Todos los años, el Poder Ejecutivo entrega sables y despachos a las nuevas autoridades de las Fuerzas Armadas: oficiales que alcanzaron el grado de general, almirante y brigadier en el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea Argentina, respectivamente. Por eso, las armas blancas que reciben, no solamente llevan grabados sus nombres en la hoja, sino que también tienen la firma del Presidente de la Nación.
En las Fuerzas Armadas (FF.AA.) estas armas están realizadas según una estricta normativa: son fabricadas a imagen de los sables que utilizaron algunos de nuestros próceres.
Para conocer el valor simbólico y la razón de ser de las armas blancas que visten las autoridades castrenses, DEF contactó a los presidentes de los institutos nacionales Sanmartiniano, Browniano y Belgraniano. En una serie de encuentros, develaron los secretos de los sables adoptados por cada una de las Fuerzas.
¿Por qué el Ejército inspiró su sable en el de San Martín?
“El Ejército tiene como numen al general José de San Martín. Por eso, el sable que se les entrega es realizado a imagen de aquel que perteneció al Libertador”, dice a DEF Eduardo García Caffi, presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano.
Según el titular del Instituto ubicado en Palermo Chico, San Martín adquirió su sable en Londres, en el año 1811: “Su nombre técnico es shamsir persa, un sable corvo muy utilizado por los oficiales franceses. De hecho, este modelo fue empleado por Napoleón”.
En aquel momento, el shamsir persa era considerado de los mejores de la época. El material utilizado provenía de la India y tenía un sistema especial de cincelado y fraguado, lo que le daba flexibilidad y maniobrabilidad a la hoja. “De hecho, tenía un color azulado por los elementos que utilizaban para la fragua. La empuñadura que tiene es de un material noble y las cachas de ébano”, profundiza García Caffi, al tiempo que cuenta que la vaina tenía una rodela ya que, si bien el sable podía llevarse bajo el brazo, también se podía colgar y, con este artilugio, se evitaba que toque el suelo y, en consecuencia, se dañe.
Asimismo, el presidente del Instituto contó que el sable del Libertador era crucial en la batalla: la potencia del brazo se sumaba a la velocidad del caballo: el sable provocaba heridas espantosas que golpeaban psicológicamente al enemigo.
El sable que dio libertad a más de medio continente
“Fue tal la grandeza que su arma se transformó en un símbolo de paz”, sostiene García Caffí en relación al valor simbólico del sable sanmartiniano.
Además, agrega que, en una oportunidad, y mientras San Martín se encontraba en el exilio, Juan Bautista Alberdi lo visitó y, luego, describió: “Allí, colgado en una esquina, está inerte el sable que dio luz y libertad a más de medio continente”.
El sable de San Martín fue utilizado en los combates necesarios para la Independencia y, posteriormente, lo dejó en Mendoza. Con el paso del tiempo le pidió a un familiar que se lo lleve a Francia. En palabras de García Caffi, nuestro prócer pensaba residir en Argentina, algo que no sucedió porque Rivadavia y Alvear le hicieron la vida imposible. “Incluso existieron planes para matarlo y de difamación”, comenta.
Tras la batalla de Vuelta de Obligado, el Padre de la Patria legó su sable a Juan Manuel de Rosas. Las razones están en su testamento: “Por la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que pretendían humillarla”.
Un viaje al viejo continente, una navegación de regreso y dos robos
Tras la muerte de Rosas, el Restaurador le dejó el sable de San Martín a su consuegro, Juan Nepomuceno Terrero y, luego, éste se lo legó a su hijo Máximo, casado con Manuelita Rosas.
En 1896, Adolfo P. Carranza comenzó a organizar el Museo Histórico Nacional. Entonces, le pidió el sable a Manuelita, la hija de Rosas. En consecuencia, meses después, el sable regresó al país: llegó el 28 de febrero a Ensenada.
