El concepto de “ciudad latinoamericana” es más evanescente de lo que nos gustaría. ¿Qué tienen en común Bogotá y Buenos Aires, Santiago y Lima, San Pablo y Montevideo? La respuesta es circular: el denominador común es que son urbes latinoamericanas. Adrián Gorelik, arquitecto y doctor en Historia, advierte que “Latinoamérica es una construcción cultural”, y que surge “de nuestra necesidad política y nuestra inteligencia para entender dónde estamos”.
Autor de La ciudad latinoamericana: una figura de la imaginación social del siglo XX (Siglo XXI Editores), Gorelik recapitula las grandes discusiones alrededor del estudio de las ciudades de nuestra región en el período que va de 1940 a 1970: del desarrollismo a la lectura marxista, con la figura de Estados Unidos siempre presente, la historia de la ciudad latinoamericana es también una radiografía de la instrumentación de las ciencias sociales para estudiar los fenómenos urbanos.
Gorelik recibió a DEF en su estudio, un espacio de silencio casi monacal pese a encontrarse a metros de Acoyte y Rivadavia, donde se explayó sobre la forma de estudiar los barrios marginales, las migraciones de espacios rurales a urbanos y la paradoja de estudiar los fenómenos latinoamericanos desde Estados Unidos.
-Usted es arquitecto y luego historiador. El libro no tiene mucho de arquitectura. ¿Hay un viraje en su carrera hacia la historia?
-Tengo como base de formación la arquitectura, que supone un tipo de mirada sobre la cultura material, no solo sobre la arquitectura sino sobre la ciudad y, en general, sobre el ambiente construido. Un tipo de mirada que el historiador no suele tener. Yo me vuelco a la historia y lo que hago ahora es completamente historia, no necesariamente de la arquitectura, pero esa mirada sobre lo material orienta un tipo de trabajo y un tipo de elección de temas. En mi trabajo, la ciudad es central y yo hago una suerte de historia cultural urbana donde trato de entender la ciudad junto con sus representaciones. Es decir, la ciudad material, pero ver cómo la ciudad genera representaciones en la literatura, en la cultura popular, en las ciencias sociales, en la misma historia, y a la vez la ciudad es moldeada por las representaciones que genera, hay una suerte de mutua contaminación, porque, en realidad, no vivimos en una ciudad sin esta mediación donde -desde lo que dijo Borges hasta lo que dijo Sebreli- va marcando cómo experimentamos la ciudad.
LA CIUDAD LATINOAMERICANA, UN CRUCE ENTRE MATERIA Y REPRESENTACIÓN
-En una entrevista anterior, dijo que, para entender una ciudad, hay que leer tanto los poemas de Borges como el plano de las cloacas de la ciudad. Son los dos extremos de lo material y la representación.
-Ahí fuerzo un poco la comparación, pero parte de la convicción de que ni la poesía de Borges se entiende plenamente sin saber cómo veía él la ciudad –y, para eso, hay que ver cuál es el proceso de modernización que atravesaba Buenos Aires en ese momento, que incluye las infraestructuras, sobre todo teniendo en cuenta que Borges estaba muy atento a todo eso–, ni las transformaciones de las estructuras se entienden sin comprender las representaciones que había de la ciudad. Los ingenieros que trabajan en las obras sanitarias también están habitados por representaciones, por sus propias disciplinas, tradiciones culturales que llevan a que se haga una cosa y no otra. Por eso, las ciudades son diferentes, porque son resultado de culturas y sociedades con ideas distintas de cómo se tiene que desarrollar una ciudad.
-En el prólogo, señala que aprendió a hacer un ejercicio de “traducción cultural”, relacionado al trabajo que hacía en Punto de Vista, con Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano.
-Yo intento hablar de la ciudad y la arquitectura no para especialistas, sino tratando de traducir por qué la ciudad es importante para la cultura. La revista Punto de Vista me ejercitó en cómo yo podía hablar de la ciudad y de la arquitectura al público general; es un entrenamiento que nunca termino de agradecer. En este libro, se hace más necesario, porque el material, si no es traducido, es ilegible: los discursos sobre la ciudad que me encuentro en el período que estudio son discursos extremadamente cientificistas, economicistas, muy técnicos, de muy difícil lectura, y que, sin embargo, si eso hace complicado que un lector lego se ponga a mirar esos libros, lo que a mí me mueve es darme cuenta de la centralidad política y cultural que tuvieron en ese momento: aún con todo ese hermetismo, marcaron agendas políticas, agendas en las ciencias sociales, organizaron el modo en que la sociedad entendía la ciudad y fueron realmente muy importantes.
UNA CONSTRUCCIÓN CONCEPTUAL
-¿La ciudad latinoamericana es una construcción conceptual que ya existía en ese momento o se formuló años después para explicar el período en retrospectiva?
