Estudios acerca de la agenda informativa publicada en las primeras planas de los principales medios gráficos y digitales de América Latina señalan que aproximadamente el 50 % de las noticias que consumimos versan sobre la coyuntura política, los conflictos sociales y la criminalidad, o giran en torno a la economía y los negocios. Se trata de elementos que podríamos definir como “tangibles”.
Son los aspectos dominantes de la información que nos nutre a diario, lo que deja escaso margen a temas relacionados con la historia y la cultura de la sociedad a la cual sirven; o sea, aquellos que conforman el ethos de un pueblo y que podríamos definir como “intangibles”.
Según el análisis de mercado realizado por algunas consultoras líderes en gestión de riesgos, como AON, en el ámbito empresarial, los activos intangibles representan el 90 % del valor de las compañías del índice S&P 500, uno de los más importantes a nivel global. En este sentido, ha habido un cambio en las últimas cinco décadas: mientras que, en 1975, los activos tangibles se alzaban con un 83 % contra un 17 % de los activos intangibles, para mediados de 2020, estos porcentajes se habían invertido, representando un 10 % para los primeros y un 90 % para aquellos últimos.
En ese contexto, si bien no aportan el valor inmediato que pesa sobre los bienes físicos, los activos intangibles prueban su valía en el mediano o largo plazo. Actualmente, su magnitud y amplitud van ganando presencia, tanto en el mundo privado de la industria y el comercio como en las sociedades y organizaciones que integran la administración pública, donde la economía del conocimiento, la responsabilidad social de un determinado ente o el escrutinio público sobre el desempeño de una institución ponen en evidencia la visión y la cultura organizacional de una empresa u organismo.
Estos “activos no mensurables” presentan características que se destacan a lo largo de la gestión empresarial, y colaboran en la construcción de su carácter, conducta y personalidad, en tanto que contribuyen a la construcción de la reputación corporativa, influyendo sobre la percepción colectiva de la sociedad que la alberga.
Identidad, patriotismo y soberanía nacional: pueblo, gobierno y Ejército
Cuando nos adentramos en el análisis de la defensa nacional, es común examinar los datos del presupuesto que se destina a esa cartera de gobierno en comparación con el producto bruto interno (PBI) del país. Otro aspecto a considerar es el estado en que se encuentra la capacidad de defensa en función de la cantidad de sus aeronaves de combate, tanques, navíos de guerra, submarinos o efectivos militares con que cuenta el instrumento militar de una nación.
Pero ¿qué podemos decir de aquellos intangibles que hacen a la identidad de una fuerza, garantizando y abonando la voluntad de vencer de sus integrantes? ¿Qué ocurriría con una organización armada sin valores, como el más altruista de todos, el de dar la vida por la Patria? La última ratio de la defensa nacional es garantizar, de modo permanente, la soberanía e independencia de la Argentina, su integridad territorial y su capacidad de autodeterminación; así como la protección de la vida y la libertad de sus habitantes.
Aparece como un recurso prioritario que fundamenta aquella tríada clausewitziana constituida por el Pueblo, el Gobierno y el Ejército, entendido este último como las Fuerzas Armadas en su conjunto.
Para cumplir con aquella responsabilidad esencial, la que da sentido a la vigencia y razón de ser de un Ejército, no solo se necesitan organizaciones militares con capacidades y medios materiales acordes para emplearlas con la violencia extrema, lo que implica batirse con el enemigo en un campo de batalla. Es allí donde los “intangibles”, como la formación académica de sus integrantes, el conocimiento, la experiencia, los procesos de gestión, los métodos de empleo de los sistemas de armas, la creatividad e innovación, la comunicación efectiva, el liderazgo, el valor, la lealtad, el coraje y tantos otros valores constituyen el alma que fortalece aquel cuerpo. Sin esa alma, el Ejército sería un simple objeto inanimado.
Son esos mismos intangibles los que nos traen a la memoria las máximas redactadas por el general José de San Martín, entre las cuales se destaca el de inspirar amor por la patria y la libertad. Por eso, no resulta ajeno a la voluntad de todo soldado su juramento de fidelidad a la bandera, entregando hasta su propia vida si fuese necesario.
En relación con lo anterior, no parecería extraño entonces el resultado que se desprende de una encuesta de principios del año 2023 elaborada por la Consultora de Imagen y Gestión Política, donde las Fuerzas Armadas ocupan el primer puesto, a nivel nacional, en la medición de confianza institucional plena respecto de la opinión de la ciudadanía.
