Desde que se materializó la invasión de Rusia a Ucrania, los análisis y las prospectivas sobre el conflicto se multiplicaron. La gran mayoría de ellos, improvisados; los menos, certeros; y muy pocos, con la suficiente profundidad para tener una real perspectiva sobre los cambios en el tablero global.
El nuevo libro de Andrés Serbin, Guerra y transición global. ¿Cómo se gestó la guerra en Ucrania y cómo nos afecta? (2022, Areté y CRIES), pertenece al último grupo, el de los trabajos que abordan en su complejidad el nuevo mapa de poder global. La obra compila diferentes artículos de opinión y análisis publicados por el autor entre 2016 y 2022, lo que permite sumergirse en el actual conflicto en Ucrania con una comprensión amplia, que ayuda a desentrañar los procesos profundos que se están suscitando en la escena internacional.
Andrés Serbin es doctor en Ciencias Políticas, magíster en Psicología Social y licenciado en Antropología Social. Es titular de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES) y acaba de recibir el premio de Académico Distinguido del Sur Global, otorgado por la International Studies Association (ISA) por su vasta trayectoria y producción académica en torno a América Latina y Eurasia.
La guerra en Ucrania y su trasfondo geopolítico
“Pareciera que todo transcurre en relación al enfrentamiento entre Rusia y Ucrania y, en realidad, hay un trasfondo geopolítico que tiene que ver con una transición global que antecede incluso a este conflicto”, señala Serbin.
–¿Qué es lo que hace que este conflicto sea un hito parteaguas que puede reconfigurar el orden mundial?
–Es un punto de inflexión porque, de alguna manera, se materializa toda una serie de procesos que se vienen desarrollando desde principios de este siglo. Han emergido una serie de actores en el marco internacional que no siempre comulgan con la visión del sistema liberal internacional promovida por Occidente después del fin de la Guerra Fría, que era la de un mundo unipolar liderado por EE. UU. Entre los actores emergentes o reemergentes, están Rusia, por un lado, y China, por el otro, como la gran potencia económica que empieza a competir con EE. UU. Pero también hay otros actores importantes que tratan de ubicarse en esta reconfiguración de relaciones de poder –y esto ya es un problema geopolítico que se va generando–, como India, Turquía o Irán. Entonces, mi planteo de fondo es que todo esto lo podemos entender mucho mejor si no miramos solamente a Occidente y entendemos qué pasa con el mundo euroasiático.
–Usted viene trabajando desde hace tiempo el escenario euroasiático. ¿Cómo entró en juego en el conflicto ruso-ucraniano?
–Frente a las sanciones y las amenazas de Occidente, Rusia empieza a reforzar su vinculación con Eurasia. Putin ya venía con un proyecto en esa línea, que llamó el “gran proyecto de Eurasia”, que consiste en la confluencia de todos los actores euroasiáticos como contrapeso al sistema occidental y las normas occidentales. En ese marco, hay mayores o menores posiciones de radicalización. China juega con las reglas internacionales, pero también se deslinda de ellas, lo hemos visto muy claramente en su crítica al papel de la OTAN, por ejemplo. Por otro lado, frente a las sanciones, Rusia necesita reorientar gran parte de su comercio, particularmente de gas y de petróleo, hacia Eurasia.
Rusia, Eurasia y la comunidad internacional
–¿De qué manera ha respondido la comunidad internacional al desafío planteado por el Kremlin?
–La particularidad del momento actual es que la llamada “comunidad internacional” se ve dividida entre los que condenan la agresión de Rusia a Ucrania y los que se abstienen y desarrollan negocios muy lucrativos y beneficiosos para sus propios intereses. Ese es el caso no solo de China, sino también el de India, que, de hecho, era un cliente muy importante de armas rusas, pero que incrementa, por ejemplo, la compra de combustibles fósiles. Un tercer elemento, que me parece muy importante y que hay que darle seguimiento, es cómo se van generando planteamientos en torno a la necesidad de que Eurasia se convierta en un espacio desdolarizado.
–¿Cómo funcionaría ese comercio sin dólares?
–Cuando se producen estos intercambios entre India, China y Rusia, se reemplaza el dólar por sus monedas nacionales. En la última reunión de los BRICS, se planteó con mucha claridad la necesidad de crear un espacio desdolarizado en Eurasia para no estar atados a los mecanismos financieros originados en Occidente. Es importante entender ese telón de fondo, porque, si no, estamos en una cuestión de quiénes son los “buenos” y quiénes son los “malos”, como pasó con la guerra de Ucrania. En realidad, lo que importa aquí son los procesos sistémicos que se están dando y que se está generando una transformación del sistema internacional.
–¿Qué implica esa transformación del sistema internacional?
–Por un lado, un progresivo desdoblamiento frente a la gran interdependencia que generó la globalización desde el punto de vista económico. No se pierde la interdependencia, pero la creación de las esferas de influencia o de bloques por los actores más relevantes genera también un cuestionamiento a la versión de la globalización como se planteaba originalmente. Hay un proceso de desglobalización, porque hay un incremento del proteccionismo y, en ese contexto, hay que ver cómo se reubican los distintos actores. Algunos dicen que vamos a asistir a dos procesos de globalización paralelos o alternativos, con algunas conexiones que se van a mantener.
