Lejos de los campos de batalla, la carrera armamentística o la competencia por el control de las materias primas y los recursos energéticos, el dominio de la alta tecnología dirimirá la disputa por el poder global en las próximas décadas. “La innovación tecnológica va a marcar la geopolítica del siglo XXI y será la que determine qué países contarán con las capacidades para posicionarse mejor en la nueva economía digital”, señala, en diálogo con DEF, Águeda Parra, experta española en el análisis de este complejo entramado y editora del espacio de reflexión #ChinaGeoTech.
“En plena transformación hacia una economía tecnológicamente más sensible, son los chips, y no el petróleo, los que establecen las directrices de cómo, quién y a qué ritmo asume el liderazgo”, manifiesta la autora del libro China, las rutas de poder. En ese marco, afirma, los semiconductores o chips, como comúnmente se los conoce, serán “parte esencial en la transformación que el desarrollo de la economía digital va a ejercer sobre determinados sectores”. Los ejemplos van desde una industria tradicional, la automotriz; hasta ámbitos de punta, como la inteligencia artificial, la Internet de las cosas, la computación en la nube y la tecnología 5G de la telefonía móvil.
SEMICONDUCTORES: UNA INDUSTRIA GLOBALIZADA
Un sector clave en este nuevo escenario es el de los seminconductores, esenciales en la nueva revolución tecnológica a la que estamos asistiendo. Podríamos definirlos como productos de gran complejidad que proveen la funcionalidad para el procesamiento, la transmisión y el almacenamiento de datos en todo tipo de equipos electrónicos. En 2021, el volumen global de ventas de este mercado alcanzó los 555.900 millones de dólares y registró un récord de producción de 1,15 billones de unidades.
Existen, de manera genérica, cuatro grandes actividades en la cadena de suministros de esta industria: el diseño, la fabricación, el ensamblaje y el testeo. En ese ecosistema tecnológico, las llamadas empresas “sin fábrica” se ocupan puntualmente del diseño de los circuitos integrados; en tanto que, en la etapa de producción, las denominadas “fundidoras” se dedican a la conformación de las obleas de silicio y su transformación en chips. Este último segmento está deslocalizado en el Extremo Oriente y es el que hoy enfrenta a China con EE. UU.
TAIWÁN Y COREA DEL SUR, UN DUOPOLIO ASIÁTICO
En el continente asiático se está librando una suerte de TEG regional. En la estratégica isla de Taiwán, considerada por China como una “provincia rebelde” que forma parte inalienable de su territorio, se fabrica actualmente el 92 % de los chips más pequeños, sofisticados y eficientes, con tamaños de 7 nanómetros o menos. La empresa que domina ese segmento es la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), una compañía valuada en 454.000 millones de dólares, tiene como principal destino el mercado estadounidense. Su mayor competidora es la surcoreana Samsung, que controla el 8 % del segmento de los microchips y tiene a China como un cliente privilegiado.
Un estudio del Boston Consulting Group (BCG) y de la Asociación de la Industria de los Semiconductores de EE. UU. (SIA), publicado en abril del año pasado, advierte sobre los riesgos asociados a esta concentración del mercado de las “fundidoras” en una única zona geográfica. “La manufactura aparece como el principal punto focal a la hora de evaluar la robustez de la cadena global de suministro de la industria de semiconductores”, afirma el trabajo, en el que se hace hincapié en la “alta actividad sísmica” y las “tensiones geopolíticas” que caracterizan la región del Asia Oriental y que podrían generar disrupciones en el abastecimiento de chips.
“Las tensiones geopolíticas podrían derivar en controles a las exportaciones y en la dificultad de acceso a proveedores claves de tecnología, herramientas y productos esenciales”, añade el reporte, en el que se alerta, además, sobre las consecuencias de las medidas proteccionistas en un sector tan globalizado. “Esos controles podrían restringir el acceso a importantes mercados de destino de la tecnología, lo que, a su vez, podría provocar la significativa pérdida de economías de escala y comprometer la capacidad de esta industria para sostener los actuales niveles de investigación y desarrollo (I+D) e inversiones intensivas en capital”, enfatiza.
CHINA: PLANES, INCENTIVOS Y OBSTÁCULOS
En este nuevo contexto digital, el ambicioso objetivo que se había trazado el régimen de Pekín era lograr para 2025 un 70 % de autosuficiencia en materia de semiconductores, y liberarse, en los siguientes cinco años, de la dependencia del exterior. Con las represalias comerciales de Washington como telón de fondo y la pandemia de por medio, la meta trazada por el régimen chino aún está lejos de alcanzarse, y difícilmente se cumpla en los tiempos previstos. De acuerdo con datos de la consultora IC Insight, hoy la producción local representa apenas el 16,7 %, y sus proyecciones indican que llegaría al 26,2 % en 2026.
