Desde la antigüedad, los mercenarios fueron actores ocultos en el escenario de las guerras. Sin embargo, en los últimos años, grupos con sospechosos vínculos políticos emergieron con un protagonismo renovado en el escenario internacional. Carentes de ética y de convicciones ideológicas, su motivación es puramente personal.
Nombres como Blackwater, Grupo Wagner y el Batallón Azov son solo la punta del iceberg de este intrigante submundo de grupos sospechados de violar las normas de derecho humanitario y las convenciones sobre trato de prisioneros de guerra.
Conocimiento táctico y entrenamiento militar
Dentro de estos grupos, la habilidad táctica y el entrenamiento militar son fundamentales. Muchos de sus miembros provienen de servicios secretos y fuerzas especiales, atraídos por el atractivo de la aventura y la ganancia personal.
El financiamiento de las organizaciones es diverso, desde contratos oficiales con departamentos de Defensa nacionales hasta fondos desconocidos vinculados a distintos líderes mundiales.
En los últimos meses, la trágica muerte de Yevgeny Prigozhin arrojó luz sobre las conexiones entre estos grupos y las altas esferas políticas. El líder del Grupo Wagner era conocido no solo como un líder militar sino también como el “chef” de Putin, encargado de los banquetes para dignatarios extranjeros que visitaban Moscú. Sin embargo, su caída en desgracia se debió a su desafío al Kremlin y su intento de subvertir el gobierno.
Oscuridad y hermetismo
Los líderes de estos movimientos tienen orígenes tan variados como curiosos. Un ejemplo notable es Erik Dean Prince, fundador de Blackwater, quien proviene de una familia adinerada y que tuvo una breve pasantía en la Casa Blanca antes de unirse a la Armada de EE. UU. y luego a los Navy SEAL, la reconocida fuerza naval de operaciones especiales estadounidense. Tras la muerte de su padre, fundó Blackwater, pero la empresa enfrentó denuncias por su comportamiento en Irak y fue condenada por la Justicia Federal de EE. UU.
Uno de los casos más intrigantes es el de Andriy Biletsky, historiador ucraniano y fundador del Batallón Azov. Aunque el grupo se identificó con el nacionalismo ucraniano, el comportamiento de algunos miembros generó acusaciones de extremismo. Documentos del gobierno alemán incluso señalaron vínculos del Batallón Azov con organizaciones neonazis de ese país en el pasado.
Un polémico accionar
El accionar de estos grupos mercenarios fue objeto de numerosas denuncias, incluyendo violaciones a las normas que buscan limitar los efectos de los conflictos armados.
¿Por qué, entonces, son elegidos para participar en guerras? La respuesta es simple: su contratación permite a los estados operar fuera del derecho internacional, evitando acusaciones directas de crímenes de guerra. Por ejemplo, Volodymyr Zelensky denunció ante la ONU y organismos internacionales decenas de miles de crímenes cometidos por estos grupos en suelo ucraniano. Sin embargo, a pesar de las denuncias, continúan operando en diversas partes del mundo en beneficio personal.
Todo parece indicar que estamos en el inicio de una era en la que los mercenarios ganan protagonismo. Solo el tiempo dirá si su influencia se limita a las operaciones militares o si también fortalecen organizaciones criminales y delictivas en otros ámbitos.