Una revolución en el desierto: el exitoso modelo israelí de gestión de los recursos hídricos

Con una adecuada regulación por parte del Estado, una cultura del uso racional del agua por parte de los consumidores y el desarrollo de las tecnologías más avanzadas de irrigación y desalinización, Israel se ha convertido en un ejemplo de eficiencia y sostenibilidad en el manejo de los recursos hídricos

Mekorot data de 1937, once años antes que la propia declaración del Estado de Israel (flash90)

El agua es un elemento vital para el planeta, e Israel, un país cuyo territorio está constituido en más de un 50% por desierto, sabe que cada gota cuenta. Fundado sobre cuatro pilares básicos –el agua como bien público, la medición del consumo, la administración centralizada y la autofinanciación–, el modelo israelí de gestión de sus recursos hídricos es uno de los más eficientes y sustentables del planeta. Para tomar dimensión de los resultados obtenidos, podemos citar dos datos contundentes: la tasa de pérdida de agua en el sistema se ha reducido a apenas el 8 %, y hoy el país recicla el 87 % de sus aguas residuales y las destina a la irrigación de sus tierras de cultivo.

No fue sencillo llegar a este presente envidiable. Fue el resultado de décadas de planificación e investigación, sobre la base de una cultura del uso racional del recurso. Pensemos que la fundación de la compañía pública Mekorot data de 1937, once años antes de la propia proclamación del Estado de Israel. En 1955, el Parlamento aprobó la ley de medición de las aguas; en tanto que en 1959 se sancionó la norma que estableció la propiedad pública de los recursos hídricos y las condiciones para su uso eficiente por parte de la población y los distintos sectores productivos. Ya en el presente siglo, en 2005, se estableció la autofinanciación del sector y, dos años más tarde, se conformó la Autoridad del Agua como un ente autónomo que se convirtió en el gestor centralizado del sistema, con funciones de planificación y regulación.

LA CULTURA DE LA ESCASEZ

El agua tiene que ser un bien público, pero hay una contracara: la obligación del uso responsable, evitando cualquier tipo de derroche (AFP)

En diálogo con DEF, Diego Berger, coordinador de proyectos internacionales de Mekorot y quien estuvo reunido con la comitiva argentina que visitó Israel, explicó cuáles han sido las claves del éxito del país enclavado en el corazón de Medio Oriente. Lejos de cualquier eslogan, este ingeniero argentino, formado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y que emigró a Israel en 1989, partió de una afirmación que está en la base del modelo: “El agua tiene que ser un bien público, pues todos tienen derecho a ella, pero hay una contracara: la obligación del uso responsable, evitando cualquier tipo de derroche”. Recordó que ese Estado se fundó sobre la “cultura de la escasez del recurso”, que la sociedad israelí ha internalizado y que se inculca de generación en generación. “Si se utiliza mal el recurso, se puede producir una sobreexplotación de los acuíferos”, ejemplificó.

Respecto del modelo de administración del servicio, en opinión de Berger, “no tiene ningún asidero limitar la gestión al Estado”. En ese sentido, precisó: “Se puede encargar la administración a una compañía pública o privada. Lo importante es contar con un ente regulador fuerte, que pueda incentivar al operador del servicio a ser más eficiente”. En el caso de la Autoridad del Agua israelí, aclaró: “El ente regulador puede establecer un límite máximo de pérdida del recurso y fijar objetivos, que deben ser alcanzables y graduales”. El esquema incluye bonificaciones y multas para las empresas, de acuerdo con el cumplimiento o no de las metas establecidas.

MEDICIÓN Y AUTOFINANCIACIÓN

En Israel toda el agua producida tiene que ser medida. De esta manera el Estado puede determinar las cuotas de su utilización. (Fernando Calzada)

Otras dos claves para entender el éxito de Israel son, por un lado, la medición del consumo de agua –vigente por ley desde 1955– y, por otro, la autofinanciación del sector, a partir de las reformas introducidas en 2005. “En Israel, toda el agua que es producida y con la que se abastece a la población tiene que ser medida”, explicó Diego Berger, quien agregó que se trata de “una herramienta de gestión”. De esa manera, el Estado puede determinar las cuotas de uso, por ejemplo, en el caso de los agricultores; y establecer cuál es la disponibilidad del recurso en cada región.

En América Latina, en cambio, solo nos manejamos con estimaciones y vivimos en una “cultura de la abundancia”, un paradigma que, según este especialista, es necesario romper. Al respecto, advirtió: “Gran parte del problema es cultural, no técnico. En pocos lugares de la región, se da valor agua y se gestiona la demanda. Hay que cambiar los hábitos de consumo de los usuarios y concientizar al agricultor para que utilice solo el agua que necesita y desarrolle la tecnología que haga más eficiente su consumo”. Para ello, sostuvo, “debe haber una gestión adecuada del recurso hídrico, que es un recurso limitado”.

