“La fotografía antigua te mantendrá joven”, afirma a DEF entre risas Abel Alexander, quien a sus 81 años, cumplidos el 10 de junio, es la prueba viviente de que su afirmación se cumple a rajatabla. Sentado ante una alargada mesa de reuniones de la imponente fototeca y mapoteca de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, ubicada en el barrio porteño de Recoleta, luce un elegante sombrero beige, camisa blanca, suéter y chalina clásicos, y una mirada sabia y jovial, que esconde una pizca de “picardía” detrás de sus ojos claros, rasgo que “lo acompañó toda su vida”, dice.
Abel es una de las personas que más sabe de historia de la fotografía en Argentina. Su fuerte es el periodo que abarca el siglo XIX, pero es consultado todo el tiempo por sus amplios conocimientos en lo que a investigaciones y publicaciones se refiere. Según él, el tesoro más grande que existe son los archivos fotográficos familiares.
Lleva en la sangre, y se podría decir que en los genes, la pasión por esta práctica, debido a que, en su familia, es la quinta generación de amantes de la fotografía. “Estos débiles papeles son más fuertes que los ladrillos” es el título del primer libro que elaboró recientemente como único autor.
Su tatarabuelo, Adolfo Alexander, fue pionero en el mundo de la fotografía. Sentó en 1847 las bases de lo que sería su primer estudio en Hamburgo, Alemania; luego se afincó en San Juan y después en Mendoza, para luego venir a Buenos Aires y abrir tres locales dedicados a los retratos instantáneos.
Recién a los 38 años, Abel conoció la historia que lo vincula con sus antepasados y, a partir de allí, se dedicó de lleno a investigar la historia de este ¿oficio?, ¿arte? En una extensa y cálida entrevista que duró poco más de hora y media, repasó su historia y su labor, y reflexionó sobre la actualidad de la fotografía.
Un legado familiar que dejó más que una huella
-¿Cuál fue su primera aproximación a la fotografía?
-Es una historia que tiene que ver con mi primer casamiento. Me casé muy joven, a los 19. Busqué un fotógrafo en San Miguel, provincia de Buenos Aires, donde viví toda mi vida. Había dos o tres fotógrafos; uno de ellos joven, que recién había abierto su estudio y tenía el mejor presupuesto. Él nos hizo las fotos del registro civil, de la iglesia, de la fiesta.
En ese momento –en mi vida pasan cosas muy curiosas–, hicimos una fiesta con toda la familia, muy linda, con muchos invitados y mucho champán. Y, de pronto, se acerca un vecino de la cuadra y me pregunta si llevaría alguna cámara fotográfica a mi luna de miel. Yo era más pobre que las ratas, no tenía cámara ni sabía cómo se manejaba. Al rato, vino con una cámara alemana y me dio una serie de instrucciones para llevarla al viaje. En ese momento, yo tenía un litro de champán encima, con lo cual no capté mucho lo que me había enseñado.
Las fotos que saqué en ese viaje causaron furor en la casa de revelado del joven fotógrafo Carlos Prato. “¿Quién te enseñó a sacar fotografías?”, me indagaron entre todos. Les expliqué que era la primera vez y me dijeron que no podía ser, que eran de otro planeta, maravillosas y muy bien tomadas.
Casualidad o no, al poco tiempo me quedé sin trabajo. Estaba en una oficina de una empresa de importación y exportación aquí en el centro porteño. Por esas cosas de la vida, en ese momento, me puse a trabajar como fotógrafo social, esos fueron mis inicios.
Las casualidades, más que presentes en la vida de Abel
-¿Cómo se enteró de que su ascendencia estaba ligada universo de la fotografía?
-Mi familia, mis padres, vivían todos en San Miguel. Y mi padre solía hacer unos legendarios asados, era muy buen asador. Cuarenta años atrás, yo me había vuelto a casar, a los 38, con una odontóloga de Minas Gerais, Brasil, llamada Luisa María Pereyra, quien es mi actual esposa.
Me inicié en el tema de historia de la fotografía con su apoyo. Se volvió una pasión incontrolable. Siempre digo que hay que tener cuidado con la fotografía antigua, ya que es más adictiva que la cocaína.
Resulta que, en un asado en homenaje a nuestra unión, donde la presentaba en sociedad, vino la novia de un hermano mío y trajo una revista del Automóvil Club Argentino (ACA), que además de todas las noticias vinculadas al tema del automovilismo, tenía una sección de historia argentina. Y, en esa revista, aparecía un artículo muy pionero de la historia de la fotografía argentina –muy pionero en serio–, que es del profesor Vicente Gesualdo.
La novia de mi hermano me dijo: “Mirá, Abel, acá hay un fotógrafo Adolfo Alexander, ¿tiene algo que ver con tu familia?”. Le respondí que no, y mi papá irrumpió en la escena diciendo “¿Cómo que no? Es mi bisabuelo”. Yo no lo podía creer, pues había trabajado durante más de diez años como fotógrafo. A partir de entonces, dediqué mi vida a la historia de la fotografía.