“De allí, fue trasbordado a la corbeta ‘La Argentina’, donde lo esperaba una Comisión que lo acompañaría en el trayecto hacia el puerto de Buenos Aires. Se bajó y estuvo en el Museo histórico Nacional. Fue robado 2 veces, en 1963 y en 1965. Los motivos de los robos fueron políticos, incluso existió la intención de llevárselo a Perón a Puerta de Hierro”, detalla García Caffi.
En palabras del presidente del Instituto Sanmartiniano, finalmente Onganía decretó entregárselo en custodia a los Granaderos, razón por la que el sable fue traslado al histórico Regimiento del Ejército Argentino. “En 2014 organicé una muestra en el Instituto, con objetos personales de San Martín. En aquel entonces, el sable estuvo aquí durante 3 meses. Fue la primera vez que salió del Regimiento. Fue emocionante. De hecho, llegué a ver a un padre, que de la mano llevaba a su hijo, emocionarse hasta las lágrimas al verlo”, relata, no sin antes indicar que, pese a su traslado al Museo Histórico Nacional, los Granaderos siguen custodiándolo.
“Es un signo de libertad, no de opresión. Porque una de las características maravillosas de los ejércitos de San Martín fue que fueron de liberación, no de ocupación”, cuenta el presidente de Instituto, no sin antes finalizar con la célebre frase del Libertador: “Nunca voy a desenvainar mi espada para combatir a mis paisanos”.
¿Por qué un marino irlandés es uno de los próceres más importantes de Argentina?
DEF visitó Casa Amarilla, como se conoce a la réplica del edificio donde, en Argentina, vivió Guillermo Brown. Allí, el presidente del Instituto Nacional Browniano, el almirante y Veterano de la Guerra de Malvinas Daniel Martin, develó la razón por la que los Almirantes de la Armada utilizan el sable de este líder marítimo.
En palabras de Martin, Brown -de origen irlandés- conoció el mar a los 9 años, cuando se trasladó con su padre a Estados Unidos, en busca de oportunidades. Allí, su papá murió de fiebre amarilla y Guillermo quedó solo. El destino quiso que se cruzara con la oportunidad de embarcarse en un buque mercante. “Llegó a ser capitán de barcos mercantes. Tuvo una vida azarosa”, relata, al tiempo que cuenta que Brown fue tomado prisionero y perdió sus embarcaciones en varias oportunidades.
En un viaje a Inglaterra conoció a Elizabeth Chitty, con quien contrajo matrimonio. Con ella llegó a Buenos Aires durante los álgidos días de 1810, que lo tuvieron como espectador.
Cansado de perder sus mercancías y buques a causa de la presencia extranjera en el Río de la Plata, Brown armó sus propios barcos para defenderse: “Empezó a atacarlos y buscar recuperar sus cargas. Hacia 1813, el Director Supremo lo designó como Jefe de Escuadra y le dio el grado de teniente coronel, además de barcos. Ahí fue cuando se convirtió en funcionario del gobierno”. Lo cierto es que su participación fue clave para lograr el dominio patriota sobre el Río de la Plata.
El sable de Brown para la Armada Argentina
Brown, un prócer comprometido con las causas nobles, lo perdió todo en varias oportunidades y, aun así, continuó luchando.
Incluso, con más de 50 años de edad, volvió a armar una escuadra para enfrentar a Brasil, durante la Guerra de 1826. “Con 9 barcos hizo huir a más de 30″, dice Martin.
Brown fue un hombre de fuertes convicciones. Por eso decidió despegarse de los conflictos internos de aquel momento de nuestra Patria. Por ejemplo, del que enfrentó a Lavalle y a Dorrego. Por entonces, a Brown le habían ofrecido ser gobernador delegado de la provincia de Buenos Aires: “No le gusta la política, pero acepta. Sin embargo, cuando se entera de que Lavalle había tomado a Dorrego, le mandó cartas solicitando que no lo fusile. Cuando lo hizo, dejó la gobernación”.
“Brown es el que promueve la formación de una marina en nuestro país”, dice Martin, sobre un tiempo en el que, cada vez que se creaba una escuadra, tras perder o ganar, se disolvía. Sobre su sable, era corvo y de origen británico. Fue el capitán de navío inglés, Robert Ramsay, quien se lo regaló tras conocer su historia: “Lo llegó a usar en batalla y durante muchos años”.
