Nadie ignora que el aumento de la población en las zonas urbanas conlleva problemas, desafíos y discusiones. Dentro de la tendencia global a la urbanización, las áreas metropolitanas son las que más crecieron en los últimos años. “Más del 50 por ciento de la población es urbana, y ese porcentaje es cada vez más metropolitano”, explica Máximo Lanzetta, sociólogo, profesor universitario, especialista en globalización y reestructuración urbana, miembro del Consejo Académico de la Fundación Metropolitana y uno de los fundadores de la Sociedad Iberoamericana de Salud Ambiental. En diálogo con DEF, Lanzetta habló sobre los desafíos de la región metropolitana de Buenos Aires: la desigualdad, el saneamiento y el transporte.
-¿Cómo describirías el tema residuos en el área metropolitana?
-Es diverso. Por un lado, permanece la inercia de desechar y tirar, y, frente a esta inercia, hay un movimiento de hace varios años asociado al reciclaje, impulsado en parte desde 2001 por los recuperadores urbanos, conocidos como cartoneros, un fenómeno que en cada crisis emerge con más fuerza, y diferentes dispositivos del Estado que intentan generar prácticas de reciclado en general en escala bastante limitada. Esto es así por falta de financiamiento; no hay financiamiento genuino para políticas de reciclado. El país lleva más de quince años trabajando sobre leyes de envase, es decir, quien tiene un lucro con un producto que ingresa al mercado debería hacerse responsable del residuo que genera. Esto en el mundo tiene distintas formas, no hay un solo mecanismo. Estamos al día de hoy sin ninguna ley que pueda generar un financiamiento genuino. Es un desequilibrio grande porque la metrópolis no solo es un mosaico de gobiernos locales, sino que se monta sobre unidades productivas muy diferentes. No es lo mismo un municipio como Moreno, que tiene un bajo nivel de industrialización y mucha pobreza, que Vicente López, que reúne sectores medio altos e industrias que generan producción interna grande. A su vez, los municipios como Moreno, Brown, Florencio Varela, tienen una menor consolidación de estructura urbana. Hay condiciones diferenciales muy marcadas a la hora de pensar el financiamiento de las políticas locales en general.
-¿En qué otros aspectos urbanos y ambientales se refleja la desigualdad?
-En los servicios, en las condiciones que tiene cada uno para poder atraer actividad. Hay factores que dependen de gobiernos locales y otros que no. Existen dos muy fuertes. Uno es la articulación del mercado Mercosur, por el que muchas industrias, sobre todo automotrices, se mudaron al noroeste de la metrópolis, y con ellas, las autopartistas. Eso ha generado un corrimiento de la actividad dinámica. Quedan otras actividades productivas, no es que no haya, pero las más dinámicas se fueron. Después está el tema de la residencia. Algo que a veces se invisibiliza es la ocupación del suelo productivo. Nuestra metrópolis se expande sobre suelo productivo agropecuario. La expansión de la metrópolis tiene dos movimientos. Uno es el de los barrios cerrados, que es un modo de construir una sociedad más segregada y con mayor ocupación de suelo. Y, por otro lado, los asentamientos, que son otra clase de ocupación. Ahí hay semáforos amarillos que deberían hacer repensar las políticas de hábitat y urbanas, un modelo en el que el acceso al suelo urbano y a la vivienda no implique necesariamente ir a tener un lote propio en los confines de la metrópolis. Por otro lado, cuando hay problemas de ingreso y de trabajo, los servicios se vuelven expulsivos en algunos casos; las familias no los pueden sostener, y así vuelve a comenzar la historia 10 años después con la familia yéndose de nuevo al borde de la ciudad.
-¿Qué relación hay entre los asentamientos urbanos, los barrios cerrados y las inundaciones?
