Tras décadas de relativo equilibrio en materia de proliferación nuclear a nivel global, la tensión volvió al centro de la escena. La invasión de Rusia a Ucrania marcó un punto de inflexión, y las duras sanciones económicas contra Moscú y la entrega de armamento al ejército ucraniano por parte de EE. UU. y sus aliados europeos desataron la ira del Kremlin.
Lejos quedaron los mensajes de paz, las históricas Cumbres de Seguridad Nuclear y los encuentros bilaterales entre los presidentes de EE. UU. y Rusia para frenar la carrera armamentística. Varios analistas sostienen que el clima escaló al punto de mayor tensión desde la crisis de los misiles en 1962. ¿Hasta dónde puede llegar el enfrentamiento?
RUSIA DESAFÍA A OCCIDENTE
En febrero de 2021, apenas llegado a la Casa Blanca, Joe Biden acordó con Vladimir Putin extender por cinco años el Tratado START III, de reducción de armas estratégicas, firmado por Barack Obama y Dimitri Medvedev en 2010. Nada hacía prever que, un año más tarde, la relación entre Moscú y Washington entraría en una tensión solo comparable con la crisis de los misiles, en 1962.
La invasión a Ucrania, en febrero de este año, marcó un punto de no retorno. Frente a la ayuda, a través de material militar e información de inteligencia que proveyeron los países de la OTAN al gobierno de Zekensky, desde el Kremlin no dudaron en agitar el fantasma nuclear.
A pocos días del comienzo de la invasión, la decisión de Vladimir Putin de poner a las fuerzas de disuasión de Rusia en un “régimen especial de servicio de combate” fue el primer gesto de abierto desafío a Occidente. Tanto fue así que, en abril pasado, la prueba del misil intercontinental RS-28 Sarmat fue una señal más de Moscú, en abierto desafío a sus enemigos.
El “Satán II”, tal como llaman al misil, tiene un alcance de 18.000 kilómetros y podría llevar 10 ojivas nucleares de gran tamaño y 16 más pequeñas. Además, la televisión rusa también se encargó de mostrar la potencia del dron subacuático Poseidón.
De dos metros de diámetro y más de 20 metros de longitud, es capaz de burlar las defensas oceánicas y llegar a cualquier ciudad costera. Allí puede detonar una cabeza nuclear de hasta 100 megatones de potencia, algo que hasta podría dejar bajo el agua a Nueva York y toda la costa este de Estados Unidos.
CHINA: UN ACTOR EN ASCENSO
Si bien el 90 % de las ojivas nucleares está en manos de EE. UU. y Rusia, un tercer actor toma cada vez más protagonismo en el selecto club que integran los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Según el almirante Charles Richard, jefe del Comando Estratégico de EE. UU., “China está invirtiendo fuertemente en tecnología de armas energéticas hipersónicas y dirigidas”. En sintonía con esa declaración, de acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios para la Paz con sede en Estocolmo, Pekín se encuentra en plena expansión de su arsenal de armas nucleares. A juzgar por las imágenes de satélite, esto incluye la construcción de más de 300 nuevos silos de misiles.
Se cree que, en 2021, se asignaron varias cabezas nucleares adicionales a las fuerzas operativas tras la entrega de nuevos lanzadores móviles y un submarino.
Por su parte, el Pentágono estima que China elevará sus cabezas nucleares de las 350 actuales a más de 1000 antes de 2030.
LA OTAN EN GUARDIA
En esta carrera armamentista, la alianza cada vez más estrecha entre Pekín y Moscú no pasa desapercibida y pone en guardia a EE. UU. y sus aliados. En su último documento estratégico, la OTAN arremetió contra estos dos países por “subvertir el orden internacional basado en normas” y atentar contra los valores de la comunidad euroatlántica.
Lo cierto es que el Reino Unido y Francia, las únicas dos potencias europeas que cuentan con armas nucleares, no descartan aumentar su arsenal en el futuro. Por el lado británico, en 2021, el gobierno de ese país elevó de 180 a 260 el techo máximo de ojivas nucleares.
En el caso de Francia, este año probó con éxito una versión mejorada de su misil balístico de medio alcance ASMP, diseñado para cargar una cabeza nuclear. Siguiendo esta línea, el gobierno de Macron recordó que la matriz de la estrategia de defensa de su soberanía nacional y de la seguridad europea es la disuasión nuclear.
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