frente de la misma al general del Ejército, Walter Braga Netto.
En México, mientras tanto, a partir de diciembre de 2006, con la denominada "Operación Conjunta Michoacán", las FF. AA. asumieron un papel dominante en la lucha contra el narcotráfico. La decisión política del gobierno de Felipe Calderón no se vio alterada durante la administración de su sucesor, Enrique Peña Nieto. Si bien durante su campaña el actual presidente electo Andrés Manuel López Obrador –quien asumirá el cargo en diciembre próximo– había prometido "cerrar el ciclo de violencia" y posibilitar el regreso de los militares a los cuarteles, recientemente tuvo que admitir que no podrá cumplir su promesa en lo inmediato, ya que "la Policía Federal no está preparada para sustituir lo que hacen actualmente los soldados y los marinos".
Ciberespacio: amenazas al acecho
En la era de las comunicaciones y de la conectividad, otro foco de preocupación para cualquier Estado del planeta es su protección frente al ciberterrorismo o terrorismo informático. La inquietud excede a los gobiernos y se refleja también en la sociedad civil: de acuerdo con una encuesta de Gallup, difundida en marzo de este año, el 81 % de los estadounidenses manifestó que el ciberterrorismo representa una "amenaza crítica" para los intereses vitales de EE. UU. en los próximos diez años.
A modo de ejemplo, ilustrando los peligros de un ciberataque masivo, el exdirector de operaciones del Cibercomando de las FF.AA. de EE.UU., Brett Williams, señaló: "Mi preocupación es que se produzca una campaña que incluya ataques simultáneos contra el sector financiero, el energético y, tal vez, el control del tráfico aéreo, combinado con algún tipo de actividad real, como podría ser una confrontación en el Golfo Pérsico o en el estrecho de Taiwán".
El investigador del Falcon Research, John J. Klein, diferencia el ciberterrorismo del denominado hacktivismo –un neologismo que combina "hackeo" con "activismo"–, entendiendo a este último como el intento por "interrumpir el tráfico de Internet o las redes informáticas como una forma de protesta pública, sin buscar en ese mismo proceso matar, mutilar o aterrorizar". Sin embargo, añade, "los límites entre el ciberterrorismo y el hacktivismo pueden, a veces, ser difusos". Las diferencias se vuelven borrosas cuando grupos terroristas reclutan hacktivistas o estos últimos deciden escalar sus acciones y atacar los sistemas informáticos que operan infraestructuras críticas.
En su análisis de las actuales amenazas en el ciberespacio, el Cibercomando estadounidense plantea –en un documento difundido en marzo pasado– que Rusia, China, Irán y Corea del Norte han realizado inversiones con el objetivo de reducir las ventajas competitivas de EE. UU. y comprometer su seguridad nacional. Allí se advierte también sobre el peligro que representan actores no estatales, como grupos terroristas, redes criminales y hacktivistas, que pueden causar daño a las capacidades militares y a la infraestructura crítica de EE. UU. e incluso poner en peligro la vida de ciudadanos estadounidenses.
"Hoy un ciberataque puede ser tan destructivo como un ataque convencional, y prácticamente cualquier conflicto tiene una dimensión cibernética", manifestaba el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en una columna publicada en julio de este año en el Financial Times. Allí, el máximo responsable político de la Alianza Atlántica subrayaba que "la capacidad de defendernos en el ciberespacio es tan importante como defendernos en la tierra, en el mar y en el aire". No es casual, entonces, que la Alianza Atlántica haya llevado a cabo en 2018 en Tallin (Estonia), por séptimo año consecutivo, el ejercicio Locked Shields ("Escudos bloqueados"), que simula un ataque informático masivo por parte de un hipotético país enemigo. En esta última edición, participaron más de 1000 expertos de 30 países.
Una nueva agenda para las FF. AA.
Los escenarios aquí analizados requieren un aggiornamiento de las FF. AA. a los tiempos que corren, lo cual exige una adecuada preparación de las tropas para una serie de tareas que van más allá del uso de la fuerza en un teatro bélico. "Tenemos que pensar el instrumento militar como polivante, para hacer frente a una multiplicidad de amenazas externas", señaló a DEF el analista Andrei Serbin Pont, quien defiende la necesidad de contar con estructuras "compactas, flexibles y modernas".
En ese contexto, cobran especial importancia las fuerzas de operaciones especiales (Special Operations Forces, conocidas en inglés por su sigla SOF), unidades de tamaño reducido, bien equipadas tecnológicamente y preparadas para ejecutar tareas que una fuerza terrestre, aérea o marítima convencional no puede realizar con la misma eficacia y economía de costos. Su despliegue debe ser rápido y contundente, como se vio, por ejemplo, en el operativo ejecutado el 11 de mayo de 2011 por los Navy Seals estadounidenses que acabó con la vida de Osama Bin Laden en el complejo de Abbottabad (Pakistán) donde residía.
El analista Iver Johansen, del Instituto Noruego de Investigaciones para la Defensa (FFI), observa que el reciente incremento de las operaciones especiales es el resultado de dos tendencias confluentes: por un lado, la persistencia de conflictos asimétricos en distintas partes del mundo; y, por el otro, las restricciones en el presupuesto de Defensa que exigen cada vez mayores esfuerzos por "hacer más con fuerzas de tamaño más reducido". En el futuro, sostiene este especialista, "las fuerzas de operaciones especiales deberán dos grandes desafíos: combatir terroristas y librar guerras irregulares".
"En los escenarios asimétricos típicos de la pos-Guerra Fría, unas fuerzas más pequeñas, flexibles, altamente entrenadas y en condiciones de hacer uso de la fuerza con gran precisión, ofrecen la promesa de alcanzar resultados estratégicos, con la finalidad de evitar los costos prohibitivos de las grandes operaciones militares en el terreno", añade Johansen, quien destaca el "factor sorpresa" como condición principal del éxito de ese tipo de despliegue.
"La relevancia futura de las fuerzas de operaciones especiales dependerá, entonces, de su habilidad para resignificar el vínculo entre operaciones tácticas y objetivos estratégicos de largo plazo", concluye el autor, quien aclara que, si bien no cambiarán las reglas de la guerra ni reemplazarán a las fuerzas convencionales, en el futuro este tipo de unidades "seguirán siendo indispensables para desarrollar tareas que ninguna otra fuerza está en condiciones de realizar".
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*La versión original de esta nota fue publicada en la revista DEF N.123