-Los asentamientos ocupan terrenos vacantes, suelos que no están ocupados por otros. La historia de los asentamientos, un fenómeno que arranca en la década del 80, a partir de distintos dispositivos que hacen que mucha gente de pronto se encuentre sin poder alquilar ni comprar una vivienda, mueve toda una lógica de ocupación del suelo, la ocupación organizada, la reproducción de la cuadrícula. Pero lo que sucede es que, por entonces, había salido la Ley 8912, que, más allá de que es una ley de la dictadura, decía que los terrenos debajo de cierta cota de metros no podían ser incorporados como zona residencial porque eran terrenos inundables. Por lo tanto, muchas zonas inundables no podían participar del mercado del suelo, y muchos asentamientos se hicieron allí. Avanzada la década del 90, y ya en este siglo, con la expansión de los barrios cerrados como forma de ocupación de clases medias y altas, se va dando ocupación de los mismos suelos, que son los valles de inundaciones, ya no por asentamientos sino por countries. Pero los countries tienen capacidad de inversión: rellenan el suelo, y al rellenar varios countries en muchas cuencas –porque hay que pensar en términos macro–, por ejemplo, la cuenca de Luján, va sucediendo que el agua que antes naturalmente entraba a esos terrenos ahora es restringida y llevada hacia otros. Donde hay un asentamiento que ya era bajo, le entra agua. La basílica de Luján fue invadida por el agua; el río Luján pasa muy cerca de la basílica. Pasa esto: las diferentes ocupaciones generan, entre otros fenómenos, asentamientos donde antes se desbordaba. Y a esta situación se le suma el cambio climático. No es que llueva mucho más, aunque en promedio llueve más, sino que tenemos mayor cantidad de tormentas de alta acumulación de agua en poco tiempo.
-¿Qué otros desafíos presenta la región metropolitana?
-Otro desafío es el productivo. La dinámica productiva metropolitana parece no estar tan presente en la agenda de gobierno en general. Descansa en la iniciativa privada y en algo de la infraestructura pública, pero falta una mirada más integradora. El otro fenómeno metropolitano grande de la agenda es el tema del saneamiento básico. El acceso al suelo urbano y el acceso al agua y la cloaca son fundamentales en una política que propenda a achicar la brecha de la desigualdad urbana. La metrópolis venía con un enorme déficit de saneamiento básico: la realidad es que, desde los años 30 en adelante, hubo un desacople entre el crecimiento de los servicios de agua y cloaca y el de la población metropolitana. A partir de entonces, la brecha se fue ampliando. En los últimos años, esa brecha se fue manteniendo y, a veces, cerrando un poco. La política de hábitat debe converger con la política de los servicios urbanos.
-¿En qué estado se encuentra el transporte público?
-Creo que la pandemia puso en evidencia dos cosas: lo vulnerables que son los sistemas de transporte; en una sociedad cada vez más urbana a nivel mundial, más del 50 por ciento de la población es urbana; ese porcentaje es cada vez más metropolitano, y encima es población globalizada. El COVID-19 nos mostró lo rápido que circuló el virus. La segunda es el descubrimiento de que muchas actividades que suponen un traslado se pueden hacer a distancia. Sería inteligente pensar, en la salida de esta pandemia, una agenda sobre qué desplazamientos pueden ser evitables, así reduciríamos emisiones de gases. La metrópolis no solo es grande sino extensiva; entonces, ir de una punta a la otra en transporte público implica varias horas de traslado, lo cual habla de que faltan estructuras de transporte público de calidad y más eficientes. Solamente por decir algo, nuestro sistema ferroviario metropolitano no es otra cosa que el viejo sistema nacional de ferrocarriles acotado, pero no se “cose”: el que termina en Constitución no sigue hasta Retiro; hay que bajarse, tomar un subte y volver a subir. Cualquier metrópolis del mundo tiene sistemas más regionales. El gobierno anterior intentó hacerlo de un modo no muy bueno, con una gran central en el Obelisco. Los sistemas guiados, que son el ferrocarril, los subtes y otros que pueden ir por arriba, tienen que trabajarse más.
* Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF
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