El 30 de mayo de 1982, un grupo de militares argentinos lanzó bombas de 250 kilos y el último misil Exocet con el que contaban las Fuerzas Armadas al portaaviones británico HMS Invincible. Fue durante una operación sigilosamente planificada entre la Armada y la Fuerza Aérea Argentina; en aquella misión, participaron dos aviones Super Étendard y cuatro A4C Skyhawk; mientras que, en materia de apoyo, dos Hércules KC 130 se encargaron de realizar el reabastecimiento de combustible en vuelo para que las aeronaves pudieran alcanzar el blanco y regresar al continente.
La misión fue extremadamente arriesgada: los pilotos de la Armada debían lanzar el misil –sin antes haber sido detectados por los ingleses– y, posteriormente, y con las alarmas de la defensa británica activadas, los pilotos de A4C, sí o sí, debían sobrevolar por encima del blanco para lanzar sus bombas.
En una edición especial de dos entregas, DEF reunió a los sobrevivientes del ataque para que pudieran reconstruir esta verdadera hazaña, que jamás fue reconocida por los británicos.
EL ÚLTIMO EXOCET
La Armada Argentina participó de esta operación con dos aviones Super Étendard. Estas aeronaves, esencialmente navales, habían sido adquiridas a Francia en el año 1981. De hecho, las primeras unidades contaban cada una con un misil Exocet, todas habían sido entregadas a fines de ese año y se esperaba que el resto de la compra llegase en 1982; sin embargo, esas aeronaves arribaron una vez finalizado el conflicto.
¿Cómo funcionaba el misil? “El misil tiene un comportamiento autónomo y se dirige a la última posición que le informó el radar. Por supuesto, durante el vuelo del misil, de aproximadamente dos minutos, el blanco sobre el que fue lanzado se va a desplazar. Por esa razón, unos 15 o 20 km antes de llegar al blanco al que fue lanzado, el misil abre su propio radar, corrige su posición y se dirige al encuentro”, detalla el hoy capitán de navío retirado Alejandro Francisco, que, en la guerra de Malvinas, y ya con más de una década de experiencia como aviador naval, participó de la operación a bordo de un Super Étendard. Su aeronave sería la responsable de lanzar el último Exocet con el que contaba la Argentina. “No podía fallar”, completa.
“ERA UNA TECNOLOGÍA ABSOLUTAMENTE NUEVA”
“Ser portador del Exocet fue una responsabilidad muy grande. No solamente porque teníamos una cantidad limitada, en total eran cinco, sino porque era un arma muy importante. Además, esta era una tecnología absolutamente nueva para nosotros”, cuenta Francisco y detalla que el procedimiento para lanzar el misil comenzaba mucho antes. “Uno empieza a encender el sistema de calefacción y otro tipo de cosas. Después, hay toda una serie de operaciones con el radar para lanzar el misil, era algo novedoso para nosotros y no teníamos mucho adiestramiento. Confieso que para mí era una responsabilidad, y el hecho de lanzar el último misil sobre un portaaviones era una preocupación muy grande porque implicaba cumplir adecuadamente con todo el procedimiento”, agrega.
Francisco no iba solo. Junto a él volaba, con otro Super Étendard, el entonces teniente de navío Luis Collavino. Como detalla Francisco, por doctrina, los vuelos sobre el mar se hacían con un par de aeronaves por cuestiones de seguridad y tácticas: “En el caso de nuestro vuelo, que fue con un misil, la presencia del otro avión era necesaria no solo por el apoyo en el caso de falla del avión, sino por el apoyo en la información radar y en el equipo de navegación. Era necesario tener dos sistemas de navegación”. Para Collavino, la correcta detección del blanco también suponía una gran presión: “Tratábamos por todos los medios de estar a la altura de lo que se esperaba de nosotros. En lo personal, no tuve miedo, pero sí tenía la presión de la responsabilidad de cumplir con la misión. El poder intercambiar información y decir ‘veo lo mismo que está viendo el otro piloto’ era algo… Era ser dueños de esa certeza de tener un blanco grande y otro chico, y dirigirnos al grande sabiendo que los dos veíamos lo mismo en nuestros respectivos radares”.
UN PACTO
Además de los Super Étendard, también volaron cuatro aviones A4C Skyhawk. El hoy brigadier Ernesto Rubén Ureta era piloto de uno de estos aviones y, en 1982, se ofreció como voluntario para participar de la operación: “Se sabía que era una misión importante porque el portaaviones se suponía bien defendido. El riesgo se consideró mucho mayor a la posibilidad de poder regresar del ataque. Entonces, el Comando de la Fuerza Aérea Sur ordenó que los dos pilotos de más experiencia fuéramos voluntarios. Con mi amigo y compañero de promoción José Daniel ‘Pepe’ Vázquez nos ofrecimos. Se nos dijo que podíamos designar a los otros pilotos numerales de la escuadrilla, que nos debían acompañar para cumplir la misión. Junto con Vázquez, designamos al primer teniente Omar Castillo, al teniente Daniel Paredi y al Alférez Gerardo Isaac”. Cabe destacar que, si bien Paredi fue elegido, él era el responsable de un quinto A4C, que constituiría una aeronave de reserva en caso de que una de las otras cuatro fallara, lo cual no ocurrió.
Ureta sabía los riesgos que corría y su amigo, Vázquez, también. Por ello, antes de partir, sellaron un pacto: “Con Pepe Vázquez, acordamos que, si le pasaba algo a uno de los dos, el otro debía, personal o telefónicamente, avisar a la familia. Fue así como me tocó a mí tener que llamar a Liliana, su esposa, quien estaba con sus tres hijos en Mendoza, y le tuve que dar la noticia de que Pepe no había vuelto y que no era posible que regresara. Fue un pacto entre los dos, de grandes amigos, de asumir esa difícil tarea de tener que avisar a la esposa que nuestro amigo y su marido no había vuelto”.
