Hacia adentro, todo país tiene sus luces y sombras. Pero cuando se trata de países de extrema riqueza, el fenómeno es más llamativo. Qatar es la tercera reserva mundial de gas y goza de una gran opulencia. Sin embargo, fue denunciado por Human Rights Watch por utilizar mano de obra extranjera en condiciones de esclavitud para construir los estadios.
“Migrantes procedentes de Bangladesh, India y Nepal que trabajan en la reforma del emblemático estadio Jalifa y el ajardinado de las instalaciones deportivas y zonas verdes circundantes, la denominada ‘Aspire Zone’, están siendo explotados”, explica un informe de Amnistía Internacional.
Muchos de ellos no pueden dejar el trabajo ni salir del país, y el salario llega con meses de retraso. En una nación en la que la relación entre inmigrantes y locales es de 7 a 1, muchos extranjeros llegan a Qatar desde Bangladesh, India o Nepal para escapar de la miseria y el desempleo.
En cuanto a la higiene y las condiciones de asentamiento, Amnistía Internacional denuncia haber visto ocho hombres durmiendo en la misma habitación, en camas compartidas. El pago de salarios se retrasa varios meses, lo que impacta de manera más negativa de lo usual al tratarse de inmigrantes: no solo no pueden comprar comida ni enviar dinero a sus familias, sino que tampoco pueden pagar el préstamo asociado a la contratación. Y, dato no menor, la agencia retiene el pasaporte de cada trabajador.
Si los empleados inician reclamos o preguntan por los retrasos, la respuesta no se hace esperar. Un extranjero que trabajaba en las obras del estadio Jalifa dijo: “Fui a la oficina de la empresa, le dije al gerente que quería irme a mi casa [en mi país] porque siempre recibía la paga con retraso. Me dijo a gritos: ‘Sigue trabajando o no te irás nunca’”.
Además del informe de Amnistía Internacional, una investigación del diario británico The Guardian aseguró el año pasado que más de 6500 trabajadores migrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka murieron en Qatar desde que empezaron las construcciones para organizar la Copa del Mundo.
Las mujeres, las más perjudicadas
Noof al Maadeed, una joven qatarí radicada en el Reino Unido, feminista e influencer, se hizo popular en las redes por denunciar la violencia doméstica, la tutela masculina y los destratos a las mujeres en Qatar. De a poco, en torno a ella se había formado una red de ayuda para mujeres que padecían leyes misóginas en sus países. Todo iba bien hasta que, en septiembre del año pasado, Maadeed decidió volver a su patria.
Como todo influencer, aprovechó para subir a la web historias y publicaciones de su vuelta. Sin embargo, de un día para el otro, en octubre, no hubo más publicaciones. Sus seguidores primero y varios organismos de derechos humanos después se movilizaron para conocer el paradero de la joven. No fue sino hasta el 10 de enero de este año que Maadeed subió unas breves historias a Instagram –realmente breves y desde una cuenta nueva– en las que reportaba lo básico: que estaba bien y que se encontraba en Doha, la capital de Qatar. Nunca explicó qué había pasado.
El caso de Noof al Maaded es paradigmático porque refleja la principal tensión que recorre el tejido social qatarí: las leyes, arrastradas durante centurias, son de una misoginia extrema, pero el acceso a los medios de comunicación y la educación les permite a las mujeres qataríes del siglo XXI conocer realidades muy distintas.
Al día de hoy, una mujer que nace en Qatar tiene limitaciones legales y prácticas. De acuerdo con Amnistía Internacional, las leyes vigentes establecen un sistema de tutela masculina, de modo que la mujer siempre está ligada a un tutor varón, ya sea padre, hermano, abuelo, tío o marido. Si una mujer qatarí quiere estudiar en el exterior, casarse, ejercer las funciones públicas o viajar fuera del país hasta determinada edad, debe pedir permiso a su tutor. El sistema de tutelas implica también que las mujeres no pueden solicitar el divorcio y que, una vez divorciadas, no pueden ejercer la tutela de sus hijos.
Las minorías sexuales, silenciadas
Por otra parte, la condición de hombre solo es un privilegio si se trata de un heterosexual. El Código Penal de Qatar establece que el ejercicio de la homosexualidad es un delito al que le corresponden hasta siete años de cárcel. En particular, el artículo 296 especifica los delitos de “conducir, instigar o seducir a un varón de cualquier manera para que cometa sodomía o disipación” e “inducir o seducir a un varón o a una mujer de cualquier manera para que cometa acciones ilegales o inmorales”.
A pesar de la gran cantidad de mujeres y activistas LGBT que huyen y denuncian desde afuera las persecuciones e injusticias de género, vale recordar que los parámetros ultraconservadores no pertenecen solo al abstracto universo de las leyes, sino, sobre todo, a la población de a pie: un comerciante, un maestro o un médico rechazan la igualdad de género y los derechos de las minorías sexuales.
Todo apunta a que, durante el mundial, las tensiones que recorren estos días las calles de Doha, en lugar de ocultarse, van a ser más públicas que nunca. Cámaras, selfies y videos de YouTube van a mostrar al mundo cómo se amoldarán los visitantes occidentales a las normas qataríes. Y si las cámaras tienen la suficiente definición, tal vez alcancen a revelar lo fundamental: ¿por qué la FIFA decidió jugar el torneo deportivo más importante del mundo, por primera vez, en un emirato árabe sin precedentes en este tipo de certámenes?
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