La revalorización de las Fuerzas Armadas
Vivimos tiempos agitados. Desde el comienzo del conflicto entre Rusia y Ucrania y la violencia desatada recientemente en Medio Oriente entre Israel y el grupo islámico Hamás, que se suman a la tensión en el mar de la China o la amenazante Corea del Norte con sus ojivas nucleares –por mencionar algunos de los riesgos y amenazas a los que están expuestas las naciones que integran este mundo multipolar–, los Estados han comenzado a revalorizar a sus Fuerzas Armadas.
En el plano local, hemos sido testigos de las tareas de apoyo a la comunidad desplegadas por las Fuerzas Armadas durante la pandemia de COVID-19, en los años 2020 y 2021; o el accionar frente los incendios en la zona de humedales en las islas entrerrianas, en 2022.
Más recientemente, hemos visto su accionar frente a las nevadas extraordinarias que azotaron el sur del país o la asistencia humanitaria prestada, con una planta potabilizadora, a la hermana República Federativa del Brasil en ocasión de las inundaciones en Río Grande do Sul.
Estas acciones demuestran la imperiosa necesidad de tener Fuerzas Armadas predesplegadas a lo largo de todo el territorio nacional, convenientemente organizadas, instruidas y alistadas para hacer frente a una múltiple gama de desafíos. En consecuencia, ante un rol más protagónico del elemento militar, el nuestro y tantos otros países han comenzado por replantearse las estrategias y presupuestos destinados a su sostenimiento, priorizando un mayor desarrollo tecnológico.
En este sentido, Global Firepower, un portal especializado en evaluar la capacidad militar de distintos países de todos los continentes, difunde anualmente un informe donde expone el ranking de los ejércitos más poderosos del mundo. Según el último documento presentado durante este año, nuestras Fuerzas Armadas ocupan el puesto 28 entre 145 países evaluados. Entre los 60 factores que se consideraron, se tomaron variables tales como potencia de fuego, recursos humanos disponibles, materiales y equipos de uso militar, estado financiero, logística y situación geográfica.
Sin embargo, entre todos los ítems analizados para establecer las comparaciones, no aparece ningún intangible. No se evalúan cuestiones como el nivel de formación académica alcanzada por oficiales y suboficiales, la experiencia de guerra, la participación en conflictos armados integrando contingentes de paz de Naciones Unidas o la participación en ejercicios militares con otras Fuerzas nacionales y de otros países, entre otros parámetros.
Fuerzas Armadas competentes, confiables y creíbles
En la actualidad, con 42 años de experiencia adquirida como corolario de la guerra de Malvinas, nuestras Fuerzas Armadas continúan firmes y comprometidas con los principios que nos sustentan como argentinos y como sociedad. El amor por la Patria, la libertad, el derecho a la autodeterminación, la defensa de la soberanía y el respeto a las instituciones constituyen valores irrenunciables que definen a cada uno de los miembros que las integran.
También, seguimos ocupados en mejorar la calidad académica de oficiales y suboficiales, otorgando títulos de grado y posgrado, igualando en su jerarquía a cualquier otra universidad estatal. Con el mismo énfasis, resulta un valor agregado la participación de los militares argentinos –hombres y mujeres– en el exterior del país junto a otras Fuerzas Armadas.
Esta ventaja competitiva no solo nos permite trabajar del mismo modo con otros ejércitos, sino que también nos brinda la posibilidad de mostrar las competencias de quienes la integran, la credibilidad y confiabilidad que demuestran tanto en sus acciones como en sus ideas.
Vivimos en sociedades que, desde la propaganda, alientan el consumo y en las que el “tener” parece definir al “ser”, y las posesiones simulan ser más importantes que la educación, la cultura y las ideas, sociedades en las que lo material lucha por soslayar lo espiritual y el mérito compite permanentemente con la mediocridad.
En ese contexto, sin embargo, las Fuerzas Armadas se siguen sustentando en los principios y las tradiciones que las vieron nacer, en los albores de la Patria, convencidas del valor de los elementos intangibles, carentes de peso y volumen. Debemos tener siempre como modelo aquel soldado que, solo en la inmensidad de la cerrada, oscura y fría noche sobre la turba malvinera, entregó su último suspiro en el día de la resistencia final, el 13 de junio de 1982, emulando al sargento Cabral en ocasión de ofrendar su vida para salvar al gran jefe y padre de la patria, el general José de San Martín.
(*) El autor, Oscar Santiago Zarich, es general de Brigada y se desempeña como comandante de Adiestramiento y Alistamiento del Ejército Argentino.