El mundo criminal parece ser un mundo de hombres. Sin embargo, cuando observamos de cerca la dinámica de las organizaciones criminales, notamos que las mujeres no parecen dedicarse exclusivamente a reproducir el patrón de conducta dictado por la sociedad patriarcal. Por el contrario, muchas mujeres ocupan cargos centrales para el funcionamiento de las organizaciones criminales. Sin embargo, esos cargos parecen estar invisibilizados. ¿Por qué? Para entender las funciones que llevan adelante y el porqué de su invisibilidad, es necesario comprender los motivos por los cuales ingresan a las estructuras criminales.
Las distintas vías de ingreso
Sin duda, cada situación es única, así como lo son las condicionantes que llevan a una mujer (o a un hombre) a ingresar a una organización criminal. Sin embargo, hemos podido identificar al menos cuatro formas de ingreso a las organizaciones en el caso de las mujeres. La primera de ellas tiene que ver con que ellas están inmersas en el escenario de acción de las organizaciones criminales. Es decir, estas mujeres (jóvenes, casi niñas en algunos casos) crecen en un ambiente en el que la criminalidad es parte de su realidad cotidiana, y unirse a estas estructuras parece el paso lógico por seguir. Basta pensar en las favelas brasileñas, por ejemplo.
A eso se le suma que, muchas veces, no existen opciones alternativas para evitar que estas jóvenes terminen en manos de las estructuras criminales. Sin duda, la falta de oportunidades en sociedades tan desiguales como las latinoamericanas termina contribuyendo a engrosar las filas de las organizaciones criminales.
Otra forma de ingresar al mundo criminal es por herencia. Es decir, cuando padres, esposos/parejas o hermanos son asesinados o encarcelados, las mujeres se hacen cargo del negocio. La ventaja de este “ascenso” es que se cuenta con el respaldo de quien estaba a cargo del negocio, en especial, si ha sido encarcelado (vale decir, no está muerto), lo que reduce la posibilidad de una disputa por el poder dentro de la organización.
En tercer lugar, el ingreso al mundo criminal puede darse a partir de una relación amorosa, ya sea porque son elegidas para convertirse en esposas o compañeras de criminales de alto o medio rango, o bien, porque son ellas las que se acercan a esos criminales en busca de una vida con más comodidades y excentricidades. En algunos casos, incluso, puede que vean esta relación como un trampolín para su desempeño hacia el interior de la organización.
Finalmente, el último motivo que hemos identificado, y que muchas veces es subestimado, es la propia voluntad de las mujeres de formar parte de una organización criminal e, incluso, el plantearse ascender dentro de la estructura, lo que demuestra la existencia de un plan a mediano y largo plazo. Sin duda, existe una idealización de la vida que llevan adelante quienes manejan negocios ilegales de este tipo, en la que se subestima la falta de libertad, por ejemplo, y se sobreestima el dinero, lo que fomenta el deseo de estas mujeres de formar parte de las organizaciones criminales y ascender dentro de ellas. La búsqueda del poder también puede ser un incentivo.
El rol al interior de las organizaciones
Una vez dentro de la organización, la mayoría de las mujeres se dedica a realizar trabajos en la base de la pirámide (presuponiendo que la organización tiene forma piramidal), que contribuyen al buen desempeño de la estructura criminal en su accionar cotidiano. Actúan de “campanas”, se encargan de llevar mensajes de extorsión, venden drogas al menoreo, fomentan el reclutamiento de nuevos miembros y actúan como puentes entre la sociedad y la organización. Esto último se ha visto mucho durante la pandemia, donde han sido las mujeres las encargadas de organizar y distribuir ayuda social (especialmente alimentos, pero también útiles escolares y electrodomésticos) proveniente de las organizaciones criminales. En segundo lugar, como ha documentado la colega mexicana Cecilia Farfán Méndez, las mujeres lavan dinero, especialmente, en sectores sociales altos, donde un depósito suntuoso no llama la atención, se hace más fácil para las organizaciones criminales contar con estas mujeres.
