Son las seis de la mañana y, por el altoparlante, suena en todo el buque ARA King el llamado a “diana” que despierta a la tripulación. El patrullero navega por las aguas del río Paraná, las mismas que defendió el almirante Guillermo Brown para asegurar el dominio argentino de la Cuenca del Plata. En esta oportunidad, el patrullero, conocido en la Fuerza como “PAKI”, partió desde el puerto de Zárate, en la provincia de Buenos Aires, con destino a Rosario, Santa Fe, para recibir a los buques brasileños que participaron del ejercicio regional Acrux.
Luego del llamado a diana, no es mucho el tiempo disponible previo al desayuno. La comodidad y el espacio quedaron en tierra; aun así, hay algo encantador en esa vida a bordo de un buque rodeado de una mística. Es la segunda vez que DEF se embarca en esta nave construida por el astillero Río Santiago y que pertenece a la Armada Argentina desde el año 1946. La primera fue durante 2020, en plena pandemia de COVID-19, para cubrir las actividades que esta Fuerza realizó en apoyo a las comunidades ribereñas. Dos años después, regresamos para compartir el trayecto de casi 400 millas con los tripulantes, entre ellos, un grupo de cadetes de primer año de la Escuela Naval Militar: hombres y mujeres que están en etapa de formación y que, en su mayoría, promedian los 18 años.
Finalizado el desayuno, los oficiales y suboficiales que prestan servicio en el patrullero toman sus puestos en los distintos lugares del buque, los cadetes observan las actividades y participan de ellas. Para muchos de estos jóvenes, esta navegación es la primera que hacen desde su ingreso a la Fuerza.
Luego de zarpar desde Zárate, el King navega hacia Vuelta de Obligado, donde fondeará durante la noche para, al otro día, partir hacia Rosario. De regreso, el trayecto también incluirá una parada en el mismo punto del Paraná, por razones de seguridad.
Ya en plena navegación, dos de los cadetes, Arián Rodríguez y Milagros García, dialogan con DEF durante uno de los recreos del estudio, a media mañana. “Cuando estaba terminando la secundaria, comencé a investigar y a pensar en qué es lo que yo quería estudiar. Las carreras tradicionales no me convencían. De hecho, yo iba a una escuela técnica, donde todos querían seguir la carrera de Ingeniería. Pero, a mí, eso no me llamaba la atención. Yo quería vivir algo diferente, más variado”, relata Arián, de 21 años y oriundo de Necochea. El destino lo cruzó con las Fuerzas Armadas y, al profundizar sobre los planes de estudio, sintió interés por el de la Escuela Naval: una carrera de cuatro años y un quinto de navegación en la fragata ARA Libertad, oportunidad en la que recorren distintos puertos del mundo ya con el grado de guardiamarinas “en comisión”. Al poco tiempo de aquel descubrimiento, Arián se inscribió y rindió los exámenes para ingresar.
Arián Rodríguez no contaba con ningún familiar militar ni lazo con la Fuerza que lo orientara en sus primeros pasos. Toda la información la obtuvo a través de Internet. De todas formas, lleva el mar en la sangre: su papá era maquinista de un barco pesquero. “Falleció en el año 2018. Cruzó una tormenta, el barco no estaba preparado y se dio vuelta. Nunca llegué a compartir mi decisión con él, fue justo ese año cuando se me ocurrió meterme a la Armada”, cuenta. Su familia lo apoyó en su decisión, aunque dice que su mamá sintió algo de tristeza porque él tenía que mudarse a más de 500 kilómetros. De todas maneras, lo alentó a seguir aquello que quería hacer.
Variedad de oportunidades
Durante la navegación, y a través del ojo de buey del comedor, se observa el humo provocado por algunos focos de incendio que afectan Entre Ríos y Santa Fe. La cadete Milagros García reflexiona sobre su vocación: “Yo quiero estar en la Armada desde los 15 años. Mi abuelo es suboficial retirado, infante de Marina, y mi hermano es suboficial, ahora destinado en un faro de Villa Gesell. Siempre hablé con mi papá, él me contaba cosas sobre la Fuerza que me llamaron la atención. Además, me gustan los deportes, así que quería seguir una carrera que tuviera todo eso. Las actividades y los deportes que tengo en la Escuela Naval no los encuentro en otro lugar. A la tarde, tenemos vela, remo, fútbol, esgrima, entre otros. En la Armada, tenés un montón de oportunidades”, subraya García. También, la joven oriunda de Puerto Madryn, Chubut, insiste en las alternativas de carrera por las que se pueden optar dentro de esta Fuerza: “El oficial de la Armada no solo trabaja en los buques, existe una parte administrativa que se realiza desde tierra”.
Milagros cuenta que es feliz con la carrera que eligió. Aunque, cuando lo comunicó, tomó por sorpresa a los profesores de su escuela. Estaban convencidos de que optaría por carreras como Medicina o Biología. Lo anunció, por primera vez, durante una materia llamada Orientación vocacional: “Esa profesora me relató que, en los últimos años, nunca había escuchado que alguien fuera a seguir esta carrera”.
