El conflicto bélico que, desde febrero del año pasado, protagonizan Rusia y Ucrania ha servido como un banco de pruebas apto para testear la performance de diferentes sistemas de armas. En este sentido, buena parte de la atención de los seguidores de esa contienda se ha concentrado en los Vehículos Aéreos No Tripulados (VANT, o UAV por sus siglas en inglés), denominados usualmente “drones”. En un primer momento, el centro de la escena fue ocupado por los ingenios Bayraktar TB2, fabricados por Turquía, parte de la dotación militar ucraniana. Desde el mes de octubre, con el inicio de los ataques sostenidos de Rusia a la infraestructura crítica de su oponente, fue el turno de los letales aparatos Shahed-136 y Arash-2, de origen iraní.
Sin embargo, otros sistemas de armas han alcanzado en este conflicto una notoriedad igualmente importante, aunque la repercusión mediática haya sido menor. Tal es el caso de los misiles hipersónicos, que fueron noticia después de que Rusia enviara al Mar Mediterráneo una fragata dotada con ellos. La importancia de estos vectores, que pueden portar tanto cabezas convencionales como ojivas nucleares, radica en dos factores principales, que se combinan para evadir las defensas antimisiles: por un lado, su velocidad, superior a Mach-5; por otro, la capacidad de maniobrar permanentemente durante su trayectoria, que suele no ser balística, sino a baja altura. Además, se sostiene que la velocidad del misil genera una nube de plasma a su frente, que absorbería los pulsos de los radares, dificultando su detección.
Los misiles hipersónicos ocupan un lugar central entre las nuevas “superarmas” sobre las que Vladimir Putin informó a la Asamblea Federal rusa en marzo de 2018. Rápidamente, se integraron a los arsenales de ese país, al que su líder le atribuyó el liderazgo mundial en este tipo de armas. Y, como se indicó al inicio de esta nota, fueron empleados en diferentes ocasiones, en el marco de la invasión a Ucrania. Allí se usaron dos modelos: el Kinzhal y el Tsirkon. El primero de ellos, basado en el Iskander-M, se lanza desde aeronaves y tendría un alcance superior a los 2000 kilómetros, con una velocidad diez veces mayor que la del sonido. Además, posee capacidades antibuque. En cuanto al segundo, está diseñado para equipar buques de superficie y submarinos, con capacidad para volar a velocidad Mach-9 y un alcance superior a los 1000 kilómetros.
Sin embargo, la ventaja que Rusia proclama con el desarrollo de este tipo de armamento se estaría reduciendo en forma sostenida. China lleva adelante su propio programa de desarrollo, que sería más avanzado que el impulsado por Moscú, según algunas fuentes especializadas. Y tiene un sistema en estado operativo hace al menos tres años, el DF-17, supuestamente diseñado para neutralizar a navíos hostiles en sus mares circundantes. Por otra parte, lo que es mucho más importante a la hora de contrabalancear a los rusos, Estados Unidos está avanzando en este campo, con logros concretos que se originan en importantes contratos asignados a las principales empresas privadas del sector Defensa. Estos emprendimientos cubren tanto el desarrollo de capacidades ofensivas como defensivas, en este caso de detección y también derribo.
Así, hacia fines de año, la Fuerza Aérea estadounidense lanzó con éxito su propio misil hipersónico, el AGM-183, desarrollado por Lockheed Martin. Esta “Arma de Rápida Respuesta lanzada desde el Aire” (ARRW, por su sigla en inglés), como se la ha denominado, podría alcanzar una velocidad de hasta Mach-20; es decir, el doble que el Kinzhal. Por la misma época, el Pentágono firmó importantes contratos con las empresas Northrop Grumman y Raytheon para desarrollar un sistema de defensa contra misiles hipersónicos enemigos, denominado Interceptor de Fase de Planeo (GPI), que integrará sensores basados en el espacio, estaciones en tierra y distintos sistemas de armas. Completando el cuadro, convenios con las compañías L3Harris y Northrop Grumman redundarán en una nueva constelación de satélites de vigilancia que, si funcionan correctamente, permitirán un seguimiento constante de misiles hipersónicos hostiles.
En adelante, los misiles hipersónicos ocuparán importantes espacios en los análisis sobre el rumbo del desarrollo de armamento. En esas apreciaciones, uno de los temas de discusión girará en torno al enorme costo de estos sistemas, aún para las naciones con mayores capacidades económicas. A modo de ejemplo, se sostiene que el costo de un solo misil hipersónico es igual, o incluso mayor, que el de avión de combate polivalente F-35 de última generación. ¿Se justifica el gasto, en una relación costo-beneficio? Al mismo tiempo, cada vez serán más los países que incursionen en este campo. De hecho, a Rusia, China y Estados Unidos ya se han sumado Gran Bretaña, Irán, Corea del Norte, Israel, Australia, Japón, Francia y Alemania, entre otros. En este sentido, los riesgos de difusión y proliferación de este tipo de armas probablemente sustenten propuestas de constitución de instituciones multilaterales, como convenciones o regímenes. Finalmente, todavía queda por dilucidar el impacto estratégico de este avance bélico: ¿configura un salto cualitativo de raíz tecnológica que trasciende la mera cuestión del armamento para afectar de manera profunda la fisonomía de la guerra, al menos en su formato interestatal?
*El autor es profesor permanente del Colegio Interamericano de Defensa.
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