“Esta es una subunidad de tropas de operaciones especiales de montaña”, cuenta el mayor Hernán Ismael González, jefe de la Compañía de Cazadores de Montaña 8 del Ejército Argentino. Él y su gente durante el mes de enero lograron dos cumbres consecutivas en el Aconcagua.
Alcanzar los 6962 metros de altura sobre el nivel del mar que tiene el pico más alto del continente americano no es una tarea fácil. Menos aún cuando de ellos depende un grupo de casi 50 hombres y mujeres militares. Sin embargo, estos efectivos están adiestrados pues, si la defensa de la Patria lo requiere, deben estar en condiciones de protagonizar operaciones en la alta montaña, en la profundidad del dispositivo enemigo, de forma aislada e independiente y en cualquier momento del año.
La naturaleza del entrenamiento que reciben y la capacidad de liderazgo con la que operan hacen de esta Compañía la Unidad ideal para conducir y guiar las expediciones que la Fuerza realiza al Aconcagua como parte del entrenamiento de las tropas de montaña en general.
DEF contactó al mayor González, quien, acompañado por el suboficial mayor Pedro Rodríguez, describió las etapas y el modo en que decidieron atacar la cumbre del Aconcagua en enero de este año. La misión fue cumplida e, incluso, fueron reconocidos por el ministro de Defensa Luis Petri.
“Somos los responsables de conducir las expediciones al Aconcagua”
En palabras del mayor González, la Compañía de Cazadores de Montaña 8 es una fuerza que se caracteriza por tener un alto grado de adiestramiento físico y manejar medios militares que las tropas convencionales no poseen. “Eso nos lleva a contar con un entrenamiento especial, no solo en el verano, sino también en el invierno”, afirma, no sin antes reconocer que ser cazadores de montaña es la máxima capacitación que tienen las tropas de este ambiente geográfico en el marco del Ejército Argentino. De hecho, este oficial oriundo de la provincia de Buenos Aires y con cursos de operaciones especiales en el exterior cuenta que, por ejemplo, en el verano, tienen que poder movilizarse en lugares de altura que se caracterizan por la inestabilidad meteorológica y la falta de oxígeno.
“Dentro de las actividades de entrenamiento estivales, somos los responsables de conducir las expediciones al Aconcagua en el marco militar. Por eso, en esta oportunidad yo fui el jefe de expedición y el suboficial mayor Pedro Rodríguez fue el guía”, cuenta.
En el caso del suboficial mayor Rodríguez, oriundo de la localidad salteña de Tartagal, el destino quiso que superase la yunga de su ciudad natal para poder ejercer su vocación militar en la cordillera: “Después de la Escuela de Suboficiales del Ejército ‘Sargento Cabral’, vine destinado a la montaña para hacer los cursos. También soy antártico”. Debido al entrenamiento y al conocimiento de la técnica vinculada al hielo, estas tropas son ideales para el Continente Blanco, sobre todo a la hora de ejercer como guías. “El hombre que va de la montaña a la Antártida corre con cierta ventaja”, reconocen desde Mendoza.
El detalle de la Operación Aconcagua 2024
“Este año fuimos 58 hombres y mujeres del Ejército al Aconcagua. A nosotros, se nos dio la responsabilidad de la conducción porque somos el personal más capacitado para estas actividades, que son casi extremas”, comenta González.
Para esta ocasión, el Ejército Argentino armó dos agrupamientos de 24 hombres y mujeres cada uno. A ellos se sumó una patrulla de rescate de 10 efectivos más. “El primer agrupamiento hizo cumbre el 19 de enero. De los 24, llegaron 22 integrantes de la cordada. De la patrulla, nueve alcanzaron la cumbre”, cuenta. Casi tres días después, 22 efectivos del segundo agrupamiento llegaron a la cima: “En esta oportunidad, solo siete de la patrulla lograron el objetivo. Eso se debe a que son efectivos de la Compañía que hicieron dos cumbres con una diferencia de 72 horas”.
¿Por qué no todos logran la misión? “Debido a la afectación que tiene el hombre a la altura. De todas maneras, uno se va aclimatando. Gracias a Dios, en este caso fue por agotamiento físico. Así que llegaron hasta un punto y luego los bajamos de regreso al campamento base”, responde el mayor.
