La escalada bélica en Ucrania, a partir de la contraofensiva de Kiev en las zonas controladas por Rusia, puso al Kremlin contra las cuerdas. Presionado por sus consejeros y asesores militares, el presidente Vladimir Putin lanzó una amenaza que pone los pelos de punta a los líderes de todo el planeta.
Alegando que el objetivo de Occidente es destruir a Rusia, el mandatario no dudó en advertir que, en caso de amenaza de su integridad territorial, su país haría uso de su armamento más moderno. Tras esa declaración de guerra, el fantasma del uso de las ojivas nucleares se hizo más presente que nunca desde el inicio del conflicto.
El Kremlin y su arsenal nuclear
Como heredera del arsenal soviético, la Federación Rusa cuenta con el inventario más grande de misiles balísticos y crucero del mundo. Además, posee el mayor número de ojivas nucleares.
Según datos del Instituto de Estocolmo de Investigaciones para la Paz (SIPRI), Moscú tiene en su poder 5977 armas de ese tipo, de las cuales por lo menos 1588 se encuentran desplegadas y se estima que unas 800 estarían operativas para ser utilizadas en cualquier momento.
De acuerdo con los principios de disuasión nuclear de Rusia, existen cuatro hipótesis que habilitarían su uso. Uno de ellos es el que indica que la Federación Rusa estaría en condiciones de recurrir al botón atómico en caso de una agresión contra su territorio que pudiera significar una amenaza contra la propia existencia del Estado.
Armas nucleares tácticas
Los expertos coinciden en que, de decidirse por un ataque nuclear, la primera opción del Kremlin serían las denominadas “cabezas nucleares tácticas”, las cuales están diseñadas para destruir objetivos enemigos en un área específica, sin causar una amplia descarga radiactiva.
Son armas con menor nivel explosivo que las denominadas “estratégicas” y que las que pueden cargarse en misiles intercontinentales. Según fuentes de inteligencia occidentales, Rusia tiene unas 2000 armas nucleares tácticas, con una potencia que puede ir de 1 a 100 kilotones.
Estas armas tácticas pueden ser lanzadas desde vehículos terrestres, aéreos o navales. Pueden cargarse en misiles de corto alcance, como el Iskander-4 que ya está siendo usado en Ucrania. O incluso en proyectiles de artillería.
Los expertos militares sostienen que, de utilizarse, podrían tener lugar en las aguas del mar Negro. Otra opción, un poco más osada, sería el ataque a una infraestructura militar enemiga. El objetivo sería aterrorizar y disuadir a Ucrania para que deponga su resistencia y acepte las condiciones de Moscú para el cese de las hostilidades.
Las “armas del juicio final”
Mucho más extremo y aterrador sería un escenario de guerra total contra la OTAN. De acuerdo con el artículo 5 de la Carta Atlántica, un ataque a cualquier miembro de la OTAN activa la cláusula de defensa colectiva, por lo que la obligación de los demás socios de la Alianza es responder a ese ataque.
Ante un panorama de este tipo, Rusia podría utilizar lo que se conocen como “las armas del juicio final”. En este campo es donde entran en juego las cabezas nucleares estratégicas, que pueden ser transportadas por misiles balísticos intercontinentales (ICBM), como los temibles R-36 y RS-28, más conocidos, en la terminología de la OTAN, como Satán I y Satán II.
El primero de ellos, el Satán I, fue desarrollado en tiempos de la Unión Soviética y, su última versión, el R-36 M2, tenía un alcance de hasta 16.000 kilómetros. Paradójicamente, este misil fue desarrollado originalmente por el gigante aeroespacial Yuzhmash, que tiene sede en la ciudad ucraniana de Dnipró, que, hasta fines de 1991, formó parte del complejo militar-industrial soviético: nadie podía imaginar que, tras la disolución de la URSS, un conflicto bélico pondría en bandos enfrentados a Rusia y Ucrania.
Hoy el arma rusa más potente es el RS-28 Sarmat –más conocido como Satán II–, con un alcance de 18.000 kilómetros y capacidad para transportar hasta 12 cabezas nucleares. Tiene una capacidad destructiva de hasta 40 megatones, 2000 veces mayor que la bomba de Hiroshima. Puede adoptar distintas trayectorias de vuelo y superar cualquier sistema de defensa antimisiles actual.
Rusia lo probó con éxito en abril de este año y Putin fue contundente cuando dijo que el Satán II “no tiene rival en el mundo y no lo tendrá durante mucho tiempo”.
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