En unos minutos más, Buenos Aires se mostrará más activa. Mientras tanto, a las seis y media de la mañana, circulan unos pocos vehículos y transeúntes por la avenida Teniente General Luis María Campos. La cita es en el Hospital Militar Central 601 “Cirujano Mayor Dr. Cosme Argerich”. Cabe señalar que existen dos hospitales porteños con el nombre de este trascendente médico. Sin embargo, el del Ejército lo hace para honrar su perfil castrense: Argerich sentó las bases de los primeros reglamentos de medicina militar y, como cirujano, atendió a los heridos de las Invasiones Inglesas y, posteriormente, de las batallas de Tucumán y Salta.
El equipo de DEF ingresó al histórico edificio. Un largo pasillo de baldosas negras y blancas separa la entrada de los ascensores y escaleras principales. A lo largo del corredor, una serie de fotos monocromas revelan el esplendor de sus instalaciones al momento de ser inaugurado en 1939. Obviamente, con el pasar de los años, sus instalaciones fueron modernizadas. De hecho, días atrás sufrió un incendio que apenas alteró la rutina: el equipo de ingenieros y especialistas del Ejército reparó y rehabilitó los sectores afectados en muy poco tiempo.
La coronel médica Mercedes Marín nos recibió en el sector de docencia del hospital. Ella está en contacto constante con los residentes, los médicos más jóvenes que ingresan a la Fuerza en busca de perfeccionamiento. Un dato: este lugar también recibe a los graduados de carreras como Farmacia, Odontología y Bioquímica. Ellos, si bien no tienen residencia obligatoria, optan por este recorrido para formarse en determinadas temáticas. “Es un sistema intenso, e intensivo, para el residente porque demanda muchas horas dedicadas a una especialidad. Sin embargo, tras cuatro años, el profesional tiene una práctica que es difícil de adquirir por otros medios”, cuenta.
El Militar es un hospital de alta complejidad que suma nuevos métodos de diagnóstico y tratamiento. “En Odontología, por ejemplo, contamos con un equipo de impresión 3D para prótesis. En imágenes, tenemos ecógrafos de último nivel, tomógrafos, resonadores y equipos para angioresonancias. También tiene diálisis, pediatría y, dentro de esta, atención oncológica e infectológica y terapia pediátrica y neonatológica. Además, se hace investigación”, añade.
“Se valora lo que brinda la residencia, solo que algunos prefieren el camino más corto”
La crisis del sistema no es novedosa: muchos hospitales no cuentan con la cantidad de residentes necesarios e, incluso, áreas críticas, como terapia intensiva, pediatría o clínica, no tienen interesados. El Hospital Militar no es ajeno a esta tendencia. Marín es contundente: explica que existen cursos que ofrecen concurrencias y que, en poco tiempo, les otorgan la especialidad a los médicos. La residencia es el camino más largo y sacrificado, pero también es el que asegura un mayor conocimiento de la práctica que, para ejercer la medicina, es fundamental. “Se valora lo que brinda la residencia, solo que algunos prefieren el camino más corto. Y eso disminuye la cantidad de postulantes. Es un fenómeno nacional y mundial”, subraya.
¿Cómo ingresan los profesionales que quieren hacer sus residencias en el Militar? “Hay un examen único, realizado por la UBA. Algunos hospitales tienen uno propio. En nuestro caso, vamos con el único. Esa evaluación genera un orden de mérito que les permite elegir el lugar para hacer la residencia. Quienes quieren hacerla en los hospitales del Ejército, también deben inscribirse en el Colegio Militar de la Nación (CMN). De todas maneras, si alguno de los interesados quiere hacer su residencia en un hospital militar del interior, como en el de Paraná, solo necesita anotarse en el CMN”, responde Marín, al tiempo que subraya que todas las residencias de la Fuerza son reconocidas por el Ministerio de Salud. “Odontología, Farmacia y Bioquímica no tienen examen, solo deben ir al Colegio Militar”, agrega.