“Si bien es cierto que la inversión en innovación sigue siendo muy fuerte, Pekín todavía depende de tecnología extranjera en buena parte de la cadena de valor de esta industria”, aporta Águeda Parra. ¿Dónde está el mayor cuello de botella? “Pasar a fabricar chips menores a 10 nanómetros implica la necesidad de acceder a tecnología extranjera que, si se mantuviera vetada por las sanciones comerciales, sus empresas no podrían desarrollar por sí solas”, clarifica esta analista.
Todas las fichas están puestas en la mayor empresa del sector, con sede en Shanghái: la Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC), que, según los expertos, aún se encuentra por detrás de la taiwanesa TSMC en la fabricación de los chips más avanzados. Las autoridades chinas no han escatimado recursos ni artimañas. Por ejemplo, entre 2015 y 2019, se estima que unos 3000 ingenieros taiwaneses especializados en chips fueron reclutados por SMIC, en el marco de una desembozada estrategia de captura de talentos en la isla rebelde.
EE. UU.: SANCIONES, PROTECCIONISMO Y ALIANZAS
Desde que la administración de Donald Trump dio inicio a la tan mentada “guerra comercial” contra China, el sector de la alta tecnología ha sido uno de los blancos elegidos por Washington. Hacia el final de su mandato, en diciembre de 2020, el Departamento de Comercio impuso restricciones al acceso de SMIC a los semiconductores diseñados en EE. UU., alegó motivos de “seguridad nacional” y apuntó a los vínculos de la empresa de Shanghái con el complejo militar-industrial chino. Entre las medidas adoptadas, se incluyó la obligación a compañías extranjeras, como la taiwanesa TSMC, de obtener una licencia especial para poder vender chips que contuvieran software o componentes estadounidenses.
Ya en el gobierno de Joe Biden, se avanzó en una legislación proteccionista, la CHIPS and Science Act, sancionada el año pasado. Allí se establece un fondo quinquenal para estimular la producción local de microchips, que asciende a 52.000 millones de dólares. Por otra parte, Washington lanzó la propuesta de conformar una alianza estratégica con sus socios asiáticos Taiwán, Japón y Corea del Sur. En opinión de Águeda Parra, de lograrlo, “EE.UU. reduciría su vulnerabilidad frente al ascenso de China aportando, asimismo, resiliencia en la cadena de suministro de los microprocesadores”.
¿Qué tan factible es la conformación de esa coalición? Por el lado de Taiwán, a priori, su alineamiento con Washington parece fuera de discusión, más aún en medio de la actual escalada de amenazas de Pekín contra la isla. En el caso de Japón, se trata del principal proveedor global de obleas de silicio, insumo clave para la producción de los chips. Además, Tokio está buscando reposicionarse en el segmento final de la producción a partir de las inversiones púbico-privadas y de la conformación consorcio Japan Advanced Semiconductor Manufacturing (JASM), en el que participan la taiwanesa TSCM y las empresas locales Sony Denso, esta última del grupo Toyota. Donde existen más dudas y titubeos es en el caso de Corea del Sur, ya que su industria tiene una gran dependencia comercial de China, destino del 62 % de sus exportaciones de chips.
UNA DISPUTA POR LA HEGEMONÍA GLOBAL
En definitiva, esta disputa tecnológica no es un capítulo menor de la actual guerra comercial entre China y EE. UU. Tal como destaca Águeda Parra, la lucha por el dominio de la nueva economía digital tendrá consecuencias en el mapa del poder global: “Tanto China como EE. UU. se juegan mucho en la próxima década; el hecho de que EE. UU. consiga mantenerse como primera potencia mundial y la posibilidad de que China pase de ser una economía de ingresos medios a ser una economía avanzada dependen, en buena medida, de que el nivel de incremento del PBI y del PBI per cápita se produzca a través del desarrollo de las tecnologías más avanzadas”.
“Quien controle el diseño y la producción de los microchips moldeará el curso del siglo XXI”, señaló, a modo de síntesis, Martijn Rasser, director del Programa de Tecnología y Seguridad Nacional del Center for a New American Security (CNAS). Las próximas décadas serán decisivas para dirimir esta competencia.
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