La invención de la imprenta moderna de tipos móviles por parte de Gutenberg en 1440 tuvo un papel fundamental en la difusión de la cultura y la educación. El saber, que hasta entonces era monopolio de unos pocos privilegiados, comenzó a difundirse y a circular a través del libro.
En 1632, el filósofo y teólogo protestante Juan Amos Comenio (Jan Amos Komenský) publicó su Didáctica Magna, considerada como la obra fundacional de la pedagogía. En uno de sus pasajes, sostenía: “No solo deben admitirse en las escuelas de las ciudades, plazas, aldeas y villas a los hijos de los ricos, sino a todos por igual, nobles y plebeyos, ricos y pobres, niños y niñas”.
A partir del siglo XVIII, los Estados comenzaron a hacerse cargo de la educación de su población. Era la manera de construir “ciudadanía” y de establecer un sistema de reglas para disciplinar a sus habitantes. En 1763, a través del “Reglamento general para las Escuelas del País”, Federico II de Prusia estableció las bases de su sistema educativo primario, financiado con impuestos públicos. Ese fue el modelo educativo que luego tomaron muchas instituciones y naciones desde entonces.
Por su parte, el suizo Johan Heinrich Pestalozzi es considerado el padre de la pedagogía moderna. A partir de 1798 desarrolló sus ideas, conocidas como “aprendizaje holístico”, que ejercieron una fuerte influencia en los sistemas educativos de los siguientes dos siglos.
Argentina: de la revolución educativa del siglo XIX a un presente doloroso
En Argentina, pocas décadas después, Domingo Faustino Sarmiento publicaba su célebre trabajo “De la educación popular”, en el que volcaba sus ideas acerca de los modelos pedagógicos que había podido conocer de primera mano en sus viajes por EE. UU. y Europa.
Fascinado por el modelo que observó en Massachusetts y que había sido ideado por Horace Mann, aplicando las teorías de Pestalozzi, nació su idea de traer a nuestro país, entre 1869 y 1898, a 65 maestras estadounidenses para enseñar en escuelas normales de toda la Argentina. Lo que siguió es historia conocida. En 1884, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca, se aprobó la Ley 1420 que estableció la educación primaria “obligatoria, gratuita, gradual y dada conforme a los preceptos de la higiene”.
En 1905, por impulso del diputado Manuel Láinez, el Congreso sancionó la Ley 4874 (“Ley Láinez”), que buscó poner fin al analfabetismo, que en el censo de 1895 alcanzaba al 53,3% de la población argentina. Para ello, a través del Consejo Nacional de Educación, se construyeron con fondos nacionales escuelas en los puntos más recónditos del país para garantizar el derecho enunciado por la Ley 1420.
Hoy, en la era de Internet, vivimos una revolución que exige replantearnos hacia dónde va la educación en el mundo y qué puede hacer nuestro país para salir de la crisis que afecta los niveles de aprendizaje de su población, particularmente en los sectores más vulnerables.
De acuerdo a un reciente informe del Observatorio Argentinos por la Educación, en un ranking de 14 países de América Latina, nuestro país está actualmente en el puesto 13 en desigualdad de aprendizajes en Lectura, y en el puesto 11 en desigualdad de aprendizajes en Matemática. Fuimos durante docenas de años un faro ineludible y envidiado por ello, por nuestros estándares de cultura y educación. Esto, mal que nos pese, forma parte de un pasado tan nostalgioso como el tango que nos identifica en el mundo.
El espejo donde mirarnos: los modelos exitosos
Sin embargo, debe verse aquí una oportunidad, porque el mundo está buscando su destino en el área de la educación, como en muchas otras, debido a la violenta irrupción de las nuevas tecnologías que invitan a pensar en un giro copernicano. Para ello, se necesita imaginación, inteligencia e identidad, entendiendo esta última como el respeto por la idiosincrasia de cada pueblo. Para tener éxito, esa es una condición ineludible.
Muchos países ya iniciaron esas mutaciones; antes de revisar algunos de esos caminos, debemos entender que en esta área fundamental para el futuro, quedarse parados en el siglo XX es firmar una condena perpetua a condiciones de pobreza, exclusión e infinita miseria.
No existe una receta universal. Quienes lideran los cambios han cumplido a rajatabla con lo antedicho: el respeto a su cultura y la mirada puesta en el futuro. Los referentes tampoco son los países más ricos del mundo, pero quizás sí, los líderes en esta nueva revolución educativa sean los que han sabido ser más inteligentes en su enfoque.