¿Vocaciones complementarias o excluyentes?
“A diferencia de los militares de carrera, que ingresaron con vocación, los médicos y otros profesionales de la salud lo hicieron para realizar su residencia. Yo digo que la vocación de médico militar es un proceso. Los médicos que se inscriben para la residencia superan la barrera del CMN y hacen un curso que dura entre dos y cuatro meses, dependiendo del año”, dice la coronel Marín. Una vez que egresan, los profesionales obtienen el grado de teniente primero. Y, si bien durante el curso cobran un salario, este aumenta en relación con el grado que obtienen. “En otras instituciones tienen una beca, por ejemplo, y tampoco están en relación de dependencia. El Ejército les abona el aguinaldo e incluso tienen vacaciones pagas, 30 días en verano y 15 en invierno. Además, si alquilan vivienda, presentando una factura, se les reintegra un porcentaje. Y quienes están casados y tienen hijos pueden acceder a una vivienda militar. De hecho, en el hospital tenemos un alojamiento que alberga a los residentes”, detalla.
“Hay que apostar a ese proceso. Si me preguntabas durante mi carrera si iba a ser médica militar, mi respuesta era que no. Pero quise hacer la residencia acá. Luego tuve pases, participé en misiones de paz y fui al exterior”, confiesa desde el mismo edificio donde, años atrás, el expresidente Juan Domingo Perón conoció al padre del sanitarismo en el país, Ramón Carrillo.
Un valor agregado que ofrece el Ejército al personal de salud es que, luego de finalizadas las residencias, pueden continuar ejerciendo la profesión dentro de la Fuerza, ya sea en los hospitales militares del AMBA o en aquellos ubicados en el interior del país. Incluso, pueden hacerlo en unidades militares. “El hospital militar de Salta, por ejemplo, no tiene residencias. Pero aquellos que quieran hacerla acá, la realizan y, luego, pueden ir destinados a esa provincia. Para muchos, esa posibilidad es atractiva. Además, están quienes, aparte de trabajar en el ámbito castrense, lo hacen también en el medio civil”, cuenta Marín, al tiempo que explica que, durante las residencias, el personal también puede optar por participar de las campañas antárticas, en misiones de paz o realizar una rotación en el exterior. Asimismo, de manera paralela, realizan el curso superior de la especialidad que se encuentran ejerciendo. Finalizado este período, pueden hacer una especialidad dentro del Hospital Militar: “Son posteriores a la residencia. Dependen de universidades, pero nosotros somos sede. Buscamos que el especialista se quede, no que se vaya”.
Continuamos con el recorrido. Ambos blancos, con insignias militares, circulan por las renovadas instalaciones del nosocomio. Faltan apenas unos minutos para el mediodía. Esos médicos están preparados para atender en estas condiciones, pero también en las más hostiles, como lo hicieron en la guerra de Malvinas (incluso, algunos de los profesionales que se destacaron en el conflicto de 1982 aún atienden a pacientes en el Ejército). Repasando la historia de la medicina, muchos de los grandes avances en esta materia se hicieron a partir de las lecciones aprendidas durante la atención en los campos de batalla. De hecho, en La Ilíada, Homero se detiene en Machaón, un médico guerrero, que cae herido y lo alejan del combate para preservarlo porque “un médico vale él solo más que muchos combatientes; él sabe sacar los dardos de las heridas y calmar con bálsamos suaves los sombríos dolores”.
Residentes a corazón abierto: “Somos las dos cosas, médicos y militares”
Desde DEF, queremos hablar con los más jóvenes, preferentemente residentes de las áreas más críticas en relación a la cantidad de interesados. En terapia intensiva, el teniente primero médico Martín Centurión interrumpe por unos breves minutos la recorrida: “Inicialmente, yo quise hacer cirugía general. Pero cuando, dentro del programa, me tocó rotar por terapia intensiva, descubrí el manejo del paciente crítico, que se debate entre la vida y la muerte. Quise aportar para mejorar su calidad de vida. A veces, estar acá, también implica una parte de la medicina que no muchos ven, que es acompañar al paciente en el tramo final de su vida. A mí, humanamente, eso me interpeló”.
