“Hace 50 años, el mundo era más limpio. No se hablaba de seguridad humana y, menos aún, de sustentabilidad y desarrollo sostenible. Hoy encontramos que, al tope de las agendas, están el tema ambiental y el cambio climático. La presencia sorpresiva y disruptiva del COVID-19 nos ha cambiado la mirada a todos. Tenemos que hacer un esfuerzo por pensar que, Dios mediante, saldremos de este trance, pero el gran problema del medioambiente subsistirá”, comenzó diciendo el director ejecutivo de la Fundación Criteria, Mauricio Fernández Funes, durante la jornada virtual “Cambio climático y pandemia”, realizada por la Fundación y la Universidad del CEMA en homenaje al Día de la Tierra.
Del evento, participó el investigador y doctor en Ciencias Físicas Pablo Canziani, quien explicó que en las décadas del 80 y 90 “parecía que no había límites para nadie, lo que desembocó en situaciones de crisis”. Para él, estos momentos de ruptura estuvieron relacionados con producciones de energía ineficientes e insostenibles, y con un modelo agroindustrial basado en pocas especies, con un desprecio total por los valores ambientales y el trabajo de la gente de campo. A estos factores, agrega, se sumó un problema en las sociedades: en el hemisferio sur, surgieron megaciudades con importantes cordones de pobreza.
“Todo eso produce consecuencias en el medioambiente: cambio climático, deforestación o el problema de la capa de ozono. Vemos que la humanidad es víctima y victimario simultáneamente. En este proceso, se observan múltiples interacciones que nos permiten entender la razón de esta pandemia. Lamento decir que, si no cambiamos las cosas, esta sería una muestra de lo que puede pasar en un futuro frente a la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la deforestación”, advirtió el experto. Para él, en estas interacciones se reproduce lo que siempre pasó en la historia de la humanidad, que se inició con la agricultura y el sedentarismo: el surgimiento de nuevas enfermedades a partir de zoonosis por interacción con los organismos y los cultivares, y otros padecimientos propios del hacinamiento.
Para el integrante del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, este es un año que define como “no lineal o caótico”. “Como vimos en las curvas de la pandemia de 1918, hay comportamientos y cambios bruscos difícilmente predecibles, pero que se pueden definir desde una perspectiva de probabilidades. Había una posibilidad alta de que pasara. Los tomadores de decisión no le prestaron una adecuada atención. Claramente, eso nos demuestra que este desastre que estamos viviendo responde a lo que venimos haciendo mal”, reflexionó, al tiempo que subrayó que se requiere un cambio en el proceso de toma de decisión público y privado.
Canziani también analizó las posibles causas que originaron la pandemia: “Se habla de una interacción con murciélagos, de consumo de animales salvajes, que es una opción válida porque cuando se destruyen ecosistemas, ciertas especies se desarrollan por encima de los niveles aceptables de población y empiezan a interactuar más con la humanidad. Aparte, otra fuente posible sería la interacción de murciélagos con criaderos de cerdos en China”.
“Lo que quiero decir es que, para bien o mal, estamos interconectados. No podemos trabajar solos en la búsqueda de soluciones ni tampoco en la prevención”, resumió.
Citando Laudato si’, la segunda encíclica del Papa Francisco, Canziani remarcó: “Vemos los nombres de dos elementos fundamentales del conocimiento y de la actividad humana: la ecología, el conocimiento de la casa, y la economía, que es la gestión de la casa. Hoy sabemos que no puede haber economía sin ecología. No puede haber economía sana que no conozca cómo funcionan los sistemas naturales y sociales de manera idónea para minimizar los impactos en las personas y en el ambiente, y para generar un modelo de producción de bienes y servicios que sea sustentable en el tiempo y permita el funcionamiento de la sociedad y de las empresas”.
Finalmente, Canziani recordó que no nos encontramos solos, por eso es importante reflexionar sobre posibles modos de cambiar nuestra sociedad “para bien” sobre la alianza estratégica entre los sectores del saber.
“Como dice Laudato si’, es hora de que, ante cualquier decisión que tomemos –ya sea personal, estatal o empresarial–, hagamos unas preguntas fundamentales: ¿por qué la hago?, ¿quién se beneficia?, ¿a qué costo?, ¿dónde voy a hacer la acción?, ¿cómo la voy a hacer?, ¿cómo manejo y pago los costos intangibles que siempre surgen?”, cerró el especialista.
Un respiro para el planeta
Durante el encuentro, se recordó la primera hazaña de la Fundación: llegar al Polo Norte para alertar al mundo sobre las consecuencias del calentamiento global.
El fotógrafo internacional Tommy Heinrich, quien integró esa primera expedición argentina, fue también el primer argentino en llegar al monte Everest. Al recordar ese momento, y teniendo en cuenta el contexto actual, el referente en montañismo contó que, al hacerlo, en 1995, fue la persona número 600 a nivel mundial en lograr el objetivo: “En 2019, hubo un récord de 805 ascensos en una sola temporada. Es un indicador de cuánta gente sale, no solo al Everest, sino también a las montañas”.
En relación con el COVID-19, Heinrich señaló que este año puso a prueba los intereses económicos. En ese sentido, él destaca el estilo de vida de los sherpas durante la pandemia: “Ellos, como cultura, han vivido durante cientos de años en las laderas, practicando una economía comunitaria, ayudándose entre ellos. Básicamente, siempre unidos”.
Para él, la pandemia nos lleva a volver hacia la naturaleza. “En las expediciones, uno tiene que adaptarse a condiciones extremas y modificar lo que planea. Se necesita resiliencia y paciencia para sobrellevar un momento difícil y alcanzar un objetivo. Hoy nos tenemos que cuidar y superar este contexto”, recomendó.
Finalmente, Heinrich afirmó que la naturaleza necesita alejarse del impacto que generamos y rescató el aprendizaje que podemos obtener de este tiempo en que estamos “aislados, pero juntos”.
Durante la jornada virtual, también se revisaron los vínculos entre la pandemia y la contaminación ambiental. Tras analizar las publicaciones de varios medios de comunicación que establecían una posible conexión entre la contaminación y el coronavirus, la doctora en Ingeniería y miembro del Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa, Lidia Otero, tomó la palabra para dar más detalles.
“La contaminación del aire es la presencia de gases tóxicos y de partículas sólidas y líquidas en suspensión en la atmósfera, que, a su vez, son nocivos para la salud y para el medioambiente. Por otro lado, la calidad del aire permite conocer el grado de contaminación de lo que respiramos. Una mala calidad se traduce en efectos graves en la salud. Por eso, el monitoreo es sumamente importante”, explicó, al tiempo que detalló que hay variables importantes que conforman las mediciones básicas de la calidad del aire: el dióxido de nitrógeno, el monóxido de carbono, el dióxido de azufre y el ozono. Estos componentes, describe, ingresan por la nariz y repercuten en los órganos internos del ser humano. El primero de ellos está relacionado con el tránsito vehicular y aéreo. Por su parte, el monóxido se debe a una combustión incompleta. Finalmente, mientras el dióxido de azufre se vincula con la quema de combustibles fósiles y la actividad volcánica, el ozono se relaciona con el smog.
¿Por qué la contaminación del aire aumenta el riesgo de COVID-19? “Porque afecta la salud respiratoria, dejando más vulnerables a las personas que poseen enfermedades respiratorias crónicas”, respondió la especialista. Por otro lado, advirtió que la actual disminución en la contaminación del aire se debe al simple hecho de haber reducido nuestra actividad en tiempos de cuarentena.
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