Declarada en la Argentina Monumento Natural Nacional en 1984, la ballena franca austral registró este año un récord en Península Valdés, zona de alta concentración de ejemplares durante la época de cría. Durante el relevamiento realizado en septiembre pasado, se registraron 865 ballenas (entre las que se contaron 365 crías en los golfos Nuevo y San José), número récord desde que comenzaron los estudios científicos de esta especie en 1970.
"Desde entonces, la población de ballenas francas australes creció entre un 5 y un 7 % anual en las primeras décadas –aunque según estudios recientes puede promediarse en un 3 % o menos– en la zona y en los últimos años hemos observado que hubo ciertos cambios inusuales de la población", sostiene Mariano Sironi, doctor en Zoología, director científico del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB).
Las ballenas sufren múltiples amenazas originadas en causas humanas evitables, entre las que se destacan los choques contra embarcaciones y los enmallamientos en redes de pesca, la contaminación química y acústica y, en Península Valdés, el ataque de las gaviotas cocineras que se alimentan de la piel y la grasa de las ballenas vivas. Sin embargo, la población en Península de Valdés es récord.
En diálogo con DEF, el especialista explica que, aunque las causas de esta tendencia no están del todo claras, es factible que algunos cambios en la dinámica poblacional puedan atribuirse al fenómeno meteorológico El Niño, que en los últimos años afectó los patrones climáticos del mundo e impactó en las temperaturas globales.
"Las oscilaciones generadas por El Niño modifican la temperatura del mar y por consiguiente la abundancia de krill (un crustáceo elemental para la alimentación de las ballenas) alrededor de la Antártida. Por ello, es altamente probable que estos cambios ambientales afecten la dinámica y la distribución de las ballenas, y otras especies como focas y aves marinas", detalla Sironi, quien desde 1995 se dedica al estudio de estos ejemplares.
Otro elemento que se suma al calentamiento del mar es su acidificación por el aumento del dióxido de carbono, que también disminuye la cantidad de krill, y por lo tanto, afecta la nutrición de las ballenas y posteriormente su capacidad reproductiva en las áreas de cría, aun a miles de kilómetros de distancia. "Menos krill en el verano en aguas del Atlántico sur es sinónimo de menor número de crías registradas en Península Valdés en el invierno siguiente", afirma Sironi.
Es lógico pensar que al tratarse de animales migratorios es factible que se desplacen buscando la temperatura ideal para su alimentación y luego también para su reproducción y para el desarrollo de sus ballenatos. Confirma esta idea el hecho de que los cambios de distribución no son exclusivos de Península Valdés. "Investigadores que estudian la misma especie en el sur de Brasil y en Sudáfrica, registraron reducciones similares a las percibidas en las costas argentinas en 2016".
Huellas digitales
Desde hace 48 años, investigadores del Instituto de Conservación de Ballenas yOcean Alliance realizan un relevamiento fotográfico en el que sobrevuelan en un avión las costas de Península Valdés con el objetivo de identificar los individuos, en especial las hembras.
Este estudio permitió crear una base de datos y el catálogo de individuos reconocidos más completo que existe a nivel global. "Con una foto aérea podemos saber quién es quién en Península Valdés. Se trata de una técnica que nos ha permitido identificar hasta la actualidad a más de 3350 ballenas, algunas de las cuales hace 50 años que seguimos, ya que regresan periódicamente a tener sus crías", afirma Sironi.
Sobre esta base se desarrolla el Programa de Investigación Ballena Franca Austral, que constituye un récord mundial de continuidad realizado sobre una especie de ballena, "al que este año sumamos uno nuevo: superar el número excepcional de ballenas registrado en 2017, que fue de 788", subraya este especialista que describe estos animales como únicos y especiales. "Distribuidos en todos los mares del mundo, además de representar la necesidad de cuidar el medio ambiente, las ballenas forman parte del patrimonio global y tienen la particularidad de generar en los seres humanos una empatía excepcional".
Con una foto aérea podemos saber quién es quién en Península Valdés. Se trata de una técnica que nos ha permitido identificar hasta la actualidad a más de 3350 ballenas
Y explica que es muy probable que haya aún más ejemplares, ya que el objetivo de los vuelos que realizan no es censar y realizar un conteo total, sino fotoidentificar a los individuos.
Consultado acerca de la dificultad de reconocer a los distintos ejemplares, manifiesta que "es factible debido a que cada ballena puede reconocerse por las callosidades –especie de parches de piel engrosada– que poseen en la cabeza desde el nacimiento y constituyen una especie de huella dactilar que no varía con los años".
Con este método –que permite monitorear el estado, la salud y la dinámica poblacional– Sironi y su equipo crearon una base de datos de largo plazo, reconocida por el Comité Científico de la Comisión Ballenera Internacional como una de las más importantes del mundo. "Es una herramienta para comprender el rango migratorio de la población, esencial para asegurar su protección a lo largo de todo su territorio", asegura, algo que fue corroborado por los datos aportados recientemente por el conteo llevado adelante por los investigadores del Centro Nacional Patagónico de Puerto Madryn.
Ballenas conocidas
Estudiar las historias de vida de los individuos fotoidentificados es la base para responder preguntas esenciales para proteger la especie, como por ejemplo, a qué edad las hembras tienen su primera cría, cada cuántos años se reproducen o cuál es la supervivencia. Así, por ejemplo, se sabe que Valentina es una ballena con una larga historia en Península Valdés, y es la fundadora de una familia en la que los investigadores ya conocen cuatro generaciones. "La identificamos por primera vez en 1971. Conocemos ocho hijos de Valentina nacidos entre 1975 y 2013, tres nietos y cuatro bisnietos", detalla Sironi.
También puede monitorearse el estado de salud básico de las ballenas a través de las fotografías. "Conocemos a Mochita desde su nacimiento en 1999. El nombre se debe a que le falta la punta derecha de su aleta caudal. Si bien no hemos podido determinar la causa, podría deberse a un ataque de orcas o a un corte producido por una hélice. A pesar de esta herida, sobrevivió y tuvo su primera cría, la hermosa Medialuna, cuando tenía siete años."
Otro individuo que ejemplifica el rol que las ballenas tienen en el ecosistema es Luminosa. Su número de catálogo es 1193-94, que indica que su madre es la ballena 1193 y que nació en 1994. En una de las fotografías usadas para identificarla, puede verse una mancha marrón verdosa en el agua detrás de su cría: es materia fecal compuesta por leche digerida. "Con la materia fecal, las ballenas nutren el mar y lo enriquecen, haciéndolo más productivo y más sano. Por ello, mientras más ballenas como Luminosa y su cría haya en el mar, más saludable es todo el ecosistema", concluye el especialista.
Todas estas ballenas conocidas de Península Valdés pueden adoptarse de manera simbólica a través del Programa de Adopción Ballena Franca Austral ingresando en www.ballenas.org.ar. Las donaciones recibidas a través del Programa de Adopción se destinan directamente a los proyectos de investigación, educación y conservación de ballenas en Argentina.
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