Era la noche del 11 de junio de 1982 y el ataque británico sobre el monte Longdon, en Malvinas, ya había comenzado. El teniente Raúl Castañeda, al mando de la primera sección de la compañía C del regimiento de Infantería 7, podía ver la cumbre literalmente al rojo vivo, tomada por las explosiones y los destellos de la munición trazadora entrecruzada. El viento le traía la voz de las órdenes impartidas en el fragor del combate, los gritos de dolor de los heridos y un intenso olor a pólvora.
El propio Castañeda había recibido un nutrido fuego de artillería sobre su posición, en la falda norte del monte, poco antes. El jefe de su compañía le había ordenado que mantuviera la posición y que esperara nuevas directivas. Así comenzaba su participación en una de las batallas más cruentas de la guerra de Malvinas, con combates casi cuerpo a cuerpo.
Este recuerdo brota vívido de la boca de Raúl Castañeda, hoy coronel retirado, a casi 42 años de los hechos, parado en el mismo lugar en el que estaba su pozo de zorro, donde vivió por 74 días a merced del riguroso clima de las islas y, más tarde, del fuego enemigo. No había regresado a Malvinas desde el conflicto. Su vuelta se dio como parte del proyecto de investigación “Los rostros y la savia de la guerra de Malvinas”, dirigido por la antropóloga Rosana Guber, que se concentra en el estudio de las batallas de monte Tumbledown y monte Longdon. En ese marco, Castañeda reconstruyó el contraataque que lideró aquella fatídica noche de junio. DEF, único medio presente, pudo registrar cada detalle del trabajo y, fundamentalmente, del relato de su protagonista.
Una misión de muerte en Malvinas
La orden le llegó a través del teléfono. Era su jefe de compañía de nuevo, esta vez para indicarle que debía marchar a monte Longdon a reforzar la compañía B. De inmediato, Castañeda reunió a todos sus soldados para prepararlos y los arengó:
“Vamos carajo”, les dijo. “¡Tanto querían que vinieran, ahí los tienen! Demostrémosle a ellos quiénes somos. Tenemos que reforzar la compañía B. Quiero todos los cargadores llenos y munición hasta en los bolsillos. Tenemos que ir. ¡Vamos y demostrémosles lo que somos! ¿Están con ganas o se cagaron? ¡Vamos de una vez!”.
Todos los soldados fueron a prepararse y al poco tiempo estaban de regreso. No faltaba ninguno. Así iniciaron la marcha a la batalla. Los esperaba el poderoso PARA 3, una de las unidades especiales del Ejército británico,
Era realmente una misión de muerte, porque ni él ni su sección habían estado en Longdon propiamente dicho. Les habían ordenado prepararse para un ataque por el norte que nunca sucedió. Ahora debían encontrar el camino en medio de la noche cerrada, desplazándose en el difícil terreno de turba y piedras, y bajo fuego enemigo. Su única guía era el resplandor de la batalla en la cima.
Tras localizar el puesto de comando de la compañía, Castañeda recibe nuevas indicaciones y se le suman más hombres. La cumbre de Longdon ya estaba en manos británicas. Debía frenar ese avance.
Primera sangre
Continuaron el ascenso por el accidentado terreno del monte. Castañeda designa al cabo Mamaní con un grupo para rodear una pared de piedras y unírsele en la segunda olla, donde había posicionado al resto de la sección. En el medio de la maniobra, Mamaní se encuentra con una patrulla británica.
Para su fortuna, los agarra desprevenidos y los pone fuera de combate. Pero al avanzar unos metros más, combatiendo, un misil británico impacta donde estaban Mamaní y los suyos.
“Yo estaba mirando, veo que caen todos, pero al rato empiezan a arrastrarse y se vuelven a la altura donde estaba el resto de la sección”, recuerda el entonces teniente. En la acción habían muerto dos soldados y uno había caído prisionero.
