“Una vez que hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la tierra con la vista mirando al cielo: porque has estado allí y desearás volver”, dice una frase, bastante utilizada en el mundo aeronáutico, que se le adjudica a Leonardo Da Vinci. Hay algo maravilloso en ese mundo; lo confirmó el diputado Alfredo Palacios cuando accedió a la invitación a volar en globo hecha por Jorge Newbery: “Yo sabía lo que era una nube, pero nunca la había tocado. Y, cuando nos hallamos a pleno sol y la sombra del globo resbalaba sobre las nubes, asistí a un maravilloso espectáculo que jamás viera ni imaginara”.
A propósito de Jorge Newbery y del desarrollo aeronáutico en el país, a menos de una hora de CABA se encuentra el Museo Nacional Aeronáutico (MNA). Allí, y en los hangares donde hasta 1948 funcionó el aeropuerto internacional argentino, más de 60 aeronaves, de distintos modelos y épocas, se ubican para recibir al público visitante. Se trata de aviones civiles y militares, muchos de ellos joyas exóticas del ambiente, como, por ejemplo, aquel piloteado por Saint-Exupéry o los utilizados por los pioneros antárticos. Un dato: la guerra de Malvinas se respira en los rincones de este museo.
El recorrido no solo interpela a los apasionados por la temática, sino también a aquellos que, quizá con nulo conocimiento previo, se sienten atraídos por la pasión y las hazañas de quienes fabricaron y pilotearon estas aeronaves. ¿Spoiler? Nadie sale del museo sin sentir admiración, o al menos curiosidad, por las proezas de estas naves y sus tripulaciones, sin importar el tiempo en el que las protagonizaron.
Un viaje a través de la historia
Normalmente, durante los días de semana, los guías del MNA reciben a las escuelas. En cambio, los viernes, sábados y domingos, abren sus puertas al público general (a veces, con reserva previa desde www.mna.ar). “Muchos vienen para aprender sobre Malvinas. Además, el museo organiza eventos durante los fines de semana. Por ejemplo, charlas de historia aeronáutica”, comenta desde los recientemente renovados hangares de Morón, el director del MNA, el comodoro (retirado) Carlos Maroni. De hecho, durante mayo, se realizará un ciclo de charlas con veteranos de guerra de Malvinas.
Emplazados en la plataforma, varios aviones reciben al visitante. Por ejemplo, un Bristol de origen británico del año 1947: a esta aeronave, se le podía abrir la trompa hacia delante para poder cargarla. A su lado, un Viking del mismo año que solía ser utilizado por LADE; un Hércules C-130 y un Guaraní. Por supuesto, el público no solamente se encontrará con aeronaves militares, sino también civiles. Ya en el interior, una pieza única: la piloteada por Saint-Exupéry, autor de El principito. “Es el único ejemplar que hay en el mundo”, confirma Maroni, y agrega: “Es objeto de culto. Muchos franceses vienen al museo para ver este avión”.
Mundo de pioneros (y apasionados)
El MNA cuenta con un espacio dedicado a los pioneros. De hecho, se está conformando un lugar destinado a los objetos que pertenecieron a Jorge Newbery. Además, existe una sala dedicada a las primeras mujeres de la aviación. Allí, no solamente se pueden conocer sus historias, sino que también hay pertenencias de Carola Lorenzini, famosa aviadora de la Argentina. De aquella época, un avión Farman de 1908 se conserva en excelente estado. “Es muy frágil, pero, hasta hace poco, el motor funcionaba”, comentan.
Sobre los artefactos centenarios, hay uno que vale la pena conocer: un vehículo Anasagasti de 1911. “El ingeniero Anasagasti integraba la Comisión Directiva del Aeroclub Argentino. Fue, además, el primero que tuvo fábrica de automóviles en el país. Entonces, donó a la Escuela de Aviación –que funcionaba en El Palomar– uno de sus vehículos para que el personal pudiera trasladarlo. Incluso, sirvió para encender los motores de los aviones, para evitar darles pala”, cuenta el suboficial mayor (retirado) Walter Marcelo Bentancor, quien está a cargo del Departamento de Investigaciones Históricas del MNA. El vehículo aun funciona e, incluso, participa de eventos.
Durante la visita de DEF, el MNA se encontraba preparando una nueva sala que, según Maroni, estará dedicada a la industria nacional y va a contener aviones de madera que deben permanecer alejados de la luz solar.
“Las aeronaves están agrupadas de acuerdo con épocas y tipos de aeronaves. En una de las islas, por ejemplo, se pueden apreciar los de entrenamiento, construidos bajo licencia en la Fábrica de Córdoba, como el Mentor. También contamos con una joya, en color rojo: el Pulqui I, primer avión a reacción construido en Argentina”, describe Bentancor.
Protagonistas de una guerra
Una de las islas del MNA está dedicada a la guerra de Malvinas. Allí, hay un Pucará IA 58, un avión construido en Córdoba que, durante el conflicto, fue el único que tuvo base en el archipiélago. “Este es el primer prototipo del avión concebido en la década del sesenta”, comenta Bentancor. A poca distancia, un helicóptero Chinook que, en 1982, protagonizó traslados sanitarios. De hecho, explican desde Morón, en él fallecieron algunos efectivos, razón por la que fue declarado “tumba transitoria de guerra”.