Veamos unos ejemplos de quienes lideran las pruebas PISA, método tradicional en el mundo para evaluar los sistemas en cuestión:
- Por las características históricas de Finlandia, hay absoluta comprensión en sus habitantes de la necesidad de ser autosuficientes. Sus extraordinarios resultados en el aula se logran sin deberes y con ausencia de evaluaciones. Es un sistema de constante transformación. Este modelo, a contracorriente, aboga por el tiempo libre y por la educación pública en un porcentaje inédito en otras latitudes.
- En una confirmación más de que cada país debe respetar su historia y sus necesidades, Singapur aplicó métodos de alta exigencia horaria y de esfuerzo estudiantil, aplicados básicamente a matemáticas y ciencias. Sus complejas tareas en infraestructura y desarrollo apuntaron a la prioritaria necesidad de ingenieros y científicos. Fue tal el éxito de su método que países como Reino Unido, Chile, EE. UU. e Israel, entre otros, incorporaron este sistema, que enfatiza el pasaje de lo concreto a lo abstracto.
- Estonia, por su parte, es un país con grandes similitudes con Finlandia. De allí tomó las principales tendencias en educación, que llevaron a Estonia al más alto lugar del podio educativo mundial, resultado que se consolida año tras año. Este pequeño país, ubicado a orillas del mar Báltico, basa su éxito en la gratuidad y en un Estado responsable de todo lo vinculado al alumnado, alimentación, transporte y libros. Su cultura se basa en la capacitación constante de alumnos, maestros y personal jerárquico.
Estos ejemplos, apenas esbozados por la escasez del espacio, demuestran que es posible que un país, desde cualquier situación estructural y en un tiempo relativamente corto, tome iniciativas en el área más importante en relación con el porvenir. Las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y lo que nos depare el futuro al respecto serán, sin dudas, cuestiones básicas.
Las nuevas tendencias pedagógicas
Al respecto, la iniciativa Google for Education realizó un importante estudio con docenas de expertos de 24 países para determinar cuáles serán las tendencias dominantes en los próximos años. Entre ellas, cinco fueron señaladas como claves: la evaluación del rol docente, la personalización del aprendizaje, la revaluación del progreso del alumnado, el aprendizaje para toda la vida y los cambios en las aptitudes necesarias para el mundo laboral.
Resulta particularmente curioso y, sin dudas cierto, que en este momento histórico, caracterizado por la fragilidad de los aciertos, no solo las ciencias duras jueguen un papel importante, sino que también son absolutamente claves las ciencias especulativas y estratégicas, el pensamiento analítico y la capacidad de cambio y de adaptación, así como el desarrollo del pensamiento crítico y la iniciativa para dar respuesta a nuevos escenarios. Debemos aprender a convivir diariamente con la incertidumbre, apostando a equivocarse lo menos posible.
Richard Buckminster Fuller (1895-1983) desarrolló la “curva de duplicación del conocimiento”, que permitió graficar cómo progresaba el conocimiento de la humanidad, considerando todas estas variables. En 1900, el conocimiento se duplicaba cada 100 años. En 1945, lo hacía cada 25 años y, en la actualidad, cada dos años. Empresas vinculadas a la innovación predicen que en un futuro muy cercano, y por la vía de la tecnología, cada 11 horas se duplicará lo conocido.
El dinamismo de este cambio pone en jaque el “paradigma del saber” como valor básico. En ese mundo, que ya estamos transitando, debemos aprender cómo reemplazar ese “saber”. Esa ya es una gran novedad: debemos saber dónde apuntar cuando lo aprendido en la mañana se torna viejo o antagónico a la noche.
Todo ello nos obligará a desarrollar el pensamiento abstracto para comprender y actuar ante lo efímero de los escenarios. Triunfará quien se adapte al contexto, en estos tiempos complejos, que llegaron para quedarse.
Es hora de poner manos a la obra
Mientras deambulamos en estas complejidades, a nadie escapa que en el concierto de las naciones están aquellas que tienen ventajas relativas muy importantes y otras que batallan en el día a día. Es bueno reconocer, entonces, que algunas de las aventajadas fueron pobres y castigadas hace 40 o 50 años.
También debemos recordar que en el censo ordenado por Sarmiento en 1869, los analfabetos alcanzaban el 72% y el 75% de los argentinos vivía en la pobreza absoluta, mientras el país se encontraba en guerra con el Paraguay. Sarmiento lo hizo: sentó las bases, con la educación como bandera, para que muy pocas décadas después, la Argentina fuera una reconocida potencia mundial.
Sería más que bueno abandonar, de una vez por todas, las teorías conspirativas y la búsqueda de culpables de nuestros fracasos, para encomendarnos al salvador del momento. Es hora de que todos abandonemos el pesimismo y nos hagamos cargo de ese futuro que nos mira expectante.