Martín es oriundo de Paraná, Entre Ríos. Actualmente, vive en el alojamiento que les provee el Ejército y destaca, sobre todo, el grupo humano con el que le toca convivir. “Tengo colegas, residentes en otros lugares, que relatan situaciones que acá no se dan. Si bien es un régimen exigente, fundamental para la formación, se trabaja en muy buenas condiciones laborales y contamos con los recursos necesarios. Personalmente, creo que la estructura militar acomoda el ambiente de la residencia. Hay una forma de trabajar y eso ayuda en el día a día, incluso en la vida”, dice.
Sobre la rutina, cuenta que es tan exigente como en otros lugares, sobre todo en el primer año. Pero, al comenzar el segundo, afloja y comienza una etapa que también es académica. “Rescato el sentido de familia. El año pasado tuve un accidente de tránsito y terminé internado en San Pedro. Ellos movieron cielo y tierra para traerme lo más rápido posible. Acá, desde el director para abajo, todos pasaron a visitarme y preguntarme qué necesitaba. De hecho, mi mamá se trasladó para acompañarme y le dieron alojamiento”, relata.
La de clínica médica es otras de las residencias críticas, pese a la variedad de alternativas de especialización que ofrece. Tras participar de recorridas y ateneos, las tenientes primeros médicas –y residentes de primer año– Camila Badaracco y Ailén Puglielli dialogan con DEF. “Elegí este lugar por el compañerismo. Al haber hecho el Colegio Militar, todos los residentes de primer año nos conocemos”, cuenta Ailén. A su lado, Camila coincide en haber optado por el militar al priorizar el ambiente laboral: “Entre todos, podemos trabajar en conjunto y eso es fundamental”.
Tras cursar medicina en la UBA, Camila comunicó sus intenciones de anotarse en el Colegio Militar para la residencia. “Me dijeron que estaba loca, que no sabía dónde me metía”, la cuestionaron. “La realidad es que al Colegio Militar lo terminas pasando e, incluso después, hasta extrañando. Convivimos 24 horas, cinco días a la semana. Ingresamos sin conocernos y, hoy, a tan solo ocho meses de haber hecho ese curso, yo siento que la conozco de toda mi vida. Siempre nos planteamos: ¿uno es médico o es militar? Somos las dos cosas”, confiesa, y agrega: “Es gratificante y me da orgullo decir que soy médica militar. Si bien este hospital es centro de derivación nacional, en un futuro me gustaría ir destinada a una unidad militar en el interior”.
Por su parte, Ailén subraya que, al finalizar otras residencias, deben salir a buscar trabajo, pero “acá te dan la oportunidad de continuar como médico de planta”, comenta. Ella vino a CABA desde San Andrés de Giles. Su historia conmueve: es hija de un veterano de guerra de Malvinas. Desde pequeña, es testigo de sus historias y recuerdos. “En este hospital, trabaja Silvia Barrera, una de las mujeres que atendió en la guerra”, narra, y agrega: “Esa influencia me atrajo. Este hospital es mi lugar. Mi papá estuvo en la guerra y, 41 años después, me toca atender a sus compañeros. Hay una conexión y eso a mí me emociona mucho”.
El tiempo para conversar con el personal de médicos, farmacéuticos, odontólogos y bioquímicos es breve debido a la intensidad del trabajo. Descendemos por un ascensor que nos lleva, nuevamente, al pasillo de ingreso. Las conversaciones entre los pacientes que nos rodean dan cuenta de la satisfacción por la atención y los cuidados brindados por los médicos. Como en La Ilíada a Machaón, hay que preservarlos.
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