El precio del agua tiene que ser justo, y el más interasado debe ser el consumidor para evitar depender del presupuesto estatal (Archivo DEF)

En cuanto a los costos, el ingeniero Berger fue enfático: “Hay que entender que nada es gratis. El precio del agua tiene que ser justo, y el más interesado en ello debe ser el consumidor”. Para evitar depender del presupuesto estatal, la solución israelí fue la aprobación en 2005 de un nuevo marco que sentó las bases para conseguir que el sector se autofinanciara. “El hecho de que sea un sector autofinanciado sirve para incentivar que haya mayor eficiencia”, aclaró, al tiempo que recordó que en los últimos dos años el precio del agua para el consumidor bajó en Israel y también se redujo el consumo de la energía eléctrica por parte del sector hídrico.

DESALINIZACIÓN, ¿EL ÚLTIMO RECURSO?

En la década del 60, Israel comenzó también a desalinizar el agua de mar. Es importante puntualizar que se llegó al desarrollo de esta tecnología a gran escala recién en los últimos veinte años, una vez que se agotaron todas las posibilidades de reutilización y se minimizaron las pérdidas del sistema. “Cuando se inició la reforma del sector hídrico, se definió que no se podía desalinizar si las pérdidas en la red superaban el 15 %. Hoy estamos por debajo del 10 %”, ilustró Berger. Los incentivos económicos para las empresas gestoras de las plantas desalinizadoras funcionan también como un aliciente para hacerlas más eficientes: “Por cada centavo que ellas logran bajar en su costo de funcionamiento, la mitad del dinero va para la empresa y la otra mitad para el Estado, que la destina a abaratar la tarifa del agua”.

Israel comenzó en 1960 a desalinizar el agua de mar y se llegó al desarrollo de esta tecnología a gran escala recién en los últimos 20 años (AFP)

También consultado por DEF, el exdirector del Instituto Jacob Blaustein de Investigación sobre el Desierto de la Universidad Ben Gurión del Néguev, Pedro Berliner, aseguró que “la desalinización permite a Israel mantener un nivel estable de producción de agua independientemente de las precipitaciones”. En la actualidad, el país cuenta con cinco plantas desalinizadoras y está en pleno proceso de construcción la sexta, en la región de Galilea Occidental. Estas instalaciones generan más de 620 millones de metros cúbicos de agua por año, y se estima que en 2040 llegarán a los 1400 millones, lo que representa más del doble del volumen actual.

UNA “NUEVA” TÉCNICA ANCESTRAL

Las soluciones no se agotan en la desalinización o en la reutilización de los efluentes, que han demostrado gran eficiencia y permiten garantizar la provisión de agua durante todo el año. En materia de producción agrícola, por ejemplo, el doctor Berliner, quien también es argentino y emigró a Israel en 1970, está conduciendo un grupo de trabajo que se enfoca en el estudio de una técnica utilizada por el antiguo pueblo nabateo, una civilización nómada que, en épocas del imperio romano, transportaba especias desde el Extremo Oriente hacia el mar Mediterráneo y controlaba las rutas comerciales más importantes del desierto del Néguev.

El especialista de la Universidad Ben Gurión se refirió a la antigua técnica de esos legendarios pobladores del desierto: “La cultura nabatea sabía cómo utilizar las aguas de escorrentías, que se producen con las pocas lluvias que hay en el desierto, y tienen la particularidad de ser torrenciales. Ellos canalizaban esas aguas hacia cisternas, lo que les permitía cruzar el desierto con sus caravanas de camellos”. ¿De qué manera aprovechaban esas aguas de escorrentía? “Cuando se asentaron en lo que hoy es el sur de Israel, empezaron a utilizar esos recursos hídricos para la producción de vegetales. En las quebradas de esa zona, construyeron paredes perpendiculares al surco del agua y allí realizaban cultivos en terrazas”.

“El sistema que actualmente estamos desarrollando en el desierto del Néguev está basado en una idea autóctona: concentrar el agua de escorrentía en parcelas”, detalló Berliner, quien aclaró que su equipo renovó esa técnica, que había sido olvidada, y la convirtió en un particular sistema de irrigación: la “agroforestación de escorrentía”. Consiste en una refinación de la vieja técnica nabatea, reinventada ahora para producir árboles, cuyas ramas pueden ser utilizadas para hacer fuego y sus hojas se convierten en material para forraje animal o para fertilizar el suelo. Entre los arbustos, además, plantan un cultivo intermedio, que puede ser sorgo, maíz o trigo, según la estación del año. “La calidad del agua es excelente y puede ser utilizada sin ningún tipo de tratamiento”, completó el investigador, quien aseguró que “el sistema es sostenible a largo plazo, ya que el nivel de los nutrientes es mantenido sin necesidad de utilizar fertilizantes exógenos”.

En un territorio con una superficie similar a la provincia de Tucumán y mucho menos beneficiado por la naturaleza, Israel ha demostrado que, con una cultura del uso racional de los recursos naturales, un sector privado innovador y la conducción de un Estado inteligente, se pueden alcanzar resultados óptimos en un sector clave para la sostenibilidad del planeta.

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