La primera semana de septiembre, Joe Biden abrió la campaña política de cara a las elecciones de medio término, a efectuarse el próximo 8 de noviembre. Al dirigirse a la población, el mandatario levantó controversias en distintos sectores, tanto al interior de la política de los EE. UU. como afuera del país.
Como sucede a menudo, el impacto de los dichos de un presidente estadounidense genera reacciones en los dos principales partidos y en la ciudadanía en general. En este caso, muchos analistas sostienen que el inquilino de la Casa Blanca perdió la posibilidad histórica de señalar con nombre y apellido a aquellos líderes y dirigentes republicanos y a los actores internacionales que estimulan los peligros extremos sobre los que alertó en su discurso.
Las reacciones al discurso del presidente
En cuanto al discurso fronteras afuera, varios de sus socios europeos y del mundo árabe se mostraron sorprendidos de que el presidente Biden no mencionara, en forma más amplia, los aspectos que determinan momentos muy sensibles en la política exterior de su administración. Sus socios esperaban escuchar más sobre Ucrania, Taiwán y las conversaciones en torno al demorado acuerdo nuclear con la República Islámica de Irán.
A nivel doméstico, se esperaba que Biden tuviera un tono más duro contra su antecesor, Donald Trump, y sus seguidores. Las críticas de los sectores más duros del Partido Demócrata se centraron en los medios de comunicación, a los que acusaron de un supuesto destrato dispensado hacia el presidente. Los cuestionamientos apuntaron al enfoque que Biden está dando a las relaciones con Vladimir Putin y Xi Jinping en relación con la guerra ruso-ucraniana y la crisis chino-taiwanesa. El aspecto relevante fue que la mayoría de las cadenas de televisión por aire de EE. UU. no transmitieron el discurso, algo que indignó a los partidarios del mandatario. Lo más curioso de la situación es que varios directivos de medios sostuvieron que el discurso fue tan insustancial que, muy posiblemente, las cadenas televisivas le hayan hecho un gran favor al mandatario al no difundir su mensaje masivamente.
Por el lado republicano, como era esperable, varios senadores manifestaron su desagrado por los dichos del presidente y exigieron las disculpas pertinentes del jefe de la Casa Blanca, al que responsabilizaron de no expresar la verdad sobre los acontecimientos recientes ocurridos al interior de su propio partido. Al mismo tiempo, lo acusaron de atacar de forma innecesaria e infundada a miembros republicanos y de estimular innecesariamente un discurso de ruptura y confrontación.
Otro dato relevante es que varios analistas estadounidenses neutrales consideraron el discurso de Biden como un desafortunado error, especialmente por no poner en consideración ni brindar a los ciudadanos un punto de unión al que adherir. A juicio de estos expertos, el jefe de Estado limitó su discurso a la defensa de la controvertida agenda partidaria demócrata.
Los cuestionamientos de Biden al trumpismo
El Salón de la Independencia en Filadelfia, sitio elegido para la alocución, configura el símbolo máximo y cuna de la democracia de EE. UU. Más allá de las críticas y adhesiones que despertó, Biden trató de mostrarse como un líder sumamente exitoso en su gestión, según señaló la cadena CBS. Sin embargo, las críticas y referencias directas e indirectas al expresidente Trump generaron, en muchos ciudadanos, una sensación distinta a la buscada por el mandatario. Algunos de ellos tienden a considerar, ahora, que el eslogan tantas veces repetido por Trump –”Make America Great Again” o “MAGA”– es correcto. Al buscar mantener un equilibrio e insistir en que él no creía que la mayoría de los republicanos formaran parte de ese movimiento o sostuvieran ese tipo de ideas intolerantes, Biden pareció desconocer el verdadero sentido de la concepción predominante de dicha corriente.
El presidente Biden hizo un llamado a la unidad nacional de los estadounidenses basada en valores compartidos, al rechazo de la violencia política y al respeto de los resultados de las próximas elecciones de medio término. No obstante, para muchos demócratas, ese punto de su exposición fue débil. En privado, muchos de ellos le reclamaron una mayor firmeza para atacar aquel eslogan de los seguidores de Donald Trump.
Desde el día después de aquel discurso presidencial, los asesores de Biden han intentado una suerte de reinterpretación de los dichos del presidente. Para ello, han reformulando en las últimas semanas algunos pasajes de sus dichos, haciendo foco en puntos centrales que deberían haber sido el núcleo del ataque político a la agenda que expresa el movimiento trumpista y su eslogan “MAGA”. Sin embargo, extrañamente, los asesores de Biden fallaron al no aconsejar al presidente que se enfocara en desgranar extensamente los supuestos logros legislativos de su gobierno. En definitiva, su mensaje fue percibido lisa y llanamente como propaganda preelectoral direccionada a la agenda partidista demócrata. Ese detalle no pasó desapercibido en la ciudadanía e hizo que sus palabras quedaran expuestas en el marco de la duda. Muchos estadounidenses creen que el presidente se jactó de un gran número de aparentes objetivos y logros que, en rigor, no son reconocidos como tales por el grueso de la ciudadanía.