Por otro lado, no es de desestimar el rol de las mujeres en la trata de personas. En la mayor parte de los casos, las captadoras son mujeres. Son las que se encargan de llevar adelante el engaño para que una persona ingrese a la red de trata y, a posteriori, arreglan su traslado. Asimismo, especialmente en los casos de explotación sexual, muchas veces son mujeres las que se encargan de manejar el negocio. Llama la atención, como destaca Concepción Anguita Olmedo, cómo muchas veces esas gestiones se convierten en una forma de reducir los niveles de explotación sobre quienes son víctimas e, incluso, las acercan a la libertad (o a la idea de poder alcanzarla). En este caso, las víctimas se vuelven victimarias, pero continúan estando presas de una organización que no duda en venderlas tantas veces como les sea redituable y, luego, las descarta.
En resumen, a pesar de lo que se pueda pensar a priori, las mujeres forman parte de las organizaciones criminales y, en algunos casos, como queda de manifiesto en la trata de personas, tienen un rol central. Sin embargo, ni las agencias estatales ni las organizaciones criminales parecen querer reconocer este papel, lo que termina invisibilizándolas por acción u omisión.
La subestimación del poder de la mujer
En el caso de las organizaciones criminales, podríamos presuponer que la invisibilización de las mujeres es una estrategia para desviar la atención de las agencias estatales. Sin embargo, nuestras investigaciones también han mostrado que esa invisibilización descansa en la reproducción de la cultura patriarcal que parece darse al interior de las organizaciones, al menos en lo que hace a las actividades que tienen lugar en la base de la pirámide. Distinto parece ser el caso de quienes logran escalar posiciones, acumular poder e imponerse en un mundo que no es distinto del que vivimos fuera de las organizaciones criminales.
Ahora, en el caso de las agencias estatales, lo que Cecilia Farfán Méndez denomina la “paradoja de la invisibilidad”, fue puesto de manifiesto a partir de la sentencia de Emma Coronel, esposa de Joaquín “El Chapo” Guzmán. En este caso, la justicia norteamericana redujo la sentencia de Coronel, que se había declarado culpable de conspirar para traficar drogas, lavar dinero y participar de negocios financieros con el cartel de Sinaloa. La motivación del Tribunal fue permitirle criar a sus gemelas lejos del mundo que ella y su marido forjaron. Es decir, se la terminó juzgando no por lo que ella hizo, sino por su lugar de compañera del líder de lo organización. De esta forma, se subestimó claramente el poder que ella había adquirido desde el encarcelamiento de “El Chapo”.
La invisibilización de las tareas llevadas adelante por las mujeres dentro de las organizaciones criminales también se ve reflejada si uno rastrea los avisos de “Buscados”, como en el caso de los hermanos Arellano-Félix, donde solo figuran los hombres; a pesar del notorio papel que tuvo Enedina Arellano-Félix como responsable financiera y lavadora de dinero en los años 80 y 90, y como jefa del cartel de Tijuana tras la detención de su hermano Eduardo en 2008.
Entonces, ¿hasta qué punto no es nuestra propia subjetividad la que nos impide pensar en las mujeres como actores claves dentro de las organizaciones criminales? ¿En qué medida las organizaciones criminales sacan partido de esa invisibilización, que es impulsada por la omisión de las agencias estatales, y terminan redoblando la apuesta y usando más mujeres para llevar adelante sus negocios? ¿Hasta qué punto las organizaciones criminales no utilizan a las mujeres para penetrar las comunidades y reclutar nuevos miembros a partir de estrategias de cooptación y coerción, entendiendo que, a través de ellas, están a salvo?
Sin duda, es necesario desarrollar una agenda de investigación que nos permita conocer más sobre el rol de las mujeres dentro de las estructuras criminales y se convierta en un insumo de política pública para quienes buscan combatirlas. Es muy poco lo que sabemos hoy, pero no tenemos dudas de que el papel que juegan las mujeres dentro de las estructuras criminales es mucho mayor y más importante del que se reconoce públicamente.
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