Los modernísimos estadios, la infraestructura futurista y las sorprendentes autopistas de Qatar permiten hoy a los fanáticos del fútbol apreciar el desarrollo de un país que pocos tenían en el radar antes del comienzo del Mundial. Nada de ello ha sido fruto de la casualidad. El posicionamiento de este país del golfo Pérsico en la escena global es fruto de la decisión política y el impulso de los monarcas que gobernaron este emirato en las últimas dos décadas.
MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE
Las enormes reservas de hidrocarburos permitieron a Qatar, tras su independencia del Reino Unido en la década del 70, ganar cada vez más influencia fronteras afueras. Convertido en uno de los tres mayores exportadores mundiales de gas natural licuado (GNL), Qatar pudo, gracias a esos fondos, edificar una andamiaje económico y mediático que rindió dividendos tanto económicos como simbólicos.
En 2005 se fundó la Qatar Investment Authority (QIA), que hoy administra un fondo soberano de más de 450.000 millones de dólares. Sus inversiones van de sectores industriales, como el automotriz, a telecomunicaciones, energía e incluso deportes populares, como el fútbol. En Argentina, los qataríes tienen inversiones en Vaca Muerta, gracias a su participación accionaria en la compañía petrolera estadounidense ExxonMobil; y en dos importantes compañías del sector agroalimentario, Adecoagro y Vicentin. Entre 2018 y 2022, por su parte, la aerolínea Qatar Airways fue el principal auspiciante de Boca Juniors, lo que se vio reflejado en la camiseta del equipo de primera división del fútbol local.
Sin embargo, tal vez la mayor apuesta del emirato haya sido la creación en 1996 de la cadena de noticias Al Jazeera, a través de la cual el país logró en las últimas dos décadas una indiscutida penetración cultural en todo el mundo. Hoy, con sus ediciones en árabe e inglés y sus oficinas en 65 ciudades, esa señal televisiva llega a 220 millones de hogares en más de 100 países. Al mismo tiempo que lograba proyectar su imagen en todo el planeta, la cobertura que hizo Al Jazeera los conflictos políticos en sus vecinos del mundo árabe trajo al gobierno qatarí más de un dolor de cabeza.
UN VECINDARIO PROBLEMÁTICO
Durante la Primavera Árabe, iniciada a fines de 2010 con la rebelión popular tunecina, el gobierno de Qatar fue uno de los que más apoyó las protestas y les dio visibilidad a través de Al Jazeera. Las manifestaciones diarias en las principales ciudades de Túnez, Egipto y Libia fueron transmitidas en vivo y en directo por esta red de noticias de alcance global. La caída de los regímenes autoritarios en esos países permitió al emirato influir políticamente en el devenir de la política regional.
Esa influencia qatarí no fue vista con buenos ojos por dos de sus poderosos vecinos del golfo: Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Los gobiernos de Riad y Abu Dhabi acusaron a su par qatarí de diseminar el terrorismo y promover la desestabilización de toda la región a través de su influencia en los Hermanos Musulmanes.
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Así fue como, a mediados de 2017, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos promovieron un boicot económico y un bloqueo comercial contra Qatar. A él se plegaron Bahréin y Egipto, cuyos vínculos con Qatar se deterioraron a partir de 2013 con el derrocamiento del efímero gobierno democrático de Mohamed Morsi y el regreso al poder de las Fuerzas Armadas.
La tensión se prolongó durante los siguientes tres años, justamente cuando se acercaba la Copa del Mundo y Qatar avanzaba en el proceso de modernización y construcción de los estadios que hospedarían a las 32 selecciones en 2022. Finalmente, en enero del año pasado, los impulsores de las sanciones dieron el brazo a torcer y limaron asperezas con Qatar, renunciando incluso a la disparatada exigencia de cambiar la línea editorial de la red Al Jazeera y evitar su difusión en los países vecinos.
LA CARTA DE LA DIPLOMACIA
El soft power mediático y el poderío económico de Qatar van de la mano de una creciente presencia en los asuntos de la región. La mediación del emirato permitió la resolución de numerosas crisis políticas y de disputas entre distintos actores del mundo árabe.
Sin embargo, tal vez el caso más resonante haya sido el acuerdo firmado en Doha –capital del emirato– en febrero de 2020 entre EE. UU. y los talibanes afganos. La participación de Qatar fue clave en el logro de ese verdadero hito de la diplomacia, a casi 20 años de la invasión de la OTAN que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001. De hecho, las reuniones diplomáticas que siguieron teniendo representantes de Washington y del nuevo gobierno talibán, instalado en Kabul en agosto del año pasado, han tenido siempre lugar en la capital qatarí.
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Ahora bien, la participación del emirato en el complicado juego de poder regional también se proyecta a dos poderosos vecinos: Irán y Turquía. A pesar de la diferencia de credos y las fuertes presiones sauditas, los vínculos de Qatar con el gobierno iraní son óptimos. De hecho, comparten la explotación del gigantesco campo gasífero offshore South Pars-North Dome, en la que participan sus empresas estatales Qatar Energy y NIOC, junto con la francesa Total. En estos días, Qatar firmó un contrato histórico con China para proveerla de GNL de este importante yacimiento durante los próximos 27 años.
UNA AGENDA DE SEGURIDAD Y DEFENSA
En el caso de Turquía, los vínculos no son solo políticos y económicos, sino que se proyectan incluso al estratégico sector militar. Desde 2014, existe un acuerdo de cooperación entre las Fuerzas Armadas de ambos países y Turquía ha establecido una base militar en Qatar, lo que es visto por su poderoso vecino saudita como una intromisión de Ankara en los asuntos del golfo.
El Mundial tampoco está ausente en la sintonía que los dos gobiernos han alcanzado y que se ha profundizado en la última década. En el contexto de la Copa del Mundo de la FIFA, en virtud de un acuerdo bilateral, Turquía ha desplegado en Qatar 3000 policías antimotines, 250 soldados y un buque de su Armada para prestar apoyo en la seguridad del evento.
En estos días, debajo del iceberg de los goles y la pasión futbolera, se esconde una gigantesca “masa glacial” de intereses geopolíticos. La sofisticada política de seducción diplomática y la posición de Qatar como potencia energética clave, en un momento bisagra de la historia, colocan hoy a este país árabe en un lugar de privilegio en el escenario internacional.
Quedan, de todos modos, muchos interrogantes por responder. ¿Cómo evolucionará el vínculo entre Qatar e Irán, un país cada vez más aislado a nivel global y con graves conflictos internos? ¿Podrá el gobierno de Doha mantener su influencia y la confianza del mundo occidental, a pesar de su discutido récord en materia de derechos humanos?
Las preguntas quedan flotando en el aire. Lo que nadie puede negar es que este pequeño emirato está llamado a jugar, en los próximos años, un rol clave en el balance político y económico del poder mundial.
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