¿El proceso de construcción del personaje político es acordado con el ghostwriter o impuesto por el político?
Para que una relación entre un político y un escritor de discurso sea virtuosa, la relación tiene que ser tensa. Básicamente, porque cuando el político impone el 100% de la narrativa ahí no hay ningún valor añadido por parte del ghostwriter y, a la inversa, lo mismo. Es una relación que tiene sus diferencias. El político no siempre está de acuerdo con los aportes del ghostwriter, y este, a su vez, la mayoría de las veces, o al menos varias veces, escribe políticas públicas, storytellings, proyectos, efemérides con las cuales el político no está de acuerdo. Es una relación que no está exenta de conflicto en la cotidianeidad.
¿Cuál fue el desafío más grande cuando encararon el libro?
Encontrar a los ghostwriters en América Latina fue lo que más nos costó al momento de realizar el libro. Esto es debido a que en América Latina escribir un discurso político aún es un tema tabú, a diferencia de lo que pasa en los EE. UU., donde encontramos a los speechwriters y donde sí se sabe quién es el encargado de escribirles los discursos a los presidentes.
¿Qué diferencias hay entre un ghostwriter y un speechwriter?
Son dos categorías diferentes. El ghostwriter es el escritor oculto, el escritor fantasma, y el speechwriter es específicamente el redactor de discurso. Lo que diferencia a los dos es que el primero está escondido, la opinión pública no sabe quién es. En cambio, el segundo trabaja de cara a la opinión pública.
¿Cómo se maneja en EE. UU. la figura del speechwriter?
En EE. UU., desde 1964, durante la presidencia de Lindon B. Johnson, se abrió la oficina del equipo de discurso. Desde entonces, cada vez que asume un presidente en EE. UU., lo primero que hace cuando nombra a su gabinete y a sus ministros es nombrar al director del equipo de discurso. Esa oficina está totalmente institucionalizada, la gente puede acceder a la web de la Casa Blanca y ver quién es el actual director del equipo de discurso y se paga con fondos públicos dentro de los impuestos estadounidenses.
¿Y en América Latina?
Esto que comentaba en la pregunta anterior pasó contadas veces en la Región. Por ejemplo, con el gobierno de Mauricio Macri, se intentó –esto lo cuenta Julieta Herrera en su capítulo– y hasta llegó a salir en el boletín oficial, pero recibió muchas críticas y se dio marcha atrás. En América Latina, aún está mal visto que alguien le escriba al presidente. Todavía, está la imagen del “presidente alfa” que todo lo puede, que escribe sus discursos, que habla, que diseña sus políticas públicas, que hace política exterior y, todavía, no se asume que el presidente no tiene tiempo para sentarse a escribir todos sus discursos. Este es el objetivo del libro: ser un primer ladrillo para construir ese debate y empezar a institucionalizar este oficio.
UN SISTEMA CADA VEZ MÁS CERRADO
¿Cómo impacta la polarización que viven muchos países de la Región en el discurso presidencial?
Impacta mucho y está pasando en la mayoría de los “sistemas abiertos” de las democracias. Cuando digo sistema abierto, me refiero a esos países en donde está garantizada la libertad de expresión, la libertad de circulación y la libertad de asociación. Ahí, podemos ver el fenómeno con dos lentes distintos. Por un lado, podemos verlo desde cómo transgrede la sociedad, hasta cómo está empujando el ecosistema digital de las redes sociales a que cada vez la gente se vincule menos con personas que piensan diferente. Por otro lado, en lugar de pelear contra este fenómeno más estructural del ecosistema digital, los políticos se montan sobre estas narrativas y construyen discursos cerrados, discursos que son, más que relatos, contrarrelatos que buscan atacar en lugar de proponer. Se preocupan más en erosionar al de enfrente, y eso retroalimenta la polarización.
¿Qué peligros trae esto para el discurso político?