-Hace relativamente poco, se encontró con un retrato de él.
-Efectivamente. Un cartonero, a quienes yo llamo agentes culturales, encontró en Recoleta un álbum fotográfico del siglo XIX repleto de fotografías, todas de estudios fotográficos profesionales de una familia alemana.
La mayoría fueron tomadas en Hamburgo o en Berlín y unas pocas en Argentina. Una de esas fotos era de Adolfo, mi tatarabuelo. “Acá hay una foto que dice Alexander”, me advirtieron. Por lo cual, el viernes que se desató la tormenta de Santa Rosa, fui con otro amigo a una disquería antigua, en el microcentro porteño, donde el señor que halló la foto de mi tatarabuelo vende vinilos, y me la cedió sin cobrarme nada. Había dos fotos de Alexander y todas las fotos que tenía eran muy interesantes. Esto pasa siempre y en muchos grupos.
La fotografía, una pasión para toda la vida
-¿Cómo se expandió el movimiento? ¿Sigue en auge hoy en día?
-En estos 40 años, lo que ha sucedido es extraordinario: han surgido museos de la fotografía; se han hecho congresos, hemos hecho con el Centro de Investigaciones sobre Fotografía Antigua Dr. Julio F. Riobó, que dirijo, 12 congresos con 11 memorias editadas y se siguen haciendo, no solamente de historia de la fotografía, sino también de conservación y preservación.
También hay conferencias; cursos, y ya se enseña la historia de la fotografía en las universidades nacionales, como en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) y en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM); hay licenciaturas y hoy en día hay un movimiento muy grande, muy diverso de apasionados por la historia de la fotografía.
-¿Son importantes los álbumes de fotos familiares para reconstruir la historia?
-En Argentina, nunca se les prestó atención a las colecciones privadas de fotos, a este bien patrimonial enorme que es la fotografía, y así fue como surgieron coleccionistas privados que son muy valiosos, muy generosos, quienes colaboran con las ediciones que se hacen de libros.
Nosotros cambiamos ese paradigma al empezar a divulgar las técnicas fotográficas y la historia de la fotografía, porque no es lo mismo una albúmina que una gelatina y no es lo mismo un cianotipo que un daguerrotipo.
Por las técnicas, podemos saber las fechas en las que esas imágenes fueron creadas, pero también la trayectoria de los fotógrafos, especialmente los fotógrafos profesionales, sabemos en qué periodo actuaron y mucha más información que nos revelan las fotos antiguas.
Han crecido mucho los grupos de aficionados a las fotografías antiguas. Uno de ellos se llama “negativos encontrados”: para formar parte de él, hay que encontrar una foto en la calle.
-¿Qué valor aportan estas fotografías antiguas de familia?
-En primer lugar, aportan un segmento de la sociedad no estudiado, que es la historia de la vida privada. Siempre se encaró la historia desde el bronce y, actualmente, a nivel internacional, se está valorando mucho la fotografía de los fotógrafos no conocidos.
La fotografía es un recurso desesperado de la gente para no morir. Nos fotografiamos para eternizarnos, para transcender, para seguir viviendo más allá de la muerte. Este es un tema que ha investigado en profundidad Andrea Cuarterolo, la hija de Miguel Ángel, y también Luis Príamos.
Que las fotos sean más accesibles y más económicas que en su origen hizo que se multipliquen y se abran estudios fotográficos por todos lados. En la década del 60, Adolfo Alexander tenía en Buenos Aires tres estudios diferentes en distintos lugares de la ciudad.
Todos los caminos conducen a Adolfo Alexander
-¿Pudo encontrar el hilo que une la historia de su tatarabuelo con la suya?
-En parte, sí. Es que la historia de Adolfo Alexander es muy interesante. Cuando finalmente encontré el retrato de él, me sorprendí, porque soy muy parecido a él, a pesar de que pasaron cinco generaciones. Él nació en Hamburgo, Alemania, en el seno de una familia de comerciantes y, en 1847, o sea, a ocho años del invento, ya tenía un estudio fotográfico en la ciudad de Hamelín.
Se dice –nunca lo pude comprobar– que tuvo un duelo de espada, mató a su contrincante y, por ello, tuvo que huir a Alemania y vino a vivir a América del Sur. Primero, se estableció en Valparaíso, Chile; luego en Copiapó. Él era geólogo e ingeniero de minas también y se dedicó a explotar minas de plata. Tenía 12 de ellas. Luego, cruzó la cordillera y se estableció en San Juan poco tiempo. Después se fue a Mendoza y ahí se casó, tuvo sus primeros hijos en Mendoza.
En un viaje que hice por Europa, conocí Hamburgo y conocí Hamelín. Accedí a los diarios de época, donde encontré los avisos de Adolfo Alexander en alemán gótico, de 1847. Uno de esos avisos decía: “Avisamos a los vecinos que los daguerrotipos hechos por Alexander son mucho mejores que los de la competencia, porque él toma los daguerrotipos con la misma cámara que él fabrica”.