Repensar el mapa de poder global
–¿Serían dos globalizaciones en un mundo que camina hacia una bipolaridad?
–Es un tema muy debatido. ¿Estamos en dos polos o en varios polos? La mirada rusa plantea un “mundo policéntrico” –que los medios traducen como un mundo multipolar– en tanto hay distintos centros de poder con sus áreas de influencia. En ese sentido, desde el punto de vista euroasiático, con diferentes matices en cuanto a la percepción, hay una idea común de que tal vez este es el momento de repensar cómo está organizado el mundo, de que tienen peso suficiente como para definir también cómo se establece la gobernanza global, particularmente en el ámbito financiero. Frente a eso, Occidente plantea una narrativa que explica el proceso como la confrontación entre el modelo democrático liberal y los regímenes autoritarios. Pero en el medio, está la India, que no es ni lo uno ni lo otro.
–Usted le presta mucha atención a India. ¿Por qué es tan importante tener en cuenta a este otro gigante asiático?
–India es una democracia establecida, pero, a la vez, uno de los actores con mayor crecimiento económico, a punto de superar a la mismísima China. En términos demográficos, para 2035, India va a tener mayor potencial poblacional que China. Es un actor que va adquiriendo peso desde el punto de vista económico, demográfico y también armamentístico; no nos olvidemos de que es una potencia nuclear. Y en ese contexto, India juega un papel en donde restaura, de alguna manera, la vieja visión de la política exterior del “no alineamiento”. Sí participa, por ejemplo, en el “Quad”, un mecanismo de seguridad entre Japón, EE. UU., Australia e India, con cierta orientación a contener la acción de China en el ámbito indopacífico.
–¿Cómo observa, justamente, ese vínculo entre India y China?
–India está preocupada por el crecimiento naval de China en el ámbito del océano Índico y tiene una disputa territorial con China, pero a la vez tiene una interdependencia económica tremenda porque, desde el punto de vista económico, China e India están estrechamente vinculados. En este contexto, India trata de mantener una posición lo más equilibrada posible. Es curioso que no es el único actor asiático que está en eso.
América Latina, en busca de su lugar en el mundo
–¿Qué rol le toca a América Latina? ¿Cree que tiene una parte activa o solo es un actor pasivo?
–Nosotros hemos estado siempre en la periferia de todas estas dinámicas geopolíticas macro, entre otras cosas, porque somos una zona libre de armas nucleares. Desde el punto de vista militar y estratégico, América Latina no es relevante. Aunque la región tiene un antecedente muy importante, porque América Latina fue un factor decisivo en la creación de las distintas normativas en torno al derecho internacional en su momento. Eso lo perdimos. Hoy, con una América Latina fragmentada y empujada a la periferia, más bien nos convertimos en peones en el ajedrez internacional, en el que cada uno de los grandes actores mueve las piezas en función de sus intereses.
–¿Cuál debería ser la actitud de los países de la región?
–El tema es adónde nos va a llevar eso. ¿Nos va a llevar a esa visión en la que el eje ordenador va a ser el conflicto entre EE. UU. y China, o vamos a estar frente a ese mundo policéntrico o multipolar, donde tenemos varios actores con los cuales jugar? Con un grupo de analistas, intelectuales, académicos y políticos latinoamericanos, hemos abierto un debate para hacer una doctrina de “no alineamiento activo”. ¿Por qué nosotros tenemos que alinearnos con los otros? Lo más sensato es beneficiarnos de las relaciones con cada uno sin comprometernos en un alineamiento con las posiciones de cada uno de ellos. Hay un viejo proverbio ruso que ilustra esto muy cabalmente, que dice: “La ternera inteligente mama de dos vacas”.
–Bueno, pero parte de una premisa de inteligencia…
–Sí, y antes que eso, hay que ser “una ternera integrada”, para decirlo siguiendo la metáfora, porque lo que tenemos nosotros es un grado de fragmentación regional impresionante. La mejor prueba fue la última cumbre del Mercosur. Por otra parte, Rusia y China promueven la incorporación de Argentina en los BRICS, pero Brasil hace un poco de silencio al respecto. Entonces, ahí hay preguntas de cómo la región puede responder; la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) también refleja la fragmentación de la región. El único foro que está activo de la CELAC con un interlocutor externo es el foro China-CELAC, que está básicamente financiado y promovido por el gigante asiático más que por América Latina. Cada uno promueve sus intereses, pero, de nuevo, desde una perspectiva muy atomizada de América Latina.
–En síntesis, estamos en una época de rediscusión total.
–Absoluta, y yo creo que lo que tenemos que tratar de hacer es ver es más allá de las etiquetas, tratar de entender que hay gente en el mundo que piensa de otra manera y que tiene otra visión de las cosas. Puede no gustarnos, puede no ser la nuestra. Nosotros, como extremo de Occidente, tendemos a asumir los valores vinculados a la democracia, a los derechos humanos, etc., que parecen ser parte de nuestro acervo, pero hay otros que se manejan de manera distinta y que quieren introducir otro tipo de reglas en el sistema internacional. Y nosotros, como región, vamos a tener que desempeñar algún papel en eso, porque, si no, las reglas las van a seguir aplicando otros. Yo creo que ese es el gran desafío de América Latina.
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