El peligro es que entrás en un loop autoconfirmatorio, donde constantemente estás consumiendo contenidos semejantes a tu pensamiento. Ahí, lo que se empieza a ver es que estamos retroalimentándonos, cada vez más seguros de nuestra supuesta verdad política, porque no vemos otra. Si durante toda la semana estuviste consumiendo material en las redes sociales, viendo videos y reels de medios de comunicación afines a vos, que confirmaron tu verdad política, no tenés entrenado el músculo deliberativo, no tenés entrenada la tolerancia y cada vez te cuesta más escuchar al de enfrente.
¿Esto quiere decir que convierte a los presidentes en líderes de una fracción, a la que dirigen su discurso sin importar el rechazo de otra parte de la sociedad?
Sí, totalmente. Cada vez más, las campañas se dedican a fidelizar y consolidar su voto y producen todo lo que son los mensajes, sean visuales, escritos, spots, todo para confirmar ese voto y, cada vez menos, para intentar persuadir al votante blando. Lo que estamos viendo es que las campañas electorales van a solidificar el voto propio y, además, buscan correr menos riesgo. Desde las propuestas, desde los discursos, todo está destinado más al votante propio que al votante adversario y al votante indeciso.
¿Hay diferencias entre los speechwriters de EE. UU., los de Europa y los de América Latina?
Sí. Uno de los países donde está más institucionalizado es EE. UU. y otro es Australia. ¿Qué quiere decir esto? Que es un empleo que está a la luz de la opinión pública y que se financia con recursos públicos. En Europa y en América Latina, es más tabú, está aún en el ropero. Se hace, se sabe que se hace, pero no está legalizado. No hay una oficina específica que tenga ese nombre. Generalmente, lo que se hace es que el equipo de asesores cercanos al presidente, o incluso ministros o vicepresidentes, escriba los discursos al presidente, pero no está ese espacio institucional, donde lo único a lo que se dedican es a producir el “qué” –la dirección, el norte estratégico, la narrativa de gobierno– y el “cómo”, que serían “las formas”.
En el libro, presentan diferentes casos de toda América Latina. ¿Encontraron diferentes matices?
Sí, obviamente. Primero, el libro es plural en sentido ideológico. Si te fijás, hay tres familias ideológicas mínimo en el libro: una más liberal conservadora, con Vicente Fox, Mauricio Macri y Juan Manuel Santos; una más nacional y popular, con Correa y Lula; y una más socialdemócrata, con Bachelet y Mujica.
Y después, lo que podemos ver es si los speechwriters pertenecen o no al partido político o si son consultores externos. Creo que eso depende del grado de institucionalidad que tiene cada país. Habla de la profesión, pero también de escribir para alguien con quien uno tiene una sintonía ideológica con la que se sienta representado. En los países donde quizás los partidos políticos sufrieron una crisis vemos más la consultoría externa. Speechwriters que vienen de afuera como profesionales técnicos en escritura, contratados para ejercer este trabajo por un tiempo determinado, pero que no comparten el imaginario del presidente.
¿Qué futuro le ves a la disciplina?
Yo también me lo pregunto. Hoy en día, hablamos de la ciberdemocracia, el paradigma comunicacional en el que estamos y del que Byung-Chul Hang, un filósofo surcoreano, dice: “Ya no hay afuera”. En este sistema comunicacional, ya no se puede esconder nada. La esfera pública y la esfera privada están mezcladas, uses Instagram, TikTok, etc., uno muestra todo, es todo transparente.
Me parece que es muy difícil en esta época de la transparencia esconder un oficio como este que, además, es fundamental, porque la palabra de cualquier presidente o presidenta es performativa, es decir, crea realidad. Por ejemplo: si mañana sale Alberto Fernández y dice: “Vamos a dolarizar la economía argentina”, eso va a tener un efecto inmediato en la economía, en las inversiones. Entonces, seguir manteniendo en el estatus de tabú al speechwriter no colabora con la transparencia en general de la política. Hay que sincerarse y explicar que hoy el presidente no tiene tiempo y necesita a alguien que le ordene los discursos, que se los haga más comprensibles para la mayoría de la ciudadanía. En este contexto marcado por la economía de la atención, necesitás a alguien que escriba bien, alguien que le de cadencia, sonoridad a lo que estás diciendo. Es fundamental este oficio para poder valorizar y jerarquizar la palabra presidencial.
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