Y ahí me cayó una ficha terrible porque, entre las cosas que yo había recibido de herencia, había un sellito chiquito, con un manguito de madera, y cuando descubrí que estaba en la casa de mis padres, busqué una almohadilla y quise estampar el sello. Como era metálico, la tinta se corría toda. Después me di cuenta de que las cámaras de daguerrotipos son de madera y el sello era para golpearlo con una masa de madera y hundir la madera y dejar el grabado. Era para estampar su marca de fábrica en las cámaras.
Necesito encontrar alguna de las cámaras que él hizo. Fue un gran pionero. Gracias a su inspiración, cuento con más de 17.000 fotografías en mi colección personal.
Una actualidad entre “fotólogos” y nostálgicos
-¿Qué evaluación hace Abel de las fotografías que se toman hoy en día?
-En mi ignorancia sobre el mundo digital, tengo la percepción que todas estas fotografías tienen el título de una película de Hollywood muy famosa, Lo que el viento se llevó. No va a quedar nada, de acá a 100 años, si la gente no imprime alguna de las 100, 200 fotos que se saca en un minuto, si no hace una copia no va a quedar nada.
De alguna manera, es una maldición. La fotografía tiene cambios tecnológicos cada 20 años. Cada 20 años, cambia la tecnología y los cambios son siempre bastante interesantes, algunos son profundos. El último cambio es el terremoto de las fotografías desde 1839, y es la fotografía digital, porque directamente mató a la fotografía analógica. La gente ya no toma fotografías en papel con películas, no copia. Esto quedó reducido a un grupúsculo de nostálgicos, generalmente jóvenes, que siguen sacando fotografías en sus cámaras analógicas con sus negativos de 35 mm a 6x6 y siguen haciendo sus copias en laboratorios.
Pero pasó una cosa sorprendente: la fotografía moderna y digital salvó a la fotografía antigua, porque ahora la gente toma un celular y pum. Ahora en Argentina tenemos por ejemplo 47 millones de fotógrafos, ya que todos tienen un celular y todo celular tiene una cámara. De esta forma, yo agarro este teléfono, le saco foto a la foto de mi tatarabuelo, hago clic y se la mando a mi primo en Australia. Eso antes no existía.
Ahora se reproducen las fotografías antiguas y la gente se empieza a interesar por ellas por dos cosas: primero, porque forman parte de su propia historia y, después, porque ya no hay foto en papel. Hay una nostalgia; la gente está volviendo a la nostalgia de la fotografía en papel. Bendecimos a la fotografía digital porque ha resucitado la fotografía analógica antigua.
“Se está volviendo a la nostalgia por la fotografía en papel”
Hay mucha gente trabajando: hay conservadores, coleccionistas, museos, librerías especializadas en fotografía antigua. Hace 10 años que escribo sobre fotografías en la revista Viva de Clarín, sobre las fotos que se recomercializan, que salen a la subasta y escribo sobre el fotógrafo de cada pieza que recopilo, sobre esa fotografía, sobre esa técnica, sobre por qué se tomó esa fotografía. Por ejemplo, ahora tengo una cantidad muy grande de árboles de Uruguay y escribiré sobre ellos.
Es un movimiento mundial. La fotografía cada vez es más importante y se usa para todo. En los comercios, las industrias ponen fotografías antiguas de 1939. Las fotos están diciendo “somos antiguos, hay trayectoria, hay historia”. No hay empresa que no tenga un pequeño archivo, no hay escuela que no tenga un archivo, no hay industria, no hay institución, todos tienen archivos fotográficos.
En Argentina, el mayor repositorio es el Archivo General de la Nación, pero una gran deuda que tiene el país es contar con un Museo Nacional sobre la historia de la fotografía y la fotografía en general.
-¿Cómo recomienda conservar estas fotografías tan valiosas?
-Primero, hay que tener criterio, un criterio normal y natural. Los grandes enemigos de la fotografía son la humedad, el agua, las temperaturas muy elevadas o el sol. A veces, no se tienen en cuenta esas precauciones mínimas. Preservar las fotografías es complicado y siempre las fotografías no son una o dos, sino que son cientos, son miles y esto complica la labor. La ventaja es que son finitas, “débiles papeles” que no ocupan mucho lugar.
La fototeca de la Biblioteca Mariano Moreno tiene una conservadora de fondos fotográficos. Llevan un control estricto de la temperatura y de la humedad. Trabajan con sobres y papeles libres de ácido; con cajas también libres de ácido e ignífugas. Manejan el material con guantes y barbijos. Constan con un deshumidificador, que es un aparato muy caro para mantener siempre la misma temperatura. En fin, pero las fotografías son valientes: trascienden, aguantan y pasan los años y las fotos siempre están ahí.