En gran medida, fue un factor geopolítico el que determinó la “operación militar especial” o invasión de Rusia al territorio de Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022. Es decir, la guerra, que habría costado hasta el momento cerca de 200.000 efectivos y millares de civiles, tiene causas en la disrupción que los intereses políticos volcados sobre el territorio (de Europa del este) provocaron en la condición de indivisibilidad que debe mantener la seguridad interestatal.
Para decirlo sin ambages, me refiero al proceso de ampliación prácticamente indefinido de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), al que hay que sumar lo que podríamos llamar la “doctrina Zelensky”. Esta última alude a la resolución tomada por la dirigencia de Kiev de no descartar toda alternativa de política exterior y de seguridad que no pasara por la adhesión a la OTAN, lo que dejó a Moscú ante la opción de la fuerza.
Por supuesto, ello no exime a Rusia del acto de agresión internacional cometido, violatorio de lo que marca claramente el artículo 2 (párrafo 4) de la Carta de la ONU. No se puede siquiera discutir sobre ello. Sin embargo, razonando que en todos los niveles de este conflicto y su contexto predominan lógicas de rivalidad –o, como decía Stanley Hoffmann, “políticas como de costumbre”–, es preciso reflexionar sin apartarnos de ellas. Porque, si solo nos quedamos con el cuadro normativo, entonces todo se reduciría a una cuestión de “malévolos” y “benévolos”, categorías prácticamente inexistentes en las relaciones entre Estados y que poco ayudan a comprender el conflicto.
Los peligros de un orden unipolar
La norma internacional suele funcionar cuando existe o tiende a existir un orden internacional, pues un orden supone equilibrios entre actores preeminentes que son útiles, entre otras metas, para “amortiguar” conflictos internacionales e intraestatales.
Es posible que, si hubiera existido un orden en el siglo XXI, la guerra en Siria no hubiera sucedido. Asimismo, una configuración internacional pactada y respetada no habría llevado a que Occidente y Rusia se distanciaran cada vez más, hasta llegar a la situación en la que nos encontramos hoy, cuando Moscú ha recurrido a la técnica más riesgosa para revertir situaciones o lograr ganancias de poder: la guerra.
La victoria de Occidente en la Guerra Fría no solo no supuso ninguna posibilidad de cogestión ruso-estadounidense, como consideraba que sería en un principio la dirigencia encabezada por Yeltsin, sino que EE. UU., el único vencedor, sostuvo desde entonces políticas de poder con el fin de evitar que el “Estado continuador” de la URSS se convirtiera, eventualmente, en un reto que volviera a desafiar la supremacía estadounidense.
La ampliación de la OTAN y la seguridad rusa
La ampliación de la OTAN fue una de esas políticas, sobre todo cuando quedó claro que el objetivo era rodear a Rusia en sus mismas adyacencias. En estos términos, la OTAN –que, en 2008, en Bucarest, habilitó una futura admisión de Georgia y Ucrania– no dejó margen para el equilibrio geopolítico, pues amenazaba quebrar el concepto de seguridad indivisible. Es decir, la Alianza Atlántica maximizaba su seguridad en detrimento de la de Rusia, cuyo poder es eminentemente territorial.
Para mantener un equilibrio, Rusia expuso dos demandas: un aval de no expansión de la OTAN y la restitución de derechos a la población del este de Ucrania. Al no ser respondidas, ni siquiera considerando una moratoria de nuevos miembros de la Alianza del Atlántico, Putin dio la orden para la operación militar.
Si la clave de este conflicto es geopolítica, su salida deberá ser geopolítica; es decir, tendrá que considerarse el equilibrio. Pero ello necesariamente implicará dimisiones territoriales por parte de Ucrania, algo que difícilmente suceda, salvo que Occidente decida activar su diplomacia con seriedad y tenga presente la experiencia histórica interestatal, algo que hasta hoy no ha ocurrido.
* Alberto Hutschenreuter es doctor en Relaciones Internacionales. Ha sido profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN). Autor de numerosos libros, entre ellos El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, de editorial Almaluz (2023).
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