En este sector, se encuentra otra nave icónica, el Mirage V Dagger, restaurado hace poco tiempo: se lo pintó como en 1982. “Fue el primer avión de la Fuerza que atacó a la flota británica”, comenta Bentancor. A pocos metros, se halla un bombardero Canberra. “Este, el Bravo 109, es el último que participó del conflicto. La noche del 13 de junio de 1982 bombardeó a las tropas británicas”, añade el suboficial dedicado a las investigaciones históricas del MNA.
Por su parte, el comodoro Maroni explica que los veteranos de la guerra de Malvinas que pilotearon las diferentes aeronaves exhibidas son considerados los padrinos de cada una de ellas. Además, se los convoca para participar de las distintas restauraciones y de los procesos de pintura.
A propósito de Malvinas, en el museo se puede observar cómo funcionó el Radar Malvinas durante la guerra: lo escondían bajo chatarra para, así, evitar ser detectados por los británicos.
Piezas de museo
El recorrido continúa y ciertas curiosidades, como una aeronave de la década del treinta que no es ni avión ni helicóptero (carreteaba como el primero, pero se elevaba como el segundo), despiertan la intriga del público. “De estos, hay muy pocos en el mundo. De hecho, la nieta del inventor, Juan De la Cierva, vino a la Argentina para verlo”, comentan.
A pocos metros, la institución optó por continuar una tradición aeronáutica: un F-86 Sabre y un MiG-15 permanecen enfrentados. “Los museos que poseen ambas naves las ubican así porque se atacaron en la guerra de Corea. No hay muchos lugares en el mundo donde convivan los dos. En aquel conflicto bélico, Estados Unidos luchó con el Sabre, mientras que Corea, con el MiG”, cuenta el comodoro Maroni.
Todas las piezas del museo tienen una historia para contar. Muchas de ellas llegaron al país en el año 1947: “Con Gran Bretaña, existía una deuda por los suministros provistos durante la guerra, así que nos enviaron material bélico. Así llegaron varias aeronaves, como el avión de entrenamiento Percival que, en su momento, marcó un salto de calidad en el entrenamiento de los cadetes de la Escuela de Aviación porque permitió el vuelo nocturno”, explican.
Obviamente, los materiales utilizados por los pioneros antárticos de la Fuerza Aérea Argentina también tienen un lugar privilegiado. Se exhibe el avión C-47 con el que el vicecomodoro Mario Luis Olezza llegó al Polo Sur. “Se le puso una turbina en la cola para que tuviera mayor fuerza durante el despegue en el hielo, un invento argentino. Además, lleva un dibujo de un pingüino, Paco, creación de Olezza, quien, a su vez, era muy imaginativo”, relata el suboficial Bentancor. También detalla que la aeronave tiene nombre: “Las prácticas para la Antártida se realizaban en el glaciar Upsala, así que llevaban como tripulante a un oficial de Ejército de la aptitud de Montaña, que se hizo muy amigo de Olezza y llegó a regalarle su brevet. Olezza lo colocó en la cabina del avión y, en su homenaje, llamó a la aeronave “El Montañés”. La cantidad de pingüinos pintados representan las misiones cumplidas, los más grandes son aquellas realizadas en el Polo Sur”.
¿De dónde proviene la costumbre de pintar las aeronaves? “A partir de la década del cuarenta, con la Segunda Guerra Mundial, en EE. UU. comenzaron a dibujar sus aeronaves, una técnica denominada ‘Nose Art’. En Argentina, se optó por encontrar un personaje autóctono. Por entonces, fue Patoruzú, quien aparecía realizando las actividades vinculadas a cada aeronave. Por ejemplo, en el caso de los bombarderos, iba arriba de una bomba”, responde Bentancor.
Restauración y mantenimiento
Para mantener sus exhibiciones y objetos, el museo cuenta con un grupo de voluntarios que realizan, con absoluto profesionalismo, los trabajos de restauración. De hecho, con el objetivo de establecer un orden de prioridad a la hora de realizar el mantenimiento, siguen determinados criterios de selección vinculados al grado de deterioro que tienen las aeronaves. Por ejemplo, se optó por trabajar sobre un Avro Lincoln que permaneció a la intemperie durante bastante tiempo, lo que le ocasionó un proceso de corrosión importante: “Esa aeronave vino a la Argentina en 1947. Hoy, en el mundo, quedan solamente cuatro; dos están en nuestro país; otra, en Gran Bretaña; y otra, en Australia”.
Para los trabajos, se realiza un proceso de investigación, siempre teniendo en cuenta que es una actividad compleja. “Muchos se confunden y consideran que la restauración puede hacerse en el mismo taller de los aviones que se encuentran operativos. Pero no: una cosa es mantener un avión en vuelo y otra es la preservación de una aeronave. Son dos dinámicas diferentes”, afirma Moroni, quien además explica que, durante el proceso, se decide a qué etapa operativa llevar cada aeronave.
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