-Es lo que yo llamo un concepto nativo. Como cuando un antropólogo va a estudiar una tribu y ve que sus miembros hablan de algo, y toma ese algo como un concepto nativo: no le impone un concepto desde las ciencias sociales con la mirada externa. A “ciudad latinoamericana” yo lo tomo como un concepto nativo que, antes de ese período, no era viable, porque la ciudad hasta la década del 40 era entendida en sus contextos nacionales. La conquista crea América Latina y crea las ciudades, es un caso único en la historia, donde una conquista se da a través de una red de ciudades, pero, excepto para los historiadores coloniales, en general, durante el siglo XIX y algo del XX, la ciudad siempre fue considerada en sus contextos nacionales. Después de la década del 70, la categoría cae en desuso, y con ciudad latinoamericana estamos acostumbrados a hablar sobre las disparidades sociales, la violencia. Vemos bajo la idea de ciudad latinoamericana las grandes metrópolis y sus problemas en América Latina. En el período que estudio, se buscaba entender una cantidad de características específicas de las ciudades que la configuraban como un problema sociológico específico. El hecho de que fuese una ciudad genérica latinoamericana permitía empezar a entender el continente como conjunto, elementos comparativos entre las distintas ciudades, construir una caracterización. Yo tomo la idea, entonces, del propio período que analizo.
-La idea que luego identifica a la ciudad latinoamericana con la “villa de emergencia” y la violencia, ¿es posterior?
-No, la villa de emergencia es la marca de agua que permite la aparición de la categoría de ciudad latinoamericana. Es una categoría que se forma en el mismo momento en que se producen las migraciones rurales-urbanas y en que se están asentando estas urbanizaciones precarias, en algunos casos, en el centro y, en otros, en los márgenes. Yo establezco una relación muy directa entre la “villa miseria” como problema histórico urbano y la propia aparición de un instrumental sociológico para entenderla.
-En una conferencia, usted señaló que, en aquellos años “Latinoamérica funcionó como un laboratorio para las principales ideas internacionales sobre ciudades y habitación”. ¿Por qué?
-Porque los procesos de urbanización y de migración rural-urbana se daban en todo el tercer mundo. Era la gran novedad sociológica de la posguerra. Países y continentes que tradicionalmente eran rurales se volvían urbanos: Asia, África y, sobre todo, América Latina. Porque América Latina, a diferencia de África y Asia, tenía un pasado urbano de cuatro siglos. Por eso, parecía ofrecer un ejemplo más favorable para entender cómo llevar adelante un proceso planificado de transición de lo tradicional a lo moderno. Esto fue lo que tanta atención produjo, sumado al hecho de que Latinoamérica vivía desde la posguerra un momento dinámico económicamente, y que los gobiernos tenían capacidad económica para atraer y contratar los mejores técnicos. Por ejemplo, Ciudad Guayana, creada en medio de la selva para desarrollar un polo industrial (1961), está diseñada por un equipo que juntaba grupos de Harvard y el MIT, lo más avanzado en planificación en aquel momento. En Brasil, nacía Brasilia, capital del desarrollismo. Había un dinamismo económico, intelectual, y una capacidad de atracción para los técnicos extranjeros, además de que se formaban técnicos locales. Todo esto convertía a América Latina en una suerte de hervidero político-intelectual muy interesante.
-El libro fue escrito en varias partes del mundo: empezó en Cambridge y terminó en Berlín. ¿En qué medida se pueden estudiar los fenómenos latinoamericanos desde fuera? ¿Cómo es la relación entre centro y periferia, tanto material como simbólicamente?
-En nuestros países, no disponemos de archivos para entender el conjunto de América Latina. En Argentina, Brasil, México, Colombia, los centros de estudio están creados con ideología nacionalista. Son buenos para estudiar las historias nacionales. Pero, si querés estudiar las tierras bajas sudamericanas, que es la región guaraní, Paraguay, Brasil, Argentina, tenés que ir de Argentina a Paraguay, de Paraguay a Brasil, y, en cada uno, vas a encontrar el pedacito de cada país, pero vos querés estudiar el conjunto. A su vez, durante todo el siglo XX, en varios países europeos y en Estados Unidos, empezaron a construirse archivos que dieran cuenta de América Latina, y eso se potencia más después de la Segunda Guerra Mundial. Hay un centro de estudios africanos, asiáticos, rusos, latinoamericanos. Eso hizo que en las universidades hubiese una política de adquisición de fuentes, materiales y bibliografía que las convirtió en bibliotecas impresionantes. Uno necesita ir ahí para ver todo junto. Eso, muchas veces, generó un error.
-¿Cuál?
-Creer que Latinoamérica solo se puede estudiar desde afuera. El error parte de algo que todos experimentamos alguna vez: cuando salimos de nuestro país y vamos a Estados Unidos, miramos a América Latina toda junta, ya no como argentinos, porque nos conectan con otros latinoamericanos, aunque como argentino nunca me sentí latino. Pero uno, con esa situación particular, también se involucra con el modo en que desde esos lugares se piensa América Latina, con esas agendas temáticas. Cuando uno lee un libro norteamericano sobre Latinoamérica, ya viene en un paquete donde aparece una serie de problemas que tiene el mundo de la academia norteamericana. Si bien es fundamental ir a esos lugares y aprender de esas bibliotecas, también es importante construir un mirador desde nuestros propios países. Este libro sería diferente si lo escribiera un brasileño en San Pablo o un colombiano en Bogotá, porque cada uno ve un diseño de América Latina diferente, y América Latina es una construcción imaginaria que solo puede reconstruirse a partir de la suma de representación que hagamos desde todos los lugares.
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