A los pocos minutos, los británicos se paran y empiezan a avanzar, creyendo que no quedaba nadie después de ese pequeño combate. Castañeda había colocado a toda su sección en línea y les indicó a los jefes de grupo que él iba a dar la señal para disparar. Dejó que avanzaran y, faltando unos 15 o 20 metros, ordenó fuego libre.
“Toda la sección disparando. El soldado que estaba al lado con una ametralladora MAG, se la puso en la cadera y empezó a tirar de un lado al otro, insultando”, describe con vividez Castañeda, quien aclara: “Los libros británicos dicen que ellos tuvieron 23 bajas pero, por lo que aprecio, habrán quedado fuera de combate entre 50 y 60 hombres, porque era un centenar el que avanzaba”.
Los británicos retrocedieron y volvieron a ocupar las posiciones que tenían antes. De allí en adelante comenzó un fuego cruzado que duró horas.
Solos en monte Longdon
El PARA 3 disparaba con un gran volumen de fuego sobre la posición argentina. “Nosotros lo que hacíamos era tirar, pero racionalizando la munición”, precisa Castañeda, ya sobre el monte y observando el terreno donde combatió hace más de cuatro décadas.
La batalla se extendió por toda la noche. La munición empezaba a escasear y el número de heridos iba en aumento, pero la primera sección de la compañía C del regimiento 7 mantenía la posición.
En la contienda, el soldado Falcón cae, y Castañeda envía en dos ocasiones a Gasco Peralta al puesto de comando para obtener munición, informar y aguardar instrucciones. No encontró a nadie. Habían quedado completamente solos.
“Ya tenía poca munición. Tan es así que en un momento miro hacia un costado y veo dos soldados apoyados contra las piedras. Tenían el fusil y estaban colocando la bayoneta. Es decir, estaban dispuestos a continuar combatiendo y no perder el terreno que habíamos llegado a conquistar”, se emociona Castañeda de solo recordarlo.
Pero ya no se podía resistir más. Un jefe tiene que saber cuándo retirarse y proteger a su gente. Castañeda ordena el repliegue.
“Algo que me quedó grabado para toda mi vida son los rostros de los soldados”, apunta el veterano sobre aquel difícil momento. “Cuando yo ordené el repliegue, ellos cumplieron la orden, pero lloraban… Lloraban por lo que yo les había dicho antes y por todo lo que habíamos vivido. Esa era la bronca”.
El repliegue tampoco fue fácil. Ya era de día, los británicos podían verlos y tiraban sobre ellos. Se había perdido el monte Longdon, pero los hombres del regimiento 7 vendieron cara la derrota. Lo que los ingleses pensaban en conquistar en solo tres horas y empleando solo dos compañías, les llevó más de 12 y tuvieron que empeñar todas sus fuerzas.
“Mi teniente, cumplí”
A casi 42 años de los hechos, los campos de batalla de Malvinas siguen vivos, con mucho por decir aún: sobre lo que se hizo bien, sobre lo que se hizo mal, pero, fundamentalmente, sobre la historia de cada uno de los que combatió allí, los que realmente pusieron su vida a disposición de una causa mayor.
“Yo cuando hablo de Malvinas me acuerdo de mis soldados, por todo lo que hicieron”, ratifica Castañeda. “Ellos estaban defendiendo su patria, algo que habían jurado un año atrás”.
Para concluir, recuerda un episodio muy particular en lo más álgido del combate que pinta entero ese compromiso del soldado argentino: “Hay un momento en el combate en el que yo levanto a un soldado que estaba muriendo. Y él me dice: mi teniente yo maté a estos dos soldados británicos. Levanto la vista y había dos británicos a su lado. Cuando lo vuelvo a mirar, muere. Con el tiempo, me di cuenta que este soldado me estaba diciendo: ‘Mi teniente, cumplí’. Así que, cada vez que hablo de Malvinas, hablo de mis soldados”.