Tras su muerte quedó en manos de su esposa, quien se lo dejó a Juan King, otro marino irlandés que luchó junto a él. Finalmente, la familia King se encargó de donarlo al Museo Histórico Nacional.
“Es símbolo de conducción. Fue en la década del ‘60 cuando se decidió que los almirantes debían usar la última espada que utilizó Guillermo Brown”, concluye el veterano del submarino ARA “Santa Fe”.
“A la historia épica de Belgrano también hay que conmemorarla”
DEF también estuvo en el Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, donde se encuentra el Instituto Nacional Belgraniano. Allí, en la Unidad donde sirvió el creador de la Bandera, el equipo fue recibido por Manuel Belgrano, presidente del Instituto y chozno nieto del prócer.
“Sin Tucumán y Salta, no hubiese habido Chacabuco y Maipú. A la historia épica de Belgrano también hay que conmemorarla, pues llevó su espíritu de hombre civil y político a sus campañas militares”, comenta durante el encuentro.
Es cierto, la obra de Belgrano es inmensa. Tanto que su sable fue un reconocimiento por parte de la Patria: no lo compró ni le fue regalado por un camarada.
“Es un sable que se llama de premio. Tiene guarniciones de oro y alegorías en la vaina. No es para sablear”, comenta Manuel, al tiempo que explica que, por entonces, este tipo de arma blanca era fundamental, incluso más importante que una pistola o un fusil.
Entre mitos: la historia del sable de Belgrano en el campo de batalla
No hay información oficial sobre el sable que usó Belgrano en los enfrentamientos que dieron lugar a nuestra independencia, aunque “seguramente haya sido de latón, como eran los de aquellos años. Debió haber sido uno común, como el que utilizaban los soldados”.
¿En qué se fundamenta al hacer tal afirmación?, “Primero, porque si uno analiza la personalidad de Belgrano, seguramente usó el mismo armamento que sus soldados. Por otro lado, no había mucho para proveer”, responde.
En palabras de su chozno nieto, el sable que actualmente se identifica con Belgrano carece de documentación que brinde información sobre su historia: “Lo que se sabe es que la Asamblea del año XIII le otorgó premios, los famosos 40 mil pesos (que iban a ser en tierras pero que él dona para dotar escuelas) y este sable con guarnición de oro que, además, debía tener grabado en su hoja ‘al benemérito brigadier general Manuel Belgrano’; sin embargo en el original esa fórmula no está presente”.
El sable belgraniano en manos de brigadieres
¿Cómo se rescata la historia del emblemático sable de Belgrano? “Al sable lo tenía la hija del General Rudecindo Alvarado, ella lo donó al Congreso de la Nación”, responde el presidente del Instituto, quien además aclara: “En realidad lo tenía ella porque se lo entregó Martín Miguel de Güemes. Antes, a Güemes, se lo donó Belgrano ¿Hay documentos?, no. Lo único que existe es lo que ella escribió estando en Salta”.
En aquel momento, el sable fue a parar a la biblioteca del Congreso, donde se realizaban algunas otras exhibiciones. Finalmente, el sable fue destinado al Museo Histórico Nacional.
“El sable tiene repujados en la vaina. Se supone que es un sable de origen francés”, dice Belgrano, quien también explica que el armamento es al mérito y que quizá, en la época en que se vendió, fue comprado como premio. “Es para usar con un uniforme de gala y a Belgrano se lo dieron por las victorias de Tucumán y de Salta”.
Fue recién en 1970 cuando se iniciaron los trámites para que sus réplicas sean utilizadas en el marco de la Fuerza Aérea. “Fue con motivo del centenario de la muerte y bicentenario del nacimiento de Belgrano. La resolución de la Fuerza, que data del 21 de junio de 1979, determinó que debía ser portado por los oficiales de mayor jerarquía. Es decir, los brigadieres”.