Cabe señalar que la “Operación Aconcagua 2024″ comenzó durante la primera semana de diciembre, momento en el que se evaluaron las condiciones climáticas del mes de enero para poder determinar la ventana meteorológica que permitiría llegar a la cumbre. Más tarde, la VIII Brigada de Montaña organizó una expedición hacia el cerro “El Plata”, de casi 6000 metros de altura: el personal que logró su cumbre fue el seleccionado para participar de la expedición al Aconcagua.
“Subir es parte de mí. Quizá ya me acostumbré”
“Una vez que nos confirmaron que iban a venir 24 hombres y mujeres de la VIII Brigada y otros 24 de la V Brigada de Montaña del Ejército, diseñamos un plan para atacar la cumbre y fijamos el 6 de enero como primer día de la expedición”, describe el jefe de la Compañía.
Finalmente, entre el 6 y el 11 de enero realizaron los movimientos logísticos por mula y por helicóptero. El día 11 el personal comenzó a subir. “El primer día se marcha hacia Confluencia (3400 m.s.n.m.) y, en el segundo, se llega a Plaza de Mulas (4350 m.s.n.m.). Allí se permanece durante tres días con el objetivo de aclimatarse: el primer día es de descanso, en la segunda jornada se traslada la carga para el ataque hacia Plaza Canadá y al siguiente se descansa. Durante el cuarto día, se marcha hacia Plaza Canadá (4930 m.s.n.m.). El personal duerme ahí y, a la mañana siguiente, se trasladan hacia Nido de Cóndores (5350 m.s.n.m.), desde donde se ataca la cumbre. De hecho, allí se espera. Nosotros tuvimos la suerte de tener tan solo dos días de espera para, al tercero, poder atacar. Lo mismo ocurrió con el segundo agrupamiento”, relata.
¿Cómo se vive el último trecho? “Desde que salen de Nido de Cóndores, a aproximadamente las dos de la mañana, hasta la cumbre, y dependiendo de las condiciones físicas, las cordadas tardan entre 8 y 12 horas en llegar. Por ejemplo, el primer agrupamiento alcanzó la cumbre a las 13 y el segundo lo hizo a las 14 horas. Es una mezcla de cansancio y emoción porque caminan durante horas. Si bien uno ve la cumbre de cerca, porque no es mucha la distancia, la cordada marcha despacio. Los efectivos están agotados. Hay cansancio y emoción: a veces, el primero le gana a la segunda y, en otras oportunidades, es al revés”, contesta González, quien también relata que, mientras ascienden, son testigos de aquellos que lograron el objetivo y bajan felices. Pero, en otras ocasiones, ven de cerca a la frustración. En palabras del oficial, el sacrificio es inmenso, sobre todo porque, para poder cumplir con la misión, el personal militar permanece más de 20 días alejado de sus familias.
“Es una carga emocional terrible. Cada uno lo vive de forma diferente”, reconoce. A su lado, el suboficial mayor Rodríguez cuenta que tiene 22 cumbres al Aconcagua: “Para mí todas son distintas, con diferente sentido y gusto, sobre todo porque varía la gente que uno lleva. Subirlo es parte de mí. Yo lo tomo como algo natural. Quizá ya me acostumbré”.
Para González, los efectivos de la Compañía, al estar instalados durante todo el año en la localidad de Puente del Inca, a casi 2800 metros sobre el nivel del mar, corren con ventaja, pues entrenan en altura y están acostumbrados a vivir con menos oxígeno. “Una persona acá tiene una fuerza física distinta de aquella que entrena a diario en los bosques de Palermo”, describe. En ese sentido, explica que las cordadas que hicieron cumbre en el Aconcagua debieron soportar vientos de 50 km por hora y temperaturas de entre 15 y 20 grados bajo cero. “La preparación es muy específica”, insiste González, quien tiene en su haber tres cumbres al Aconcagua.
Médicos, apoyo logístico y comunicaciones: el backstage de la expedición
Para que los hombres y mujeres del Ejército puedan alcanzar la cumbre, la Compañía de Cazadores de Montaña 8 desplegó a todo el personal para brindar apoyo logístico, de comunicaciones y de sanidad. En total, 91 efectivos se trasladaron al Aconcagua. “Fue difícil dormir tranquilo porque era mucha la responsabilidad”, confiesa González, no sin antes resaltar que, en las cordadas militares, no suele haber accidentes, ya que, para poder participar de la expedición, deben cumplir con rigurosos exámenes médicos. Además, en cada campamento, el personal de sanidad de la Fuerza evalúa a los miembros de la cordada.
