“Soy del interior de la provincia de Salta. Nací en la selva,; a 55 kilómetros de Orán, en una comunidad originaria que se llama ‘Los Naranjos’”, comienza relatando Juan Bautista, el mayor de los tres hermanos Vilca Condorí, que participaron en la guerra de Malvinas. Desde allí, migró a Buenos Aires para unirse al cuadro de Suboficiales de la Armada Argentina. En 1982, fue, junto con su hermano Mario, uno de los 1093 tripulantes del crucero ARA General Belgrano. Este último murió, como héroe de la Patria, en el hundimiento del emblemático buque.
Juan Bautista se describe como nómade, hijo de padres agricultores y ganaderos, pero sobre todo, miembro de una familia trabajadora. A los diez años, debió mudarse cerca de la capital salteña para poder estudiar. La experiencia de un tío que había hecho el servicio militar en la Armada despertó su interés por el mundo militar. No conocía el mar ni otras ciudades fuera de su provincia, pero ya veía esos destinos en libros y revistas e, incluso, en sus sueños. Tomó la decisión y se unió a la Marina.
A BORDO DEL BELGRANO
En abril de 1982, Juan Bautista tenía 23 años, el grado de cabo primero (de armas) y estaba destinado al crucero ARA General Belgrano.
Mario Vilca Condorí también siguió los pasos de su hermano mayor e ingresó a la Armada en enero de 1981, con solo 15 años. Él también fue destinado al Crucero.”Todavía era marinero. Yo estaba contento porque sabía que, cualquier cosita, él me podía preguntar a mí, como hermano mayor”, cuenta Juan Bautista y agrega también que, a partir del 2 de abril, se aceleraron los trabajos de reparación del Crucero. “Yo estaba convencido de que iba a enfrentarme con los británicos”, confiesa.
Partieron el 16 de abril rumbo a las islas. Juan Bautista no avisó a la familia. Sí supo que su hermano les había escrito algunas cartas. “Era muy comunicativo, además más allegado”, comenta.
UNA JORNADA TRÁGICA
¿Qué ocurrió el fatídico 2 de mayo de 1982? “Nosotros estábamos en la zona de exclusión, no en la de combate. Suponíamos que no iba a pasar nada. Lo primero que pensé es que nos habían atacado con bombas. Mi reacción fue ir a cubrir puestos de combate”, relata Juan Bautista al recordar el primer impacto provocado por el torpedo del HMS Conqueror. Minutos después, sentiría la segunda explosión: “‘Estamos mal’, dije. Adentro, el buque estaba lleno de humo y tratábamos de salir porque el barco todavía estaba en condición de combate, y los accesos se encontraban bloqueados. Había personas que tenían que destrabar las compuertas. Hasta que ocurrió, fue un momento desesperante para los que querían irse”.
El mayor de los Vilca Condorí pudo salir con el objetivo de ir a cubrir los puestos de combate. En cubierta, el clima era otro: había llegado la orden de abandono, y los tripulantes se dirigían a las balsas. Con sus compañeros prepararon todo para bajar. Ahí fue cuando Juan Bautista cayó en la cuenta: faltaba Mario. Salió a buscarlo, pero no lo encontró.
“Me asusté. ‘Debe estar abajo, en el sollado’, pensé. Al principio, seguí el recorrido de la cubierta para ver si lo encontraba en alguna balsa. Pero no estaba. Entonces, intenté ingresar al barco, pero no había acceso. Volví a la cubierta para entrar por otro lugar. Justo me agarró un compañero y me dijo: ‘No te metas ahí; los que entraron no salieron’. Yo insistí en meterme, pero recuerdo que me agarró del brazo y me suplicó que no lo hiciera. Me salvó la vida. No le llegué a ver la cara, yo digo que fue mi ángel de la guarda. Adentro, había humo y era tóxico”, detalla Juan Bautista.
LOS PRIMEROS MOMENTOS
Mientras buscaba a Mario, Juan Bautista se topó con un conocido que integraba el grupo de salvamento, destinado a auxiliar a aquellos que lograban salir del buque. “Me dijo que ya no iba a poder ingresar, que debía abandonar el buque. Él no había visto a Mario. Por supuesto, en la búsqueda de mi hermano, yo entraba y salía. Vi heridos y quemados, a algunos los podía ayudar. Salí, y la cubierta ya tenía agua, me llegaba a los tobillos. Me dirigí a mi balsa, pero se había ido. Éramos los últimos”, detalla sobre aquel instante. Mientras, escuchaban el pedido del comandante: debían abandonar el barco.
Afuera, el mar estaba bravo, y las olas altas no ayudaban. Saltar hacia las balsas, para aquellos que no estaban habituados, era sumamente arriesgado. “Yo ya tenía experiencia sobre cómo bajar y lo hice sin inconvenientes. Cuando caí, el barco tenía un 70% de su totalidad hundida”, describe, no sin antes especificar que llegaron a subirse con él otras 16 personas. Adentro de la embarcación, había heridos y agua.
“Fue una noche muy fea, con ‘mar 4′, muy picado. A la balsa entró agua y debimos parcharla. Fue un momento desesperante. A algunos les agarró un ataque de pánico. A su vez, había que salvar a aquel hombre que salió semicongelado del agua. En mi caso, sabía cómo manejarme. Además, siempre tuve el aliento y la fe; tenía ganas de ayudar, y buscaba levantar el ánimo. Luego, el mar calmó pero, por la tarde, comenzó la desesperación. No veíamos a nadie, solamente, nos quedaba la esperanza. Tiempo después, nos vio un avión, fue la señal de que nos iban a rescatar. Pero llegó la noche y, otra vez, nada sucedió”, recuerda Juan Bautista. Finalmente, cerca de las tres de la mañana, fueron rescatados por el destructor ARA Piedrabuena. “Empezaron los gritos, porque nos iban a salvar”, agrega, al tiempo que confiesa que al subir sintió la tranquilidad de estar con vida.
