En América Latina, existe una banda criminal que se hace cada vez más fuerte y se expande por todo el continente. El Primeiro Comando da Capital (PCC) tiene una estructura muy aceitada, cuenta con más de 35.000 miembros y se jacta de su poder de fuego ante unas fuerzas de seguridad que no logran hacerle frente.
El grupo se rige por su propio estatuto, que está compuesto por 18 mandamientos y establece claramente las responsabilidades de los miembros activos de la organización. La protección de sus integrantes y el apoyo a los familiares de los detenidos y de los miembros fallecidos son parte de ese “código de conducta”.
El origen: “Libertad, justicia y paz”
Si nos remontamos 30 años atrás, al 2 de octubre de 1992, ese día Brasil fue testigo de una de las masacres carcelarias más cruentas de su historia. Ocurrió en la Casa de Detención de San Pablo, más conocida como la prisión de Carandirú. El accionar de las fuerzas de seguridad para reprimir la revuelta protagonizada por presos dejó un saldo dantesco: 111 presos fueron asesinados.
A partir de ese momento, un clima espeso se adueñó de buena parte de las cárceles del país. Muchos presos clamaban venganza contra esa matanza. Así fue como el 31 de agosto de 1993, en la prisión de Taubaté, en San Pablo, un grupo de ocho peligrosos convictos se reunió y dio vida a algo más que un movimiento carcelario.
Inspirado en el Comando Vermelho, la organización criminal que se había hecho fuerte en las calles de Río de Janeiro, el PCC nació con el supuesto objetivo de defender los derechos humanos más básicos de las personas en las prisiones brasileñas. Detrás del slogan de “Libertad, justicia y paz”, la organización se consolidó fuertemente y amplió sus bases a nivel territorial.
Inicialmente, el grupo llevó adelante distintos motines para reclamar mejores condiciones de vida en las cárceles. Sin embargo, lo que nació como una suerte de “sindicato” carcelario que cuestionaba los abusos del servicio penitenciario rápidamente se transformó en la génesis de un grupo delictivo dispuesto a todo.
Códigos de sangre
“Lealtad y respeto al PCC”. Ese es el primero de los 18 mandamientos del estatuto de la organización. Además de resaltar la lucha contra las injusticias y la opresión dentro de las prisiones, ese código de reglas establece que sus miembros deben colaborar con dinero, abogados y apoyo para las familias de los integrantes del grupo, en particular las de los que cumplen penas en prisión.
El PCC condena con la pena de expulsión del grupo a todo aquel que ose dividir a la fraternidad. Los miembros colaboran con todo lo que esté a su alcance y se brindan entre sí una protección que el Estado nunca les garantizó ni les va a garantizar.
La organización aplica, además, su propio código de justicia. El artículo 8 del estatuto establece claramente que el PCC no admite robos, violaciones ni extorsiones dentro de su sistema. Otra regla implícita es que nadie debe admitir expresamente su participación activa en la estructura. Nadie debe reconocer, en público, su pertenencia al PCC.
Seis años después de su fundación, el PCC mostró su poder de fuego del otro lado de las rejas y llevó adelante uno de los robos más impactantes de la historia de San Pablo, que le permitió hacerse de un botín de 32 millones de dólares.
Luego de varios años sin que el gobierno reconociera que esta organización fuera un problema, las autoridades decidieron tomar el toro por las astas. La decisión del gobierno fue trasladar a los líderes del PCC a distintos centros penitenciarios, con la intención de desarticular su estructura de mando. Lo que nunca imaginaron fue que, lejos de perjudicarlos, esa medida les permitiría llegar con su mensaje a las distintas prisiones del país y reclutar cada vez más cuadros criminales.
El enigmático Marcola
En 2001, la organización coordinó la mayor rebelión carcelaria jamás antes vista en el mundo, con cierres y motines simultáneos en 29 establecimientos penitenciarios de todo el estado de San Pablo. Desde ese momento, un nombre se hizo mucho más conocido que el del resto de sus predecesores en la cúpula.
Marcos Camacho, más conocido como “Marcola”, se encuentra en prisión desde 1999. En la siguiente década, no solo supo erigirse en líder de una las estructuras criminales más grandes de América Latina, sino que además se convirtió en una verdadera leyenda en el mundo del hampa.
Curiosamente, uno de los hechos que ayudó a consolidar su mito fue una entrevista falsa publicada por el periodista Arnaldo Jabor en 2006 para el diario O Globo. En esa supuesta nota, que Marcola concedió, se desnudaba y justificaba el accionar criminal del PCC, y su líder se autoproclamaba “vengador de las injusticias sufridas por los más desprotegidos de la sociedad”.
Hoy, Marcola acumula condenas por más de 232 años. Y, si bien no se sabe con exactitud si sigue siendo el jefe máximo del PCC, su organización y su código de principios se encuentran más vigentes que nunca.
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