El exceso de contenido ideológico de ese discurso pudo haber dañado considerablemente la idea que los estadounidenses tienen sobre los valores democráticos no partidistas. Más allá de haber hecho repetidas referencias a la defensa de la Constitución, al presidente se le cuestiona que no mostrara un mayor compromiso en la búsqueda de coincidencias con sus adversarios republicanos ni en armonizar cuestiones que hoy constituyen elementos de división ideológica. Todo podría haber resultado mejor si el presidente hubiera reconocido que existen actualmente desacuerdos verdaderos y legítimos en aspectos sensibles, como lo son el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Una campaña teñida de operaciones políticas
Biden pudo haber mostrado, por ejemplo algún grado de empatía, incluso, con la representante republicana Liz Cheney –férrea rival interna de Trump–, quien votó contra casi todo lo que Biden se esforzó por mostrar como logros legislativos. El presidente se mostró excesivamente duro contra Cheney, quien goza de buena aceptación en un sector muy grande de la ciudadanía, que la considera una gran luchador y defensora la pluralidad democrática estadounidense. Ese detalle, que podría parecer menor, no lo ha sido, precisamente, porque el presidente, lejos de apelar a ese sector moderado del Partido Republicano, se esforzó en tomar distancia y centrarse en su propia agenda partidaria. De ese modo, se limitó a defender la agenda del Partido Demócrata, que se encuentra, en muchos aspectos, divorciada no solo de la agenda republicana representada por Liza Cheney, sino de grandes sectores de la ciudadanía.
De igual forma, no hubo de parte del presidente ninguna mención de aquellos grupos demócratas que trabajaron negativamente por socavar la legalidad enmarcada en la Constitución. En ese punto, existen informes que han denunciado que en la actual campaña, sectores del partido del gobierno financiaron a un puñado de extremistas republicanos, en un intento por demostrar la supuesta radicalización de sectores a los que denominan “fascistas”. Esa acción fue denunciada judicialmente por los propios republicanos, y se especula con que fue realizada por partidarios de Biden como parte de un plan que ayudaría a derrotar con más facilidad a los republicanos de extracción ultraconservadora, acusándolos de extremistas en estas semanas previas a la elección. El presidente debió haber manifestado su rechazo y disgusto ante esa actitud poco democrática y repudiar enfáticamente el apoyo a esos grupos extremistas, que no hacen más que contribuir al afianzamiento del movimiento MAGA, que él y su propio partido critican.
El presidente también fue blanco de críticas por no reconocer que, en el pasado, hubo un grupo de legisladores demócratas que buscaron descalificar a electores que se encontraban legalmente certificados. Biden debió haber repudiado esa conducta como un inaceptable vicio para la democracia. Sin embargo, no se lo escuchó hablar de eso. De haberlo hecho, Biden habría impedido que su discurso quedara tan asociado a un ataque partidista contra sus adversarios, en plena campaña para las elecciones de medio término. De haber tenido otra actitud, el mandatario habría dejado en la ciudadanía la sensación que los demócratas defienden más la democracia que los republicanos. Sin embargo, aunque aceptó la legitimidad de los principales desacuerdos sobre temas puntuales –por un lado, emocionales y, por otro, políticos en sentido lato–, su aporte en la actual campaña del Partido Demócrata para vencer a sus rivales republicanos en los sufragios no parece haber tenido el éxito esperado por sus seguidores y por aquellos que, sin ser demócratas, pudieran llegar a apoyar a ese partido en la elección de medio término.
Una oportunidad perdida
La duda actual de varios dirigentes demócratas estriba en una pregunta que, de momento, no tiene una respuesta clara: ¿cuál podrá ser el impacto del tono del discurso presidencial en el resultado electoral del 8 de noviembre? Sin embargo, algo es claro: el contenido del discurso del presidente Biden en Filadelfia no logró volver a unir a los estadounidenses, lo que demuestra que el solo hecho de celebrar elecciones y renovar el respeto por un gobierno de las mayorías, en una de las democracias que mejor funciona en el mundo, puede no ser suficiente. Así lo demuestra la debilidad de las instituciones democráticas en muchas otras latitudes, a pesar de mantener las rutinas electorales.
En el caso de EE. UU., la mayoría de los ciudadanos quiere y defiende la salud de sus instituciones, honra la unidad y mantiene la premisa de soñar en un proyecto conjunto que permita el fortalecimiento de su gran país. De allí que el discurso de campaña del presidente haya recibido críticas de quienes consideraron que no estuvo a la altura de esos anhelos de los ciudadanos. La visión del mandatario y las expresiones vertidas en la campaña generan más dudas que certezas, y lejos están de reforzar el sentimiento nacional en torno a valores compartidos. Los estadounidenses necesitan y quieren una agenda nacional consensuada, que termine con los desencuentros y disputas negativas que solo son funcionales a algunos demagogos, pero que dividen a la sociedad.
Sea cual fuere el veredicto de las urnas, el presidente debería volver a intentarlo luego de las elecciones de medio tiempo. Eso sí, debería hacerlo sin poner tanto énfasis en el peligro del fantasma del neofascismo y focalizándose más en un futuro compartido, armónico y exitoso para su nación y para toda la ciudadanía estadounidense.
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