Desde 1948, la dinastía Kim gobierna Corea del Norte siendo consciente de las diferencias con sus vecinos del sur. A pesar de que la paz no se firmó y ambos países siguen en guerra, Kim Jong-il inició esfuerzos para estabilizar la relación. Este proceso de armonización finalizó con Kim Jong-un, quien mantiene una agenda militar contra Corea del Sur y con vistas a Occidente.
La guerra de Corea y las consecuencias hasta la actualidad
La Segunda Guerra Mundial tuvo el mismo impacto en Alemania que en la península de Corea. La victoria de los Aliados provocó la creación de dos países: Corea del Norte, bajo control de la Unión Soviética, y Corea del Sur, influenciada por Estados Unidos.
Kim II-sung, el primer líder supremo de la República Democrática de Corea, trasladó su experiencia en la última gran guerra en las guerrillas chinas que combatieron la ocupación japonesa. El dictador buscó revertir las consecuencias del conflicto bélico global y lanzó una campaña de unificación e imposición del comunismo, más conocida como la guerra de Corea.
El enfrentamiento armado involucró a Occidente y al eje soviético, y dejó un saldo destructivo: cuatro millones de personas muertas, entre civiles y militares de ambos bandos. Y peor aún, Corea del Norte no logró su propósito y Corea del Sur no pudo neutralizar de forma definitiva a Pionyang cerca del final de la guerra.
El conflicto, que no tuvo un acuerdo de paz, profundizó aún más las diferencias entre ambos países y su proyección al mundo. Mientras los norcoreanos se cerraron al mundo y solo recibían ayuda de los regímenes soviéticos, los surcoreanos se abrieron al mercado internacional y recibieron las inversiones de empresas extranjeras. Esto se tradujo, a la larga, en una mejora de la calidad de vida en Seúl y las otras grandes ciudades al sur de la península.
La brecha económica entre el norte y el sur comenzó a ser evidente, con la diferencia de que, en el caso alemán, el muro terminó cayendo ante la inevitable presión social. En Corea del Norte, gracias al hermetismo de Kim II-sung y sus descendientes, Kim Jong-il y Kim Jong-un, las desigualdades con el sur fueron ocultadas constantemente con la limitación del acceso a internet y la salida del país.
Sin embargo, Kim Jong-il sí intentó conciliar con Occidente. Negoció tratados de no proliferación nuclear con Estados Unidos y, entre 2000 y 2007, entabló una cumbre intercoreana junto al presidente de Corea del Sur.
Ambos firmaron la Declaración de Paz y Prosperidad que comprometía a Piongyang y a Seúl a poner fin al armisticio mediante la firma de un acuerdo de paz y a iniciar una nueva etapa en las relaciones entre ambas Coreas. A pesar de que nunca terminó la guerra, los dos países atravesaron un breve período pacífico hasta la llegada de Kim Jong-un al poder.
La Corea del Norte de Kim Jong-un, lejos de la paz y cerca de la guerra
Kim Jong-un, nieto de Kim II-sung y el tercer hijo de Kim Jong-il, asumió el liderazgo de Corea del Norte en 2011. Ante la precariedad del aparato económico nacional, se enfocó en convertir al país en una potencia militar y un proveedor de armas en los principales focos de conflicto.
El programa nuclear, el desarrollo de misiles intercontinentales y el fortalecimiento del ejército fueron los ejes de la proyección internacional de Pionyang, que confrontaba directamente a Corea del Sur y Estados Unidos, e incluso fue perjudicial en su relación con sus aliados, como es el ejemplo de China.
Entre 2018 y 2019, el mandatario norcoreano tuvo acercamientos con Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, y con Corea del Sur, aunque no duró mucho. La promesa de desnuclearización quedó nuevamente en el olvido y el vínculo con el sur retrocedió varias casillas.
Solo este año, Kim Jong-un emprendió un camino de provocaciones, con los satélites espías, la destrucción de las rutas fronterizas, la demolición del simbólico Arco de la Reunificación, las pruebas balísticas, y decidió designar a Corea del Sur como “enemigo principal”, renunciando a la idea de una sola Corea, idea que habían impulsado sus antecesores en el liderazgo supremo, alternando fuerza y diplomacia.
El dictador se dispone a destruir los organismos de colaboración interurbanos y a desechar cualquier tipo de diálogo con los políticos surcoreanos, una decisión que podría ser determinante para las escasas posibilidades de restaurar la unión de la península que supo ser una sola durante 12 siglos.