Crónica de la vida en situación de calle: “Todo lo que aprendí es que hay que laburar”

De acuerdo al último relevamiento del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, realizado en 2021, hay 2573 personas en situación de calle. El Chino es una de ellas y cuenta su historia

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“Yo los fines de semana,
“Yo los fines de semana, jueves, viernes, sábado, junto latitas, en Humboldt y Niceto Vega, que después voy y las vendo en Warnes. Me la rebusco”, cuenta el Chino (Fernando Calzada)

Ciudad de Buenos Aires. Sobre la calle Jufré, la única luz en la cuadra viene de un taller mecánico. Dicen que el Chino aparece después de las 18 y que duerme en un auto rojo. El auto rojo está del otro lado de la vereda, las coordenadas son correctas. De a poco, cae la noche, una noche de invierno que sin embargo no está ni cerca de la peor de la temporada. El taller mecánico es la única señal de vida, pero no se ve a nadie: adentro hay un auto en reparación, unas herramientas, y suena una radio.

DEF espera y, mientras tanto, la radio pasa rock nacional: Sui Generis, Soda Stereo, Viejas Locas. A lo lejos, cualquier sombra que se acerca en la noche puede ser el Chino: una señora con la bolsa de compras, un chico que se mete en una puerta que parece secreta, como tantas en Buenos Aires.

El Chino es una de las muchas personas que viven en la calle. De acuerdo al último relevamiento del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, realizado en 2021, hay 2573 personas en situación de calle, de las cuales 968 duermen en veredas, cajeros automáticos o entradas de edificio, mientras que 1605 viven en paradores. Es decir, de cada 1200 habitantes de la ciudad, uno vive a la intemperie. Por otra parte, distintas organizaciones sociales señalan que el número real, de acuerdo al censo realizado en 2019, es de más de 7200: para tener un número de referencia, en la crisis de 2001, las personas en situación de calle eran unas 12.000.

Un rato después, imposible saber cuánto, aparece el Chino como una sombra furtiva, con paso rápido, ágil. Deja las cosas en el taller mecánico de Roberto –un amigo que lo acompaña desde hace años, asiduo de la Iglesia Universal y veterano de Malvinas– y se dispone a hablar. Viene de hacer un trabajo de pintura en la calle Lima, en una agencia de motos que le paga 2000 pesos al día. También está pintando una cadena de carnicerías en Once, trabajo que le consiguió Roberto.

-¿Cuándo empezaste a vivir en la calle?

-Yo vivía en la casa de mi tío, y me fui de mi casa a los siete años.

-¿Por qué te fuiste?

-Me fui a laburar a Paraguay. Vendía diarios, limpiaba parabrisas. Ahí aprendí de todo.

-¿Fuiste a la escuela?

-No, mi escuela es la calle. Es lo mejor que hay.

El Chino es una de
El Chino es una de las muchas personas que viven en la calle. De acuerdo al último relevamiento del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, realizado en 2021, hay 2573 personas en situación de calle (Fernando Calzada)

A los 17, el Chino trabajaba todo el día. Vendía diarios, chicles Beldent, pastillas de menta en colectivos. A los 18, consiguió trabajo en un local de limpieza y alquiló un cuarto en Solano. Hay idas y vueltas entre Paraguay y Buenos Aires. Trabajó en una distribuidora de golosinas, lo dejaban dormir en el local. Después llegó una parrilla, donde repartía pedidos de comida. Al poco tiempo, empezó a trabajar en una verdulería y dormía en la camioneta. Duró diez años. Ahora, a los 46, duerme en el auto rojo, aunque eso cambió hace dos días; apareció el dueño y hubo que buscar otro lugar. Roberto, el mecánico, le consiguió una furgoneta que, estacionada justo detrás del auto rojo, se convirtió en el nuevo sitio donde pasar las noches.

“En la calle, aprendés de las buenas y las malas. Hay que ser respetuoso. Algunos son cachivaches, cuando veo de esos me abro porque es para cagadas”, dice el Chino.

Tiene un amigo con el que va a Luján, a la feria de Solano. A veces, se encuentran y van temprano. Hace dos noches, durmió en el cajero automático de Córdoba y Julián Álvarez. “Nadie te rompe las bolas. Lo único que vas a escuchar es que sacan plata y se van. A las diez de la noche se apagan las luces y estoy tranquilo, encima tengo tres o cuatro acolchados”.