Además del Piedrabuena, el buque ARA Bouchard y el buque hospital Bahía Paraíso salieron en busca de sobrevivientes del hundimiento. A bordo de este último, se encontraba Anastacio, el tercero de los hermanos Vilca Condorí.
<b>EL RESCATE</b>
Hoy, Anastacio (con “c”, así fue anotado cuando nació) es abogado, pero en 1982, era cabo enfermero de la Armada Argentina. Tenía 21 años y, al igual que sus dos hermanos, se incorporó a la Fuerza. Estaba destinado en Río Santiago cuando fue convocado para ir a Malvinas a bordo del buque hospital ARA Bahía Paraíso.
“Sabía que mis hermanos estaban en el Crucero. Me enteré cuando estaban embarcados y el buque estaba navegando al sur. Nosotros, a bordo del Bahía Paraíso, estábamos entre Río Grande y Río Gallegos cuando supimos la noticia del hundimiento del Belgrano. Fue terrible”, cuenta Anastacio. Y agrega: “Lo primero que se me ocurrió fue ir al centro de comunicación del buque, porque allí podía recibir la información de forma directa de algunos otros buques que estuvieran en el lugar. En el momento de conmoción, quería saber qué podía haber pasado en el Belgrano; al día siguiente, al tomar conocimiento de que había personas en las balsas, me aferré a la esperanza del rescate”.
Anastacio recuerda que rescataban una balsa cada cinco o seis horas, como mínimo. No había mucha visibilidad, porque el mar en aquel momento tenía un fuerte oleaje. Quizá llegaban a ver una de las embarcaciones, pero por el movimiento del agua, la perdían de vista. “Cada vez que rescatábamos una balsa, lo primero que hacía era imaginarme que podía estar alguno de mis hermanos levantando las manos y agarrando los sogas y escaleras con las que hacíamos el enganche para embarcarlos. A quienes subíamos había que asistirlos frente a un estado de enfriamiento terrible. Había personas fallecidas por congelamiento”, describe emocionado.
Pasaron los días, y Mario seguía sin figurar en la lista de los evacuados entonces, Anastacio, se comunicó con el edificio Libertad, sede del Estado Mayor General de la Armada. “A mis padres les avisaron semanas después. En aquel momento, pensé en el dolor que podían estar sintiendo. Lo malo de la guerra fue la destrucción de la familia. Lo pasaron muy mal. Mi padre tuvo un problema psicológico grave y mi mamá se enfermó del corazón y falleció dos meses después del final de Malvinas”.
Tras esta situación, las hermanas más pequeñas de los Vilca Condorí quedaron al cuidado de un familiar, pues apenas tenían 11 y 7 años. Anastacio no lo dudó y, tiempo después, dejó todo para estar con ellas en Salta. Una vez que terminaron la escuela secundaria, él comenzó la carrera de Derecho.
EL HÉROE MÁS JOVEN
“A mi hermano Mario no le dimos sepultura, porque pereció en las aguas. No sabemos si en las balsas o en el Crucero”, explica Anastacio. Y detalla: “Era el más joven de todos. Tenía 16 años”. Por su parte, Juan Bautista recuerda que lo primero que hizo, al ser rescatado, fue preguntar por Mario. “Pedí información y vi los listados, pero no estaba. Era cuestión de resignarse. Esto deja marcas toda la vida”, confiesa el suboficial retirado de la Armada.
“Mario es el héroe más joven de la guerra. Quisiera que se conozca su historia y se lo pueda valorar como un chico que tomó la decisión de defender su país y cumplió con el juramento a la bandera con su vida”, sostiene Juan Bautista.
¿Cómo sienten la Causa? “Las Malvinas siguen siendo nuestras. Hay que seguir luchando para recuperarlas”, responde Juan Bautista. Por su parte, Anastacio reconoce: “La conciencia malvinera debe estar en todo ciudadano argentino, pero también en el latinoamericano. El sueño sanmartiniano fue la Patria Grande, y Malvinas es parte de ese sueño”.
DE LA GESTA DE LA INDEPENDENCIA A MALVINAS
Los Vilca Condorí pertenecen a la comunidad kolla de Los Naranjos, en la provincia de Salta. Orgullosos, ambos hermanos cuentan la historia de este pueblo que, hace más de 200 años, también dio muestras de su compromiso con la Patria.
Hoy, la comunidad recuerda a Mario Vilca Condorí. De hecho, el mástil de la escuela a la que asisten los niños lleva una placa en homenaje al héroe de Malvinas de Los Naranjos. Anastacio explica que el compromiso de este pueblo con la Patria tiene varios antecedentes: “En el proceso de independencia y nacimiento del Estado argentino, nuestras comunidades integraron los ejércitos. Luego, Güemes encontró en nuestras comunidades, y en otras, todo preparado y con predisposición para luchar’”, comenta. De hecho, hay un personaje clave del ejército de Güemes: Eduardo Arias. “Fue uno de los brazos principales de Güemes. Se celebraron decenas de batallas en nuestras zonas, en el límite entre Salta y Jujuy. Arias estudió la carrera militar, pero se crío, creció y murió en nuestras comunidades. Su padre era militar y su mamá era de la zona”, destaca Anastacio.
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