Por su parte, Arián Rodríguez comenta que, cuando comunicó qué carrera seguiría, le dijeron que “estaba loco” y que “iba a ir a la guerra”. “No entendían que no es solamente eso. Si se rompe un puente, son las Fuerzas Armadas las que van y hacen algo para remediar la situación”, explica. “De hecho, en su momento, yo había escuchado algo sobre una localidad en Buenos Aires que se había quedado sin agua y el Ejército había tenido que ir a colaborar. Eso me llamó la atención. Pero hay personas que piensan que las Fuerzas son para la guerra y nada más”.
A bordo del ARA King, los cadetes destacan la importancia de estar embarcados para asimilar la teoría aprendida en las clases de la escuela, como, por ejemplo, el contenido de la materia de navegación, en la que les enseñan cuáles son los instrumentos y cómo funcionan. Ahora, en el patrullero, ellos pueden aprender a usarlos de manera directa. Ambos comentan que la carrera ofrece varias alternativas para aquellos que ingresan. Básicamente, existen tres escalafones: “naval, contadores –que se dedican administrar los recursos del buque– e infantería de marina. Nosotros ya somos navales”.
Un primer filtro
Ingresar no fue fácil. Primero debieron rendir una serie de materias como Física, Química e Inglés, y, luego, exámenes psicológicos y médicos. Esas primeras evaluaciones fueron realizadas por casi 1500 jóvenes de todo el país, pero no todos las superaron. Tiempo después, se publicó un listado con los que habían logrado ingresar. “Hay que buscar por nombre y DNI. El corazón late...”, recuerda Milagros, que estaba en su casa con su madre cuando llegó la notificación. “Cuando me vi, me puse a gritar desde la habitación”, añade.
El grito, seguramente, fue idéntico al que dio Arián desde el quincho de su casa, en Necochea. Es un momento que marca la vida de todos aquellos que aprobaron las instancias de exámenes de ingreso, no solo porque es la coronación del sacrificio y esfuerzo que realizaron, sino también porque, a partir de ese instante, dejan su casa y su familia, y se trasladan a la Escuela Naval Militar, en Ensenada, provincia de Buenos Aires. Ellos, sus rutinas, sus valores y sus destinos, no volverán a ser los mismos.
“Una vez que entrás, hay un período de prueba. Son tres semanas en las que uno se adapta a la vida militar. Durante unos días, nos vamos formando. Recuerdo que, de los aproximadamente 250 cadetes que entramos, continuamos solo 200 después de ese período”, señala Rodríguez.
Si bien en el instituto militar les proveen aquellos materiales y la indumentaria que van a necesitar durante la estadía, existe un momento bisagra en la vida de estos cadetes que, para alguien ajeno a la vida castrense, probablemente carezca del mismo sentido que tiene para ellos: se trata de la entrega de los uniformes que usarán hasta el día en el que egresen. Esta vestimenta, de color azul o blanca según la época del año, les da identidad y materializa la transición entre la vida del ciudadano civil y el militar. “Es la confirmación de que por fin sos un cadete ya formado. Hay una ceremonia, a la que asisten nuestros padres, que finaliza con un desfile en el que usamos el uniforme. Además, nos preparamos con nuestros ‘viejos navales’, que son aquellos cadetes de cuarto año que son más cercanos”, comenta Milagros. De hecho, ambos coinciden en que esta es una de las tradiciones que más aprecian de la Fuerza.
¿Cuántos llegan a cuarto año? “Ahora, en primero, somos 114, pero en cuarto solo hay cerca de 60 cadetes”, responde la joven. Entre que ingresan y egresan, muchos dejan la carrera por diversos factores. A veces, por cuestiones individuales o familiares y, otras, por razones académicas. El momento en que se van no es fácil, ni para ellos ni para sus compañeros. “Es triste porque estamos todos vestidos de cadetes y, de golpe, hay uno que lleva traje blanco y negro”, indica Arián.
La construcción de una hermandad
“Somos una familia”, dice Milagros. Arián explica que lo sienten así porque pasan mucho tiempo juntos. De hecho, dicen extrañar a sus compañeros cuando dejan de verlos durante las vacaciones o los fines de semana. También coinciden en que ellos son importantes a la hora de cubrir el vacío que sienten al estar lejos de sus familias.
“Los primeros meses lloré mucho por estar lejos de casa. También me hubiese pasado si elegía otra carrera, porque me tendría que haber mudado”, comenta Milagros García y recuerda que hubo una semana en la que se quiso ir: “No aguantaba más, pero, literalmente, me quedé por mis compañeros. En ese momento, ellos me apoyaron y me pidieron que me quedara”. Por su parte, Arián Rodríguez señala que “cuando entrás a la escuela, te das cuenta del significado del compañero. Nos enseñan que uno no va la guerra por el enemigo, sino para defender a aquel el que tiene al lado”.