LAS HORAS PREVIAS
Para mantener el efecto sorpresa, no todos los participantes tenían información sobre la operación. El entonces alférez Gerardo Guillermo Isaac, hoy comodoro retirado de la Fuerza Aérea, había sido designado por Ureta para participar a bordo de uno de los A4C: “El día 28 de mayo, en horas de la tarde, había volado una misión de combate de ataque a un barco que se encontraba al norte de las islas Malvinas. En el sistema de nuestro escuadrón, al que volaba una misión de combate real, al día siguiente lo exceptuaban de estar de turno. Así que el 29 de mayo yo fui a la base sabiendo que ese día iba a estar de descanso y no iba a volar. Pero alrededor de las 10.30 de la mañana, me llamó un soldado y me dijo que me estaba llamando el primer teniente Ureta”. Ya reunido con su jefe, le informaron que participaría de una misión que tenía “algo que ver” con un portaaviones. “Me dijeron que posiblemente se trataría de una ‘misión de diversión’, que son misiones en las que se provoca la reacción y el desgaste de la defensa del enemigo. Y que lo teníamos que hacer desde Río Grande porque debía ser en forma conjunta con los aviones Super Étendard”, relata Isaac.
Mientras, los pilotos de los Hércules KC 130 también fueron alertados. Uno de ellos, Roberto Noé, hoy brigadier mayor retirado, describió a DEF aquel momento: “Con las últimas horas de la tarde, se acercó un vehículo, bajó un oficial y me transmitió que, por orden del comandante, tenía que entrar en alerta. Lo único que se me informó es que se había comenzado a planificar para atacar un blanco indeterminado”. Al otro día, muy temprano, Noé quiso averiguar qué pasaba y le explicaron que estaban esperando el momento oportuno para poder realizar un ataque sorpresa. “Se me pidió que el navegador que integraba mi tripulación se trasladara a Río Grande para contribuir en la planificación, con rutas alternativas, para que se pudiera realizar el ataque. Por supuesto, ya nos imaginamos que algo importante estaba ocurriendo, que verdaderamente salíamos de los cánones normales, así que el blanco tenía que ser uno de los dos portaaviones. Pero eran meras suposiciones”, recuerda.
Ya en Río Grande, y hacia el 29 de mayo, los integrantes de las distintas tripulaciones se reunieron para definir los detalles de lo que sería una de las más importantes operaciones conjuntas en la guerra de Malvinas.
HACIA EL BLANCO
“Lo que nosotros teníamos que determinar era, a las distintas alturas de aproximación, a qué distancia nos detectaban. De esa manera, podíamos definir un perfil de aproximación para poder ingresar por debajo del lóbulo radar y evitar ser detectados. Establecimos que debíamos despegar de Río Grande, ascender a unos siete mil metros y dirigirnos hacia donde estaba el blanco”, detalla Francisco. En el camino, tenían que encontrarse con los Hércules para reabastecer combustible. Y, a unas 200 millas del blanco, debían descender para ingresar por debajo del lóbulo radar: “Así, a 130 millas y a entre 100 y 200 pies, estar rasantes. Eso nos permitía aproximarnos sin ser detectados por el buque al que íbamos a atacar”.
Sin embargo, durante este vuelo, hubo un momento clave: el misil, para ser lanzado, necesitaba del radar. “En algún momento de esa aproximación rasante, nosotros debíamos ascender y encender nuestros radares para localizar el blanco. En ese momento, nuestro ataque se hacía evidente porque los buques tienen capacidad para recibir los impulsos radar. Y, además, entre los dos pilotos intercambiábamos información sobre lo que veíamos y la decisión sobre qué buque íbamos a lanzar el misil”, explica el piloto de Super Étendard.
Para mantener la sorpresa, las aeronaves se aproximarían por el sudeste de la posición del portaaviones. “Para atacar desde la retaguardia”, cuenta Ureta. Y agrega: “Nosotros teníamos la posición tentativa del portaaviones y fuimos hacia ese punto. Digamos, en el medio, estaban los dos Super Étendard formados; a la izquierda, estaban Vázquez y Castillo; y a la derecha, Isaac y yo. Y así íbamos avanzando en una sola línea, que era la forma de atacar. De esta manera, pasaban en forma simultánea todos los aviones. Porque, si uno se quedaba rezagado, y los otros pasaban primero, lo iban a estar esperando”.
“20 MILLAS EN LA PROA”
Las aeronaves pasarían en forma simultánea y lanzarían sus bombas. Sin embargo, los Super Étendard debían tomar altura para ubicar los blancos. “Por una frecuencia muy baja de VHF los dos pilotos navales, Francisco y Collavino, se pudieron comunicar y confirmaron que lo que estaban detectando eran los buques que estábamos buscando. Ellos pudieron ver, en la pantalla de radar, un eco más grande y otros dos más chicos. Sabiendo que buscábamos un portaaviones, tomaron la posición de ese eco grande. Corregimos un poco el rumbo de ataque, y ahí le pasaron electrónicamente la posición al misil. Francisco dijo ‘20 millas en la proa’ y lanzó el misil”.
Fuego y columnas de humo. Eso fue lo que vieron los pilotos argentinos tras el impacto del Exocet en el portaaviones inglés. Sin embargo, todavía restaban el ataque de los cuatro aviones A4C de la Fuerza Aérea y la difícil misión de volver de regreso. Un capítulo aparte de este especial de DEF sobre una operación cuyo resultado, aun hoy, sigue sin ser reconocido por los británicos.
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