Los paradores, un lugar donde nadie quiere parar

Para quienes duermen en la calle, la ciudad de Buenos Aires dispone de 38 centros de alojamiento, y 3 de emergencia que se habilitaron durante la pandemia (Parque Roca I, II, III), lo que suma una cantidad de 2545 plazas. Al día de hoy, hay ocupadas 1731. En los paradores, se ofrecen duchas, elementos de higiene personal, cuatro comidas y talleres de contención psicológica. Sin embargo, muchos deciden esquivarlos.

“Te afanan todo, tenés que
“Te afanan todo, tenés que ir a bañarte con las cosas porque cuando volvés ya no están más”, dice el Chino sobre los paradores para gente en situación de calle (Fernando Calzada)

“Fui porque me mandaron cuando salí del hospital, pero me robaron toda la ropa”, dice el Chino. “Me calenté y me fui a la mierda”. Era un parador en Monteagudo. “Yo iba a changuear y, cuando volvía, ya no había más ropa”, explica el Chino. La queja no es individual: Delgado Andrés Fernández, que duerme en Scalabrini Ortiz y Beruti, coincide, y agrega: “Te afanan todo, tenés que ir a bañarte con las cosas porque cuando volvés ya no están más”. Además, los horarios son rígidos y hay quienes prefieren soportar las inclemencias de la intemperie, porque las changas y el día a día son irregulares.

El Chino también estuvo en el parador de Retiro: “No se llevaban ropa, pero es un quilombo. Tenías un horario, te daban cualquier cosa al momento de la comida, a veces se agarraban a piñas adentro, imagínate que son trescientos o cuatrocientos”.

-¿Preferís manejarte por tu cuenta?

-Sí, la calle es mejor. Pero lo peor es cuando te roban. A veces guardo la ropa en los cofres y me los llevan. Yo tenía la ropa en el taller, acá al lado, y tuve que llevarla a otro lado porque venía la inspección. Ahora tengo ropa en el lavadero, como tres o cuatro bolsas. Lo dejo ahí, no lo quiero sacar porque no tengo donde dejarla.

El día a día

Si bien no hay rutinas fijas, el Chino tiene una suerte de cronograma que conoce muy bien. Para bañarse, va a una iglesia en Flores, dentro de un horario fijo. Le ofrecen dormir, pero no le gusta porque lo hacen entrar temprano, y él empieza antes de la madrugada. “Yo los fines de semana, jueves, viernes, sábado, junto latitas en Humboldt y Niceto Vega, que después voy y las vendo en Warnes. Me hago 2000 pesos, más o menos. Me la rebusco”, aclara. “Ayer no laburé, entonces lavé seis autos y me hice una moneda”.

La esperanza es una constante
La esperanza es una constante en el Chino (Fernando Calzada)

Para comer, hay una pauta de acuerdo al día. En Bonpland, hay un comedor de lunes a viernes al mediodía. Los martes va a una delegación de La Cámpora donde le dan de comer, los miércoles va a Salguero y los jueves va a la iglesia de Cabrera. “Siempre hay algo para hacer. Hay algunos que son pachorra, les gusta el escabio… A mí me gusta laburar”.

En un día común, el Chino se levanta a las cuatro y sale a buscar latas hasta las siete, porque hay muchos carreros y se le adelantan. Vuelve al taller de Roberto, deja las latas y se va a trabajar. Por ahora, está pintando la concesionaria de motos. También tiene un “pana” venezolano que tiene una red de treinta carnicerías, y le ofreció pintar unas diecisiete sucursales. “Cuando me salga la pensión, voy a alquilar algo”.

La esperanza es una constante en el Chino. En este caso, “los de la Cámpora” lo ayudaron a tramitar una pensión por discapacidad, producto de una operación compleja de intestinos a la que se sometió en 2020. Además, hubo que hacer papeles de todo tipo en Anses y agencias estatales para recibir las bolsas intestinales. A veces, tiene que comprarlas: “En Mercado Libre, las 10 bolsas cuestan $1720, y una caja de 30 bolsas de las buenas sale $37.000″. Sin embargo, asegura que la pensión está en trámite, y ya tiene planes para el corto plazo: cuando salga la pensión, va a alquilar en un hotel familiar. La pensión de discapacidad equivale a una asignación mensual de $13.500, y encontró un hotel en la calle Córdoba que cuesta entre 11.000 y 13.000, con baño compartido. El futuro lo entusiasma porque la pensión es segura: “Es como una jubilación”.

La crónica completa será publicada en la próxima revista DEF 145.

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