En los últimos años, la preocupación por el cambio climático ha ganado terreno. Mientras jóvenes como Greta Thunberg se hacen escuchar pateando puertas, otros niegan o relativizan su alcance. La doctora en Ciencias de la Atmósfera e investigadora del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera, Inés Camilloni, resume las preocupaciones ambientales a nivel a mundial en articulación con el escenario argentino: las emisiones de gases de efecto invernadero, las consecuencias del aumento de temperatura en la Patagonia y por qué ya no hablamos de calentamiento global sino de cambio climático.
-¿Cuáles son las razones por las que hoy estamos hablando del tema, mucho más que hace 20 o 30 años?
-Porque tenemos la evidencia científica de que el cambio climático observado, por lo menos desde la segunda mitad del siglo xx hasta ahora, es atribuible a acciones humanas. Me refiero al uso intensivo de combustibles fósiles –la quema de petróleo, de gas natural, de carbón, para producir energía– y a los procesos de cambio en el uso del suelo, como cuando uno reemplaza la cobertura natural para construir una ciudad o para actividades productivas. Por eso la deforestación y la urbanización son las causas principales del cambio climático: porque con tales acciones se modifica la composición química de la atmósfera, se intensifica un proceso natural que es el efecto invernadero, y eso lleva a que se retenga mayor cantidad de energía del sol en la atmósfera, lo que produce a su vez el aumento de la temperatura en el planeta. Al comienzo, se hablaba de calentamiento global, pero lo que se vio es que no solo aumenta la temperatura, sino que se modifican otras variables del tiempo, la humedad, el ciclo del agua, los vientos, las tormentas, y por eso es que se transformó en cambio climático.
-¿Por qué es tan importante que la temperatura global se altere un grado o dos? ¿Qué consecuencias tiene ese cambio?
-La temperatura subió 1,1 grado respecto de lo que llamamos el período preindustrial, antes de que se utilizara de forma intensiva el petróleo. Primero hay que pensar que el calentamiento no se distribuye de forma homogénea en toda la tierra, no es que todos los lugares del mundo se calentaron un grado, sino que en algunos sectores la temperatura aumentó bastante por encima de un grado, y en otras aumentó, pero no tanto. El lugar donde más se estuvo calentando es la región del Ártico; eso explica el derretimiento de los hielos y el ascenso del nivel del mar. Si la distribución es heterogénea, los impactos son también heterogéneos: las consecuencias que estamos viendo, como el ascenso del nivel del mar, las lluvias cada vez más intensas que dan lugar a inundaciones, las sequías que provocan procesos de desertificación e incendios responden al “pequeño” calentamiento de 1,1 grados centígrados. A lo largo de un día, un cambio no representa nada, pero si lo pensamos en términos de promedio para la Tierra, es muchísimo.
-¿Cómo impacta el cambio climático en nuestro país?
-Argentina es muy grande, el cambio impacta de distintas formas de acuerdo a las regiones. La región en la que más aumentó la temperatura es la Patagonia, donde aumentó un grado, mientras que en el centro-norte del país aumentó medio grado. Pero los impactos más sensibles tienen que ver con el agua y la lluvia. Hubo modificaciones importantes en el Litoral y la Pampa Húmeda, donde no solo llueve un 30 por ciento más que en la década del 60, sino que se modificó la forma en la que llueve: tienden a darse episodios más separados en el tiempo pero más torrenciales, lo que implica mayor cantidad de agua en menos tiempo. Por eso, se producen inundaciones o anegamientos. En la ciudad de Buenos Aires, se triplicaron los casos en los que llueve más de 30 mm en media hora, y la ciudad solo puede evacuar 30 mm en una hora por su sistema de alcantarillado y desagüe. Esto explica por qué la infraestructura de la ciudad tiene que adaptarse para no inundarse, mientras que en la zona de Cuyo y el Comahue hay una tendencia a la reducción de la precipitación. La zona de Cuyo ya es semiárida y llueve cada vez menos, lo cual impacta en la reducción de los caudales de los ríos, cuya agua se usa para consumo humano y para actividades productivas. En la zona del Comahue, la zona del Alto Valle, el agua también se utiliza para la generación de hidroelectricidad, y tener menos agua disponible significa contar con menos producción de hidroelectricidad. En esa zona, además, aumentó la temperatura, por eso se retraen los glaciares en la zona andino-patagónica. Tenemos mayor recurrencia de olas de calor, que en realidad tienden a durar más días y alcanzar umbrales de temperatura más altos.
-¿De qué manera contribuye nuestro país al cambio climático?
-Una forma de saberlo es medir cuántos gases de efecto invernadero se emiten. A nivel global, Argentina emite el 0,9 por ciento del total, y eso la ubica entre los 20 y 30 mayores emisores del mundo, y en América Latina estamos en el tercer lugar después de México y Brasil. Entonces, si bien en el volumen de gases pareciera que no es tanto, si nos comparamos con muchos de nuestros vecinos, estamos entre los peores.
-¿Cómo difiere la composición de nuestras emisiones de la de otros países?
-Acá, la mayor cantidad de emisiones proviene de la energía: constituye el 52,5 por ciento. Energía para generación de electricidad, comercial, residencial y transporte. El 40 por ciento pertenece al sector de ganadería y usos del suelo, el 20 por ciento aproximadamente es ganadería. Pero esa distribución en otros países es distinta, suelen tener mucho más gasto de energía que en uso del suelo, por ejemplo. Después, ese resto que queda se reparte entre actividades industriales, principalmente de cemento, y los rellenos sanitarios.
-Frente a este escenario, ¿usted es más bien optimista respecto al futuro?
-El acuerdo entre países es que hay que limitar el calentamiento de la tierra a dos grados centígrados; eso es lo que se acordó en el marco de la ONU. Se acordó que no deberían superarse los dos grados, pero en realidad hay que hacer esfuerzos para no superar los 1,5. Para eso, hay que reducir un 45 por ciento las emisiones de gases invernaderos para 2030. Y llegar a hacer lo que se llama carbono neutral para 2050, lo que significa que debemos tener la capacidad de remover la misma cantidad que emitimos. La ciencia dice que es posible, la tecnología existe. Faltan decisiones políticas. Por un lado, soy optimista porque se puede hacer, pero por otro estamos viendo que todavía no se implementan las transformaciones que hacen falta para la reducción del 45 por ciento antes de 2030. También creo que, si caemos en el pesimismo, caemos en la inacción. Estamos en la instancia de demandar la acción climática: que todos los gobiernos, las empresas y los actores que tienen un rol central implementen con urgencia las medidas que hacen falta.
-Existe la discusión de si se proclama que las acciones tienen que ser promovidas por los gobiernos y los grandes actores para no asumir una responsabilidad personal, o si el accionar meramente individual solo conduce a la tranquilidad moral de que se está haciendo algo. ¿Cómo ve este debate?
-En realidad, es la suma de las dos cosas. Encontrar una solución al cambio climático requiere una transformación cultural enorme porque significa cambiar la forma en la que producimos, la forma en la que consumimos. Y las transformaciones surgen de abajo hacia arriba: si cada uno de nosotros no está dispuesto a transformar nuestras acciones, es difícil que la sociedad en su conjunto cambie. Creo que las acciones individuales cumplen un rol fundamental, pero sin políticas públicas no se van a alcanzar los objetivos. No nos podemos desentender a nivel personal ni a nivel de la sociedad, debemos estar agrupados para exigir las medidas necesarias.
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