“Para nosotros, esta no deja de ser una actividad de instrucción. Por eso, en cada posta sanitaria, el médico decide si la persona está en condiciones de subir. Además, mientras uno marcha, un enfermero también nos evalúa. Si vemos una anomalía, al efectivo se lo baja”, explica, y agrega: “Nosotros tenemos que generar las condiciones para que el efectivo obtenga la cumbre, pero nuestra prioridad es que regresen todos. Primero está la seguridad.
La logística también es una instancia fundamental en la expedición. “Todo se lleva al campamento base a través de helicópteros del Ejército (sobre todo el material más pesado, como los equipos de sanidad y de comunicaciones) y del ganado. Con este último, trasladamos el equipo de andinismo, abrigo y víveres. Y, una vez en Plaza de Mulas, los efectivos de la cordada se mueven con el equipo en la mochila”, cuenta. En ese sentido, González explica que controlan el equipo y las capas de abrigo.
Sin Internet, aislados y con una sola escuela primaria: ¿cómo viven los militares en los Andes?
La Compañía de Cazadores de Montaña 8 se encuentra en el paraje cordillerano de Puente del Inca, a 190 kilómetros de la ciudad de Mendoza. Allí trabajan los efectivos militares. No están solos, los acompañan sus parejas e hijos. “En la Compañía hay 25 familias. Normalmente, las que viven acá son familias con niños pequeños ya que hay una sola escuela primaria del tipo rural”, cuenta González, quien comenta que tampoco tienen Internet y que dependen de la señal 4G del corredor andino para poder estar comunicados. Como si fuera poco, el funcionamiento de esta última señal varía de acuerdo con las condiciones meteorológicas.
La oferta educativa es todo un tema en este punto del país. Por eso, en el caso de aquellas familias que cuentan con hijos adolescentes, optan por instalarse en la localidad de Uspallata o en la capital mendocina. En estos lugares, también realizan las compras mensuales: “Se baja una vez al mes. Y, si bien en verano la ruta es buena, imaginate tener que trasladarte una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta porque te quedaste sin jabón para la ropa”.
Un dato clave para tener en cuenta: la ruta que separa Puente del Inca de la ciudad de Mendoza se caracteriza por la gran cantidad de curvas y el tránsito de camiones hacia o desde Chile. En invierno, la nieve complejiza el trayecto y, de hecho, deben colocar cadenas en los vehículos.
“La gente vive y, más allá del régimen militar, somos una gran familia. Nos brindamos asistencia. Además, contamos con dos ambulancias para hacer las evacuaciones sanitarias. Desde la Compañía, buscamos ayudar a los que se instalan acá arriba porque realmente es muy duro vivir en este lugar”, dice el mayor de la Fuerza. Además, cuenta que, en invierno, y por la nieve, suelen permanecer aislados durante 15 o 20 días. En esas oportunidades, trabajan codo a codo con Vialidad Nacional para limpiar las rutas y, de esa manera, facilitar el movimiento de quienes viven allí. “Por eso les damos importancia a las condiciones meteorológicas. De hecho, hacemos un seguimiento para saber cuándo podemos bajar considerando que, quizá, quedamos aislados. Si bien nosotros estamos trabajando y nos encontramos en nuestro ambiente, las condiciones extremas son padecidas por las familias que nos acompañan”, confiesa.
El peso del uniforme del Ejército
Para González, vestir el uniforme del Ejército Argentino en cada una de las expediciones es un compromiso. “Todos nos miran y ven cómo nos organizamos. Si las cosas salen bien, llegan los comentarios positivos. Entonces, son dos sentimientos: la responsabilidad y el orgullo de portar el uniforme. Con ellos nos movemos”.
Esa carga se suma a la de cumplir con la misión que recae sobre ellos. Para transitarlas, es fundamental contar con un sentimiento típico de los hombres y mujeres de armas: la camaradería. Y, en el caso de esta tropa habituada a la cordillera, esta se profundiza. Por eso, se identifican con un lema: “La montaña nos une”.