Después de que el periodista John Foley fuera decapitado por el “Yihadista John” el 19 de agosto de 2014, el Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS) comenzó a hacerse conocido en el mundo por sus atrocidades. Las salvajadas que continuaron perpetrando mostraron la crueldad de la que era capaz este grupo terrorista. Hasta ese momento, solo el aberrante ataque a las Torres Gemelas y a otros símbolos del poder en EE. UU. perpetrado por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 había sido la principal demostración de mordacidad en este siglo.
Al referirse a la barbarie de ISIS, el entonces presidente de EE. UU. Barack Obama afirmó: “Ninguna fe enseña a masacrar inocentes ni a dejar de lado el valor de los seres humanos”. Y subrayó: “La respuesta no cesará hasta que se haga justicia”.
Por una rara coincidencia, cuando el presidente Trump declaró que Jerusalén debería ser la capital de Israel y se desató la tercera intifada (8 de diciembre de 2017), el lema utilizado por Hamás para mostrar su rechazo fue: “No habrá paz sin justicia en Jerusalén”, una frase del salmo 122 del Antiguo Testamento. Parecería, pues, que Hamás esgrime la justicia divina solamente según la acción que quiera ejercer y según la necesidad del momento. A la luz de los ataques perpetrados por Hamás a los 50 años del inicio de la guerra del Yom Kippur, podemos decir que la organización terrorista aplica una justicia especial, más parecida a un ajusticiamiento que a la tan mentada en los salmos.
Es más, la sura que ellos mismos esgrimen ante cualquier intento religioso en su contra menciona: “La dignidad humana (de origen divino) debe ser respetada, independientemente de la religión, raza, origen étnico, género o condición social a la que pertenezca una persona” (Corán, 17:70). A juzgar por sus actos, no están respetando el Libro Sagrado. Menos aún, cuando expresa: “Dios ama la justicia y a aquellos que luchan por practicarla, sobre todo cuando se imparte sobre aquellos con los que se tiene cualquier tipo de diferencia, incluido el credo o la práctica religiosa” (Corán, 5:8 y 60:8).
Sería interesante que tanto las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, el brazo armado de Hamás, como la Yihad Islámica no solo relean estos suras del Corán, sino que se atengan a las consecuencias divinas y terrestres que conlleva no respetarlas. Si la intención de sus vandálicos actos es hacer valer sus derechos ante el mundo, su proceder es totalmente opuesto a la valoración que el mundo civilizado interpreta.
Si ellos mismos violan su propia doctrina religiosa, no deberían esperar ningún tipo de condescendencia hacia sus actos, ni que sus reivindicaciones sean tomadas en cuenta. Inshallah (“quiera Dios”, en árabe) que, en esa Tierra Santa, tan disputada por las tres religiones monoteístas más importantes del mundo, la justicia divina vuelva a instalarse en la mente y el corazón de sus habitantes para que, de alguna forma, se haga cierto el salmo 85:11, que reza: “La justicia y la paz se besarán”.
Omar Locatelli es exagregado de Defensa argentino en Israel y experto en geopolítica de Medio Oriente