Este lazo de camaradería también se construye con los otros cadetes de la Escuela Naval. En ese sentido, los de cuarto año cumplen una función clave en lo que respecta al acompañamiento y al adiestramiento. En definitiva, a lo largo de la carrera, los jóvenes atraviesan un proceso en el que aprenden a conducir a las personas. “Siempre se nos enseña que vamos a tener superiores y subordinados. Debemos tener capacidad de mandar personas y ser responsables de ellas”, explican.
Las instalaciones de la escuela datan de 1943 y, actualmente, están preparadas para recibir a cadetes masculinos y femeninos. De todas formas, la mayor parte de las actividades académicas las llevan adelante juntos.
¿Cómo es la rutina de la escuela? “Entramos los domingos, cerca de las ocho de la noche. El lunes, a las seis de la mañana, desayunamos, y a las siete nos vamos a estudiar. Entre las ocho de la mañana y la una del mediodía son las clases académicas. Luego de almorzar, están las clases de deporte”, responde Milagros.
Las actividades deportivas son variadas y, muchas de ellas, están vinculadas con el ambiente náutico. “A mí me ayudaron mucho las clases de natación, porque ingresé sin saber nadar. Entré con la voluntad de aprender y, en un mes, pude hacerlo; la escuela te da las herramientas”, confiesa Arián.
Por la tarde, las actividades finalizan cerca de las seis y media de la tarde. Luego, llega el momento del “rancho”, como llaman a la cena. “Después tenemos una ceremonia de retreta: formamos en un patio de la escuela y nombramos a un caído en acto de servicio para rendirle honores. A continuación, vamos a las aulas para seguir estudiando hasta las diez de la noche, cuando podemos ir a dormir”, describe el cadete.
Al finalizar la semana, los jóvenes pueden regresar a su hogar. Aquellos que viven cerca, van con su familia, los otros buscan alternativas. Por ejemplo, Arián alquila junto a otros compañeros un departamento. Milagros, en cambio, se aloja en lo de unos tíos en Berazategui. “Igualmente, uno se puede quedar en la escuela de forma voluntaria”, aclaran.
La mirada de una egresada
Luego de recibir a los buques brasileños, el ARA King emprende su viaje de regreso. El trayecto será a la inversa, fondeando en el mismo punto, en las cercanías a Vuelta de Obligado. En esta oportunidad, debido a un cambio en los vientos, el humo de los incendios se hace más presente y se convierte en un obstáculo, no solo para la visibilidad, sino también para respirar. En unos días más, y a pedido del gobernador de Santa Fe, las Fuerzas Armadas intervendrían, con personal y con medios, para colaborar con el personal del Sistema Nacional de Manejo del Fuego.
Los cadetes se mueven con mayor seguridad y comienzan a protagonizar varias de las actividades. Durante la navegación, ellos permanecieron acompañados por una instructora, la teniente de fragata Melisa Sardinas, que accedió a dialogar con DEF y profundizó sobre la vida naval y militar. Tras egresar, Sardinas cumplió funciones en los buques de la Armada y, luego de algunos años, el destino la llevó, nuevamente, a la Escuela Naval, esta vez como instructora de los cadetes.
“Yo ingresé porque me gustaba la vida militar. En la secundaria, no sabía bien a cuál de las Fuerzas ingresar, pero siempre dije que quería ser militar. Cuando comencé a buscar opciones, me decidí por la Armada, fue la Fuerza que me convenció”, recuerda la teniente de fragata. Se inscribió, rindió e ingresó en el año 2010.
La carrera, como a todos, la llevó a dejar a su familia en Salta. Como les sucede a los cadetes entrevistados, sus compañeros pasaron a tener un papel protagónico: “Uno se hace amigos y ellos se vuelven el sostén. Ellos fueron los que me impulsaron a no abandonar en varias ocasiones”. Entre anécdotas, la oficial recuerda que, en una oportunidad, debió permanecer en la escuela durante uno de sus cumpleaños. Era domingo y, por entonces, los podían visitar familiares. Así fue como, durante esta jornada, la familia de un grupo de compañeros se acercó para que no estuviera sola. “Sentí el cariño”, remarca. Sardinas dice que, con sus pares, compartió vivencias que no vivió ni siquiera con su familia: “Ellos me vieron cansada, sucia, enojada, triste y hasta frustrada. Para mí, son hermanos de corazón, la familia que uno elige”.
En horas de la tarde, el ARA King llega a la base naval Zárate. Tras varios días de trabajo intenso y lejos de sus familiares, los tripulantes se preparan para, a primera hora del día siguiente, emprender el regreso a Buenos Aires. Los cadetes, en cambio, vuelven a la Escuela Naval, muchos con la certeza de haber elegido una carrera apasionante.
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